Las derechas enojadas | ¿Por qué su reacción se hace más violenta cada día?

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La guerra fría se definió en favor del imperialismo norteamericano y sus aliados. La energía dinamizadora de la lucha armamentista, forzó la necesidad de la defensa y le restó fuerzas a la URSS, fortaleció el eje dominante EEUU-UE-JAPÓN, liberó las fuerzas productivas y forjó un escenario, insostenible, de desigualdad y unipolaridad.

Con la revolución científico-tecnológica como puntal del neoliberalismo, con dos líderes pragmáticos como Ronald Reagan y Margaret Thatcher comandando a las huestes de Wall Street, de la Reserva Federal y del FMI, con la UE y Japón bajo el brazo, se aplicó por dos décadas la política más cruel jamás pensada por maestros de ciencia ficción de los años cincuenta y sesenta. La política de dinamización de la industria armamentista (la misma que condujo a la victoria a EEUU), las guerras localizadas para canalizar la venta de armas, la asignación como nuevos enemigos a los regímenes opresores del Asia Menor y Norte de África, hizo sentir a millones de personas (Libia, Irak, Siria, Irán) la fuerza mortal de los dueños del circo, ya sin contrincantes a la vista. Las consecuencias fueron los millones de seres humanos lanzados a la pobreza (que ya venía estructurada), y la concentración de la riqueza en un ínfimo porcentaje de “mallas oro” según la ocurrente definición del actual presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou. Se produjo el deshilachado de toda red de contención al desmembramiento lastimoso y final de las formas, más o menos organizadas, de la vida de los humanos en la Tierra. Del estiramiento de las bondades de los bienes terrenales, hasta el límite de sus facultades, para alterar el equilibrio ecológico del planeta, ni hablemos.

El panorama de la post guerra fría, hasta el momento, es más o menos similar a los tiempos de desmembramiento y caída del Imperio Romano. Surgen fuerzas que no estaban, o estaban dormidas, procurando espacios de acción, sin que los centros de poder puedan controlarlos, para integrarlos al sistema de post URSS. Luego de un fuerte intento de reordenamiento del mundo, el neoliberalismo totalitarista, que gobernó por encima de todos los gobiernos del planeta, fracasó y su idea de hegemonía naufragó, cuando las diferentes fuerzas que se desataron, comenzaron a participar del ajuste de tuercas. Poco a poco, a veces imperceptiblemente, más actores fueron apareciendo en escena, rompiendo con las reglas ortodoxas de los procesos sociales anteriores, dejando a los poderes, antes ágiles y rápidos, sorprendidos y sin mucha capacidad de respuestas. Algunos surgieron como protagonistas jamás imaginados, como el narcotráfico, que se potenció en el desorden, y ya supera a las viejas fórmulas de hacer plata ilegítima, como la venta de armas, trata de blancas, venta de órganos y medicamentos vencidos. Y hay otros derivados directos del funcionamiento del sistema, que despierta reacciones inevitables a sus políticas de explotación de las riquezas de pueblos. Un ejemplo de estos, es la oleada de emigrantes, imparable y sostenida, que viene de los países empobrecidos (que no pobres) a exigir a las sociedades que los expoliaron, para que ahora los cobijen en su pobreza sin salidas. Las sociedades de la opulencia, no solo no saben qué hacer con los que llegan, sino que se desesperan sabiendo que el fenómeno se multiplica día a día. Como en la canción de Joan Manuel Serrat, son miles y golpean a su puerta, señor. Esos pueblos enteros, desde las tinieblas, ya no tienen nada que perder, porque nunca tuvieron nada, y avanzan hacia la luz, como sea. Son los ofendidos y humillados que nos enseñara Frank Fanon. Los postergados de la Tierra, que claman por su lugar en ella. Esto no solo es de África y de Asia Menor. También se advierte con fuerza el fenómeno al sur del Rio Bravo. Y no hay arreglo posible, mientras no se desarrollen África y Latinoamérica.

Durante las dos primeras décadas del siglo XXI, en América Latina, varios países buscaron sacarse el yugo dominante y, con altibajos, idas y vueltas, fueron recuperando el dominio y destrabando sus fuerzas productivas, en lo que se llamó “la era progresista”. Los PBI se multiplicaron, en algunos casos hasta por 8 o 9 veces su propio monto, la riqueza de los países se redistribuyó mejor y una política fiscal menos condescendiente con los poderosos, mejoró la calidad de vida de millones de personas. Pero no vamos a enumerar todas las medidas que estos gobiernos pudieron, a duras penas, aplicar. Basta solo con advertir la actitud de rechazo de las fuerzas de derecha y las consecuencias derivadas. La realidad es que esta vuelta de la historia, fenómeno que aún persiste, le pegó bien en el centro de la fortaleza del dominio yanqui a su patio trasero. La “era progresista” causó más efecto, en otra dimensión de la realidad, que los terribles atentados a las torres gemelas, utilizando medios más civilizados, democráticos y racionales.

El ingreso al protagonismo mundial (en el comercio, en la producción, en la ciencia y tecnología, y en varios otros rubros), de otros países que se fortalecen jugando el mismo juego de las fuerzas occidentales, es otro de los escollos más serios que se introduce en el escenario de los enfrentamientos. Hoy China y su zona de influencias (Rusia, Irán, India en cierto modo), ya no maneja un expansionismo de garrote con sus aliados, sino que, por el contrario, los induce a acuerdos que permitan el desarrollo independiente, sin intromisiones en las economías ni en las políticas locales o zonales, directamente. Una guerra en estos días, entre las grandes potencias, ya no podrá ser con amenazas de bombas atómicas (quedó patente en la invasión a Ucrania), o de garrote, sino con acuerdos comerciales y de cooperación económica, con inversiones en capitales para desarrollo. Quien triunfe en este campo, teniendo en cuenta el nuevo panorama mundial, será quien hegemonice las fuerzas de la historia en el tiempo que viene. Y, por lo pronto, parece ser un campo en el que China avanza mejor, o con menos tropiezos. Pero nos fuimos de tema. Desde luego, EEUU está mucho más preocupado por la propuesta de expansión e independencia monetaria de los BRICS que de las balandronadas de Maduro, Ortega, o lo que pase en algunos países del sur. Por ahí va el ataque a su flanco más fuerte.

Como si fuera poco, en una sociedad occidental en la que ya ni siquiera se nombra la lucha de clases, han surgido movimientos, espacios de opinión y grupos militantes contra la resistencia al goce de derechos inherentes a la condición humana, a los cuales los gobiernos capitalistas hacían la vista gorda a la realidad, y la iban surfeando. Nuevas controversias se plantan en la mesa del debate sobre el futuro de la humanidad, sin que los que mueven los hilos de las marionetas, puedan evitarlo, por más sarcasmos, gritos, insultos o ninguneos que profieran. Esto ya no es lo mismo; ya no se proclama la socialización de los medios de producción, ni se predica la dictadura del proletariado. Ya nadie espera (ni por quienes sobreviven adheridos a los restos del naufragio) por la sociedad del pan y de las rosas. Esto es novedoso como fenómeno masivo, si bien temas como el patriarcado, las luchas de las mujeres contra la opresión machista siempre estuvo en el escenario histórico. Más veces como sacrificios humanos de pioneras de la lucha que como protagonistas de masas, metidas a fondo en la Agenda de Derechos de todos los países. Incluso en los peores, allí donde matan a mujeres todos los días, o las reprimen solo porque muestran en público sus rostros o sus tobillos.

Y en todos estos avances, en las exigencias, en las victorias parciales sobre un sistema que se llena de debilidades, la derecha política, reflejo de lo que son los intereses económicos, ha quedado marginada. Se quedó afuera de la lucha feminista, porque los intereses patriarcales le son ínsitos en sus esquemas de dominación. Se quedó fuera de la revolución sexual, por la libertad del cuerpo femenino, y del cambio de los modelos de familia y crianza, porque esos modelos corresponden a sus mecanismos de sumisión. Y quedó fuera de la agenda de otros derechos: derechos a la vida, a la salud, a la vivienda, al trabajo, a la educación, en fin: a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. Si les quitan esos mecanismos, sus poderes se debilitan. Por eso están disgustados, con rostros adustos y serios. Y hoy, si me preguntan qué caracteriza a una persona de derecha, lo digo sin pensar: el enojo, el fastidio, el rezongo, el insulto fácil y estentóreo, el griterío y la ausencia de toda fundamentación racional a sus ideas.  Desnudos y con sus miserias éticas a la vista, no vacilan en defender a regímenes autoritarios a grito pelado y sin esconderse. Impunes e inmunes. Justifican golpes de estado sanguinarios, poniendo en el mismo nivel a los actos delictivos de civiles, con los actos de terrorismo de estado, llevados adelante por las fuerzas armadas y de policía. Defienden actos de gobierno que hipotecan recursos del futuro y gritan e insultan porque tienen miedo, y el miedo no es buen recurso para la democracia. Suele arrinconarse, armarse, revolotear sus pelos, agrandar sus ojos y mostrar sus dientes. A veces se quiere asimilar a un león o a un tigre. Suele querer llevarse por delante leyes, constituciones e instituciones, además de la Ética y la Razón. Basta ver a gente como Trump y Bolsonaro, ante la pérdida de las elecciones en sus países. Algo inédito, sobretodo en EEUU.

El problema no son ellos y sus sustos, ni sus imágenes desfiguradas por la ira, sino que pueden recurrir a argumentos anímicos, intemperantes, para arrastrar a otros a lanzarse al abismo sin redes, decididos a perder todo antes que ser dueños de nada. Y en gradiente hasta el punto diez, desde el uno, esos enojados, heridos y disgustados por los avances de la izquierda, pueden caer en redes compensatorias como las tejidas por los Milei, los Bukele, los Trump o los Bolsonaro. Las derechas enojadas ya no recurren a los militares, recurren a transmitir sus enojos a mucha gente, para ganar elecciones.

Carlos Pérez Pereira

 

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