La relación entre el dinero y el poder lo vemos fácilmente a lo largo de toda la historia. A vuelo de pájaro los procesos que fueron superando a los estados feudales, dándole supremacía a los estados nacionales y a la consolidación de las monarquías como forma de dominación política llegaron por necesidad del comercio creciente que se tropezaba con una cantidad de aduanas territoriales que enlentecían y encarecían el intercambio.
Para resolver “estos problemas”, nada como un buen ejército y preferentemente más numeroso y mejor armado que el de mi vecino. Quien dice ejército dice dinero para hacerlo posible. Allí entonces aparecen quienes operan como financistas del asunto. Asépticos de pasiones pero con el capital necesario, los banqueros fueron artífices en la sombras de los logros políticos que dieron nacimiento a los Estados Modernos. Carlos V por ejemplo, en las familias Fugger y Welser tuvo el respaldo para conquistar y consolidar sus vastos dominios.
La Iglesia católica para mantener su fuerte influencia medioeval y sus costosísimas estructuras tuvo que apelar una y otra vez a las finanzas para abastecerse y no todos los prestamistas tuvieron suerte, algunos sucumbieron por herejes y sobre todo porque la iglesia les debía mucho. Acreedores de la iglesia y judíos, Torquemada con ellos.
Apellidos como los Médicis fueron desde las ciudades – estado italiana construyendo ese poder económico decisor que inclinaba la balanza bélica y por ende del poder en una u otra dirección.
El mundo occidental fue expandiéndose, las potencias emergentes ocuparon territorios, buscando rutas comerciales primero, extracción de riquezas después. Más tarde colocación de sus productos. Los ejércitos fueron indispensables para la tarea, los financistas, indispensables para que hubiera ejércitos armados, vestidos y alimentados.
Al mundo le llegó su primera revolución industrial, los excedentes necesitaron consumidores y el globo que ya todos sabíamos que era redondo empezó a estar ya conocido y repartido. Necesitó entonces de nuevos repartos, con la mala voluntad de los que estaban ya ubicados, poco proclives a dar lugar. Nada como unos contundentes ejércitos para zanjar las querellas.
La tardía unificación alemana los dejó afuera del reparto global, su desarrollo económico pedía lugar. Detrás de las armas, financistas, ganancias rápidas. Nuevos repartos globales.
Alemania fue por la revancha, la producción mundial avanzaba, la gran potencia colonial del siglo XIX, languidecía. La nueva potencia colonial EEUU, emergía, los soviets desde el otro lado del mundo crecían y amenazaban al orden constituido. Otra vez la guerra, los ejércitos y el capital financiero para sustentarlos.
Una ecuación recurrente fue que todos los procesos a través de la historia tuvieron a los pueblos como víctimas directas de los cambios. Las guerras devastaron lugares, culturas, millones de muertos quedaron como saldo. Tuvo hasta justificación ideológica, la supervivencia de los más aptos, las guerras como reguladores de la población mundial, pero eso sí el dinámico dinero rápido se acumulaba una y otra vez.
Pinceladas de la historia nuestra cercana América de los setenta, la doctrina de la Seguridad Nacional, tan ideológica en su cruzada anti – marxista venía sin embargo de la mano de Milton Fridman y la Escuela de Chicago. Mientras en las Escuelas de las Américas militares norteamericanos enseñaban a sus pares del sur a “darles duro a los marxistas”, la “Chicago school “desparramaba economistas neoliberales que abrían las fronteras al capital internacional. EL F.M.I. herramienta novedosa de control favoreció la financiación de los golpes y los gobiernos militares. Los nuevos gobernantes firmaron “cartas de intención” que los habilitaron a hacer carreteras, hospitales, escuelas y hasta represas hidroeléctricas. Por supuesto que para gastos de defensa hubo dinero a discreción. Lo que quedaba excluido era cualquier inversión productiva. Las deudas externas de nuestra América se multiplicaron al infinito y fueron impagables. Como siempre, ejércitos y capital financiero fueron de la mano.
Será viejo como la marcha de la humanidad pero no deja de ser bárbaro y criminal. Cada crisis financiera, cada “burbuja de inversión desenfrenada” tiene un mismo resultado, conflictos de mayor o menor intensidad, empobrecimiento de multitudes.
La crisis griega ha puesto al desnudo nuevamente la preeminencia alemana en Europa, prepotente y aleccionadora. La defensa de la religiosidad del pago de las deudas contraídas prescinde de cuanto han influido las políticas internacionales en el crecimiento de la misma.
La prusiana y doctoral Merkel parece no recordar que no pasaron 100 años aun de que su país embarcó Europa y al mundo en dos conflictos devastadores. El tablero militar mundial metió a Grecia a comprar armas, a tener un presupuesto de defensa que es altísimo y que seguramente la mayoría de los griegos no sabe o no está de acuerdo. Así de feroz es el capital financiero, en política y por las armas.
La democracia nos da una oportunidad histórica de transitar por caminos distintos, los pueblos, los gobiernos, deben crear mecanismos que traben la operativa financiera y las escaladas bélicas, la solución pacífica y solidaria de nuestros conflictos amplía nuestras posibilidades. El desarrollo tecnológico y de producción habilitan a que el bienestar llegue a todos, la razón de nuestra especie: la humana, debe ser nuestra supervivencia y realización no el predominio de unos sobre otros. Los estados solidarios, deben primar en las relaciones internacionales, deben prevalecer.
El acuerdo griego no es un salvataje, es un chantaje aleccionador, es una amenaza y por supuesto no resuelve ni la crisis ni le da una herramienta de salida.
Por Walter Martinez
Columnista uruguayo
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