CINE / “Reus, la vuelta al barrio” | Un agudo cuadro de degradación social

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La enconada lucha por el dominio del territorio y por la supervivencia cotidiana en contextos críticos, la radical desigualdad social, la violencia y la prepotencia son los cuatro desafiantes ejes temáticos de “Reus, la vuelta al barrio”, el intenso thriller de los realizadores uruguayo Luis Antonio Pereira y Eduardo Piñero, que rompe con las habituales estereotipos de la producción audiovisual vernácula.

Esta es la secuela de “Reus” (2011), un film que, hace más de una década se transformó en un resonante e inusual éxito de taquilla, se mantuvo tres meses en cartel en el circuito exhibidor capitalino y vendió nada menos que 50.000 entradas.

El estreno de la primera parte de esta saga policial coincidió con el exitoso aterrizaje de otras dos películas uruguayas- “Artigas, la redota” y “La casa muda”- que también concitaron el masivo interés del público. La consecuencia fue que, entre los tres títulos vendieron nada menos que 300.000 localidades.

Doce años después, llegó a las salas cinematográficas la segunda parte de esta intensa película policial, que incursiona en un género que no es nada frecuente en la producción audiovisual nacional.

Obviamente, lo que une a las dos historias, además de los personajes, es el emblemático Barrio Reus, conocido popularmente como “El barrio de los judíos”, cuya historia se  retrotrae a más de ciento treinta años. Naturalmente, debe su nombre a Emilio Reus, un empresario español que se dedicó a planificar el barrio con la idea de ofrecer viviendas dignas a la clase obrera, pero sin excluir a los estratos más pudientes.

Con ese propósito, compró una chacra de 18 manzanas al norte del centro de Montevideo, atravesadas por la calle Arenal Grande.

Por aquel entonces, ya existían algunas calles bien conocidas, que son las que hoy forman las manzanas triangulares. Al respecto, las proas que delinean estas irregulares manzanas son parte de la identidad del barrio, pero no son obra de la planificación urbana de su fundador, sino que provienen de un ordenamiento territorial precedente.

Reus construyó calles privadas, un poco menos anchas que las públicas, las cuales dividen a la mitad lo que sería una manzana cuadrada normal. Por eso, las manzanas del Barrio Reus son rectangulares.

Es en el marco de esta particular geografía urbana que se ambienta “Reus”, película uruguaya del año 2011, y su secuela. Ambas películas están inspiradas en hechos reales y narran la conflictiva relación entre la comunidad judía, que comenzó a asentarse en el barrio a principios del siglo veinte coadyuvando a transformarlo en una comunidad humana, y un clan criminal inspirado en la banda “Los tumanes”, que asoló a los barrios Reus, Goes y Ciudad Vieja, desde los años setenta del siglo XX hasta mediados de la segunda década del tercer milenio.

En la primera película, los protagonistas son la familia de Don Elías, un empresario judío descendiente de varias generaciones de comerciantes del barrio, y el Tano, líder de un grupo de delincuentes que cobran a los comerciantes por protección y que tienen una lucha personal con el empresario.

Al igual que la película precedente, “Reus, la vuelta al barrio” mixtura el cine policial con impronta bien hollywoodense con el drama de la pobreza y la marginalidad que impera en nuestro país, en la segunda década del tercer milenio.

En efecto, hay diferencias radicales entre el Uruguay de 2011 y el de 2023, que no atañen sólo a lo meramente temporal sino a la calidad de vida de los uruguayos. Obviamente, cuando se estrenó la primera película, nuestro país –gobernado por entonces por el Frente Amplio- vivía un período de acelerado crecimiento económico con redistribución social, que logró bajar la tasa de pobreza al 6% en 2015, con un punto de partida en 2005, cuando los pobres representaban casi el 40% de la población.

Por supuesto, si bien la inseguridad era ya un problema traumático para la población, como lo fue durante los períodos de gobiernos precedentes, la guerra entre bandas de narcotraficantes no alcanzaba el grado de violencia y crueldad que en el presente.

En efecto, aunque la tasa de homicidios era alta, no aparecían cuerpos descuartizados ni quemados ni torturados como sucede desde 2020. Incluso, la pasta base –que ingresó al país durante la demoledora crisis del 2002- no contaminaba tanto a los jóvenes como en la actualidad.

Naturalmente, esta es la droga de los pobres y de las personas que viven en situación de calle, que han crecido exponencialmente por la falta de políticas efectivas para afrontar la emergencia social.

Precisamente, la pobreza, que se mantiene en un guarismo del entorno del 10% de la población, constituye el caldo de cultivo ideal para la acelerada expansión del micro mercado de venta de estupefacientes y también para el sicariato, que se ha nutrido de fuerza de trabajo barata y se extendió en Uruguay a niveles similares a los de naciones de Centroamérica.

Ese es el contexto social en el que se desarrolla “Reus, la vuelta al barrio”, cuyo protagonistas son personas que viven al margen de la ley y, como en otros tantos barrios montevideanos, se disputan el control del territorio.

En  esta nueva historia, que transcurre en un contexto deprimido, asume singular protagonismo El Negro (Luis Alberto Acosta),  quien, al comienzo de la narración, sale de la cárcel dispuesto a reconstruir su vida, naturalmente en el barrio que lo vio nacer.

Por supuesto, la vuelta a sus orígenes propicia su reencuentro con su hermana Esmeralda (Marina Glezer), quien  afronta la dura contingencia de sobrevivir sin trabajo y criar sola a su hijo

Maykol (Gabriel Villanueva), un delincuente juvenil más bien díscolo, violento y conflictivo, quien, además, es sordomudo y, para recuperar la audición, requiere de un aparato de alta tecnología cuyo costo le resulta inaccesible.

Para parar gráficamente la olla, la mujer sólo aspira a seguir consiguiendo ropa en consignación para vender y así sustentar su hogar monoparental, ocupando una vivienda usurpada.

Lo cierto es que ese ruinoso inmueble es propiedad  de Don Elías (Walter Echandy), cuyo propósito es desalojarlos e instalar allí un nuevo emprendimiento empresarial, con la participación de dos socios que se comprometieron a financiar el proyecto.

Este situación límite deviene inexorablemente en un enfrentamiento entre las dos familias: la del Tano, integrada precisamente por El Negro, Esmeralda y Maykol y la judía, encabezada precisamente por Don Elías y su hijo Leonardo (Diego Zalovich).

Naturalmente, esta compleja coyuntura deviene inexorablemente en violencia entre los dos bandos, que luchan por lo que creen justo, en un espacio montevideano donde la Policía está absolutamente ausente, como sucede en tantos barrios de nuestra capital.

Por cierto, la demoledora pasta base ocupa un lugar protagónico en el decurso del relato, como “terapia” contra la pobreza, la soledad y el más agudo de los desamparos.

El film, que tal vez posee demasiados subtramas para una duración de apenas poco más de una hora y media, transforma al barrio Reus es un ámbito espacial de fuerte acento simbólico, denunciando la aguda fragmentación social característica de una populosa zona cuyos habitantes ostentan una calidad de vida que está lejos de ser ideal.

En ese contexto, los realizadores imprimen a su historia un ritmo frenético, que se sostiene en abundante acción y violencia, típica de  los códigos narrativos del cine policial norteamericano.

Al respecto, cabe destacar el prolijo trabajo visual, que incluye los planos secuencia cenitales del principio, mediante una cámara que  sobrevuela todo el barrio sin solución de continuidad.

Este recurso técnico coadyuva a transformar al lugar cuasi en un espacio privado, donde dos familias –a su modo- bregan denodadamente por el control de un territorio que consideran propio, con propósitos naturalmente diferentes.

En efecto, mientras el único objetivo de la familia de El Tano es sobrevivir, alimentarse todos los días y tener un techo que cobije a sus integrantes, el clan liderado por el judío Elías aspira a prosperar y expandirse comercialmente.

En ese marco, el objeto de disputa es ese ruinoso inmueble devenido con el tiempo en  conventillo,  que legalmente le pertenece al comerciante pero que –simultáneamente- es el único techo de una familia en situación de aguda vulnerabilidad social.

En este caso, están en juego el derecho de propiedad y el legítimo derecho humano a un techo para no vivir a la intemperie, en un país donde la Constitución de la República casi nunca se respeta. En tal sentido, nuestra Carta Magna, en su artículo 45, establece a texto expreso, “todo habitante de la Republica tiene derecho a gozar de vivienda decorosa. La Ley propenderá a asegurar la vivienda higiénica y económica, facilitando su adquisición y estimulando la inversión de capitales privados para ese fin”.

En tal sentido, a mí, en lo personal, me costó muy poco –más allá de sus métodos de lucha- ponerme del lado de los desvalidos, de los pobres, de los que no tienen ingresos ni un espacio propio donde cobijarse y vivir, con la mayor dignidad posible.

Más allá que esta no es una película política, en ella subyacen muchos temas que tienen rango político e ideológico, como la pobreza, la desigualdad social, la supervivencia y la prepotencia.

En efecto, algunas de estos recurrentes estigmas sociales constituyen el caldo de cultivo de la violencia que se ha apropiado de numerosos barrios de Montevideo, donde son frecuentes las virulentas guerras entre bandas de narcos y los ajustes de cuentas, que exhiben una inusitada crueldad.

Desde este punto de vista, “Reus, la vuelta al barrio”· no es una mera historia policial, sido un crudo retrato de la sociedad uruguaya, con todas sus inequidades y miserias humanas.

En tal sentido, el film indaga en los odios subyacentes, el estado de crispación que impera en un espacio geográfico acotado, la soledad y desolación de una madre sin trabajo que debe mantener a un hijo complejo, la utopía de rehabilitación de un delincuente recién egresado de la cárcel y la ambición de un empresario, que apelará incluso a prácticas sórdidas para alcanzar su propósito.

Por más que apele a recursos técnicos y códigos del policial norteamericano, este es un relato típicamente uruguayo, que recrea realidades –a menudo deliberadamente ignoradas o soslayadas- pero muy bien conocidas por todos nosotros.

Tal vez una de las virtudes más importantes de este valioso largometraje nacional sea el de no emitir juicios de valor y desestimar todo eventual planteo maniqueo, en torno a las conductas de los personajes, sus estrategias de supervivencia, sus proyectos de vida, sus sueños y, naturalmente, también sus más amargas frustraciones.

En tal sentido, el discurso artístico de ambos realizadores tiene una impronta bien realista, de aguda frontalidad y si se quiere hasta de acento testimonial, para describir la pericia existencial de personas comunes como nosotros, enfrentados, en algunos casos, a la emergencia de sobrevivir, como sea posible, en un contexto singularmente adverso.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

 

FICHA TÉCNICA

Reus, la vuelta al barrio. Uruguay, Brasil, Argentina 2022.
Dirección: Luis Antonio Pereira y Eduardo Piñero. Guión:
Pablo Fernández y Eduardo Piñero. Fotografía: Martín Espina. Música: Julio Cesar Da Silva, Daniel Figueiredo, Luiz Helenio Santos Junior y Gabriel Lococo. Reparto: Walter Echandy, Gabriel Villanueva, Diego Zalovich, Marina Glezer, Luis Alberto Acosta, Nicolás Riera, Marcelo Crawshaw, Hugo Aztar y Candelaria Rienzi.

 

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