La vejez, la soledad, el desgarrador peso de la pérdida y la vulnerabilidad devenida de diversas patologías son los tres potentes, desafiantes y no menos dramáticos disparadores argumentales de “A los ojos de Ernesto”, el largometraje de la realizadora brasileña Ana Luiza Azevedo, que construye una historia intimista no exenta de ternura y, en algunos casos, hasta de humor.
Este film, que marca el regreso del gran actor uruguayo Jorge Bolani a la pantalla grande luego de su resonante éxito en la monumental “Whisky”, uno de los títulos más premiados y aclamados de nuestra cinematografía vernácula, es una historia deliberadamente asordinada que transcurre, en casi todo su curso narrativo, dentro de un humilde apartamento emplazado en Porto Alegre.
En ese contexto, el Ernesto del título encarnado precisamente por el gran actor de teatro compatriota, es un fotógrafo retirado, viudo y, por supuesto, una suerte de exiliado, sin que queden claros los motivos por los cuales emigró, que tiene un hijo Ramiro (Julio Andrade), con el cual interactúa con escasa frecuencia, ya que este vive muy lejos. En realidad, es un solitario empedernido y aunque no padece esa situación, es un hombre excesivamente serio e introvertido.
En tal sentido, sus vínculos se reducen a la relación amistosa que mantiene con un vecino argentino, encarnado por el talentoso Jorge D`Elía, que, a menudo, adquiere visos humorísticos. Son adultos mayores que se necesitan mutualmente para seguirse sintiendo humanos.
Este contexto plantea uno de los temas recurrentes de nuestra propia sociedad: la situación de las personas mayores que han quedado fuera del circuito productivo y deben seguir viviendo lo que les queda de tiempo, con el demoledor peso de los recuerdos, muchos de ellos traumáticos, las pérdidas, el olvido y las inevitables patologías que sobrevienen con la avanzada edad.
No en vano, este gobierno derechista que padecemos apeló a la excusa del aumento de la expectativa de vida y la crisis demográfica para justificar su confiscatoria reforma jubilatoria, como si vivir más fuera un delito y no un beneficio. Obviamente, para ellos, sus viejos son sagrados, pero los que no pertenecen a su casta privilegiada son meros desechos y así los tratan. Una prueba contundente de este desprecio por la condición humana y es el virtual desmantelamiento del Sistema de Cuidados instaurado por los gobiernos del Frente Amplio. Por supuesto, otra cara del drama son las pasividades sumergidas, que están incluso por debajo de los 17.000 pesos mensuales, que es la jubilación mínima.
Incluso, un aspecto que no ha sido debidamente debatido es que los trabajadores cuando pasan a la condición de pasivos dejan de percibir aguinaldo y pierden muchos de los beneficios que si ostentan los activos en materia sanitaria, cuando más los necesitan para atender el advenimiento de patologías propias de su edad.
Para el protagonista de esta película de superlativa sensibilidad, la vida es una mera experiencia inercial, que se limita a dejar pasar las horas del día que se tornan eternas por el hastío que lo embarga. Por supuesto, su mayor preocupación, además de la paulatina pérdida de la vista, es el cobro de su menguada pensión que recibe todos los meses desde Uruguay.
Obviamente, su situación no es menos angustiante que la de miles de jubilados uruguayos, que cobran estipendios de hambre luego de haber consagrado más de la mitad de sus vidas al trabajo.
Empero, las rutinas del agobiado protagonista cambian radicalmente con la irrupción de Bía, una joven paseadora de perros y ladrona arrepentida, encarnada por la actriz Gabriela Poester, quien vive en situación de calle. Empero, esa realidad de miles y tal vez millones de personas que sobreviven en la pobreza en los países periféricos, tiene también su paupérrima expresión en Uruguay, donde más de los 5.000 montevideanos sobreviven a la intemperie, agobiados por el frío y el hambre.
Naturalmente, la fortuita visitante, que no tiene donde ir y ha soportado la violencia, tiene edad para ser la hija del protagonista, por lo que la hipótesis de un romance es altamente improbable, por más que la historia pretenda ser parangonada con “La tregua”, la emblemática novela del inolvidable poeta, narrador y ensayista isabelino Mario Benedetti.
Más allá de fronteras etarias y generacionales, entre los dos personajes hay algo en común que realmente los une, ya que la joven no tiene familia y el añoso hombre es padre de un hijo pero tiene escaso contacto con él.
¿Pueden dos personas tan diferentes mantener un vínculo y hasta compartir el mismo techo? Aunque a priori la respuesta a este interrogante pueda ser negativa, el decurso del relato corrobora que lo que parecía imposible es posible.
Aunque pueda resultar patético, esa joven se transformará para Ernesto en una suerte de bastón, que logrará compensar parte de sus carencias y limitaciones, particularmente la visual, que es la más importante que padece el anfitrión.
En efecto, esta joven, que sabe leer, se transforma en una suerte de puente entre el desdichado hombre y su historia, a través de una comunicación epistolar que tiene mucho de descubrimiento.
Partiendo de la tesis que para un hombre de casi 80 años de edad el mayor tramo del ciclo vital está constituido por el pasado, este vínculo, que tiene mucho de simbiótico, le permite a Ernesto recuperar parte de las vivencias y tal vez los amores que permanecen dormidos en el arcón del recuerdo.
Basada en la historia real de un retratista italiano con un único vínculo en Europa, Ana Luiza Azevedo elabora, junto a Jorge Furtado, un guión que se ajusta perfectamente al discurso cinematográfico de la obra.
Aunque no queda claro el motivo por el cual el protagonista reside en Brasil, subyace la idea que se trata de un exiliado político escapado de la dictadura que asoló a nuestro país durante doce largos años, quien adoptó la decisión de radicarse definitivamente en Brasil, un país que- más allá de sus contradicciones- suele empatizar con los extranjeros, particularmente si se trata de uruguayos.
Empero, esta suerte de dilema no parece ser realmente el disparador de una película producida con un escaso presupuesto, pero impregnada de emociones a flor de piel que rescata lo mejor de la condición humana. Contrariamente a lo que inicialmente podría suponerse, en esta historia la vejez no está presentada como un drama, como si sucede en “El padre”, film franco-británico dirigido por el dramaturgo galo Florian Zeller, protagonizado por el dos veces oscarizado Anthony Hopkins, quien encarna a un anciano de 83 años de edad que padece demencia senil e incluso confunde a su hija con su empleada doméstica. En este caso, la ancianidad está expuesta con toda su dramática crudeza.
En efecto, el protagonista de este gran film, que le permitió a Hopkins obtener su segundo Premio Oscar (el primero lo logró con su inconmensurable actuación protagónica en “El silencio de los inocentes”), es un hombre emocionalmente devastado, que no reconoce ni a sus propios familiares y hasta confunde un hospital psiquiátrico con su casa.
La situación de Ernesto, que a diferencia del personaje de Hopkins está literalmente solo, es radicalmente diferente. Por más que se esté quedando ciego- coyuntura que para un fotógrafo por razones obvias es una suerte de tragedia- este hombre tiene la capacidad de vincularse con otras personas de diferentes edades.
Aunque es muy serio y hasta taciturno, es igualmente bastante asertivo. Esa cualidad le permite sobrellevar el peso de los años y, aunque es consciente que le queda bastante menos de tiempo de vida del ya transcurrido, no se trauma pensando en el final de su ciclo vital.
Empero, no es realmente un depresivo, patología que en muchos casos deviene en tristeza y luego en melancolía y, cuando ya no se avizoran esperanzas, puede derivar en la autoeliminación, cuadro que ha sido muy bien investigado y analizado por la psicología.
De todos modos, cuando Ernesto parecía quebrado y ya resignado, la irrupción de esta chica absolutamente desprejuiciada transforma su vida, porque ahora, en lugar de mirarse en el espejo de su vejez, comienza a mirarse en el espejo de su circunstancial compañera de convivencia.
Como lo confesó la propia directora y guionista en reiteradas entrevistas concedidas a medios de prensa, esta película es “una historia que habla del lado bello de la vejez, de las personas que en la vejez pueden elegir la forma de vivirla, de que seguimos teniendo deseos y voluntades. Tenemos que hablar más de la vejez, sin demagogia o como un problema. La vejez nos da límites que no elegimos, pero lo que sí podemos es elegir como lidiar con eso”.
Esta reflexión define la materia de la que está construido el film “A los ojos de Ernesto”, que demuele literalmente los prejuicios dominantes en el imaginario colectivo en torno a la ancianidad y sus eventuales estragos.
En efecto, este relato- que tiene un epilogo imprevisto- no oculta las limitaciones que devienen del advenimiento de los años, pero sí potencia la cualidad de empatizar y de asumir que no todo está perdido y aun hay experiencias por vivir.
Aunque el cansancio físico derivado de los años sea inocultable, la clave es mantener la fortaleza emocional y la autoestima, condición sine qua non para seguir teniendo proyecto de vida, partiendo de la tesis que el desenlace común a todos es por supuesto inexorable.
Naturalmente, sin Jorge Bolani en el papel protagónico esta película carecería de la calidad interpretativa de un actor realmente de fuste y todoterreno, capaz de situarse bajo la piel de personajes diversos, siempre con el mismo talento, pasión y compromiso.
Aunque “A los ojos de Ernesto” no es ciertamente una película política, en su mensaje subyace la convicción que la ancianidad debe ser abordada, en el debate público, sin los prejuicios y la estigmatización característica del sistema de acumulación capitalista y el modelo de mercado, que, salvo excepciones –la de las clases privilegiadas- condena a las personas de avanzada edad a una suerte de exilio que es más psicológico que espacial, porque el individuo ha dejado de ser un engranaje del aparato productivo.
FICHA TÉCNICA
A los ojos de Ernesto. Brasil-Uruguay 2019. Dirección: Ana Luiza Azevedo. Guión: Ana Luiza Azevedo y Jorge Furtado. Montaje: Assis Brasil. Fotografía: Glauco Firpo. Música: Leo Henkin. Reparto: Jorge Bolani, Gabriela Poester, Jorge d´Elia, Julio Andrade, Glória Demassi, Áurea Baptista y Marcos Contreras.
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