¿Solo fue una pequeña revuelta?

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“EL VIGÍA” N° 8

 

¿Solo fue una pequeña revuelta?

Alfredo Falero*

La revuelta en la periferia de París parece haber terminado. Pero quizás solo parece, veamos. Los sucesos que siguieron al asesinato por la policía de un adolescente francés de origen magrebí, es decir intensas protestas concentradas y fuerte represión policial en unos pocos días, ya parecen cosa del pasado.  Desde aquí, a la distancia, tal vez puede recordarse como una revuelta puntual ocurrida entre fines de junio y principios de julio que ocupó algunos minutos en las noticias internacionales. Claro que cuando sucedían los hechos, nadie tenía claro el nivel de expansión y prolongación de las protestas. El miedo al “contagio” estaba presente. Nadie podía asegurar que iba a pasar y en Francia particularmente, el fantasma de 2005 aparecía una vez más.

Conviene comenzar recordando un poco lo ocurrido hace casi veinte años y que fue tan significativo respecto al tema. Tras la muerte de dos jóvenes musulmanes de origen africano que escapaban de la policía en un suburbio (en una “banlieue”) de París a fines de octubre, en noviembre las protestas se habían extendido rápidamente a otras ciudades de Francia e incluso a otras ciudades de Europa. Incendio de coches entre otros incidentes, por un lado, represión y violentos enfrentamientos con la policía y descalificación política de los participantes por el otro, lo cierto es que lo ocurrido en 2005 contribuyó a hacer visible la situación de precariedad laboral y educativa de muchos jóvenes. Más aún, mostraba esa “otra Francia” que existía más allá de sus atractivos turísticos y el consumismo de una parte de la población.

Sociólogos como Loic Wacquant o Gérard Mauger entre otros, han examinado la gran heterogenidad de ese “precariado” de los márgenes, pero particularmente el componente territorial de las protestas. Había entonces -como ahora- una organización de la vida a partir del territorio en que se habita y en el que se comparte que implica una condición social de segregación, discriminación y estigmatización racista, susceptible de transformarse en una “causa” y también en un repertorio de acciones colectivas posibles.  El investigador Michel Kokoreff ha dicho recientemente que el patrón de “joven negro o de raza árabe que muere como resultado de una interacción violenta con un agente de policía” en la historia social de los disturbios urbanos se puede rastrear a la década del setenta. También se puede recordar lo ocurrido en 2020 en Mineápolis, Estados Unidos, con el difundido video de la rodilla de un policía en el cuello de George Floyd, su muerte y los eventos de indignación y protesta posteriores.

Pero a los efectos de este artículo, lo interesante puede ser marcar dos elementos: uno es que el territorio es clave en las diversas movilizaciones entre 2005 y los eventos recientes. Como territorio urbano segregado –que en versión primer mundo tiene más infraestructura que en versión ciudad de país periférico, pero no deja de ser segregación- significa separación física y social, “guetización” con todo lo que eso implica en educación, trabajo, etc.  De Francia a Uruguay, a las sociedades no le quita especialmente el sueño esta situación social compleja de los márgenes de las grandes ciudades con efectos hacia el futuro donde el tráfico de droga es sólo uno de los aspectos. A menos, claro, que tenga consecuencias violentas observables –como lo ocurrido- y los medios masivos de comunicación se ocupen del tema por unos días.

Ahora bien el territorio es protagonista no solo como convergencia de lugar de habitación y de levantamientos populares, sino como expresión y despliegue de otras acciones colectivas y protestas. Que haya suplantado a la fábrica y al lugar de trabajo como centro de gravedad de expresiones colectivas no es una novedad y hace a los cambios globales en curso.

Recordemos: también el territorio fue protagonista en las movilizaciones de 2016 cuando un millón de personas se echó a la calle el 31 de marzo para expresar su rechazo a la “Ley del trabajo” del gobierno Hollande. En ese año apareció el movimiento “Nuit debout” (noche en pie) que ocupaba plazas y lugares públicos y generaba ámbitos de discusión, aunque con una composición social diferente a los casos anteriores (una de las críticas que se le hizo fue precisamente la ausencia de los habitantes de los barrios populares). Más recordados fueron los “chalecos amarillos” que por 2018 y 2019 ocuparon calles, rotondas y estacionamientos de supermercados en Francia a raíz del aumento del impuesto al combustible. De algún modo inédito por su forma y su contenido, con una composición social más variada, no faltó la confrontación con la policía o los focos de los grandes medios en los eventos violentos desplazando el centro del tema. Fue la ocupación del territorio nuevamente la clave de este movimiento.  Finalmente, en 2023, todavía están frescas las enormes manifestaciones contra la reforma de las pensiones que el presidente Macron debió hacer aprobar por la fuerza.

Un segundo elemento a marcar, es el carácter de irrupción de las diferentes movilizaciones a partir de un evento puntual como desencadenante. El sostenimiento de las acciones y la acumulación política potencial es la debilidad. Mauricio Lazzarato –que visitó fugazmente a fines del año pasado Uruguay- ha señalado que las revueltas, las insurrecciones, producen el problema de no poder totalizar y sintetizar las luchas y a la vez la imposibilidad de permanecer en la dispersión y en la diferencia.

El punto a subrayar aquí es que la irrupción es lo visible, pero implica mucho más que eso. La imagen geológica puede ser de utilidad para ver esto. Como observación simple, un volcán activo puede no parecerlo. Pero en los hechos se sabe que el ascenso del magma para constituir una erupción es cuestión de tiempo. Lo que está debajo de la superficie es la clave explicativa. Marx utilizó aquella idea del “viejo topo” para las revoluciones de 1848: bajo esa superficie, tan sólida en apariencia, había movimiento.

Esto nos trae a América Latina porque también aquí, la forma que asume la acción colectiva es la de eventos puntuales que terminan convergiendo en irrupciones o levantamientos populares. La idea de “malestar social” se ha utilizado en estos casos para sintetizar lo que socialmente está debajo y se expresa como una erupción a partir de eventos puntuales. Por ejemplo, los levantamientos populares de 2019 en Chile y Colombia. Pero la expresión “malestar social” no deja de ser una idea vaga como para explicar procesos sociales complejos como la falta de expectativas, la desigualdad social, la violencia endémica o profundizada en barrios periféricos, la perspectiva de no poder revertir la reproducción de situaciones sociales críticas o que no se puedan construir proyectos alternativos reales.

¿Cómo se canaliza todo eso? Mientras en Europa hoy avanzan expresiones políticas de derecha o neofascistas, en América Latina, por el momento esas irrupciones han impulsado salidas progresistas aunque sin estar clara la proyección de las mismas. Por ejemplo, en Chile la potencia de lo alternativo degeneró en un bloqueo y una incapacidad de traducirse en cambios efectivos. No sería de extrañar que la indiferencia hacia lo político y el mayor protagonismo de la derecha ocuparan de nuevo en breve el centro del escenario político chileno.   No obstante, una clave para seguir pensando estos temas sigue estando allá y aquí no sólo en salidas electorales –un reduccionismo muy propio de Uruguay- sino en ese magma social y la capacidad de convertirlo en una síntesis alternativa contra la gestión neoliberal de los graves problemas sociales que se han acumulado.

15 de julio 2023

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* Dr. en Sociología, SNI – ANII

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Ideas sin fundamento parte 3
Por Luis Fabre

El cuestionamiento en la Primera parte a la propuesta de un tren de superficie entre la Plaza independencia y El Pinar, vincula mis argumentos con el hiper consumo  de energías  por la humanidad.  En esa macro escala el “crecimiento” debe adecuarse al contexto de nuestros países siendo inversamente proporcional a la situación de cada uno respecto a niveles que cumplan  mínimos estándares de vida. Para así no negarles crecer a los que no llegan a ellos y frenar y disminuir la sobrexplotación de recursos no renovables por los que ya los tienen. No obstante la discriminación positiva a los primeros se justifica en tanto se regule el consumo se esos recursos. El número de países es alto en nuestra región de América  y , paradójicamente  , son algunos los mismos que tienen bienes como el litio y pueden producir  hidrógeno “verde” que lo vinculan al humanamente imprescindible del agua. Puntualmente, el crecimiento del parque automotor privado es un índice engañoso de crecimiento si se toma en cuenta su consumo de energías, tiempo y espacios, en relación al servicio global a la sociedad.

Otra mirada

Poniendo el foco en la movilidad actual en Montevideo reseño del economista Jorge Caumont en “El país” del 3 de julio: “La cantidad de automóviles y otros medios de transporte que hay en nuestra capital impone costos…”Caumont detalla los costos explícitos  del gasto individual y los implícitos del tiempo perdido en  circular por la urbe. Y agrega; “el costo de perdida de eficiencia de la economía, el gasto sin contrapartidas “…” sin solución a la vista que se hayan asegurado para evitar o disminuir las consecuencias más visibles de la superposición vehicular existente”: Pero sin cuestionar la saturación sino sus consecuencias. MI argumentación apunta a su esencia en tanto sostengo no imprescindible y sobre todo no conveniente al haber devenido de componente de libertad individual en rupturista que el describe como “externalidades del tránsito actual”. Una de ellas la distorsión de la vida barrial residencial y los valores inmuebles causados por la dispersión de empresas buscando disminuir tiempos de tránsito. Y, de mi parte, una de exclusión; en Montevideo el Servicio de Tránsito de la Intendencia, discrecionalmente, sin base médica ni estadística etaria de siniestros, ¡no permite manejar a mayores de 80 años!

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