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UN DOCUMENTO IMPRESCINDIBLE
Porque hay que ver “Civiles Armados” en Netflix

Desde que se terminó la Segunda Guerra Mundial, en 1945, lo que sucedió durante la agonía y desaparición del Tercer Reich en Alemania y el eclipse del Imperio de Hirohito en Japón, se transformaron en cuestiones clave, no solo para los historiadores sino para todo el mundo. Un cúmulo de interrogantes son fundamentales, no para entender el pasado sino para avizorar el futuro, no en Europa, no en Asia, sino a nivel planetario.

Fenómenos que le arrebataron la vida a más de 50 millones de seres humanos, que incluyeron varios genocidios, el Holocausto y Auschwitz, las masacres atómicas de Hiroshima y Nagasaki, los experimentos más crueles, el racismo más feroz y monstruoso, la tierra quemada, decenas de millones de mutilados y desplazados, de hogares destruidos y ciudades arrasadas. Todo pareció haber cambiado repentinamente entre mayo y agosto de 1945.

Los nazis se esfumaron, un puñado fue juzgado y ahorcado, muchos miles de criminales fueron protegidos por los servicios secretos de las grandes potencias o se reciclaron cómodamente en Europa, en Norteamérica, en América del Sur, en Asia. Los criminales de guerra japoneses apenas fueron juzgados y el máximo delincuente, el emperador Hirohito ni siquiera sufrió el allanamiento de su palacio, amparado por los estadounidenses.

Pero ¿Qué fue lo que pasó realmente? ¿Cuáles fueron los mecanismos sociales y psicológicos que permitieron enjugar la culpa y montar la ficción de una “hora cero” a partir de la cual la vida siguió y la penuria fue olvidada u ocultada? Durante décadas muchos investigadores han trabajado específicamente en ese momento clave para entender lo que sucedió. Sin embargo, exponer los hallazgos sobre hechos terribles y cuidadosamente ocultados, sobre culpas y responsabilidades, es un campo todavía minado por la amnesia, la tergiversación, la mentira y los residuos pestilentes de la Guerra Fría y el negacionismo.


“Civiles armados: el Holocausto olvidado” (Ganz normale Männer – Der «vergessene Holocaust» Alemania/2022). Es una película documental dirigida por Manfred Oldenburg que también es el autor del guión. Oldenburg tiene una obra tan reconocida y galardonada sobre este tema como poco traducida [i]. Para este documental reunió fotos y películas que no se han visto en otro lado, gráficos e información muy precisa. Sobre todo es una experiencia escuchar los testimonios de Benjamin Ferencz, quien fue fiscal en los juicios de Nuremberg (recientemente fallecido a los 93 años); el eminente historiador estadounidense Christopher Browning; el psicólogo alemán Harald Welzer, y otros especialistas (Hilary Earl, Stefan Kühl y Stefan Klemp) [ii].

Es un privilegio ver a Christopher Browning en la actualidad refiriéndose a una de sus investigaciones más célebres que es la que ha dado pie a Oldenburg para su película. En 1992 Browning publicó Ordinary Men: Reserve Police Battalion 101 and the Final Solution in Poland (Ed. HarperCollins). La traducción al español, publicada por Edhasa, se titula Aquellos hombres grises. El Batallón 101 y la Solución Final en Polonia.

Esta obra fue considerada como una impresionante contribución a la historia del Holocausto y provocó una encendida polémica, debido al peculiar enfoque con que aborda los asesinatos masivos de judíos que asolaron la Polonia ocupada entre julio de 1942 y noviembre de 1943. El Batallón 101 de Policía de Reserva, por si solo, ejecutó a 39.000 judíos y envió a 44.000 al campo de exterminio de Treblinka. La pregunta clave a la que dió respuesta esta investigación era ¿cómo fue posible que una unidad formada por alemanes comunes y corrientes, se convirtiera en un grupo de asesinos despiadados capaces de las mayores atrocidades?

Mediante la minuciosa reconstrucción de la historia de esos hombres, trabajadores, artesanos y profesionales reclutados en su ciudad de origen (Hamburgo) quedó probado el proceso mediante el cual esa unidad policial se convirtió en uno de los batallones de la muerte (Einsatszgruppen) que actuaron en el Holocausto.

Browning empleó años siguiendo el juicio a que fueron sometidos en Alemania más de doscientos miembros de ese batallón, casi veinte años después de sus terribles crímenes cometidos entre mayo de 1942 y mediados de 1943. Efectuó interrogatorios y siguió actualizando su trabajo al obtener fotos y películas tomadas por los propios criminales. Estas imágenes terribles son muy escasas porque estaba rigurosamente prohibido registrar la masacre de hombres, mujeres y niños.

También es un privilegio ver en el filme, el testimonio de un anciano Benjamín Ferencz (1920-2023) que hace 60 años fue el fiscal estadounidense que actuó en los juicios de los Einsatszgruppen. Eran operaciones que se trataba de ocultar pero, como dice Ferencz, los nazis cometieron dos errores. Uno de ellos fue que todos los fusilamientos y deportaciones fueron prolijamente registrados por escrito y enviadas a Berlín. El segundo error fue que “yo encontré esos registros” dice Ferencz que entonces era un joven fiscal.

La obra de Browning es fundamental para entender como se llevó a cabo la Solución Final y el gran mérito de Oldenburg es haber reunido un conjunto de valiosos testimonios para profundizar en un aspecto clave de la cuestión: las características de los distintos tipos de perpetradores, las formas en que se justificaron los crímenes aberrantes y los mecanismos psicológicos que permitieron a la gran mayoría de los alemanes eludir las responsabilidades y a los criminales sus culpas.

Después del Holocausto y los tremendos crímenes de nazis y fascistas, hubo otros genocidios, otras limpiezas étnicas y otras persecuciones, asesinatos, torturas y desapariciones. Los mecanismos para eludir las responsabilidades, para tergiversar la historia y para sustentar el negacionismo son similares. Por eso es que Civiles armados tiene gran vigencia e interés, sobre todo para quienes tienen hoy menos de cuarenta años de edad.

En menos de una hora Oldenburg desmonta, pieza por pieza, las justificaciones y nos remite al origen de los campos de exterminio. Auschwitz y las demás fábricas de la muerte no pueden ser comprendidas sin tener en cuenta la acción de los Einsatzgruppen (o de la Gestapo, las SS y desde luego la misma Wehrmacht).

El régimen nazi, que había creado los campos de concentración para recluir a los opositores políticos ya en 1933, fue desarrollando un proceso de “acostumbramiento” al odio y a la violencia. Es cierto que el clímax exterminador se desató a partir de la llamada Conferencia de Wannsee, el 20 de enero de 1942, cuando bajo la batuta de Heydrich se impartieron las directivas a todos los jerarcas del régimen para el exterminio de los judíos, los gitanos, los eslavos.

Es falso el argumento de que quienes no participaran en las masacres corrían riesgo de vida. En un proceso relativamente rápido, estos hamburgueses comunes (zapateros, peluqueros, obreros, oficinistas e incluso profesionales, plomeros, pintores, carniceros, panaderos, etc.) se dividieron en tres grupos: el de quienes se volvieron sádicos asesinos y torturadores, el de los indiferentes que hacían los que se les decía y el de quienes se negaron a participar en los crímenes (aunque no hicieron nada para impedirlos). Estos últimos fueron insultados, aislados y aplicados a los menesteres más bajos (la limpieza de las letrinas, el lavado de ropa y cocina, el acarreo) pero su vida o su integridad nunca corrió peligro.

El psicólogo, sociólogo y politólogo alemán Harald Welzer (n. 1958)[iii] es uno de los encargados de exponer los mecanismos exculpatorios que operaron en el Batallón 101. Señala, por ejemplo, que el comandante Wilhelm Trapp no era el típico jefe autoritario (sus subordinados lo llamaban “papá Trapp”) y que cuando les daba la orden de ir a fusilar hombres mujeres y niños a quemarropa se lamentaba de que no tenía más remedio que darles esa orden y que quien no quisiera cumplirla se podía ir. Quejoso pero mandaba a matar. “Cuando no sabemos que es lo correcto generalmente no se hace nada” dice Welzer.

Cuando se constituyó el batallón de policía, en 1942, 160.000 hombres se presentaron porque lo veían como una forma de eludir el enrolamiento en la Wehrmacht que desde fines de 1941 venía sufriendo fuertes bajas en el frente germano-soviético. Como la oferta fue grande los nazis escogieron a 24.000, preferentemente entre quienes fueran sus simpatizantes.

En forma relativamente inorgánica, el Holocausto ya había comenzado en la Polonia ocupada desde octubre y noviembre de 1939, porque la Wehrmacht disparaba a civiles indefensos. En particular, al cabo de la guerra resultó que seis millones de judíos habían sido asesinados, la mitad de esa cifra en los campos de exterminio, un millón mientras se encontraban en prisión y durante las marchas de la muerte que se produjeron en los últimos meses de la guerra y dos millones fueron fusilados. La mayoría de esas muertes son imputables a los batallones de la muerte de la policía que actuaban detrás de las lineas del frente (agrupados en los Einsatzgruppen A,B,C y D).

A principios de 1947, Ferencz encontró los archivos que documentaban los crímenes de los Einsatzgruppen. Quince años después 24 capitanes y otros  jefes fueron juzgados. Welzer dice que eran personas educadas, de clase media, algunos de ellos con doctorados universitarios. Otros testimonios dicen que el público esperaba que los jefes fueran feos, locos, desequilibrados, sádicos pero, por el contrario aparecían como hombres comunes y corrientes. En el filme se analizan tres o cuatro casos, entre ellos el de Otto Ohlendorf, que causaba buena impresión porque era “honesto” y confesó plenamente sus crímenes aunque sin mostrar ni un átomo de arrepentimiento. Ohlendorf decía que fusilaría a su hermana si se lo ordenaran. De hecho él no mató a nadie pero ordenó a los 600 hombres de su batallón que mataran a 60.000 judíos. Este y otros cinco o seis capitanes fueron condenados y ahorcados.

El “bautismo de fuego” del Batallón 101 se produjo el 13 de julio de 1942. Ese día llevaron a 1.500 judíos a un bosque y allí los fusilaron, uno por uno. Para insensibilizar a los soldados no despersonalizaban, es decir eran obligados a dispararles a sus víctimas a quemarropa. La experiencia fue horrible, muchos se descompusieron y vomitaban. Los mandos establecían que los efectos de cada día debían ser borrados mediante reuniones de camaradería. Harald Welzer señala que Ohlendorf adujo que “sus hombres sufrían más que las víctimas”, adoptando así el recurso de la autovictimización de los perpetradores. Un mecanismo psicológico de reinterpretación absurdo.

Los oficiales enseñaban a los soldados que no debía dispararse a una madre por un lado y a su hijo pequeño por otro. Recomendaban que la madre tuviera a su hijo en brazos contra su pecho y el soldado debía disparar apuntando al niño, a corta distancia, de modo de matar a ambos con un solo proyectil.

El comandante Trapp, reclamaba la solidaridad de sus hombres para cumplir las ordenes criminales y dejaba entender que si eres débil podías negarte pero era a costa de tus camaradas que debían cumplir con la espantosa tarea. Hay que ver las imágenes y seguir el análisis de distintos casos para comprender la magnitud de estos crímenes. Ese es el gran valor de la película.

Welzer explica que el primer paso para transformar a estos hombres comunes en asesinos despiadados es establecer la distinción entre “nosotros “ y “ellos”. Este proceso en relación con los opositores políticos y con los judíos había empezado antes de la guerra a través de un proceso público en que “ellos” perdían su trabajo, los echaban de sus hogares, arianizaban sus negocios. La definición teórica como diferentes y un trato también diferente en la práctica creaba las condiciones para la violencia.

Browning interviene señalando que para los perpetradores “era lo que tenían que hacer, era su trabajo”. Cada uno de ellos desarrolló su propia justificación: “alguien tiene que hacer el trabajo sucio”, “es un deber histórico” (Ohlendorf creía que los bolcheviques eran judíos), “soy mejor que otros”. Los actos se traducen como algo moralmente bueno, en un sentido de redención. No es obediencia ciega sino que interpretan las órdenes en una forma favorable para ellos.

En total hubo 130 batallones de policía. El 101 ocupó el cuarto lugar en cuanto a la cantidad de muertes. En general 60.000 policías estuvieron involucrados en las masacres y deportaciones. De 172.000 investigados solamente 500 fueron condenados y la gran mayoría amnistiados en poco tiempo. 210 integrantes del Batallón 101 fueron interrogados pero solamente 14 fueron condenados a penas menores. Todos exhibieron mucha autocompasión y ningún arrepentimiento. Los miembros del batallón se ven como dobles víctimas: primero fueron encargados de una tarea sucia y después se los juzgó con una ley post facto (porque según ellos y su defensa lo que hicieron era horrible pero no ilegal en aquel momento).

Welzer termina diciendo que mientras haya quien pueda decir “solo soy un engranaje, no soy responsable” cualquier cosa puede pasar. Hay que ver este filme en Netflix antes de que a alguien se le ocurra bajarla de cartelera.

[i]   En junio del 2004 se publicó Ideologie Und Militarisches Kalkul: Die Besatzungspolitik Der Wehrmacht in Der Sowjetunion 1942. Esta investigación es un antecedente de sus trabajos sobre “Civiles Armados”. No ha sido traducida y solamente se consigue, con gran dificultad, en alemán.

[ii] La edición del filme estuvo a cargo de Dirk Hergenhahn, la fotografía corresponde a Domenic Barbero, Tobias Corts, Ed Regan y Björn Schneider. Duración: 58 minutos. Desde hace unos días está disponible en Netflix.

[iii]  Harald Welzer estudió  en la Universidad de Hannover. Obtuvo allí su doctorado en sociología en 1988 y en psicología social en 1993. Es director del Centro Interdisciplinario de Investigación para la Memoria de Essen y uno de los administradores principales de los proyectos del Programa de Investigación sobre el Clima del Instituto de Estudios Culturales (Kulturwissenschaftlichen Instituten). Es profesor de psicología social en la Universidad de Witten/Herdecke, miembro asociado del  Memory Center for Myth an Ritual in American Life  de la Universidad de Emory en los Estados Unidos.

Su investigación, su docencia y sus publicaciones se centran en la memoria histórica, la violencia de masas o grupos, el Holocausto así como el cambio climático, el calentamiento global y las guerras climáticas.

En su libro Opa war kein Nazi, Welzer se ocupó del nazismo desde la perspectiva de psicología social, examinando el comportamiento de las personas en la vida cotidiana y familiar y la forma en la que se recuerda ese período. Aunque el pasado del nacionalsocialismo es relativamente cercano, dentro de las familias ni se escuchaba ni se hablaba de responsabilidad o culpa. En todo caso se trivilizaba o se daba por desconocido. El conocimiento sobre el Holocausto era mínimo y abstracto.

En su libro del 2005, Täter. Wie aus ganz normalen Menschen Massenmörder werden, Welzer profundiza en los resultados de  las investigaciones de Christopher Browning sobre la motivación de los delincuentes nazis que formaron parte de los Einsatzgruppen y las SS y como a menudo mostraban biografías completamente normales, así ocurría con figuras como Franz Stangl o Werner Best quienes desarrollaron una racionalidad justificatoria para los crímenes. El asesinato era visto como un mero trabajo. Welzer extiende sus investigaciones sobre las motivaciones y el desarrollo de una racionalidad que permite justificar cualquier asesinato a la Guerra de Vietnam, al Genocidio en Ruanda y a las Guerras de Yugoeslavia, desarrolladas entre 1991 y 2001.

En su libro del 2008 Klimakriege (Guerras climáticas, publicado en español en el 2011), Welzer describe el calentamiento global y el cambio climático que resultan subestimados como amenazas a la sociedad humana. Uno de los primeros efectos del cambio climático sobre la sociedad es la aparición de la violencia extrema. En el curso de los acontecimientos derivados del cambio climático la violencia se considera cada vez más como una estrategia de resolución de problemas.

 

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