La ilusión de la globalización

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El fenómeno de la globalización se viene imponiendo en el mundo. Lo que era impensable hace dos décadas, es ahora una realidad, más aún con el desarrollo vertiginoso de las nuevas tecnologías de la información y comunicación.

La tecnología de la globalización estudia un fenómeno basado en el aumento continuo del desarrollo y utilización de tecnología en todos los países del mundo, acercándonos a una época de creciente interconexión cultural global.

Sin embargo, este rápido avance y la promesa de una “aldea global”, donde el intercambio económico, comercial y cultural es posible incluso arrasado con las “identidades regionales”, requiere de un análisis profundo.

Durante el final de la década de 1960 y principios de los años 1970, el pensador Marshall McLuhan (1911-1980) acuñó el término «aldea global» para describir la interconexión humana a escala global generada por los medios electrónicos de comunicación. La “globalización” es la resultante de esa comunicación a escala nunca antes imaginada.

Para McLuhan, la civilización (“aldea global”) es equiparable a la cultura de la escritura y, por tanto, divide la historia en cuatro fases: Agrícola, Mecánica, Eléctrica (medios de comunicación) y Tecnológica (la etapa de mayor relevancia en su investigación).

Aunque es en la tercera fase (Eléctrica) en la que se produce la eclosión de los medios masivos de comunicación, la mayor parte de la investigación de McLuhan se centra en la etapa Tecnológica, cuyo estudio tiene línea abierta por el propio autor a través del “Programa McLuhan en Cultura y Tecnología” de la Universidad de Toronto, centrado en el análisis de la influencia de las nuevas tecnologías en el cambio social.

Marshall McLuhan planteó que todos los cambios sociales son el efecto que las nuevas tecnologías de la información y comunicación ejercen sobre el orden de nuestras vidas sensoriales. Su concepto de aldea global ha dado origen al de globalización, que define la autonomía de la persona en la sociedad de la información.

Hoy en día vivimos en un mundo cambiante en donde existe un nuevo juego, hay nuevas reglas y se deben aplicar nuevas estrategias. El triunfo del capitalismo sobre el comunismo, y la consiguiente globalización mundial, bajo las reglas de libertad económica, propiedad privada y en general los pilares de dicho sistema social, nos impone cambiar y ser más eficientes, competitivos y dinámicos, para insertarnos exitosamente en un mundo interconectado mediante la «autopista de la información».

En el artículo titulado “Efectos de la globalización en América Latina” (https://tinyurl.com/5c97c5v2), se cita al analista Lester Thurow, quien afirma: “Vivimos en un mundo sin comunismo, en donde el cambio tecnológico hace que las industrias se basen en la capacidad intelectual, con índices demográficos nunca antes vistos, bajo un proceso de globalización acelerado y en donde parece no existir un poder político o militar dominante que maneje al mundo sin algún tipo de resistencia económica”.

Pero hay un problema que pocos quieren ver: los procesos de globalización están incrementando la brecha entre los países desarrollados y el mundo subdesarrollado.

Lo que era competitivo en un mercado regional o nacional no está resultando serlo en el nuevo mercado globalizado. En suma, la globalización nos impone el reto de afrontarla y sobrellevarla con inteligencia y creatividad, sin renegar de nuestra identidad. Nuestros Estados y gobiernos tienen la obligación de no dejarse avasallar, pero tampoco esconderse en una “cápsula de cristal”, porque no podemos ser ajenos a lo que pasa en el resto del mundo.

¿Qué riesgos tiene la globalización? ¿Hasta qué punto la comunicación global es solo un espejismo? ¿Cómo lidiar con los temas de las culturas minoritarias, de la exclusión social y el desarraigo local? Son algunas de las preguntas que pretendemos abordar en este artículo.

Solamente en el respeto de la individualidad, en el reconocimiento de la identidad regional, será posible una verdadera y auténtica justicia social.

Es cierto que la globalización podría encarnar el “progreso de la humanidad”, pero para los críticos más severos aquella es la punta de lanza de la dominación económica y cultural, porque a través del impacto tecnológico –afirman sus detractores– los países poderosos pretenden imponer formas económicas, de producción y de comercialización, así como modos y estilos de vida ajenas a las culturas nativas o locales.

Incluso la ONU, en un documento sobre los Objetivos del Desarrollo del Milenio. (ODM), exige un replanteamiento del enfoque de la globalización.

Uno de los retos que tienen tanto los países en vías de desarrollo como los desarrollados, es cómo combatir los problemas sociales, ambientales y sanitarios que conlleva la globalización.

Se habla de una internacionalización de los males, o de problemas a escala global: deterioro atmosférico, peligro nuclear, escasez de agua, epidemias como el sida, narcotráfico, tráfico de armas, terrorismo nacional e internacional, desempleo, violación de los derechos humanos, neofascismo y neonazismo, pobreza, explotación y exclusión social, tráfico de seres humanos como esclavos y la trata de personas.

Pero hay otros aspectos preocupantes, como la tendencia a la privatización de los servicios de salud y educación, que son obligación del Estado, así como la relativización de los derechos laborales y la depredación del medio ambiente en plena crisis climática global. Sin duda, hay que estar alertas.

Por Raúl Allain (*)

(*) Escritor, sociólogo y analista político. Consultor Internacional en Derechos Humanos para la Asociación de Víctimas de Acoso Organizado y Tortura Electrónica (VIACTEC).

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