La memoria sin fronteras temporales como privilegio o como trauma, el bullying como expresión de violencia, el racismo como patología y la sexualidad como expresión de amor y en otros casos como mera válvula de escape emocional son los cuatro ejes temáticos sobre los cuales discurre “Los cinco diablos”, el drama de profundo acento surrealista de la realizadora francesa Léa Mysius, que indaga en lo más recóndito de la psiquis humana.
Esta es, sin dudas, una película inclasificable, en la medida que no encuadra en ningún género en particular, pero a su vez contiene varios géneros que se entrecruzan en un juego tan imaginativo como enrevesado.
No en vano, el título en castellano que replica al original en francés, puede sugerir a priori un film de terror de los tantos productos basura que abundan las pantallas de las salas cinematográficas, con un alto impacto en la taquilla.
Sin embargo, en realidad “Los cinco diablos” es nada más que el nombre que identifica a un local deportivo, concretamente un gimnasio, donde las personas concurren para ponerse en forma y mejorar sustantivamente su salud, mediante el ejercicio y la recreación.
Empero, aunque esta película no tenga ninguna relación con el cine de clase B tan habitual en la megaindustria paridora de adefesios bien livianos y comerciales cuyo único propósito es lucrar y engordar cuentas bancarias, igualmente alberga una aureola cuasi fantástica que envuelve a los personajes y los torna enigmáticos.
En ese contexto, la realizadora emplea el habitual recurso de los saltos temporales, con el propósito de construir una historia que, aunque se desarrolla en el presente, tiene un fuerte anclaje en el pasado, cuya comprensión resulta determinante para entender el meollo de la trama.
Por cierto, los personajes de este relato no son nada convencionales, porque todos tienen algo que ocultar. En efecto, en la psiquis de cada uno de ellos habita una suerte de mundo paralelo que convive, a menudo en forma conflictiva, con la realidad.
Los protagonistas de esta película, que en más de un aspecto resulta una experiencia fascinante, son Joanne (Adèle Exarchopoulos), una mujer blanca que imparte clases de natación en el gimnasio del título, que está casada con Jimmie (Moustapha Mbengue), un inmigrante africano que está absolutamente adaptado a su patria de adopción.
La pareja tiene una hija llamada Vicky (Sally Dramé), de tez oscura igual que su padre y de apenas ocho años de edad, que exhibe comportamientos extraños y tiene un sentido del olfato muy desarrollado, que es una suerte de memoria.
No en vano, puede saber perfectamente quien está cerca de ella y a qué distancia aunque tenga los ojos vendados y también encontrar a una persona que se esconde en un frondoso bosque privada del esencial sentido de la visión.
Esa extraño cualidad, que más que sensorial adquiere la dimensión de extrasensorial, hace de la niña una persona diferente y en muchos aspectos conflictiva y por cierto inadaptada. Incluso, tiene la costumbre de rotular frascos con denominaciones como “Mamá 1” y “Mamá 2”, que presuntamente contienen rasgos de su progenitora.
Obviamente, esta conducta la expone al bullyng de chicos de su edad, que la segregan por negra y por diferente, como sucede habitualmente en casi todas las sociedades occidentales, aun en aquellas donde en racismo no está demasiado arraigado.
Por supuesto, con estas prácticas la niña se sacude la pesada mochila que supone esa suerte de cualidad extrasensorial y a su vez se protege de un universo exterior hostil, que transforma para ella a la escuela en una auténtica tortura.
Todas esas circunstancias la convierten en una persona extremadamente vulnerable, al punto que incluso suele experimentar desmayos que la conducen a un pasado tan caótico como inextricable. En ese marco, toda la trama cinematográfica gira no torno a las turbulentas vicisitudes de esta extraña niña, para quien no hay paz ni tregua.
Empero, esas imágenes que se agitan como una suerte de tormenta en la memoria de esta pequeña, resultan ciertamente inteligibles hasta el desenlace de la historia.
En efecto, en el discurrir del relato esos fragmentos del pasado semejan meras alucinaciones, que a priori están absolutamente descontextualizadas de lo que sucede en el presente.
Empero, también su madre tiene algunas actitudes extrañas, que suelen poner a prueba su destreza física y su técnica nadando en un lago helado de la región en la que habita la familia, muy próxima a la mágica y paradisíaca cordillera de los Alpes, mientras su hija le toma el tiempo.
Por cierto, esta costumbre, que ha cultivado desde su adolescencia cuando ya exhibía inusuales cualidades atléticas, tiene el propósito de fortalecer su autoestima. No en vano, mientras practica este saludable deporte acuático, parece escindirse de su realidad presente y construir un mundo propio e imaginario que le otorga superlativa autonomía.
Para esta mujer, el agua, además de un estilo de vida por la actividad profesional que desempeña, es claramente un refugio, que le permite sobrellevar la circunstancia de tener una hija diferente y algunos recuerdos del pasado que realmente la turban.
Incluso, esta fémina, que tiene sus particularidades, no parece tener el mejor vínculo con su esposo africano, que parece un hombre frío y desaprensivo hacia su pareja. Sin embargo, esta conducta tiene su explicación, que el espectador va conociendo a medida que evoluciona la narración.
En ese contexto, aunque el desarrollo de la película discurre a través de la mirada de la pequeña, tanto el matrimonio como su excéntrica hija parecen ocultar algo que duele. Esa es la interrogante que se plantean los cinéfilos, que, con toda razón, observan como hipnotizados una película inusual.
Empero, Léa Mysius, directora y a la vez guionista, trabaja permanentemente con verdades ocultas hasta un desenlace que resulta tan impactante como desconcertante.
La compleja trama comienza a develarse cuando irrumpe Julia (Swala Emati), la hermana del padre de la protagonista, quien había sido desterrada del pueblo hacía diez años. Para saber el motivo de esta decisión colectiva que tomaron en su momento las autoridades de la comunidad, es menester aguardar al epílogo.
Por cierto, la llegada de esta mujer, que naturalmente también es africana, no es bienvenida por su hermano. En ese contexto, se plantea una nueva incógnita y otro desafío para el azorado espectador. ¿Por qué esta es una presencia indeseable y no bienvenida, tratándose de un familiar directo del hombre?
En efecto, el arribo de este nuevo personaje femenino, que naturalmente se aloja transitoriamente en la casa de la familia, parece turbar a todos, como si se tratara de una aparición fantasmal que recuerda momentos complejos.
En ese marco, el más molesto parece ser el hombre, que intenta vanamente que su hermana se aleje cuanto antes, con el propósito de no contaminar más la convivencia, que ya de por si era sumamente compleja. Empero, su esposa no parece compartir su actitud, lo cual deviene inexorablemente en nuevos conflictos de pareja.
Como si la trama no fuera ya lo suficientemente enrevesada, el guión incorpora un quinto personaje, que no es tan marginal como parece: una mujer joven con media cara quemada que trabaja limpiando los vestuarios del gimnasio, quien es interpretada por la actriz Daphne Patakia. ¿Quién es realmente esta persona que a primera vista es intrascendente y en qué circunstancias ha padecido esta grave lesión que le otorga un aspecto que genera entre misericordia y rechazo?
Aunque parezca sorprendente, ese rostro parcialmente calcinado es el contundente testimonio de un episodio que, por razones obvias, nadie quiere razonablemente recordar, porque involucra y relaciona a todos los personajes de la historia.
La creadora Léa Mysius descorre el velo que esconde secretos inconfesados, que paulatinamente arrojan luz sobre algunas circunstancias no totalmente claras. En efecto, hay conflictos y hasta algunas pasiones –en este caso prohibidas- que subyacen en este relato deliberadamente complejo.
En efecto, la primera escena, que parece extraída de una película del género terrorífico pero se diluye rápidamente, está, a primera vista, absolutamente descontextualizada del resto de la narración.
Sin embargo, el futuro desarrollo de los acontecimientos va abriendo paulatinamente esta auténtica Caja de Pandora, de donde emergen aluvionalmente verdades ocultas e inconfesables.
La imaginativa directora manipula con singular destreza las emociones de los espectadores, en una suerte de juego poblado por la imaginación y la sorpresa.
En ese contexto, este relato es una experiencia conceptual y sensorialmente muy atractiva, por el profundo magnetismo que ejerce sobre una platea virtualmente azorada por lo que observa y por lo que entiende o no comprende.
Contrariamente a lo que podría pensarse, esta no es una película policial, pero tampoco un exponente de terror sobrenatural. Es sí un film que juega permanentemente con las emociones, con las pasiones e incluso con los deseos más ocultos y desaforados.
Asimismo, de un modo no tangencial y por cierto bastante explícito, esta propuesta cinematográfica denuncia la cruda segregación racial que contamina a una sociedad que, como la francesa, se precia de evolucionada y progresista.
Incluso, la marginación también está elocuentemente expresada en esa extraña mujer con rostro calcinado que, sin embargo, puede igualmente atraer sexualmente a un hombre, quien es relegada a un trabajo de baja calificación, obviamente por la desafortunada circunstancia que la transformó en un ser humano cuasi monstruoso y más digno de clemencia que de consideración.
“Los cinco diablos” es sin dudas una película realmente atípica y nada habitual en nuestro circuito cinematográfico, que reflexiona, con singular profundidad no exenta de trasfondo alegórico y hasta fantástico, en torno a los graves problemas de inserción social que suele afrontar el diferente, los vínculos no convencionales, los deseos reprimidos, la memoria sin fronteras temporales y hasta las cualidades o presuntas aptitudes extrasensoriales, las cuales según la parapsicología- que pese a la contundencia de las evidencias sigue sin ser considerada una ciencia- constituyen una suerte de poder o dádiva de origen tan misterioso como irrefutable.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
Los cinco diablos (Les cinq diables). Francia 2022. Dirección: Léa Mysius. Guión: Léa Mysius, Paul Guilhaume. Fotografía: Paul Guilhaume. Edición: Marie Loutalot. Reparto: Adèle Exarchopoulos, Sally Dramé, Swala Emati, Moustapha Mbengue, Patrick Bouchitey y Daphne Patakia.
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