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Pensamiento crítico y lucha social como sentido de la vida: el legado de Antonio Negri.

El pasado 16 de diciembre, nos dejó alguien cuya contribución para pensar una sociedad mejor resulta crucial. Antonio Negri, fue un filósofo político italiano de gran creatividad pero también un militante de izquierda que nunca dejó de creer en alternativas sociales. De hecho ambas facetas no pueden separarse, se realimentaban permanentemente. Inquieto, provocativo, de gran erudición, con una trayectoria personal que incluyó la cárcel en Italia y el exilio, es preciso decir algo desde este Uruguay en que el pensamiento crítico se fue de vacaciones hace tiempo.

Elegir en pocos trazos algunas contribuciones de Negri es una tarea imposible. No sólo por la dificultad propia de divulgar herramientas conceptuales y en este caso por la vastedad de lo producido, sino porque sus aportes no pueden disociarse de los diferentes contextos de la compleja realidad europea y global. Pero para llegar a esto, conviene repasar antes algunos aspectos de su trayectoria. Comencemos entonces con ese joven profesor de la Universidad de Padua (estamos hablando de 1957 y 1958, con veinte y pocos años) que ya tenía actividad política importante. En ese momento era en el Partido Socialista Italiano hasta 1963 en que hace alianza con la Democracia Cristiana y lleva a Negri a abandonarlo.

Sin embargo, su faceta política más conocida se ubica en la década del setenta.
En 1973 es la disolución de su grupo Potere Operaio (poder obrero o de los trabajadores) y el inicio de Autonomía Obrera. Y esta “perspectiva-estrategia” de autonomía de los movimientos de trabajadores (para simplificar la idea) debe contextualizarse en los complejos años setenta de la vida política italiana. Acusado injustamente de pertenecer a las “Brigadas Rojas” y de complicidad en el asesinato del político democristiano Aldo Moro (entre otros), su cárcel no puede dejar de recordar en otro contexto, la de Antonio Gramsci en las prisiones del fascismo.

Esa cárcel –lo detuvieron en 1979 cuando seguía siendo profesor en la Universidad de Padua- no le impidió seguir escribiendo ni ser elegido diputado (por el Partito Radicale Italiano) con su posterior exilio a Francia cuando una operación política le quita la inmunidad parlamentaria. Cuando regresa a Italia a fines de la década del noventa, es nuevamente apresado y comienza un movimiento transnacional de presión con importantes figuras intelectuales y académicas que finalmente va llevando a la flexibilización de las medidas hasta su libertad total ya a comienzos del siglo XXI. Ya estamos entonces ante un Negri, más reconocido, más viajero, más “global”. Pero vamos por partes.

Esbozado un rapidísimo trayecto de vida, es preciso agregar –para quien quiera profundizar- que Negri también tiene escritos autobiográficos, algunos recientemente publicados en Buenos Aires (editorial Tinta Limón) pero otros probablemente menos conocidos como “El tren de Finlandia” en base a sus diarios de 1983, (tiempos de Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en Estados Unidos). Allí relata su prisión y reflexiona sobre la represión.

Algunas frases elegidas casi al azar de allí pueden dar cuenta de como percibía su situación al tiempo de respirar actualidad: “La enormidad de la infamia y de la crueldad genera indiferencia. Vivimos la indiferencia de los demás, de todos. El escenario se achata completamente. El proceso (refiere a su proceso judicial) está sin duda definido dentro de una rígida trascendencia de relaciones de poder… Su paradójica singularidad consiste en que la catastrófica disminución de justicia que representa no se presenta como catástrofe, sino como normalidad.  Una noche ártica, sin estaciones, sin transformaciones, un mundo sin luz (edición Libertarias / Prodhufi, 1990, página 68).

Su reflexión va más de su situación personal. Pero avancemos con algunos aspectos más concretos de su trabajo. Y nuevamente debe alertarse sobre el carácter arbitrario, del recorte. En mi caso particular le rescato principalmente sus aportes desde la filosofía política a una teoría social sin fronteras disciplinarias, no sólo para contribuir a entender la realidad actual sino como vocación de transformación social. Porque sus artículos, entrevistas y libros siempre respiran eso: la potencia de lo colectivo para la transformación. 

Llegué a los escritos de Negri por su “Fin de ciclo” (en español, publicado por Paidós en 1992) gracias a la sugerencia de mi estudioso amigo Angel Vera. Allí ya adelantaba algunas tesis que serían desarrolladas (en algún sentido, también reformuladas) en trabajos posteriores mucho más conocidos, digamos cuando Antonio Negri adquirió notoriedad en los análisis sociales y las discusiones teóricas. Y eso ocurrió principalmente con “Imperio” en coautoría con el estadounidense Michel Hardt (la primera edición de este libro fue en inglés en el año 2000).

Pero ya en la década del ochenta y noventa, Negri venía alertando sobre la brutal mutación del capitalismo. Para ello, por ejemplo, rescataba y reelaboraba de Marx la idea de subsunción real del trabajo en el capital: es decir, el trabajo se vuelve mucho más socializado, requiere más cooperación, más conocimiento aplicado, apropiación de experiencias sociales. Subjetividades puestas a trabajar. El posfordismo como organización del trabajo es solamente una parte de esa transformación. El trabajo abandona la fábrica para hallar en lo social (en general) la consolidación y la transformación de diferentes actividades en valor. Lo que Negri veía entonces como anticipo del siglo XXI era la sociedad entera puesta al servicio del capital. El “obrero social” como nuevo sujeto (en relación al anterior “obrero masa”). Hoy esto está mucho más claro y permanentemente se cristaliza ante nuestros ojos.

El mencionado trabajo “Imperio” lleva la discusión al plano global (en la década del noventa el debate sobre globalización había abierto discusiones claves sobre el presente y el futuro). La materialización del “imperio” implicaba el fin de la “soberanía” de los Estados-nación. “El poder se ejerce ahora a través de maquinarias que organizan directamente los cerebros (en los sistemas de comunicación, las redes de información, etc.) y los cuerpos (en los sistemas de asistencia social, las actividades controladas, etc.) con el propósito de llevarlos hacia un estado autónomo de alienación, de enajenación del sentido de la vida y del deseo de creatividad” (Paidós, 2002, página 38).  Se podría decir, en tren de conclusión apresurada: la creatividad es direccionada por el capital (por las empresas transnacionales), pero esto implica esencialmente una contradicción, pues este direccionamiento de hecho la obstaculiza.

Imperio tuvo una extraña amplia acogida, incluso por periódicos como el New York Times (lo que en verdad puede adjudicarse a intencionales aspectos oscuros del libro que coqueteaban con un público políticamente vasto) a la vez que generó enormes debates académicos y políticos (no en Uruguay, por supuesto) y un conjunto de incomprensiones sobre el papel adjudicado a Estados Unidos. Una de las más sonadas en ese sentido fue la del intelectual argentino Atilio Borón, siempre lúcido para captar transformaciones geopolíticas y siempre miope para abrirse a otro tipo de problemáticas y mutaciones globales en relación al siglo XX.

Con Hardt, le siguieron otros voluminosos trabajos como “Multitud”, “Commonwealth” y “Asamblea” en donde reabrieron el problema del sujeto de transformación: múltiple, diverso, integrado por diferentes luchas sociales. Esta idea de multitud como sujeto antagonista del imperio, siempre generó entendibles problemas conceptuales. De fondo, la abstracción “multitud” contenía el arco de movimientos sociales como sujeto, asumía el problema de individualidades de resistencia sin lógica de partido político (una figura organizativa que, mirando a Europa, nuestro autor consideraba casi muerta), pero contenía problemas no claramente resueltos (como la relación con el concepto de clase social) de modo que terminó siendo una idea esquiva que no se configuró como herramienta analítica. En todo caso quedaba claro que el sujeto colectivo del siglo XXI puede ser amplio y diverso pero siempre algo muy diferente a lo que representa la idea de masa manipulada desde el poder.

Por cierto, así como se puede leer a Negri (en algunos casos con Hardt) y captar potencialidades de su pensamiento también se pueden identificar debilidades del mismo. Para quien esto escribe, la principal de las últimas fue el desconocimiento de lo que implica la polaridad entre regiones centrales de acumulación y regiones periféricas (como América Latina) que otras vertientes teóricas ayudaron a desarrollar y que el autor marginó de su perspectiva.

Pero quedarse con esto sería parcial e injusto aún para un apresurado balance como éste. Porque Negri, en sus diversos momentos –el recuperador de Spinoza, el filósofo del poder constituyente más allá de discusiones jurídicas, el diseccionador del capitalismo (ahora en su fase “cognitiva”), el señalador de las desorientaciones de la izquierda italiana (hoy muy evidentes), el inquieto observador de las luchas latinoamericanas y de los progresismos desde inicios del siglo XXI y así se podría seguir- fue también un estimulante provocador intelectual. De modo que entre acuerdos y desacuerdos teóricos y políticos, si  queremos recuperar de sus extensas vacaciones la capacidad de pensar críticamente frente a un pragmatismo desenfrenado,  estamos ante un legado ineludible para tener presente. 

Dr. Alfredo Falero

17 de diciembre 2023

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