Los ritualismos y la frivolidad de la pequeña burguesía, el abrumador estrés provocado por la obsesión por acumular riqueza y controlarlo todo y la crisis de pareja originada en un machismo exacerbado y opresivo, son las tres vertientes temáticas de “Asfixiados”, la comedia dramática del cineasta argentino Luciano Podcaminsky.
En realidad, el propio título de la película da cuenta de la situación de la pareja protagónica, que está virtualmente asfixiada por las obligaciones, lo cual termina por horadar un vínculo matrimonial que, con el tiempo, ha devenido en mera rutina y hasta en hastío.
En tal sentido, este disfrutable largometraje es una suerte de contundente y hasta crítico retrato de la burguesía media, que aspira a seguir escalando en procura de conquistar nuevos espacios de poder económico, que es, sin dudas, el poder hegemónico que gobierna el planeta.
Esa obsesión tiene a los personajes virtualmente asfixiados y, en cierta medida, conculca sus libertades individuales. Es obvio que la clase alta siempre teme perder sus privilegios, a diferencia de los pobres que no tiene nada para perder porque carecen de lo más elemental.
Aunque no se trata propiamente de un film político, esta propuesta pone en debate nada menos que el siempre controvertido tema de la libertad individual. En efecto, ¿es más libre alguien que tiene mucho que alguien que carece de todo? En el primer caso, los que pertenecen a la casta privilegiada no son libres, porque su propio estatus social les impone la responsabilidad de conservar su patrimonio y, en muchos casos, de aumentarlo considerablemente. En tanto, los pobres, aunque están materialmente amputados por su situación de postración, parecen resignados a lo que les deparó el destino, ya que son víctimas de un sistema inmoralmente asimétrico.
Ese dilema es el que tienen los cuatro personajes centrales de esta historia, que transcurre casi íntegramente a bordo de un yate de lujo, el cual simboliza naturalmente el confort, el poder económico y naturalmente el status social, que es parte del patrimonio de las clases sociales más privilegiadas.
Empero, contrariamente a lo que podría pensarse, esta travesía, que a priori era de placer, se transforma en una interminable secuencia de conflictos, marcados por temperamentos fuertes y en muchos casos intransigentes.
Los protagonistas de este relato de ritmo pausado pero alternado por momentos de alta tensión, son Nacho (Leonardo Sbaraglia) – un poderoso empresario de la industria cultural- y su esposa Lucía (Julieta Díaz)- quien regentea su propio restaurante- aunque su verdadera vocación es la fotografía y la publicidad, que para ella constituye una asignatura pendiente.
A priori, ambos integran una pareja aparentemente modélica y con las necesidades materiales satisfechas con creces. No en vano, son propietarios de una lujosa mansión con piscina, un automóvil descapotable de elite y, por supuesto, de un impresionante yate. Además son padres de una hija inteligente y muy cuestionadora.
En la travesía los acompaña una pareja joven que componen un amigo llamado Ramiro (Marco Antonio Capoli) y Cleo (Zoe Hochbaum), una joven libertina, sensual y desprejuiciada.
A diferencia de los propietarios de yate, que tienen un matrimonio convencional marcado por el aburrimiento, estos dos jóvenes cursan una relación libre, sin celos y sin compromisos. Es decir, se dedican a disfrutarse mutuamente, sin culpas ni reproches.
Obviamente, por razones etarias, representan generaciones radicalmente diferentes. Mientras los mayores se aferran a las reglas del sistema y la tradición y se controlan mutuamente, sus invitados parecen librados de las ataduras que impone un statu quo otrora dominante y cada vez más agotado.
En muy buena medida, las costumbres de estos jóvenes están en sintonía con una nueva tendencia, en cuyo marco los vínculos son menos estables y duraderos. Este punto de inflexión, que parece ser universal salvo en los países con gobierno teocráticos y con religión oficial- que permanecen congelados en el pasado- es muy notoria en Uruguay, donde hace un buen tiempo los divorcios superan a los casamientos y merced a la agenda progresista consagrada durante los gobiernos del Frente Amplio, las parejas libres tienen los mismos derechos que las que han pasado por el registro civil.
Desde ese punto de vista, el film reflexiona sobre la extrema vulnerabilidad de los vínculos de pareja, que es sin dudas tributaria de un radical cambio en el estilo de vida y, obviamente, del rol bastante más protagónico adquirido por las mujeres durante las últimas décadas.
Por supuesto, esa situación ha repercutido en nuestro país en la caída de la tasa de natalidad, que es multicausal y fue empleada como pretexto por el gobierno derechista para aprobar una reforma jubilatoria de impronta groseramente regresiva.
Analizando este cuadro situacional se podría concluir, más allá de eventuales controversias, que las parejas libres gozan sin dudas de mayor autonomía que quienes están unidos por obligaciones legales que exceden claramente al universo de lo afectivo.
En ese contexto, otro núcleo temático es la felicidad, tal vez una de las emociones más potentes, que se suele poner en tela de juicio cuando los vínculos se desgastan y la convivencia se transforma en una mera costumbre y, por ende, en un trauma.
En esas circunstancias, Nacho no disfruta del viaje de placer, porque vive todo el día obsesionado con el celular y las comunicaciones con sus colaboradores son permanentes, porque tiene entre manos un proyecto sumamente ambicioso: nada menos que contratar a la actriz, cantante, bailarina y modelo uruguaya Natalia Oreiro, para que protagonice una serie que -si logra su propósito- se avizora como sumamente auspiciosa y prometedora.
En ese marco, Oreiro realiza varios cameos vía remota, manifestando dudas respecto a su participación en el atractivo proyecto, lo cual turba naturalmente la tranquilidad de productor.
La primera conclusión es que para este hombre es más importante trabajar empresarialmente para seguir acumulando capital y confort, que disfrutar junto a su esposa y sus amigos de un paseo soñado, a bordo de un yate que tiene todo lo necesario para satisfacer las demandas de los tripulantes y pasajeros.
Obviamente, como jamás se despega de su celular y su computadora, se olvida de su esposa, que se siente abandonada y nada valorada por su pareja, a lo cual se suma su frustración por no poder dedicarse a la actividad profesional que realmente ansía.
En esas circunstancias, el vínculo se va desgastando hasta que los miembros del matrimonio, que suelen soslayar los temas relevantes, se transforman virtualmente en dos extraños.
Mientras tanto, la pareja de jóvenes disfruta plenamente del sol y del mar, nada, retoza y se ama con intensidad, generando una suerte de burbuja de felicidad, en contraste con el devaluado matrimonio de los anfitriones, que está realmente a punto de naufragar, sin eventuales posibilidades de salvarse.
En este caso, como suele afirmar el dicho popular, la calma procede a la tormenta, cuando el cielo se cubre de espesas nubles, comienza a soplar un intenso viento y se inicia un temporal de singulares proporciones, que turba a las dos parejas.
Lo insólito es que el yate no parece estar preparado para enfrentar una contingencia tan adversa. En efecto, abundan los problemas mecánicos que amenazan con devenir en naufragio y en transformar la plácida travesía en una auténtica pesadilla.
Es muy claro que este indeseado fenómeno meteorológico es una autentica metáfora de lo que está sucediendo a bordo de la embarcación, con una pareja madura que, por más de un motivo, está a punto de irse a pique.
Por supuesto, cuando se tensa la relación casi siempre aflora lo no dicho o lo mal dicho, amén de abundantes reproches, pasajes de factura, secretos, mentiras, frustraciones y resentimientos.
Aunque toda la acción se desarrolla a borde de un barco que navega a mar abierto con el horizonte como límpido y paradisíaco límite visual antes que comience la tormenta, este largometraje tiene un formato si se quiere teatral, porque se desarrolla en casi todo su transcurso dentro de un acotado espacio y tiene nada más que cuatro personajes, aunque Natalia Oreiro- que se comunica por zoom- se transforme si proponérselo en parte de la trama.
Incluso, paradójicamente estos personajes que parecen gozar de absoluta libertad viajando a bordo de una nave que cualquier persona en su sano juicio envidiaría, se transforman igualmente en prisioneros de sus propios prejuicios, tabúes, silencios y enojos largamente reprimidos. Obviamente, lo peor es que, en esas circunstancias y con un temporal de proporciones en ciernes, no tienen a donde huir, como si se tratara- más allá de obvias diferencias- de los presos del famoso penal de Alcatraz, que estaba situado en una isla de la cual parecía imposible escapar, aunque luego fue cerrada a raíz de una fuga masiva.
Sometidos a una situación límite por imperio de las peculiares circunstancias, los integrantes de la pareja protagónica pierden el filtro y allí comienza una suerte de guerra dialéctica que incluye agravios, agrios reproches y violencia verbal.
En ese contexto, “Asfixiados” es, sin dudas, una comedia dramática de fuste, que plantea temas bien cotidianos que podrían afectar a cualquier pareja, pero que en este caso se tornan aun más agudos por el fuerte temperamento de los personajes centrales de esta historia, que, en el epilogo de la narración no se guardan nada, en una suerte de necesaria catarsis de sinceramiento.
Como el tema de esta película no tiene ciertamente nada de novedoso, el director y guionista pone su acento particular sobre la impronta personal de los protagonistas, que es sin dudas consecuente con su condición de pequeños burgueses. Naturalmente, queda claro que esta clase social vive obsesionada por la patología de la acumulación y, por ende, por el cuasi enfermizo cultivo de las apariencias, sin comprender que no basta con disponer de todo lo material – en este caso concreto en exceso- para alcanzar y conservar la siempre ansiada felicidad. Este film podría llamarse perfectamente “El discreto desencanto de la burguesía”, versión distorsionada de “El discreto encanto de la burguesía”, la magistral sátira del inolvidable maestro y cineasta de culto Luis Buñuel.
Más allá de la trama dramática, “Asfixiados” posee otras cualidades que la transforman aun en más atractiva y disfrutable, como las sólidas interpretaciones de dos figuras relevantes de la cinematografía argentina como Leonardo Sbaraglia y Julieta Díaz, a lo cual se suma una estupenda fotografía de exteriores con tomas aéreas registradas por drones y un esmerado trabajo de montaje.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
Asfixiados (Argentina 2023). Dirección: Luciano Podcaminsky. Guión: Alex Kahanoff, Andrea Marra, Sebastián Rotstein y Silvina Ganger. Fotografía: Nicolás Trovato. Música: Cachorro López. Edición: Patricio Pena. Reparto: Leonardo Sbaraglia, Julieta Díaz, Marco Antonio Caponi, Zoe Hochbaum, Sofía Zaga Masri y Natalia Oreiro.
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