Los riesgos para el 2024

Tiempo de lectura: 6 minutos

Hay tres temas que afectan y seguirán afectando Europa:

+ La guerra de Ucrania.

+ La guerra de Gaza

+ El avance de la derecha europea.

Las elecciones parlamentarias para renovar la euro-cámara en el verano del 24 serán el termómetro político con que se mida la primavera de la derecha, el otoño del socialismo democrático y el invierno del liberalismo.

En el campo económico, las cifras de los bancos nacionales europeos muestran un repunte en la economía: menos inflación, pecios más asequibles sobre todo en el campo de la energía y los alimentos, pero… todo se puede ir al garete en unos pocos meses, semanas o incluso días.

En este campo hay un par de divergencias peligrosas entre los dos grandes: Alemania y Francia. Están distanciados en el tema energético y en la política macroeconómica. Sobre el tema Ucrania – Rusia, están de acuerdo.

Hay una variable extraeuropea que es la elección presidencial en EEUU.  El resultado afectará las relaciones sobre todo de cara a la OTAN; es decir, la guerra en Ucrania.

No intento ser adivino, y por eso no creo que todos los riesgos señalados se produzcan llevando a un desastre total, pero es posible que alguno de los peligros citados acontezca. Y tengo dudas de que la UE esté preparada para enfrentar simultáneamente más de dos crisis.

La guerra en Ucrania

Las acciones de ambos bandos están empantanadas. Llegó el invierno, congeló los campos de batalla, y eso hace imposible el avance de cualquiera de los ejércitos.

EEUU.no acaba de votar su presupuesto por el bloqueo de los republicanos (60 mil millones de dólares para Ucrania) y la UE está bloqueada por Hungría: hasta cuando se escribe este texto, es de 50 mil millones de euros.  O sea, las ayudas a Ucrania aún no están vigentes.

Putin, en su comparecencia anual con la prensa rusa y alguno que otro corresponsal, lució una impronta ganadora y se burló de Zelenski: “fue a recorrer el mundo como un mendigo, y a ningún efecto”. Y por primera vez dio el número de combatientes en el frente de guerra. Putin dio la impresión de que su objetivo está en el Donbas y en el corredor (aun no plenamente controlado) que pueda unir territorialmente con Crimea, lo que además supondría el control del mar de Azov.  Es decir, la “desnazificación de Ucrania” ya no aparece en sus discursos.

Los analistas cercanos a Washington y a Bruselas dicen que los presupuestos saldrán más tarde, pero saldrán. De ser así, el riesgo del abandono occidental a Ucrania habrá desaparecido.

Otra cosa es predecir cómo desarrollará la guerra en la próxima primavera.

Las preguntas importantes son:

+ ¿Recibirá Ucrania los F-16?

+ ¿Olaf Scholz desbloqueará la entrega de los misiles crucero Taurus?

+ ¿Volverán a llenarse los arsenales con municiones de las que hoy carece Ucrania?

+ ¿Polonia convencerá a sus agricultores para que desbloqueen la carretera que une con Ucrania y por donde entran los cereales a Europa?

+ ¿Cómo combatir el cansancio de la guerra tanto en Ucrania como en los países aliados?

La guerra en Gaza

Dentro de Israel, muchos ciudadanos han comenzado a desmarcarse del belicismo de Netanyahu, y rabinos y comunidades ortodoxas, entre otros, muestran letreros que dicen: “Not in my name”.

Por parte europea, los políticos han olvidado que la estructura social del continente ha cambiado definitivamente. Hay una tercera generación de turcos en Alemania, igual que una tercera generación de kurdos en Suecia o los inmigrantes de las ex colonias francesas que pueblan sus barriadas. Estos inmigrantes, que ayudaron a la construcción de la Europa industrial y que ahora son los trabajadores de servicios, son más afines a sus iglesias que a la de Roma. Hay algunos muy bien integrados, incluso asimilados, pero hay otros que siguen al margen. Y dentro de estos últimos, unos pocos seguidores del fanatismo islamita.

Estos conglomerados humanos han originado dos reacciones: la principal es la islamofobia y la otra es la extremada tolerancia de una izquierda trasnochada que no intenta criticar las intransigencias culturales y los extremismos políticos, tan solo porque son aliados “antiimperialistas” o “por ser parte del multiculturalismo”.

Esos nuevos europeos son los que consideran una hipocresía la actitud de occidente. Comparan la ayuda sin límites a la invadida Ucrania y, al mismo tiempo celebran el derecho a la defensa del estado de Israel; por cierto exagerado, como muestran las cifras de víctimas, y particularmente las de niños.

Netanyahu está aliado con una extrema derecha que quiere echar a los palestinos de la “tierra santa” y se enfrenta con Hamas, la mano larga de Irán, que tampoco reconoce la existencia de Israel como Estado. Es decir, es la guerra de dos extremos, además, muy religiosos. Son viejas escrituras las que muestran como títulos de propiedad.

En Beirut me dijeron en los 90: la caída de la URSS y la desaparición del paradigma comunista que dio una identidad ideológica a mucha gente, cedió paso a la identidad religiosa. “Las próximas guerras regionales tendrán un matiz religioso” me dijo el colega George Saliva.

La UE calmó su euforia pro-israelita de las primeras semanas; quizá había motivo para ella porque la masacre de Hamas es absolutamente imperdonable. Pero la respuesta de Israel se fue deslegitimando por la proporción y la cantidad de muertes y destrozos en un sitio tan pequeño como Gaza.

Los que deben resolver el entuerto viven en Israel y son ellos los que deben juzgar a Netanyahu que, según el New York Times, sabía de antemano que Hamas iba a perpetrar un ataque terrorista. Los analistas del boletín Voltaire sostienen que los “dejó hacer” por dos razones:

+ La interna.

Las manifestaciones multitudinarias estaban a punto de explotar y sacar a Netanyahu del poder.

+ La histórica.

Era la gran oportunidad de meter en la bolsa del terrorismo a toda la población palestina incluida la de Cisjordania con lo que la solución de los dos estados quedaba definitivamente fuera de agenda.

Tanto a Netanyahu como a Putin les salió el tiro por la culata. Calcularon mal.  Putin tiene a la OTAN en la puerta del Kremlin. Y en Israel, pero sobre todo en los países occidentales donde siguen teniendo apoyo, han surgido analistas serios y  políticos de peso que sugieren, plantean e incitan a volver a la resolución 181 de la ONU, base teórica de los acuerdos de Oslo de 1993 que le costaron la vida a Isaac Rabin a manos de un extremista religioso judío. Es decir, la vigencia de dos estados con fronteras, y no con muros o alambradas.

Será un proceso largo, difícil y doloroso, porque lo contrario es dar más oxígeno a los dos extremos que se alimentan de odios recíprocos. De ser así, el ganador estratégico sería el terrorismo y hasta podría alcanzar las plazas de Europa. Hay quienes ya mencionan el reduccionismo: “Es la guerra de los imperios” o “Es la guerra de religiones”.

Las cosas se aclararán cuando Netanyahu haya dado por concluida la guerra y su país vuelva a la política. 

Las derechas europeas

Son derechas, en plural, porque la derecha italiana no es lo mismo que la derecha alemana y tampoco la española. Hay quienes se oponen a calificar de derecha a movimientos tecno-anarquistas o anarco-liberalistas.

Estas derechas diversas tienen rasgos comunes, y los principales son dos y muy importantes:

+ El rechazo a la inmigración, sobre todo a la musulmana.

+ La negación o reticencia a los temas ambientales y climáticos.

En este contexto hay que observar el comportamiento de la derecha “normal” porque levantó los cordones “sanitarios” que las separaban de esas derechas con matices neonazis, neofascistas, putinistas, homofóbicos, islamófobos, supremacistas y negacionistas climáticos y pandémicos.

Hay ejemplos de la actitud de la derecha “normal”: está en alianza con la ultra en Suecia, Finlandia, Italia, Países Bajos. Son gobierno en Hungría, Eslovaquia, Bulgaria y podrán serlo en Francia. En España están al acecho y en Italia no sólo están en el gobierno sino que quieren hegemonizarlo, sacando a la Meloni que atemperó su discurso anti-UE y es favorable a seguir ayudando a Ucrania.

El calificativo de neonazi o neofascista no es porque su programa se parezca al de Hitler o Mussolini sino por su forma de implementar la política. 

Hoy es lícito hablar de iliberal, incluso autocalificarse como tal. Lo hace Orbán de Hungría y lo hacía uno de los gemelos de Polonia; pero ¿qué es ser iliberal?

Es ser elegido en sufragios nacionales bajo la condición de no recibir refugiados ni inmigrantes, defender el núcleo familiar cristiano, no permitir el “avasallamiento político de los homosexuales y sus derivados”, defensa de la “cultura nacional”, control del banco nacional, eliminación de la libertad de prensa y opinión, transformar el poder judicial en un instrumento del ejecutivo y usar como herramienta represora de la oposición; de allí la admiración de esas derechas europeas por el sistema de la Rusia de Putin.

Esos riesgos señalados puede que se hagan o no realidad. La política no es fácil de predecir y tampoco es la intención de esta nota. Es simplemente un repaso de posibilidades con las que ingresamos al 2024.

Por Carlos Decker-Molina

Foto Portada: Geert Wilders Primer Ministro de Países Bajos

 

 

 

(Síganos en TwitterFacebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA

Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.