La OTAN y el chantaje de Erdogan

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El presidente de Turquía Recep Tayyip Erdogan levantó el veto al ingreso de Suecia a la OTAN. El precio no solo lo paga el gobierno de Estocolmo sino también el de Washington, y la UE.

Para empezar, Suecia está obligada a hacer reformas a su constitución. Se votó una ley contra el terrorismo a sabiendas que el significado de la palabra no es coincidente entre ambos países. Terroristas para Erdogan son los opositores y los periodistas que desentonan el coro monocorde del autócrata.

Terroristas también son los miles de refugiados kurdos que viven en Suecia, algunos evidentemente vinculados con el PKK el partido de los trabajadores kurdos, catalogado por la UE como un grupo terrorista. El gobierno sueco ya expulsó a algunos.

No solo Suecia sino Europa toda deja abandonados a los kurdos de las Unidades de Protección Popular Kurda (YPG) los verdaderos ganadores de la guerra en Siria. Fueron esas unidades de hombres y mujeres armados por EE. UU. que derrocaron al califato de ISIS que abarcaba Iraq y Siria. Luego, abandonados por el presidente norteamericano Trump, para permitir que Erdogan los bombardeara en territorio sirio, evitando un avance a Turquía e Iraq para establecer la república del Kurdistán.

La legislación sueca no permite vender armas a países que tienen conflictos militares internos y/o externos. Con el acuerdo de Vilnius, Suecia tendrá que vender armas a Turquía u otros socios de la OTAN sin importar que estén liados en conflictos bélicos.

El trago más amargo para Suecia es el que puede afectar la libertad de expresión. Suecia es una de las democracias más desarrolladas del mundo y entre sus cuatro leyes fundamentales figuran dos: la ley de libertad de prensa protege la libertad de expresión en forma impresa y hablada. Es la más antigua del mundo (1796) y la libertad de expresión permite incluso el derecho a la blasfemia. Es la explicación para la quema del Corán en plaza pública que tuvo lugar en Suecia, en enero último.

El gobierno de Suecia, una coalición de conservadores, demócrata cristianos, liberales y neonazis está estudiando la posibilidad de limitar esa libertad, porque puede cultivar – dicen – la islamofobia. El gobierno sueco se ha comprometido además a “observar” al grupo de Fethullah Gülen, líder musulmán exiliado en EE. UU. acusado por Erdogan de haber sido el promotor de un intento de golpe y calificado de “terrorista”.

Washington también agachó la testa. Biden prometió a su colega turco la venta de los F-16, a pesar de que depende de la aprobación de su parlamento. EEUU no quiere vender la nueva versión del avión porque Turquía tiene un conflicto con Grecia por unas islas en el Egeo. Biden condicionó la posible venta: “no deben surcar cielos griegos; Grecia es socio de la OTAN”.

A la hora nona, Erdogan metió el tema de la Unión Europea. Horas antes de la cumbre de la OTAN dijo que la suspensión del veto contra Suecia dependía del retorno de su país a la mesa de UE. En 1999 fue declarado candidato oficial, pero en 2015 lo suspendieron por el giro autoritario del presidente Erdogan.

Turquía tiene una clara importancia geopolítica en las convulsiones actuales de su zona de influencia. Erdogan, sin ser aliado es amigo de Putin, propició varias reuniones entre los contendientes cuando se inició la guerra, autor de la suscripción del acuerdo sobre cereales varados en puertos ucranianos que salieron por el Mar Negro al mercado mundial. Erdogan también estuvo en Kiev para darle apoyo a Zelenski bajo el principio de la integridad territorial. Después de Vilna podría sumarse al boicot contra Rusia.

Por el otro lado la incorporación de Suecia a la OTAN era ansiada por los estrategas militares porque tiene la isla de Gotland frente a Letonia y a una diagonal de Kaliningrado. Para Rusia el mar Báltico es su única salida comercial con destino a occidente. Rusia después de la invasión a Ucrania quedó taponeada por Finlandia, los tres países bálticos y ahora Suecia.

El cambio de paradigma, después de 200 años de neutralidad y no alineamiento militar, tiene el apoyo de más del 60% de los suecos. Desde la cumbre de Vilna, Suecia carecerá de ese perfil internacional propio que lo caracterizaba.

Un nostálgico diría que la Suecia de Palme, después de una larga agonía, murió en Vilna.

Por Carlos Decker-Molina

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