“Pobres criaturas”: Un himno a la emancipación femenina

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La tardía emancipación femenina, el rígido modelo patriarcal aun hegemónico, la religión como negación de la racionalidad o la racionalidad como negación del dogma, la ciencia como patología y las más deleznables miserias humanas son las cinco vertientes temáticas que desarrolla “Pobres criaturas”, el nuevo y no menos revulsivo largometraje del realizador griego Yorgos Lanthimos, que tiene nada menos que once nominaciones  a los premios Oscar de Hollywood, que serán entregados el próximo domingo 10 de marzo.

Este nuevo largometraje de un director sin dudas de culto, es otra construcción de impronta creativa desaforada y surrealista, acorde con el discurso cinematográfico de su autor. En ese contexto, con apenas ocho películas en su haber, el cineasta helénico ha logrado subyugar a las cinéfilos más exigentes, mediante una paleta artística que apuesta casi siempre a la desmesura, sin por ello desestimar el abordaje de tópicos que, por su naturaleza, resultan siempre cruciales.

Se trata de un creador profundamente reflexivo, que siempre apela a estéticas rupturistas que trascienden a los meros cánones de lo convencional. Esa tendencia a la trasgresión ha situado a Lanthimos en un pedestal de privilegio del denominado cine culto, con el cual naturalmente se identifica. Sin embargo, sus producciones igualmente han logrado perforar las fronteras del cine de industria de difusión masiva.

Su primer largometraje, que data de 2001, es “Mi mejor amigo” y fue filmado en codirección con su compatriota Lakis Lazopoulos. Cuatro años después, en 2005, estrenó “Kinetta”, su ópera prima en solitario, que comenzó a cimentar una carrera meteórica. Empero, el reconocimiento internacional le llegó en 2009 con “Canino”, filme surrealista premiado en el Festival de Cannes y en el de Sitges, certámenes europeos que otorgan prestigio a cualquier realizador que pretenda ser tomado en serio artísticamente.

En el año 2011, el ateniense estrenó “Alps” (2011), un drama psicológico que analiza el concepto del duelo y la aceptación de la pérdida en el marco de una sociedad distópica. Esta obra le valió un par de galardones más, en el Festival de Venecia y en el de Sidney, y contribuyó a seguir cimentando su fama.

Su definitivo salto a la fama internacional y al beneplácito de Hollywood llegó en 2015 con “La langosta”, obra de distribución internacional protagonizada por reconocidas estrellas de la talla de  Colin Farrel y Rachel Weisz.

Con su impronta transgresora algo contenida para no apartarse demasiado del discurso políticamente correcto, Lanthimos, sin embargo, suele atraer a los cinéfilos con su hábil manejo de la fotografía, su originalidad y su visión cuestionadora del sistema, pero sin llegar a escandalizar a la industria. 

En 2017, el realizador estrenó “El sacrificio de un ciervo sagrado”, una suerte de ensayo que reinterpreta el mito de Ifigenia. Se trata de una película claustrofóbica, protagonizada nuevamente por Colin Farrel y con la incorporación de la talentosa Nicole Kidman, que ensaya una despiadada radiografía de las clases altas.

No obstante, tal vez su obra maestra sea “La favorita” (2018), un ejercicio de recreación histórica con impronta de tragicomedia de humor negro ambientado en el siglo XVIII, en la corte de la atribulada reina británica Ana, que indaga, con el despiadado filo de un bisturí, en los entretelones, las intrigas y las miserias de la clase aristocrática. Esta película obtuvo varias nominaciones al Oscar y le valió una estatuilla dorada a la brillante actriz Olivia Colman, por su magistral interpretación de una monarca vieja, enferma y al borde de la demencia.

Con “Pobres criaturas”, el realizador griego propone una suerte de fascinante fábula que se nutre de las mejores tradiciones del cine neogótico, retomando el mito literario-cinematográfico del Doctor Frankenstein, de la dramaturga Mary Schelley, creadora de un pesadillesco engendró fabricado de fragmentos de cadáveres que pasó a la historia en el cine y espantó a todas las audiencias del planeta.

Este relato de ficción rodada en blanco y negro y en color en una fanfasmagórica Londres victoriana, es la historia de Bella (Ema Stone), una suerte de invención del médico anatomo patólogo Goodwin Baxter (Willem Dafoe), que claramente se llama así porque se cree literalmente un dios, capaz que crear incluso seres humanos a su antojo.

Insólitamente, la mujer, que en el pasado se suicidó arrojándose desde lo alto de un puente y “resucitó” gracias al científico, quien le implantó en su cabeza el cerebro del feto que estaba alojado en su vientre, es una suerte de criatura extraña con cuerpo de adulta y mentalidad de bebé.

En ese contexto, se mueve con torpeza rompiendo todo a su paso, toca lo que no debe tocar como un niño pequeño que recién está comenzando a conocer el mundo y a desarrollar sus sentidos y apenas balbucea algunas palabras.

Naturalmente, su padre y tutor es el científico de marras, quien no le permite salir de la residencia que ambos habitan y tolera hasta lo intolerable, a los efectos de no reprimirla y no generarle un perjuicio emocional irreversible. Por supuesto, ella ignora su origen e incluso, si lo conociera, no lo podría racionalizar, porque esa suerte de experimento de transformación desafía a todas las leyes de la lógica.

Incluso, el facultativo- que tiene un semblante algo siniestro y enigmático- ha creado otros monstruos, con cabezas y cuerpos de diferentes animales, que transitan por el inmenso jardín de la vivienda sin que nadie se inmute.

En efecto, el laboratorio de este émulo de “dios” es mitad clínica y mitad morgue, donde el protagonista practica extraños cirugías o bien experimenta con cadáveres que le pueden ser útiles para sus desmelenados proyectos.

Todo transcurre con relativa normalidad hasta que el médico decide contratar al estudiante y aprendiz Max McCandles (Ramy Youssef), un joven e inocente racionalista muy estructurado, quien queda intensamente conmocionado por lo que ve, ya que trasciende a toda eventual lucubración racional.

En ese marco, lo que más lo impacta son las reacciones de Bella, particularmente su torpeza y su violencia involuntaria, en un proceso de aprendizaje que privilegia particularmente lo genital, lo cual tiene una lectura claramente freudiana de las diversas fases de crecimiento de un niño. Por supuesto, ese conocimiento empírico conduce a la mujer a descubrir una sexualidad que no entiende pero sí siente intensamente.

Esa compulsión propicia algunas de las más disfrutables secuencias de humor si se quiere escatológico, cuando la mujer se masturba con fruición, inicialmente con sus manos, luego con diversos objetos y hasta frotando su vagina contra mesas, sillas y otros muebles.

Por supuesto, Bella no sabe lo qué le está sucediendo porque mentalmente es aun una niña. Obviamente, su tutor y padre tampoco se lo explica, porque no encontraría un lenguaje acorde a la mínima capacidad de comprensión de esta fémina bebé.

El cuarto protagonista de esta fábula alegórica es el abogado Ducan  Wedderburn (Mark Ruffalo), un hombre libertino y desenfadado, que se aprovecha de la inocencia de la imberbe Bella para satisfacer sus deseos y más bajos instintos sexuales, con un toque de lúdica fantasía erótica.

Lo que sigue es un fascinante viaje de conocimiento y emancipación, por la esplendorosa Europa del siglo XIX, con postales de Londres, Lisboa y París, ilustradas con fondos de utilería de estética teatral. Se trata de una travesía de empoderamiento, en cuyo transcurso la mujer usufructúa por primera vez su libertad individual, apelando a cualquier recurso para sobrevivir, incluyendo el ejerció de la prostitución.

Empero, lo concreto es que la singular Bella ya no necesita de un hombre para sustentarse, aunque apele a extraños especímenes del sexo masculino para acumular dinero, sin sentir placer.

Por primera vez en su vida, la protagonista experimenta el inmenso placer de ser libre y de hacer lo que le plazca. Ya no es dependiente ni nadie ejerce ningún control sobre ella.

Evidentemente, más allá de eventuales parafernalias visuales –algunas de ellas digitales- y de abundantes homenajes o referencias a películas y a clásicos literarios, el mensaje, que no tiene nada de subliminal, es claro: aquí hay una elocuente apelación al militante feminismo embrionario de fines del siglo  XIX, que tuvo como protagonista a la escritora y filósofa Mary Wollstonecraft, madre Mary Shelley, la autora precisamente de “Frankenstein o el moderno Prometeo”.

En esta cruzada libertaria, la protagonista conoce el mundo tal cual es, ese que le negó su creador manteniéndola recluida entre cuatro paredes, tal vez para protegerla pero también para sojuzgarla. En ese contexto, aprende a valerse por sí misma, a no depender de nadie y a transformar a los hombres que la aman sin pasión en las habitaciones del prostíbulo en meros esclavos o en herramientas productivas que le permiten ganar dinero.

En pleno siglo XIX y en una sociedad pacata y conservadora, esta mujer, que evoluciona intelectualmente más por meros instintos e impulsos emocionales que por cognición de naturaleza racional, desafía los cánones y las costumbres de la época, erigiéndose en una suerte de ícono.

En esta película sin dudas irreverente, la sexualidad femenina es sinónimo de autonomía y de libertad y no de un mandato machista tributaria de la cultura patriarcal.

Más que un drama en sí mismo, “Pobres criaturas” es una sátira de delirante humor negro, que demuele radicalmente los discursos hegemónicos de la ciencia y la religión, dos dogmas que han gobernado históricamente las conciencias de las sociedades.

No en vano, el propio título de esta película es una suerte de alegato de naturaleza si se quiere filosófica, que colisiona contra la racionalidad pero particularmente contra las creencias y la superstición. En efecto, irónicamente, estas pobres criaturas, que serían en este caso los humanos, constituyen la creación imperfecta de un dios que presuntamente lanzó al homo sapiens al mundo para sufrir y no para ser feliz. 

En contrapartida, Bella es una mujer sin frenos ni prejuicios, que se nutre cotidianamente del placer y comete casi todos los pecados condenados por las santas escrituras, corroborando que esos textos, que en la mayoría de los casos son de procedencia o de autores desconocidos, son mera letra muerta.

Eso emparienta a la protagonista con la Eva de la creación bíblica, quien desafió a su creador comiendo del árbol de la sabiduría, exponiéndose al castigo divino de la expulsión del paraíso y transformándose en una “pobre” y desamparada criatura condenada a sufrir de por vida, al igual que el infortunado Caín.

En ese contexto, Lanthimos reivindica a esa mujer sometida, transformándola en un auténtico paradigma de la liberación, mediante nada menos que la sexualidad, los excesos, el desenfreno y la pasión, sin límites ni cortapisas.

En “Pobres criaturas”, el laureado cineasta griego apela a toda su sapiencia y a su portentoso arsenal de recursos visuales con apoyatura tecnológica, incluyendo, naturalmente, la filmación con  lente ojo de buey,  lo cual le permite conformar un friso artístico de impronta casi onírica, que subyuga no sólo por lo que perciben nuestros sentidos, sino también por su escritura radicalmente  transgresora e irreverente.

Por supuesto, un comentario aparte amerita la magistral actuación protagónica de Ema Stone, quien interpreta  tal vez el rol más complejo de su carrera cinematográfico, lo cual se permite desplegar todo su talento y reconocido histrionismo. Asimismo, en un reparto actoral de sólido desempeño, también se lucen ampliamente Willem Dafae y Mark Ruffalo.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

 

FICHA TÉCNICA

Pobres criaturas (Poor Things) Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda 2023. Dirección: Yorgos Lanthimos. Guión: Tony McNamara, Alasdair Gray. Fotografía: Robbie Ryan. Música: Jerskin Fendrix. Edición: Yorgos Mavropsaridis. Reparto: Emma Stone, Willem Dafoe, Ramy Youssef, Mark Ruffalo, Hannah Schygulla, Christopher Abbott y Margaret Qualley. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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