“Disturbios”: El autoritario panóptico social

La ideología anarquista como radical respuesta a las sociedades planificadas y a la despiadada explotación laboral de la fuerza de trabajo, hija del capitalismo más salvaje, es el tema central que desarrolla “Disturbios”, el tan removedor como contundente largometraje del joven pero talentoso realizador suizo Cyril Schäublin,  quien, por esta película, que destaca por sus simbolismo y construcción estética, obtuvo el premio al Mejor Director en el prestigioso Festival de Berlín.

La película, cuyo título original es “Unruhe”, vocablo que traducido al castellano significa inquietud o desasosiego, es un portentoso cuadro histórico y simbólico filmado con una escritura visual por momentos magistral, que explora, en profundidad, la radical colisión entre el industrialismo de fines de siglo XIX con las ideas emancipadoras de un anarquismo fermental, una corriente revolucionaria que nutrió el primigenio sindicalismo que, por entonces, ya comenzaba a alzarse como una barrera para detener los abusos del capitalismo más predador.

No en vano, esta historia, que casi no tiene argumento ni personajes protagónicos, está ambientada en el cantón suizo Saint-Imier, en 1877, una pequeña sociedad rigurosamente planificada cuya principal industria es la fabricación de relojes.

En tal sentido, el cineasta es consecuente con sus propios genes y orígenes, ya que nació precisamente en una familia de relojeros, una tradición muy extendida en el pequeño país europeo. En efecto, los relojes suizos siempre han sido famosos por su superlativa calidad y precisión.

Obviamente, el título en castellano de esta película en cierta medida inclasificable, alude precisamente a estos dispositivos que miden el tiempo, ya que la rueda de disturbios es una pieza que mueve todos los engranajes del mecanismo del reloj.

En buena medida, el film opone el concepto del tiempo minuciosamente medido que sugiere orden y rígido disciplinamiento, con el antisistémico disturbio que suelen provocar las ideas anarquista o anarco-sindicalistas que ya, en el siglo XIX, comenzaban a permear al movimiento obrero, en un tiempo histórico en el cual la fuerza de trabajo era bastante más explotada que en este tercer milenio.

Uno de sus teóricos más importantes fue el ruso Piotr Kropotkin, que en esta película es encarnado por Alexei Evstratov, quien  pregonaba una sociedad comunista descentralizada, libre del gobierno central y basada en asociaciones voluntarias de comunidades autónomas y empresas dirigidas por trabajadores. En ese contexto, escribió numerosos libros, folletos y artículos que inspiraron a algunos de sus epígonos. En tal sentido, sus obras más importante e influyentes son “La conquista del pan” y “Campos, fábricas y talleres”, dos trabajos referentes de su pensamiento radicalmente revolucionario.

Toda su vida estuvo signada por la lucha para difundir sus ideas radicales, lo cual lo expuso, naturalmente, a la represión, la violencia, la persecución y la cárcel. No en vano, este ideólogo excepcional proponía la abolición de toda forma de autoridad y por ende del Estado, y la construcción de una sociedad de impronta comunitaria inspirada en los ideales solidarios, la ayuda mutua y la cooperación.

Con el tiempo, sus teorías se fueron diluyendo por la falta de praxis, ya que todas las sociedades, salvo algunas comunidades que viven según la filosofía del otrora relevante movimiento hippie, están organizadas en torno a un Estado y se rigen por constituciones, leyes, decretos y normas jurídicos.

Empero, esta película transforma a Piotr Kropotkin en un personaje central de la trama cinematográfica, pese a que es una suerte de mero observador. En efecto, en algún momento de su vida el pensador visitó Suiza. En este caso concreto, funge como un agonista, ya que concurre a la ciudad como geógrafo, con el propósito de reconstruir el mapa urbano.

Esa peculiar circunstancia permite visualizarlo siempre en un segundo plano, ya que no participa en las actividades ni en los conflictos de la comunidad. En ese contexto, su presencia es meramente simbólica, por más que se vincule teóricamente a lo que está sucediendo.

Pese a que es un personaje casi anónimo, el filósofo visita una fábrica de relojes, con el propósito de observar el proceso de producción de estos dispositivos cronométricos y tomar contacto con los nacientes sindicatos obreros.

Allí, en ese ámbito mecanizado, que tiene su propio sistema horario en una ciudad que tiene cuatro regímenes horarios diferentes, el ilustre visitante conoce a la relojera Josephine (Clara Gostynski), quien –en forma casi inadvertida- se transforma en un personaje clave de la fábrica, ya que a ella le confían el control y el minucioso cronometrado de los ritmos del trabajo productivo.

Empero, esa tarea, que parece otorgarle poder sobre sus compañeros, se transforma en una suerte de karma, por la estricta vigilancia que ejerce sobre ella el director general de la empresa, quien es encarnado por Valentín Merz. En efecto, a este personaje le debe rendir cuentas por la rutina y la eficiencia de la producción de relojes. En cierta medida, esta responsabilidad la transforma en una suerte de fusible, ya que, si los resultados no son los esperados por los propietarios de la fábrica, su cargo corre un serio riesgo. Aunque ostente un rango funcional aparentemente superior al de los demás trabajadores del establecimiento, esta mujer es tan o más explotada que los obreros.

En ese marco, esta persona comienza a impregnarse del pensamiento anarquista, como estrategia para oponerse al poder autoritario del Estado y del empresariado capitalista, que practica una sistemática explotación de la fuerza de trabajo, como denunciaba, hace ya más de un siglo y medio, el eminente filósofo e ideólogo alemán Karl Marx, quien convocó al proletariado a sublevarse contra el capital y construir una sociedad sin clases sociales.

Este es precisamente el punto de quiebre de “Disturbios”, que denuncia, sin discursos exacerbados ni altisonantes, las violaciones a los derechos humanos que siempre ha cometido el modelo económico –aun hegemónico- en todo el planeta.

Contrariamente a lo que podría sugerir el título de la película, en este caso no hay disturbios visibles, salvo pequeñas y nada agitadas movilizaciones populares que no originan ni represión ni violencia por parte de las autoridades.

Sin embargo, la violencia implícita o soterrada se presenta en el rígido disciplinamiento de los trabajadores, sometidos al rigor del trabajo casi sin descanso, y en la propia organización de una sociedad planificada, pero igualmente gobernada por el mercado y los grupos empresariales.

Incluso, la represión –que también es casi imperceptible- es retratada como una suerte de amarga ironía. En efecto, en una secuencia de esta historia, un gerente de la fábrica de relojes formula dos anuncios concretos, que refieren al aumento de la productividad, pero simultáneamente, al despido de trabajadoras, no por la calidad de sus trabajos, sino por su condición de sindicalistas de extracción anarquista.

En este caso, como en otros, aflora la impronta autoritaria de un sistema que se ufana de su presunta transparencia democrática, pero que en este caso conculca el derecho al voto a las mujeres, a los menores de veinte años y a las personas de conductas desordenas y no apegadas a las rígidas reglas de convivencia de la pequeña comunidad.

Asimismo, tampoco tienen derecho a sufragar los ciudadanos que no han pagado sus impuestos, quienes son condenados a penas de cárcel, aunque, en plena situación de confinamiento, deben seguir trabajando para saldar sus deudas con el Estado.

Desde este punto de vista, el modelo de sociedad que presenta el film dista de ser el ideal, en la medida que numerosas personas son excluidas del sistema y castigadas por no apegarse a los mandatos de un estado capitalista identificado por su modelo de producción y sus asimetrías en la distribución de la riqueza, pero igualmente omnipresente.

En efecto, en esta comunidad tener una deuda impositiva y estar afiliado a un sindicato son considerados delitos pasibles de punición, lo cual pone en tela de juicio la libertad individual de los ciudadanos y hasta su derecho a expresarse y a tomar decisiones con incidencia política.

En tal sentido, el espacio urbano funge como una suerte de panóptico como el que teorizó el filósofo y sociólogo francés Paul-Michel Foucault, en cuyo marco todas las personas son rigurosamente controladas, aunque a menudo no lo perciban.

Lo que está controlado también es el tiempo y la producción industrial, con un régimen horario funcional a los intereses patronales, que no contempla el tiempo real.

Es tan exacerbada esa tendencia a medir todo en función del giro de los relojes, que, aunque existen cuatro regímenes horarios simultáneos, entre ellos uno que únicamente se aplica en las fábricas, cuando se interrumpe el telégrafo que reporta la hora oficial, toda la comunidad pierde abruptamente las referencias temporales e ingresa en una suerte de pánico y desconcierto. Obviamente, en esta contingencia, se opta por aplicar el sistema horario del aparato productivo, acorde con una dialéctica que pone a la producción como centro de la vida comunitaria, sin contemplar la singularidad de una comunidad en proceso de mutación.

En esta película cuasi inclasificable, ese rigor se aplica también en la formulación estética de la historia, casi siempre compuesta por planos generales y planos medios, que sugieren simultáneamente, tanto distancia como cercanía.

Sin embargo, las figuras humanas se mueven en el paisaje urbano casi siempre como autómatas o, en este caso concreto, como meros engranajes de un inmenso reloj o bien de una organización productiva que nunca se detiene, como si los trabajadores fueran piezas de un inmenso sistema de relojería y no seres humanos con sensibilidad, afectos y emociones.

No obstante, la idea de comunidad está muy presente en este relato que destaca por su elocuencia y originalidad, así como el concepto de capitalismo, de producción y de despiadada apropiación de la plusvalía, acorde con el discurso marxista que pregona la abolición del estado capitalista y la construcción de una sociedad de iguales, con explotados ni explotadores.

Obviamente, esta película también pone en tela de juicio el concepto de libertad y de democracia participativa, en la medida que el pueblo o sociedad en la cual se ambienta excluye a numerosos ciudadanos, conculca sus derechos y reprime a los eventuales infractores o bien a los disidentes que confrontan con el modelo político y social dominante.

“Disturbios”, film que está hablado en varias lenguas, es una propuesta cinematográfica singular y de superlativa brillantez estética y formal, que trabaja primordialmente con los símbolos y las metáforas, para denunciar –sin picos dramáticos- los despiadados excesos de un sistema que, más de un siglo después, sigue expoliando y rapiñando inmoralmente a la clase trabajadora. Incluso, su epílogo, más que un desenlace en sí mismo, es una suerte de continuidad, como si la sociedad fuera una noria que jamás se detiene.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

FICHA TÉCNICA

Disturbios. Suiza 2022. Dirección: Cyril Schäublin. Guión: Cyril Schäublin. Fotografía: Silvan Hillman. Música: Liv Tavor. Reparto: Clara Gostynski, Alexei Evstratov, Valentin Merz Li Tavor,  Daniel Stähli, Hélio Thiémard, Mayo Irion, Laurent Ferrero, Monika Stalder y Laurence Bretignier.

 

 

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