EEUU se plantea una revolución tecnológica

Tiempo de lectura: 8 minutos

El principal aspecto de la confrontación entre EEUU y China no es militar, pese a la notoriedad del tema en las agendas informativas. Tampoco tiene su ápice en los sin duda importantes aspectos diplomáticos, militares e ideológicos. Sus dimensiones fundamentales son tecnológicas y económicas, y es la primera vez en la historia que esos parámetros priman sobre los demás.

Los primeros en así definirlo han sido los chinos, dejando claro que su objetivo es desplazar a Estados Unidos como superpotencia tecnológica y económica del mundo. Su punto de partida es que tiene una economía mucho más grande y tecnológicamente más avanzada que la Unión Soviética en su apogeo y, a diferencia de su predecesor soviético, está profundamente integrada en la economía global.

China considera que el dominio de las industrias avanzadas es clave para la seguridad nacional. Su objetivo es aumentar su poder estableciendo una preeminencia global en una amplia gama de tecnologías en desarrollo. Muchas de ellas, como la biotecnología, la inteligencia artificial y la industria aeroespacial, son fortalezas actuales de Estados Unidos. Como resultado, es probable que China continúe empleando políticas comerciales y económicas “mercantilistas de la innovación”, que según Occidente incluye “el robo descarado de propiedad intelectual y la transferencia forzada de tecnología, junto con subsidios masivos a las industrias nacionales” para lograr este objetivo.

Estas tácticas ya se han demostrado con éxito en el acero, la construcción naval, los paneles solares, los trenes de alta velocidad, las pantallas LCD, las baterías y las telecomunicaciones avanzadas, afirma Michael Brown, actual socio de Shield Capital, académico visitante en la Institución Hoover de la Universidad de Stanford y ex director de la Unidad de Innovación de Defensa del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Tiene una interesante carrera focalizada en la innovación militar: https://itif.org/person/michael-brown/

En rigor, hoy hay una discusión en ámbitos de decisión estratégica de EEUU dada por quienes quieren romper con políticas centradas en sólo limitarse a coartar el robo de propiedad intelectual, contrarrestar las prácticas comerciales desleales, limitar la industria de semiconductores de China mediante controles de exportación y fortalecer al ejército estadounidense. La Ley CHIPS y Ciencia y la Ley de Reducción de la Inflación, aprobadas por el Congreso de EEUU el año pasado, prometen apoyar la producción nacional de semiconductores y tecnología limpia, pero no llegan a ofrecer un enfoque integral para ganar la carrera tecnológica.

De manera similar, la política de la administración Biden de “invertir, alinearse y competir”, descrita por el secretario de Estado Antony Blinken en mayo de 2022, no respalda la financiación, la coordinación del sector privado ni las ventajas competitivas a la escala que se necesitan para mantener la supremacía del país en tecnologías avanzadas.

La alternativa que se está planteando es la de promover una nueva revolución tecnológica, con financiación a la empresa privada proporcionada por el Estado para objetivos que éste defina. Este esfuerzo se define como “un esfuerzo total para ganar la competencia con China”. Esto significa una campaña multigeneracional que involucrará grandes inversiones en ciencia, desarrollo tecnológico y manufactura nacional; un sector privado comprometido para crear capacidades nacionales; y acciones sostenidas para hacer que las tácticas chinas no sean rentables.

Desde el Estado, EEUU necesitará identificar las tecnologías críticas y emergentes del próximo siglo y desarrollar planes coherentes y detallados para fomentarlas. Ya las administraciones de Trump y Biden han creado listas similares de 19 tecnologías críticas y emergentes, incluidos semiconductores, ,computación cuántica, inteligencia artificial, informática avanzada, biotecnología, hipersónica y sistemas espaciales. Pero dado que 17 de estas 19 tecnologías están siendo lideradas por el sector privado y tienen usos tanto civiles como militares, existe una necesidad apremiante de alinear al sector privado con el liderazgo nacional.

En rigor, en EEUU se ha hecho muy poco para coordinar la acción gubernamental y ofrecer incentivos a la academia y al sector privado para que se centren en estas áreas y crear así un escudo defensivo contra la depredación tecnológica china dirigida a empresas y universidades estadounidenses. Si Washington no logra desarrollar e implementar tal estrategia y, en cambio, permite que Beijing tenga éxito en su búsqueda de dominio tecnológico, EEUU terminará siendo sólo la cáscara de lo que fue.

No sería ésta la primera revolución industrial propiciada por Washington. En 1791, el secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, propuso la primera para fomentar el crecimiento de la manufactura nacional. Durante la II Guerra Mundial el desarrollo de EEUU estaba retrasado en relación al resto del mundo indutrial, al punto de que ni siquiera tenía un servicio de inteligencia y dependía de las importaciones europeas.

En junio de 1945, Vannevar Bush, quien como presidente del Comité de Investigación de la Defensa Nacional sirvió como asesor científico del gobierno de Estados Unidos, propuso crear un sistema de universidades de investigación financiadas con fondos federales y estrechamente vinculadas con agencias gubernamentales, la industria y el ejército. Su establecimiento condujo a avances significativos y convirtió a Estados Unidos en el líder mundial en ciencia e ingeniería. Tras el lanzamiento del satélite Sputnik por parte de la Unión Soviética en 1957, EEUU se centró en desarrollar las tecnologías necesarias para ganar la carrera espacial, incluidos cohetes, satélites, semiconductores, máquinas herramienta de control numérico, células solares, los primeros prototipos de software y muchos otras tecnologías avanzadas.

Pero la historia no se repite fácilmente. Hoy no existe un consenso sobre la futura política industrial estadounidense ni sobre cuándo y cómo debería aplicarse. Por parte de quienes están a favor, se argumenta que el país que tenga la capacidad de innovar más rápido y mejor, aumentar la participación del mercado global en la producción industrial avanzada y asimilar nueva tecnología en toda su economía, determinará el resultado de la competencia entre China y Estados Unidos en las próximas décadas. El planteo estratégico es “reconocer y apoyar la amplia gama de tecnologías actualmente en juego, así como impulsar avances y avances en nuevas tecnologías”.

Hubo momentos en la historia en que una sola tecnología podía definir una época. La edad de bronce (3300 ac a 1200 ac) la definió, y las posibilidades de su aleación con estaño le puso fin. La energía proveniente del vapor se empleó en la industria europea a partir de 1784, aunque la primera máquina de vapor fue la Eolípila, creada en el siglo I por Herón de Alejandría, pero ignorada por el oscurantismo en la edad media europea.

Hoy, en cambio, se inventan, adoptan y adaptan múltiples tecnologías al mismo tiempo, con el resultado de que el país que pueda establecer una posición dominante en varias áreas a la vez obtendrá la mayor ventaja. Nunca antes se habían utilizado tantas tecnologías nuevas en combinación, ni los beneficios del liderazgo tecnológico para el crecimiento económico y el poder militar habían sido más dramáticos.

Ganar la carrera tecnológica con China significa, ante todo, que Estados Unidos y sus aliados lideren tecnologías, como las de semiconductores, inteligencia artificial, materiales avanzados y biotecnología, que probablemente sustentarán industrias enteras. Pero antes de llegar a utilizar lo militar como opción, la segunda línea de defensa es económica. Al mismo tiempo, Estados Unidos debe trabajar con sus aliados para defender el dominio económico de Occidente sobre China. Con 17.000 millones de dólares, la economía de China es la segunda más grande del mundo y se acerca a los 23.000 millones de dólares de Estados Unidos. Pero el PIB combinado de Estados Unidos y sus aliados y socios asciende a 50.000 millones de dólares, en comparación con sólo 19.000 millones de dólares de los PIB combinados de China, Rusia, Corea del Norte e Irán. Tampoco alcanza con la suma del PIB de los cinco países BRICS, y los otros seis que ingresan ahora. Lo cierto es que otras naciones como Brasil, Nigeria, Camboya, Pakistán y Sudáfrica aún no están en la órbita de China. y las fuertes políticas industriales avanzadas de Estados Unidos y sus socios pueden ayudar a mantenerlos en su actual situación.

Estados Unidos necesitará liderar un impulso coordinado para apoyar las tecnologías avanzadas emergentes y limitar las capacidades de China para mantener esta ventaja. Finalmente, las leyes estadounidenses pueden impedir que China utilice la sociedad liberal y abierta de Estados Unidos para fortalecer su propia base tecnológica mediante el robo de propiedad intelectual, el ciberrobo, el espionaje industrial y las relaciones comerciales mercantilistas. Pero impedir tales acciones, se requieren leyes más estrictas y una participación y aplicación más activa por parte de las organizaciones de inteligencia y aplicación de la ley de las naciones aliadas.

Aunque el gobierno de Estados Unidos por sí solo no puede implementar una política industrial avanzada aliada concreta, puede hacer mucho para ponerla en marcha. Se necesitará liderazgo en Washington para crear una estrategia integrada que sincronice las decisiones políticas entre las agencias gubernamentales e induzca al sector privado y a las instituciones de investigación a alinear su trabajo con las prioridades nacionales. Y esto incluye establecer las condiciones y objetivos para la innovación, adopción y producción de nuevas tecnologías específicas durante muchas décadas.

Una estrategia eficaz a largo plazo para ganar la carrera tecnológica con China requerirá un enfoque múltiple. Para empezar, el gobierno debería comunicar al pueblo estadounidense la importancia de esta competencia, su largo cronograma y las inversiones a gran escala que serán necesarias para un resultado exitoso. Será necesario un cambio cultural para lograr que los estadounidenses participen de este esfuerzo. Una de las formas de lograrlo sería llamar más la atención sobre los logros estadounidenses en ciencia y tecnología, reconociendo y honrando a aquellos individuos y empresas que están ayudando a ganar esta carrera, tal como Estados Unidos celebró a sus astronautas durante la carrera espacial con la Unión Soviética.

Sin embargo, lo más importante es la necesidad de un marco político integral para las industrias avanzadas. Esto será esencial para asegurar el liderazgo de Estados Unidos en el desarrollo, la adopción y la ampliación de tecnologías emergentes. Los partidarios de este desarrollo consideran que EEUU ya no puede esperar que un enfoque de laissez-faire tenga éxito al competir con la estrategia industrial vertical y bien articulada de China, reforzada por consistentes inversiones de gran carácter.

De parte de EEUU, los niveles adecuados de inversión para la financiación federal anual de investigación en ciencia e ingeniería debería aumentar al dos por ciento del PIB. Ese nivel igualaría el punto máximo histórico alcanzado en la década de 1960 y representaría un aumento espectacular con respecto al actual 0,66 por ciento del PIB. En particular, también equivaldría a multiplicar por nueve el gasto autorizado en la Ley CHIPS y Ciencia, o 460.000 millones de dólares al año. Hoy, EEUU está noveno en el ranking mundial de inversión en Investigación y Desarrollo, con 2,84% del PIB. Con el agregado de 1,34%, estaría bajo el primero en el ranking, que es Israel.

Esta inversión a gran escala es necesaria porque el gobierno es la única fuente de capital de riesgo que puede sostenerse para implementar tecnologías innovadoras a largo plazo. Aunque algunos podrían esperar que el sector privado realice estas inversiones, los directores ejecutivos de las empresas y los capitalistas de riesgo están más centrados en horizontes temporales mucho más cortos. Tal como lo ha hecho durante las últimas siete décadas, el apoyo gubernamental a la investigación (tanto financiación directa como inversiones fiscales) puede estimular la creación de nuevas industrias, lo que puede dar lugar a empresas como Google y Microsoft que crean plataformas globales y millones de trabajadores bien remunerados. Pero estos esfuerzos deben ir más allá de la investigación e incluir incentivos para que las empresas amplíen sus innovaciones y fabriquen a nivel nacional. De lo contrario, otros países, incluidos los rivales estadounidenses, se beneficiarán del desarrollo de nuevas tecnologías estadounidenses.

El objetivo de China en la carrera tecnológica es claro: en palabras del propio líder chino Xi Jinping, es “alcanzar y superar” a Estados Unidos. Washington no debería subestimar las implicaciones de esa declaración. Si Xi logra su objetivo, por primera vez en más de 150 años Estados Unidos no sería el líder económico y tecnológico del mundo. Si China logra ganar dominio tecnológicopodrá establecer estándares globales que favorezcan los valores autoritarios y capturar miles de millones de dólares en producción económica. Además, EEUU y sus aliados se volverán dependientes de China para una serie de nuevas tecnologías, como la computación cuántica y la criptografía, la computación avanzada, las telecomunicaciones avanzadas y la bioingeniería, que son fundamentales tanto para el desarrollo económico como para la seguridad nacional. El poder coercitivo de China crecerá y la economía estadounidense sufrirá una reducción de los empleos bien remunerados vinculados a estas nuevas tecnologías.

El liderazgo militar estadounidense también disminuiría debido tanto a las desventajas tecnológicas como a la menor asequibilidad en una economía en contracción. En consecuencia, Estados Unidos se vería obligado a hacer grandes concesiones. Inevitablemente, el ejército estadounidense se vería cada vez más obligado a reducir sus actividades a la tarea central de defender la patria.

 

 

(Síganos en TwitterFacebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA

Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.