CINE | “Almamula”: Crónica de un adolescente crucificado

Tiempo de lectura: 7 minutos

La más descarnada homofobia, el visceral odio al diferente, la despiadada discriminación y los mitos regionales fuertemente arraigados en el imaginario colectivo traccionados por la ignorancia y la superstición son los cuatro núcleos temáticos de “Almamuela”, el controvertido film del cineasta argentino Juan Sebastián Torales –radicado en París hace varios años-, que pese a haber obtenido premios y reconocimiento en varios prestigiosos festivales internacionales, fue virtualmente ignorado en su país por la crítica especializada.

Esta película, rodada en Santiago del Estero, que tiene reminiscencias autobiográficas del director, es una potente denuncia sobre el rechazo enfermizo de algunas personas a las opciones sexuales diferentes, que constituye un artero ataque a la libertad individual que suele identificase con la democracia.

Empero, este tema admite más de una reflexión, acorde a los avances registrados en los últimos años en materia de equidad de género, el reconocimiento a la identidad homosexual sin exclusiones y hasta el travestismo.

En nuestro país, durante los gobiernos del Frente Amplio, fueron ampliados sustantivamente los derechos, con la aprobación de la ley de identidad de género, que permite a una persona cambiarse el nombre en función de su opción sexual, la ley de matrimonio igualitario que habilita al casamiento entre personas del mismo sexo, la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo y la denominada Ley Tras, que ampara a este colectivo, que si bien es minoritario, igualmente debe ser reconocido.

Sin embargo, por más que se intente concientizar y más allá que  las decisiones de los gobiernos institucionalicen los derechos, esa circunstancia no siempre tiene su correspondiente correlato en las sociedades, donde aun subyacen prejuicios, creencias y hasta un visceral odio al diferente, tanto de hombres como de mujeres.

Se trata de un tema eminentemente cultural que trasciende a la mera esfera jurídica, porque está profundamente imbricado en la matriz identitaria y en centenarias tradiciones que atañen a la idiosincrasia de los pueblos.

En este caso, todo está cubierto por un denso manto de hipocresía y un doble discurso, que por un lado rechaza y en algunos casos hasta criminaliza al diferente y, por otro, encumbre prácticas tan deleznables como la explotación sexual de menores, que en el lenguaje jurídico y también en el vulgar se denomina pedofilia. En Uruguay, por supuesto tenemos un caso notorio e impactante que transvesaliza al propio sistema político, como las denuncias contra el ex senador blanco Gustavo Penadés, que están actualmente en la órbita de la Justicia.

Aunque el desaforado legislador pertenece a una centenaria colectividad partidaria sumamente conservadora, que jamás cuestionó explícitamente al machismo de génesis patriarcal, a la misoginia y a la homofobia, igualmente amparaba en sus filas a un pedófilo, que enfrenta una decena de testimonios acusatorios que sepultaron definitivamente su carrera política.

Por supuesto, nadie está fustigando su reconocida homosexualidad, sino su proceder –que es también abuso de poder- que consistía en remunerar económicamente a menores de edad a cambio de favores sexuales, lo cual constituye un grave delito previsto en el código penal.

En ese contexto, “Almamula” pone en tapete la discriminación de los hombres gay, en un contexto local realmente complejo y cargado de odio y de violencia, tanto implícita como explícita.

No en vano, el protagonista de esta historia es Nino (Nicolás Díaz), un adolescente homosexual, quien padece la discriminación generalizada por haber sido encontrada en una actitud algo ambigua con otro joven, pero aceptable para una sociedad que debe pregonar, ante todo, la tolerancia.

A raíz de esa situación, el chico es sometido por sus pares de su vecindario a una terrible paliza, que incluye golpes de puño y patadas. Esa circunstancia fuerza a su familia a migrar al campo en la provincia de Santiago del Estero, aunque esa decisión, lejos de ser una solución, se transforma en un nuevo problema.

Allí, su padre Ernesto (Cali Coronel) trabaja en la industria forestal, oficiando de capataz de un grupo de rudos obreros, quienes, obviamente, son visceralmente conservadores.

Mientras el progenitor del protagonista adopta una actitud bastante prescindente al no acompañar ni amparar a su hijo, su madre, que se llama Estela (María Soldi) es refractaria a la opción del muchacho. En ese contexto, lo inscribe en un curso de confirmación en la parroquia de la localidad, lo cual se transforma en un verdadero calvario para el infortunado Nino, quien debe soportar el pesado catecismo de un sacerdote vigilante y castrador.

Sin embargo, la mujer, que condena a su vástago a la represión, alberga en su interior una suerte de represión sexual, que se sustancia en miradas al torso desnudo de los trabajadores que regentea su marido, quien es bastante mayor que ella.

Se trata de un ama de casa hastiada y rodeada de sirvientes, que realmente no tiene un concepto de valoración del trabajo físico y hasta cuestiona a su esposo por haber adoptado la decisión de mudarse. Realmente, la pareja no parece tener mucha sintonía ni comunicación, a excepción de las explicaciones del hombre, quien se limita a explicitar y justificar el motivo por el cual la familia está residiendo en un lugar tan desolado.

En tanto, Natalia (María Grimaldi), la hermana de Nino está en plena eclosión del despertar sexual, lo cual se expresa en juegos eróticos no muy explícitos con amigos y amigas, que no tienen nada de inocentes aunque son normales a su edad.

En ese marco, el cineasta Juan Sebastián Torales ensaya una minuciosa radiografía del comportamiento y las actitudes del núcleo familiar, como así también de una comunidad radicalmente intoxicada por la religión católica, pero también por mitos ancestrales firmemente arraigados en el imaginario social, que se nutren de la más rampante ignorancia y la superstición.

Incluso, la misteriosa desaparición de un niño abona esas creencias, ya que todos le atribuyen la responsabilidad por lo sucedido a la Almamula, particularmente su madre María (Luisa Lucía Paz), quien celebra extraños ritos con el propósito de recuperar a su hijo.

Se trata de un personaje legendario, concretamente una mujer, que en el pasado habría cometido incesto, al mantener relaciones sexuales con su padre, su hermano e incluso en cura del pueblo.

Según el mito, esa pecaminosa chica habría sido transformada por Dios en una mula y condenada a vagar por el campo con pesadas cadenas en sus piernas. Por supuesto, todos los sucesos extraños son atribuidos a este personaje de leyenda, devenido es una suerte de fantasma para los lugareños.

Lejos de atemorizarse con esta suerte de fenómeno demoníaco que provoca un generalizado espanto y rezos a granel, el adolescente se obsesiona con él y hasta concurre habitualmente al espeso monte, con el propósito de ser testigo de su aparición.

En tal sentido, Nino, aunque es rechazado por la mayoría de los pobladores y seducido por un obrero, desafía abiertamente el letal poder de la Iglesia y se masturba frenéticamente por falta de contención sexual. Para él –y obviamente tiene toda la razón- ese acto no tiene nada de pecaminoso.

Por supuesto, ese ejercicio de auto-placer lo hace en la más absoluta reserva, consciente que, si es descubierto, será duramente reprimido, acorde a los mandatos de una sociedad contaminada por los prejuicios y por las creencias.

Vicios ocultos y virtudes públicas, parece ser la consigna de esta película en cierto sentido inclasificable, que hurga en los inconfesos secretos de gente simple pero invadida por los prejuicios nacidos de creencias irracionales.

En este largometraje, que para nada está exento de surrealismo y hasta de realismo mágico, la célebre frase “la religión es el opio de los pueblos”, en preclaro ideólogo comunista Karl Marx, adquiere un superlativo significado.

Es el que sentido y la razón de ser de ese poblado bucólico y pachorriento pese a la intensa actividad desplegada por los trabajadores que talan árboles sin cesar, es la veneración a ese Jesús supliciado y torturado hasta la muerte que pende de una inmensa cruz, como una suerte de metáfora del sufrimiento. Al igual que el profeta de Nazareth, también el protagonista de esta película es crucificado por gente hostil y víctima de sus propias represiones.

En efecto, esta es la demoledora crónica de un adolescente crucificado por querer usufructuar su libertad de opción y por no respetar los preceptos de la mayoría. El resultado de seguir sus impulsos, es la descarnada abominación por parte de gente dogmática, que le rinde pleitesía a la imagen de un hombre clavado a un madero y agonizante.

En tal sentido, el propio paisaje –que parece arrancado de las mismas entrañas de un texto del emblemático escritor salteño Horacio Quiroga- parece respirar, refleto por los sonidos ambientales del viento y la variopinta fauna autóctona.

En realidad, en este caso la música la produce la propia naturaleza, horadada y devastada por la deforestación, que tiene obviamente un superlativo valor económico y comercial.

Más allá de la formulación visual, acorde con las peculiares características del paraje, Torales trabaja particularmente con el perfil psicológico de los personajes, desde el protagonista, que “peca” en secreto al igual que su aparentemente respetable y devota madre, hasta una hermana en pleno estallido hormonal y un padre presente para financiar el presupuesto del hogar pero ausente para ocuparse de la problemática de su propio hijo.

En ese marco, el líder natural de ese conglomerado humano, que se mueve por mero instinto gregario, es el cura párroco, un auténtico represor y una suerte de Torquemada encubierto.

“Almamula” es, sin dudas, un film controvertido y si se quiere por su planteo hasta irreverente, porque explicita algunos temas habitualmente soslayados por las sociedades del presente, que siguen atadas a prejuicios anclados en un pasado remoto que se resiste a quedar definitivamente sepultado en el tiempo.

En tal sentido, esta película aborda la temática de la represión desde la mirada de un homosexual hostigado y denigrado por su condición del tal, acorde a los rígidos códigos de un colectivo radicalmente fanatizado y enferma de odio y culpa.

En este relato, que es a la vez luminoso y oscuro, conviven, simultáneamente, el tórrido calor del ambiente con el efecto congelante de los estereotipos sociales subyacentes.

Esta propuesta cinematográfica de superlativo valor artístico y por supuesto reflexivo, por la inconmensurable belleza de sus cuadros paisajísticos y su paleta de colores, la atinada y sugestiva utilización de los propios sonidos de la naturaleza mínimamente ultrajada por el ser humano y por las ambiguas actitudes no exentas de exacerbación de las personas, es una auténtica bofetada al más crudo dogmatismo, que resiste inmutable el inexorable transcurrir del tiempo y se instala en el presente como poder hegemónico, al igual que en la oscurantista Edad Media.

FICHA TÉCNICA

Alma mula. Argentina, Francia, Italia 2023. Dirección. Juan Sebastián Torales. Guión: Juan Sebastián Torales. Música: Mateo Locasciulli. Fotografía: Ezequiel Salinas. Montaje: Juan Sebastián Torales. Sonido. Federico Forleo y Emiliano Cobal. Reparto: Nicolás Díaz, María Soldi, Cali Coronel, Martina Grimaldi, Luisa Lucía Paz, Tania Dar

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

 

 

(Síganos en TwitterFacebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA

Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.