Esos ancianitos alemanes

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Los monstruos existen pero son muy pocos para ser realmente peligrosos. Es más peligrosa la gente común, los funcionarios dispuestos a creer y a actuar sin hacer preguntas.

Primo Levi (en Si esto es un hombre). Esta cita fue incluida por Luke Holland en su obra maestra “Cuenta Final”, el filme que ahora puede verse en Netflix.

Un investigador dedicado

El fotógrafo y cineasta británico Luke Holland abordaba en forma rigurosa y comprometida los asuntos que sentía cercanos a su corazón; era cortés pero directo. Se decía que tenía una sed insaciable por conocer e investigar cuidadosamente, unida a un impulso casi maníaco por la búsqueda de la verdad; el don de un narrador capaz de abordar asuntos complejos y traducirlos mágicamente en forma de narrativa simple y elocuente.

Lic. Fernando Britos V.

Luke nació en Inglaterra (Ludlow, Shropshire), el 25/10/1948, hijo de un artista ilustrador y su esposa (Hortner) que eran miembros de una comunidad cristiana pacifista. Cuando Luke tenía cuatro años su familia se trasladó al Paraguay para vivir en una comunidad en el Chaco. Cuando volvieron a Inglaterra, después de diez años, Luke hablaba español, alemán inglés y algo de guaraní.

Estudió teatro. Siendo un adolescente descubrió que su madre había sido una judía austríaca refugiada en Gran Bretaña y que su familia materna había perecido en los campos de exterminio nazis. En la última década de su vida y munido de una pequeña cámara recorrió Austria y Alemania buscando a viejos nazis. Era un trabajo original porque muy poco se sabía sobre los perpetradores excepto de los pocos que fueron juzgados en Nuremberg después de la guerra.

Los testimonios que obtuvo contenían recuerdos y mentiras pero descubrió historias que le relataron en casas confortables, en salas bien decoradas con relojes cucú y adornos típicos, por parte de gente que vivía tranquilamente en pueblos comunes, frecuentemente cercanos a los monumentos conmemorativos de los campos de exterminio. En el prólogo de la película Cuenta Final, Holland señaló: “los perpetradores no nacen, se hacen”.

En el 2015 le diagnosticaron un mieloma y el cineasta le dijo a los médicos que no pensaba morirse antes de terminar su última película que le demandaría unos cinco años más. Así fue que en los últimos meses de su vida, Holland terminó “Cuenta Final” (Final Account) para la que, durante más de 10 años filmó 300 entrevistas con perpetradores y testigos ancianos. El archivo se conserva en el University College de Londres y en la Biblioteca del Holocausto de Viena, además de en el Instituto Nacional Audiovisual en París. Luke Holland falleció el 10 de junio de 2020, a los 71 años de edad.

Lo notable del trabajo de Holland es haber hecho hablar a muchos alemanes comunes que participaron directamente en las atrocidades del nazismo antes de que desaparecieran. Muchas entrevistas se llevaron a cabo entre los años 2008 y 2016, cuando la mayoría de los sujetos rondaban los 90 años y más.

 El resultado ha sido calificado como una extraordinaria muestra de vergüenza, negación y también de los resabios de un orgullo desagradable y sorprendente. Holland puso en evidencia las mentiras de los perpetradores y consiguió que muchos de sus interlocutores admitieran su complicidad en el Holocausto.

El cineasta ya había trabajado el tema de los crímenes del nazismo en dos películas: “Good Morning Mr. Hitler” [i] y “I Was a Slave Labourer” [ii]. A  partir del 2008 consiguió testimonios de hombres y mujeres remisos e incómodos al tener quer relatar lo que habían hecho o presenciado cuando eran niños, jóvenes, soldados y miembros de las SS.

Sam Pope, un coproductor asociado de “Cuenta Final” decía que si esas voces no se recogían pronto se perdería la oportunidad de hacerlo. Culminar la película no fue fácil. Según Pope, las organizaciones judías le dijeron a Holland “nosotros no vamos a pagarle para que usted hable con viejos nazis”. Por su parte las organizaciones alemanas le dijeron “¿cómo le parece que quedaremos nosotros si le pagamos para que usted hable con viejos nazis?”.

Holland viajó solo por toda Alemania y Austria con un presupuesto reducidísimo, contando con ayudas de amigos. Finalmente la Pears Foundation, una organización judía de beneficencia ayudó a financiar el archivo.

Sus amigos describían a Holland como un entrevistador muy simpático, persuasivo y sobre todo como un atento escucha. Las reflexiones y confesiones que obtuvo de los entrevistados no son solamente el producto de su habilidad para escuchar sino también para investigar y por lo tanto para conseguir que los entrevistados desvelaran más de lo que hubieran querido decir. Holland sabía que si presionaba demasiado o demasiado pronto las puertas se cerrarían pero, al mismo tiempo, no podía permitir que los entrevistados mitigaran o diluyeran su compromiso con los hechos. Eran historias personales y familiares estrechamente tramadas.

En una de las entrevistas, por ejemplo, con el granjero Heinrich Schulze, Holland consigue que este confiese que los presos que conseguían escapar  de Bergen Belsen y se escondían en su granja eran denunciados por él para que los guardias los recapturaran; después aducía ignorar lo que podría pasar con aquellos desgraciados.

En muchos casos los entrevistados decían “yo no sabía” o “yo no estuve allí” pero Holland preguntando sin presionar conseguía dejar claro que estaban mintiendo y que efectivamente habían participado en hechos criminales. En todo caso, los testimonios son presentados de modo de que quien ve la película pueda sacar sus propias conclusiones.

Algunos entrevistados vacilaron al borde del precipicio de reconocer su culpa o responsabilidad antes de retirarse hacia la negación o las excusas. Uno de los colaboradores del cineasta advierte que las caras son lo más interesante porque es posible ver las reacciones emocionales ante la memoria y esos recuerdos en la medida en que las preguntas del cineasta los hicieron volver a la superficie.

Uno de los entrevistados que aceptó totalmente su culpa fue un antiguo miembro de las SS, Hans Werk, que aparece en una reunión con jóvenes alemanes en el palacio de Wannsee donde se tramó la “solución final”, es decir el exterminio masivo de los judíos europeos. En esa ocasión Werk discutió con un joven participante que parecía ser un neonazi.

El trabajo de edición de Holland y sus colaboradores fue inmenso: a partir de 600 horas de grabación consiguieron producir un filme de 94 minutos. Las 300 entrevistas filmadas originalmente incluían desde sesiones de media hora y más hasta encuentros que se repitieron hasta 16 veces. El metraje no utilizado para la película es un legado extraordinario para los investigadores más allá de la “Cuenta Final”.  Todo se conserva en los tres archivos señalados antes.

La mayoría o la totalidad de los que hablaron con Holland ha de haber fallecido pero sus testimonios, con todas sus reticencias, distorsiones y ocultamientos, tienen un enorme valor porque, en los hechos, sirve para alimentar la investigación acerca de los perpetradores que, históricamente, está mucho menos desarrollada que la que se ha hecho sobre los sobrevivientes, sobre las víctimas y aún sobre los monstruos nazis. 

En el 2013, Luke Holland fue diagnosticado por su cáncer  y perdió un año haciéndose quimioterapia. Aunque vio la película terminada no llegó a presenciar su gran repercusión, falleció poco después de terminada la posproducción (en junio del 2020). La “Cuenta Final” fue seleccionada para participar en el Festival de Cine de Venecia donde se proyectó el 2 de setiembre de 2020. Actualmente se accede a ella en Netflix.

 Esos ancianitos alemanes

Los entrevistados por Holland fueron hombres y mujeres que, directa o indirectamente participaron en el Tercer Reich, asi fuese como testigos, teniendo en cuenta que los testigos no pueden eximirse de los crímenes de lesa humanidad porque se considera que un testigo es también un participante, sobre todo si presenció atrocidades y no hizo nada al respecto.

En una de las entrevistas, por ejemplo, con el granjero Heinrich Schulze, Holland consigue que este confiese que los presos que conseguían escapar  de Bergen Belsen y se escondían en su granja eran denunciados por él para que los guardias los recapturaran; después aducía ignorar lo que podría pasar con aquellos desgraciados. En muchos casos los entrevistados decían “yo no sabía” o “yo no estuve allí” pero Holland preguntando sin presionar conseguía dejar claro que estaban mintiendo y que efectivamente habían participado en hechos criminales. En todo caso, los testimonios son presentados de modo de que quien ve la película pueda sacar sus propias conclusiones.

Algunos de los entrevistados fueron soldados de la Wehrmacht y varios integraron los cuerpos de elite, como las SS, que fueron la columna vertebral del nazismo. Entre los miembros de las SS algunos fueron oficiales, suboficiales y guardias en los campos de exterminio donde los judíos y otros prisioneros trabajaron hasta la muerte o fueron asesinados. Otros entrevistados eran granjeros, habitantes de pueblos chicos, comerciantes, fleteros, etc.

La primera parte de la película se refiere al adoctrinamiento y encuadramiento de los niños y los jóvenes. A los 10 años en el Jungvolk y a partir de los 14 en las Juventudes Hitlerianas. Se ven numerosas imágenes de las actividades desarrolladas y muchas de las entrevistas se refieren al atractivo que presentaban para los jóvenes. Marianne Chantelau, por ejemplo, nacida en 1921, perteneció a la Bund Deutscher Mädel, la organización juvenil femenina, y refiere que las dejaban jugar en el parque, ir a la piscina, practicar deportes como el tenis; antes todo eso estaba prohibido.

Otros testimonios aluden al atractivo de los uniformes, los desfiles, las canciones y a una participación que daba una sensación de empoderamiento a los jóvenes en una sociedad en la que los niños solamente podían hablar cuando los adultos se dirigían a ellos y donde no podían hacer preguntas.

Es tremendo ver a esos ancianos, que habían integrado las organizaciones juveniles del nazismo, entonar ahora terribles estrofas de las canciones de su infancia y juventud que recordaban cinco o seis décadas después.

Tarde o temprano Holland planteaba las preguntas clave: ¿cuál había sido su participación en los hechos? ¿habían cometido o visto cometer atrocidades? ¿qué sabían del destino de los presos y deportados a campos de concentración? ¿porqué nadie trató de oponerse al exterminio? ¿qué sabían del trabajo esclavo?

La cuestión de la culpa y la responsabilidad de los entrevistados en los crímenes del Tercer Reich plantea siempre la linea sutil entre ser testigo y ser cómplice y aún más allá en ser perpetrador de dichos crímenes. Algunos entrevistados parecen temer ser considerados culpables, unos pocos manifiestan vergüenza o arrepentimiento. En general, la mayoría de los entrevistados se manifiesta con gran ambigüedad. Algunos haciendo una total negación y otros mostrándose orgullosos de haber servido a su patria y haber revistado en las filas de las Waffen SS.

Muchos conservan sus documentos, fotos, condecoraciones de su pasaje por la Wehrmacht o las SS. Excepto aquellos que se refugiaron en la negación total, la mayoría de esos veteranos expresaban de un modo u otro que la vergüenza por lo que realmente hicieron o presenciaron durante el Tercer Reich los acompañaría hasta su muerte. Uno de los entrevistados afirma que no habría sido un perpetrador si se hubiese negado a cumplir órdenes pero nunca dijo que no. De hecho, la gran mayoría de los ancianos hombres y mujeres alemanes a los que Holland entrevistó no caían en la categoría de monstruos que señalaba Primo Levi sino en la más peligrosa, la de los hombres y mujeres comunes que fueron engranajes de la máquina nazi, ejecutores que no se opusieron ni cuestionaron los crímenes del Tercer Reich. 

Lic. Fernando Britos V.

[i] Good Morning, Mr. Hitler (1993), es una película para TV, de 46 minutos, dirigida por Luke Holland y Paul Yule. Se trata de metraje filmado por un amateur en 1939, cuando Hitler asistió a un Festival Cultural en Munich en 1939 (seis semanas antes de la guerra). El acontecimiento es revivido no solamente por las escenas en color recién descubiertas sino por quienes estuvieron allí.

[ii]   I Was a Slave Labourer (1999) es una película documental dirigida por Luke Holland. Durante tres años, el cineasta británico documentó las actividades de Rudy Kennedy, un sobreviviente del campo de concentración Buna-Monowitz, que procuraba una disculpa individual del gobierno alemán y una reparación por parte de las empresas que se beneficiaron del trabajo esclavo en dicho campo. La película  también deja en evidencia la resistencia del gobierno y las empresas alemanas a acceder a las demandas de Kennedy.

El filme comienza con algunas de las tomas en color que Holland consiguió acerca de la inauguración de la planta Buna-Monowitz que operó IG Farben (la empresa que sucedió a esta es BASF).

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