Desigualdad de género en el Sahel

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La profunda exclusión política, económica y social de las mujeres se ve agravada aquí por dinámicas que se refuerzan mutuamente entre la desigualdad de género y la fragilidad estatal en el Sahel. A estos factores se suman una exclusión política extrema y el surgimiento de movimientos islamistas radicales. Una construcción de la paz eficaz requiere urgentemente una respuesta internacional que tome en serio las cuestiones de género.

Desigualdad de género y fragilidad estatal en el Sahel// Los actores internacionales están cada vez más comprometidos a integrar una perspectiva de género en su apoyo a los Estados frágiles y los afectados por el conflicto (EFAC). Este compromiso ha sido expresado en la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre la seguridad de la mujer y la paz, que hace un llamamiento a la “participación igualitaria de la mujer y su completo involucramiento en todos los esfuerzos dirigidos al mantenimiento y la promoción de la paz y la seguridad”; en el Nuevo Acuerdo para el Compromiso en Estados Frágiles, acordado en 2011 por algunos países frágiles, socios del desarrollo y organizaciones internacionales y que estipula que “el empoderamiento de las mujeres […] es clave para el éxito de la construcción de la paz y del Estado”; así como en las políticas de numerosos donantes multilaterales y bilaterales.

No obstante, pese a ello, en la práctica el compromiso internacional con los EFAC a menudo ignora las complejas conexiones y la relación entre la desigualdad de género y la débil gobernanza, el subdesarrollo y los conflictos que caracterizan a estos Estados.

Esta omisión es particularmente evidente en el Sahel. Los Estados sahelianos no sólo son profundamente frágiles, sino que también, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tienen los niveles de desigualdad de género más altos del mundo. A lo largo de la zona, la profunda exclusión política, económica y social de las mujeres se ve agravada por, y contribuye a, la fragilidad, además de actuar como un obstáculo a una construcción de la paz eficaz. El Sahel requiere urgentemente una respuesta internacional que tome en serio las cuestiones de género.

La relación entre la fragilidad estatal y la desigualdad de género

El Sahel es una de las regiones más subdesarrolladas del mundo. Según el Banco Mundial, cerca de la mitad de la población vive con menos de US$1,25 al día. Países como Níger, Chad, Mali y Burkina Faso continúan atascados en los últimos puestos del Índice de Desarrollo Humano de la ONU. Las mujeres, en particular, se encuentran en desventaja debido a varios factores como, por ejemplo, la extrema pobreza de la región; la debilidad de las instituciones estatales; la falta de servicios básicos; una política inestable, irresponsable y corrupta; y unas estructuras sociales altamente patriarcales. En este contexto, el progreso en materia de los derechos de la mujer en el Sahel ha sido muy limitado si se lo compara con cualquier otro lugar de África.

De los 152 países incluidos en el Índice de Desigualdad de Género de la ONU, Níger ocupa el puesto 151, Chad el 150 y Malí el 148. Según la ONU, el Sahel se enfrenta a cuatro crisis superpuestas –política, ambiental, de desarrollo y humanitaria– que están aumentando la desigualdad de género. ONU Mujeres describe cómo, a lo largo del Sahel, “las mujeres se encuentran atrapadas en círculos viciosos de pobreza crónica, estrés ambiental y privaciones, donde la negación de sus derechos básicos y diferentes formas de violencia se ven agravadas por la superposición de prácticas tradicionales nocivas, modelos sociales y fundamentalismos religiosos”.

En los últimos años, la gobernanza ha empeorado y la violencia ha aumentado de manera vertiginosa en el Sahel, en la medida que los Estados no han cumplido con sus promesas de democratización; los reclamos políticos, regionales y étnicos se han intensificado; las revueltas en el Magreb han alimentado la inseguridad en la vecindad del Sahel; y las redes criminales transnacionales han expandido su presencia.

Esta situación de deterioro ha tenido un impacto directo sobre la seguridad de la mujer, como se ha visto en la crisis de Malí de 2012, donde las mujeres han sido víctimas de una gran violencia, o actualmente en el norte de Nigeria a manos de Boko Haram. De igual modo, ha tenido efectos más insidiosos sobre los derechos de las mujeres.

Los reclamos relativos a la incapacidad de los Estados del Sahel para lograr la democracia o el desarrollo han motivado la aparición de movimientos islamistas radicales a lo largo de la región, cuya creciente influencia política y social está socavando los logros alcanzados en cuanto a los derechos de las mujeres. De hecho, como ocurre en muchos EFAC, los derechos de las mujeres en el Sahel se ven cada vez más atrapados en luchas políticas más amplias sobre la naturaleza del Estado y la sociedad.

No sólo los derechos de las mujeres se ven afectados por la fragilidad, sino que la desigualdad de género en el Sahel también alimenta la fragilidad. Asimismo, estas desigualdades contribuyen al rápido crecimiento de la población y al continuo subdesarrollo de la región. Ahora se reconoce, tal como se detalla en el Informe de Desarrollo Mundial del Banco Mundial de 2011, que “una mayor igualdad de género puede fortalecer la productividad, mejorar los resultados del desarrollo para la generación siguiente y tornar más representativas a las instituciones”.

Además, investigaciones académicas recientes, como la de la Universidad de Uppsala en Suecia, demuestran que existen vínculos significativos entre los altos niveles de desigualdad de género y los altos niveles de conflicto armado intraestatal, en parte debido a actitudes machistas en la sociedad.

La participación política de las mujeres

En el Sahel, las mujeres están muy excluidas de la vida política. Sus expectativas de que la democratización pudiera aumentar de forma significativa su participación política no han sido prácticamente satisfechas. A lo largo de la región, la representación de la mujer en el parlamento es del 15 por ciento, mientras que en Malí es sólo del 10 por ciento, en Níger del 13 por ciento y en Chad del 15 por ciento.

Las campañas realizadas para la introducción de cuotas para las mujeres han enfrentado una oposición extrema por parte de los grupos religiosos más conservadores. Sin embargo, en algunos casos, se ha logrado establecer algunas cuotas significativas. Por ejemplo, en Senegal las mujeres representan el 43 por ciento de la Asamblea Nacional, muy por encima del promedio de los países desarrollados, mientras que en Mauritania llegan al 25 por ciento, cifra similar a la de varios países europeos. La naturaleza de la política en el Sahel es una de las principales barreras para la participación de la mujer. Los partidos políticos tienden a estar centralizados en torno a líderes masculinos, marginando a las mujeres en “alas femeninas” que no tienen ningún poder, y a ser reticentes a elegir candidatas femeninas. Incluso donde las mujeres son elegidas como candidatas, a menudo carecen de redes clientelistas o de los recursos financieros necesarios para movilizar o comprar votos. Además, una vez elegidas, es muy difícil para las mujeres influir en la toma de decisiones, dado que sufren una gran discriminación y carecen de acceso a los espacios informales y a las redes en las cuales se realizan las negociaciones políticas. Rara vez se les da puestos de relevancia, aunque ha habido excepciones sorprendentes: tanto Senegal en 2001 como Malí en 2011 tuvieron mujeres primeras ministras, aunque sólo por un breve período.

Las mujeres en el Sahel, excluidas de las estructuras formales, han constituido redes informales para influir en la política. Un informe reciente del Centro para el Diálogo Humanitario describe cómo muchas han participado en REFAMP, una red de mujeres africanas parlamentarias y ministras.

En Burkina Faso, mujeres nigerianas y senegalesas de distintos partidos han creado asociaciones conjuntas para presionar por una mayor representación femenina en la política. No obstante, es en el ámbito de la sociedad civil –donde los intereses son más bajos y las redes clientelistas menos poderosas– donde las mujeres han tenido un mayor espacio para movilizarse y canalizar su voz política.

La exclusión política de la mujer da lugar a una gobernanza excluyente e irresponsable. Significa también que los derechos de las mujeres y sus necesidades no son prioridades políticas, con implicaciones directas sobre los objetivos de desarrollo más amplios. Fundamentalmente, en algunos de los contextos más problemáticos de la región, incluyendo Malí, el norte de Nigeria y Níger, los movimientos religiosos conservadores impiden cada vez más la participación femenina en la vida pública.

Los derechos de las mujeres y la familia

Los derechos de las mujeres y la familia son una de las principales áreas de disputa entre los gobiernos, los movimientos de mujeres y las fuerzas religiosas conservadoras en el Sahel. Estas dinámicas son similares a lo largo del Norte de África, como por ejemplo en Marruecos o Egipto, donde la reforma del derecho de familia ha sido siempre una batalla en las luchas de poder entre las élites políticas y la oposición islámica.

En la mayoría de los países del Sahel, el derecho de familia se basa en la costumbre y la ley islámica y otorga a la mujer muy pocos derechos. Las mujeres se han movilizado para demandar una reforma de estas leyes, pero sus demandas han sido reprimidas por las fuerzas más conservadoras. En Malí en 2009 un borrador de código de familia que habría elevado la edad legal para contraer matrimonio a los 18 años, dado derechos de herencia a las hijas y reconocido a las mujeres la igualdad respecto de sus esposos, fue abandonado ante la presión del Alto Consejo del Islam en Malí y de varios grupos religiosos.

En Níger, un intento de reformar el derecho de familia en 2011 también se abandonó debido a la presión ejercida por las asociaciones islámicas.

Un informe reciente del Wilson Center subraya cómo el derecho de familia en el norte de Nigeria se encuentra atrapado en luchas más amplias sobre identidades religiosas, regionales y políticas. Describe cómo las mujeres activistas negocian la disputa entre las identidades islamista y secular de Nigeria a través del uso de sofisticadas interpretaciones religiosas y de la constitución nigeriana y los compromisos con los derechos humanos para promover sus derechos.

La profunda exclusión política, económica y social de las mujeres se ve agravada por, y contribuye a, las dinámicas del conflicto

Mientras que el estatus de la mujer en la familia a menudo se presenta como enteramente perteneciente a la esfera personal, también tiene profundas implicaciones para el desarrollo y la fragilidad. Tal desempoderamiento en el hogar limita la capacidad de las mujeres para acceder a varios servicios, oportunidades económicas o recursos como la tierra, o participar en la vida pública o escapar del abuso. El derecho familiar discriminatorio, por consiguiente, impide a las mujeres contribuir efectivamente al desarrollo político y socioeconómico y a la estabilidad, además de aumentar las presiones demográficas.

Educación y población

El Sahel tiene algunos de los peores indicadores del mundo en lo que a educación femenina se refiere, con tasas de alfabetización mucho más bajas entre las mujeres que entre los hombres a lo largo de la región. En Níger la alfabetización entre los 15-24 años de edad es del 52 por ciento para hombres y del 23 por ciento para mujeres. Uno de los factores principales que limita el acceso de las niñas a la educación es el matrimonio temprano,siendo la edad promedia para contraer matrimonio de 15,7 en Níger, 16,6 en Malí y 17,1 en Mauritania. Según un informe reciente de Mireille Affa’a-Mindzie para el International Peace Institute, esta situación se ve exacerbada debido a que “la educación de las niñas se ve aún más afectada por la creciente tendencia religiosa conservadora”.

En Níger en 2012 los grupos religiosos bloquearon una ley que habría ayudado a proteger a las niñas en edad escolar del matrimonio temprano, aumentando la educación obligatoria de los 12 a los 16 años de edad. La negación del derecho a la educación de las niñas reduce su autonomía personal y su capacidad para contribuir en la vida económica, política y social. Asimismo, contribuye a las altas tasas de fertilidad de la región.

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Aunque países como Chad, Mauritania, Burkina Faso y Níger están registrando algunas de las tasas de crecimiento económico más altas del mundo, ello no se está traduciendo en un mayor PIB per cápita o en una mejora del bienestar. Una de las principales razones es la lenta transición demográfica de la región: la mortalidad infantil ha caído rápidamente, pero las tasas de fertilidad no. Níger tiene la tasa de fertilidad más alta del mundo, con un promedio de 7,6 hijos por mujer, mientras que en Chad la tasa es de 6,6 y en Malí 6,1. Como consecuencia, la ONU predice que la población del Sahel aumentará de los actuales 100 millones de personas a 340 millones hasta 2050. A medida que la población crece en un contexto con escasos recursos y medios de vida limitados, además de un mayor impacto del cambio climático, la presión demográfica puede convertirse en un gran desencadenante de la fragilidad. Tal como lo señala el Banco Mundial, “el retraso de la transición demográfica en el Sahel implica un alto riesgo de extrema pobreza, crecientes desigualdades, lento crecimiento económico e […] inestabilidad”.

Alrededor del mundo se ha visto que para reducir las tasas de fertilidad hace falta proveer los servicios apropiados de planificación familiar y –fundamentalmente– empoderar a las mujeres para retrasar el matrimonio y la maternidad. Por tanto, la crisis demográfica en el Sahel no puede resolverse mientras que las mujeres de la región continúen marginadas política, económica y socialmente. Tal como argumenta el Fondo para la Población de la ONU, “allí donde las opciones mejoran para las mujeres y las niñas, la fertilidad declina y las oportunidades se expanden. [Esto puede] ayudar a los países del Sahel a emprender el camino hacia un crecimiento social y económico sostenido e inclusivo”. Mientras que Níger y Burkina Faso han adoptado algunas políticas (si bien limitadas) para promover la planificación familiar, parece que la ralentización del crecimiento de la población no representa una prioridad para la mayoría de los Estados sahelianos.

La respuesta de las mujeres a la fragilidad y el conflicto

Según Affa’a-Mindzie, “si bien las mujeres [en el Sahel] se ven afectadas de forma desproporcionada por el conflicto, su protección en los contextos afectados por el conflicto y su participación en la prevención de conflictos e iniciativas de paz siguen siendo marginales en el mejor de los casos”.

Las mujeres han sido prácticamente excluidas de los procesos de paz a nivel nacional e internacional en Malí, a pesar de sus demandas. Allí donde ha habido esfuerzos para incluir a las mujeres en ese tipo de actividades, como los apoyados por la Alta Autoridad de Nigeria para la Construcción de la Paz, éstos han estado muy al margen de los procesos políticos reales. Esta exclusión de los procesos formales de construcción de la paz refleja la exclusión de las mujeres de la vida política más amplia. Ello le resta importancia a tales procesos, al no tener en cuenta ni los intereses de las mujeres ni sus conocimientos.

La exclusión de los procesos formales no ha impedido que las mujeres se hayan movilizado a nivel regional, nacional y local para abordar el conflicto.

Por ejemplo la organización no gubernamental (ONG) pan-africana Femmes Africa Solidarité trabaja para promover la agenda de la mujer, la paz y la seguridad a lo largo del Sahel. De igual modo, organizaciones regionales y nacionales de mujeres se reunieron en Senegal en 2012 para promover la celebración de elecciones no violentas, incluso mediante la movilización de observadoras electorales.

Durante el conflicto en Malí, las mujeres hicieron cabildeo con los negociadores en Uagadugú y los jefes de Estado de África Occidental, se manifestaron a favor de la paz y en algunos lugares llegaron a participar en la mediación con los rebeldes.

Sin embargo, las organizaciones de mujeres se enfrentan a varios retos significativos a la hora de movilizarse para responder al conflicto, que tienen que ver tanto con un entorno de inseguridad y discriminación como con la debilidad y las divisiones en los propios movimientos de mujeres. Además de las limitaciones financieras y en materia de capacidades, estas organizaciones también sufren las mismas divisiones políticas y sociales (étnicas, religioso/seculares, de clase, rural/urbanas, etc.) que afectan al resto de la sociedad, lo cual ha limitado su impacto.

Las organizaciones de mujeres a menudo son pasadas por alto por los actores internacionales. La financiación internacional que reciben suele ser muy limitada, a cuenta gotas y generalmente no las ayuda a desarrollar una agenda estratégica. Además, la inevitable interacción de los actores internacionales con los líderes masculinos a menudo implica que no aprecien el valor de las voces femeninas.

Pero como señala Lakshmi Puri, directora ejecutiva adjunta de ONU Mujeres, “las perspectivas de las mujeres sobre las tensiones en las relaciones sociales, su conocimiento de las amenazas a la seguridad personal, familiar y comunitaria, son elementos fundamentales para la estabilidad y la prevención de conflictos y constituyen algunos de los sistemas más eficaces de alerta temprana”.

La respuesta internacional

Es cada vez más evidente que priorizar las cuestiones de género en los procesos de construcción de la paz y del Estado, sobre todo a través de la inclusión de las mujeres en dichos procesos, mejora los resultados.

De igual modo, los procesos de construcción de la paz y del Estado pueden crear importantes oportunidades para abordar la desigualdad de género y mejorar los derechos de las mujeres, a

medida que se renegocian las relaciones entre el Estado y los ciudadanos, se redistribuye el poder y se reforman las instituciones.

El Sahel está seriamente afectado por una desigualdad de género extrema y la fragilidad estatal y requiere una respuesta internacional que vincule la construcción de la paz y del Estado y la igualdad de género, algo que la comunidad internacional aún no ha logrado.

A lo largo del Sahel, existe un abanico de iniciativas apoyadas a nivel internacional para atender las necesidades de las mujeres, abordar la desigualdad de género y empoderarlas. Los actores internacionales prestan apoyo a la provisión de una amplia gama de servicios para mujeres y niñas. Llevan a cabo actividades para promover la voz y la participación política de las mujeres, como la financiación de organizaciones de mujeres de la sociedad civil, la capacitación de las mujeres en la política y el apoyo a la construcción de coaliciones nacionales y regionales. Aunque más limitadas, también ha habido iniciativas internacionales para fomentar la participación de las mujeres en la construcción de la paz, como el respaldo a redes femeninas para la paz regional y la formación de mujeres mediadoras.

En 2013, el Servicio Europeo de Acción Exterior de la UE (SEAE) y la ONU celebraron una conferencia sobre el liderazgo de la mujer en el Sahel, que se centró en el conflicto y la estabilidad.

No obstante, si bien valiosas, esas actividades tienden a ser muy pequeñas, cuentan con escasos fondos y están desconectadas unas de otras y de los esfuerzos más amplios para abordar la fragilidad de la región y los retos del desarrollo. Los complejos problemas del Sahel requieren una respuesta verdaderamente multidisciplinaria, que conecte las áreas de desarrollo, seguridad, política y ayuda humanitaria, y que integre la cuestión de género de forma transversal. Dicha respuesta permitiría a los actores internacionales entender mejor y abordar, por ejemplo, las conexiones entre una gobernanza fallida, el surgimiento del extremismo, el acceso de las niñas a la educación y la edad de matrimonio, las presiones demográficas y los desafíos de seguridad relacionados con el conflicto sobre los recursos o el desempleo juvenil.

Las estrategias de los actores internacionales para la región demuestran su desconocimiento sobre la importancia del género para alcanzar objetivos más amplios. Si bien la UE apoya algunas actividades relacionadas con el género en el Sahel a través de su ayuda humanitaria y al desarrollo, la Estrategia para la Seguridad y el Desarrollo en el Sahel del SEAE de 2011 no hace ninguna mención a las mujeres, al género o a los desafíos demográficas.

Esta ausencia es decepcionante dado que el Consenso Europeo sobre Desarrollo identifica la igualdad de género como uno de los cinco principios esenciales de la cooperación al desarrollo. Mientras tanto, en la Estrategia Integrada de la ONU para el Sahel, el género está en el primer objetivo estratégico sobre gobernanza, pero está completamente ausente de los otros dos objetivos referentes a la seguridad y la resistencia a largo plazo.

El hecho de que el género continúe siendo secundario para muchos de los actores internacionales de desarrollo y seguridad no es una característica exclusiva del Sahel. Esta situación es común en prácticamente todos los EFAC, debido a los tradeoffs entre abordar las prioridades de las élites locales y la promoción de las normas internacionales, así como a la falta de liderazgo, conocimiento, capacidades e incentivos de la plantilla internacional y la no inclusión del género en el análisis político. De hecho, un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sobre las asignaciones de ayuda destinadas a la igualdad de género en los Estados frágiles concluyó que los donantes no están cumpliendo con sus compromisos internacionales.

Conclusión

Para abordar los múltiples desafíos del Sahel, hace falta reconocer el género como tema clave para la consecución de los objetivos políticos, de seguridad, de desarrollo y de sostenibilidad de la región. Asimismo, se necesita una mayor priorización estratégica, financiación y recursos humanos dedicados a las cuestiones de género tanto por parte de los actores internacionales como de los gobiernos locales. Se necesita un apoyo sostenido para ayudar a las mujeres a movilizarse, desarrollar sus propias agendas y participar en la toma de decisiones. Se debe prestar mayor atención a las actividades de incidencia con los líderes políticos masculinos sobre cuestiones de género, así como abordar las fuentes de resistencia y la represión de los derechos de las mujeres.

La promoción de la igualdad de género no es un añadido sino una obligación en el Sahel. Como señalan en un reciente informe reputados académicos de la Universidad de California, Berkeley, “invertir en las mujeres […] es probablemente una forma más previsible de prevenir el conflicto sobre los recursos (como está ocurriendo en la actualidad en Darfur) o la proliferación de células terroristas (como ha pasado en Malí) que la acción militar. Es una forma más lenta de desactivar un conflicto o de adelantarse al surgimiento del fundamentalismo, pero es ciertamente más segura”.

Por Clare Castillejo

Investigadora senior en FRIDE.

Fuente: http://fride.org/

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