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Termine o no la guerra, el mundo ya no es el mismo

Nota 4 de 4

Carlos Decker-Molina

El declive del orden internacional neoliberal es un tema complejo que no tiene respuestas fáciles. Hay quienes sostienen que el sistema se ha deslegitimizado y la prueba es el ascenso de China y otros países autoritarios, otros creen que el orden neoliberal puede reformarse para enfrentar los nuevos desafíos del siglo XXI.

Remplazar el sistema con autocracia y/o dictadura o mejorar el sistema liberal introduciendo el reformismo y desechando el neoliberalismo, es el reto de los próximos años, siempre que no emerjan los monstruos de los que hablaba Antonio Gramsci.

Es importante señalar que la democracia sin justicia social no es más que la puesta en escena de las elecciones y nada más. No se trata de arreglar algunos mecanismos de la democracia para resolver el meollo de las desigualdades.

El contrato fundacional de la democracia que dice que todos somos iguales, ha quedado dañado por el neoliberalismo. El tema fue abordado incluso por los capitalistas de Davos. El fundador del Foro Klaus Schwab escribe: “El capitalismo descuidó el hecho de que una empresa es un organismo social, además de un ente con fines de lucro. Esto sumando a las presiones ejercidas por el sector financiero son respecto a la obtención de resultados a corto plazo, provocó que el capitalismo estuviera cada vez más desconectado de la economía real. Somos muchos los que hemos visto que esta forma de capitalismo ya no es sostenible”

Francis Fukuyama, el autor del Fin de la historia, publicó un nuevo libro titulado “El liberalismo y sus desencantados: Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales”, que plantea el renacimiento del liberalismo desprendido del neoliberalismo.

Así, la preocupación ha llegado a las entrañas mismas del capitalismo. No se trata de borrar al capital, éste no podrá desaparecer porque le sirve tanto a los EEUU como a China, igual que a la UE, a Rusia y a los países de la periferia.

Los analistas que señalan el “declive liberal” en sus textos, sugieren un mundo multipolar no hegemónico. El problema es que ese mundo multipolar que respete los sistemas políticos por encima de los negocios, no existe. Un pequeño ejemplo:

Cuando el Nobel de la Paz de 2010 fue concedido al disidente chino Liu Xiaobo, la cancillería china a través de sus embajadores exigió que los países latinoamericanos con los que tenía negocios no asistan a la premiación y tampoco se pronuncien a favor. Venezuela (Chávez) y Bolivia (Morales) fueron los más y genuflexos y elocuentes críticos del Nobel.

China amenazó a Noruega con romper relaciones comerciales. El canciller Jonas Gahr Störe envió una respuesta oficial en la que recordaba que el premio es independiente del gobierno de Noruega. Gobiernos autoritarios o dictatoriales no entienden que exista independencia del poder ejecutivo de entidades tales como el Nobel, el poder judicial y la federación de fútbol.

Si China tuvo esas veleidades en 2010, éstas han crecido en la actualidad. La multipolaridad no garantiza ser más justa; lo único rescatable es que los países de la periferia podrán dejar de ser dependientes de un solo polo imperial; eso, siempre que les permitan, porque la tendencia es satelizar a los países amigos tanto de un lado como del otro. Y volverse satélite de una dictadura no garantiza la igualdad social y económica; por eso es imperativo crear entidades unificadoras como la UE tanto en América latina y sobre todo el África en base a la democracia.

Recuérdese que la democracia nació en Europa. Es el continente de la ilustración, de la revolución francesa y cuna de la democracia. Para enfrentar el embate ideológico del comunismo de la antigua URSS, Europa fortificó la democracia liberal y creó la sociedad de bienestar. Las instituciones sindicales, patronales y los partidos políticos, han sido actores del desarrollo europeo. Como simple seña del ayer político, el eurocomunismo nació en Italia, Francia y España. Es una muestra de la gran capacidad creativa en materia ideológica que tiene el viejo continente.

Si para los estadounidenses liberalismo es comunismo, para los europeos el liberalismo social es la cuna ideológica del reformismo socialdemócrata y socialcristiano.

Esta es la fortaleza de Europa, pero, la prolongación de la guerra puede resquebrajarla. Entonces levantarán la cabeza los monstruos de los que hablaba Gramsci.

Los críticos de la democracia occidental son dos: la derecha, que pretende nacionalizar el pensamiento, y la izquierda, que pretende lo mismo pero agrega como hecho consumado la obsolescencia del sistema democrático y confunde capitalismo con democracia. A la izquierda le falta una nueva definición de patriotismo para oponer al nacionalismo de la derecha.

Los peligros de hoy en la UE son la alianza de la derecha conservadora con la derecha neonazi o ultranacionalista. El declive de los proyectos reformistas liderados por el socialismo democrático en alianza con liberales, socialcristianos y con los comunistas europeos cede terreno a los extremos.

La gran confusión de hoy es entre neoliberalismo y liberalismo. No está lejos la comparación con la confusión que se dio entre reformismo socialista y comunismo. Tanto Rosa Luxemburgo antes de la Gran Guerra, o Guerra Mundial I. y Antonio Gramsci después, propusieron un socialismo democrático en un mundo que aún no emergió totalmente. Hoy se necesitan teóricos y políticos que planteen, no soluciones, sino caminos a transitar. La indiferencia de la que hablaba Gramsci es peligrosa.

Ante la disyuntiva de si nos prepararnos para la revolución o para el reformismo, la respuesta a la primera opción es negativa: no hay sujeto de la revolución. El proletariado ha sido remplazado por la IA (robots y algoritmos en la industria, en el comercio y en la vida particular); por eso, lo único que queda es el reformismo y para conseguirlo debemos luchar por la separación del liberalismo entrampado por el neo, porque el liberalismo de Thomas Hobbes o de Thomas Hill Green puede abrir el espacio para el ejercicio del socialismo democrático.

La hostilidad neoliberal contra el Estado es simplemente irracional. Los estados son necesarios para proporcionar bienes públicos, sostienen desde Fukuyama hasta Soros. Esa hostilidad se entiende porque el neoliberalismo es un capitalismo sin controles. El ejemplo emblemático es la implosión de la URSS, los viejos jerarcas del PCUS se convirtieron en oligarcas gracias a un mercado sin controles estatales ni jurídicos.

El neoliberalismo no critica solamente la regulación económica por parte del Estado; también critica las políticas sociales diseñadas para mitigar la pobreza y las desigualdades. Es muy común escuchar que políticas que incentivan a buscar trabajo deben ser canceladas, porque según el neoliberalismo “el receptor del subsidio deja de buscar empleo”. Esos Incentivos habían sido impulsados por socialdemócratas, comunistas y liberales, cuando éstos últimos aún no habían sido hipnotizados por los economistas de Chicago. Se pueden discutir los montos y el tiempo de los subsidios, pero no suprimirlos y dejar sin resguardo a las víctimas de las revoluciones industriales y/o postindustriales.

El auge del neoliberalismo va en paralelo al de Internet a pesar de que comenzó como un proyecto piloto, en Chile en 1973, durante la dictadura militar. Ese proyecto, hay que recordarlo, contó con el entusiasta asesoramiento de los llamados “Chicago Boys”. Cuando irrumpió Internet en la década de los 90, aparecieron los llamados tecno libertarios que se sintieron atraídos por la idea de un orden espontáneo. Ellos estaban seguros de que la cibernética, el nuevo mundo digital, iba a ser la base de un mundo descentralizado, compartiendo recursos, sin el beneficio ni la mano de los gobiernos.

Se estableció en todo el mundo una crítica feroz contra el Estado al que de alguna manera se lo emparentó con el comunismo. El fin de la URSS de algún modo fue el fracaso del Estado. Esa tesis es falsa: “la crítica estaba inspirada en la ideología neoliberal más que en la observación empírica”. El Estado que nace en los pliegues de la revolución francesa, la revolución inglesa y la estadounidense, tiene una semilla burguesa que no tiene nada que ver con el comunismo.

La historia, la experiencia de muchos economistas y las teorías de políticos antiguos y modernos, nos acercan a una verdad irrefutable: “hay bienes públicos que los mercados no proporcionarán jamás”.

Vuelvo a Fukuyama, que da dos ejemplos con ideologías diferentes: Japón y Corea del Norte . Durante sus épocas de apogeo, el Estado jugó en esos países el rol principal. Y, recordemos que, en el desarrollo de la propia Internet, encontramos la mano del Estado, a través del Departamento de Defensa de los EEUU.

Si vuelvo a los años de la postguerra se encuentra el avance del sistema social liberal con políticas socialdemócratas o socialistas en alianzas puntuales con comunistas, liberales y socialcristianos. ¿Podremos actuar de una manera parecida, sino similar, después del 24 de febrero del 2022?

El gran problema de los países que pertenecieron a la URSS o a su órbita como Hungría o Polonia para no citar a todos, es la ausencia de “Estado”.

Engels, en su clásico El origen de la familia, la propiedad privada y Estado, sostiene que el Estado es resultado de la necesidad de proteger la propiedad privada. Según el autor la intensificación agrícola (de aquel entonces) provocaría la especialización de la fuerza laboral, nacerían las clases y sus rivalidades y esa situación de hecho iría a necesitar de la mediación del Estado. Por su parte Franz Oppenheimer dice que el Estado fue construido para consolidar la desigualdad entre pueblos que resulta de cualquier conquista.

Ucrania está en plena formación de su Estado nacional, que Putin mira como la construcción ejecutada por nazis, cuando es solo uno de los efectos del sovietísmo, que no nació como la alianza de obreros y campesinos sino como la formación de una coraza geográfica y política que fue el muro de contención de las ideas capitalistas sobre todo la “cultura occidental”. Fue la forma aislar el núcleo de la revolución de contaminaciones varias.

En esas circunstancias los países que se desprendieron de la tutela rusa quieren construir su Estado nacional. Es una manera de explicar el autoritarismo húngaro y/o polaco. Finalizar la guerra significará ceder tanto para Rusia como Ucrania. Y para este último país importará reconstruir su estado nacional, pero bajo las nuevas premisas que incorporan los derechos humanos y la igualdad ciudadana para alejarse de toda tentación autoritaria o dictatorial.

Para cerrar esta digresión, cito a Ece Temelkuran, ensayista turca exiliada en Hamburgo: “La democracia sin justicia social no es más que una puesta en escena de sí misma”. Temelkuran nos dice también que “la mayor amenaza para la democracia es confundirla con el capitalismo”

 

 

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