Duro de Entender Nº 5 / La dieta nazi

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Como dice Robert N. Proctor en el capítulo 5 de su obra The Nazi War on Cancer, la alimentación era importante para los nazis porque una nación poderosa necesitaba cuerpos potentes. Sin embargo, hubo otras razones subyacentes. Una era el temor de los altos mandos militares al desabastecimiento y la hambruna que fueron el sustrato de las conmociones sociales y políticas que dieron al traste con el Segundo Reich, el imperio de Guillermo II en 1918, y produjeron la derrota en la Primera Guerra Mundial.

Alemania, que había tenido un gran desarrollo industrial durante el siglo XIX nunca consiguió ser autosuficiente desde el punto de vista agrícola. El bloqueo impuesto por los Aliados junto con las especulaciones del mercado negro resultaron en una crisis alimentaria que se agudizó cuando las reservas de granos, carnes y grasas se agotaron a mediados de 1915 [i]. La escasez y el hambre que hacían estragos en las trincheras tuvieron terribles consecuencias sobre las tropas y sobre la población civil.

El 29 de setiembre de 1918, el Comandante Supremo del ejército alemán Paul von Hindenburg, informó al kaiser Guillermo II y a su canciller, que la situación militar era desesperada. El Jefe de Estado Mayor Erich Ludendorff, afirmó que no podía garantizar que el frente se mantuviera porque las tropas ya no obedecían a sus mandos y exigió que se solicitara a la Entente un alto el fuego inmediato. El ejército alemán se desmoronó rápidamente.

                           
En el Gran Cuartel General en enero de 1917. De izquierda a derecha Hindenburg, el Kaiser Wilhelm II y Ludendorff

La biopolítica de la guerra

Desde el siglo XIX, los nutricionistas alemanes consideraban que una dieta apropiada era fundamental para la fortaleza física. El militarismo prusiano coincidía en que la moral y la resistencia de sus soldados se sustentaba en una alimentación adecuada.  Los nutricionistas nazis desarrollaron un ataque frontal contra el consumo excesivo de carne, dulces y grasas y promovieron un retorno a alimentos “más naturales” tales como cereales, frutas y vegetales.

Una de las cosas que les interesaban era la pureza corporal [ii] y las curas naturistas pero, en el campo de la medicina ocupacional el tema del desempeño en el trabajo, en el deporte y en el dormitorio era tan importante como los planes para alcanzar una autosuficiencia agrícola que disipara el fantasma de la escasez y el hambre. Los dirigentes nazis querían hombres duros, máquinas eficientes de alto rendimiento. Una dieta adecuada debería reducir la incidencia de enfermedades como el cáncer y las cardiopatías pero también aumentarían la productividad del trabajo, el desempeño maternal y la musculatura militar. Además la dieta debía servir para reforzar la autosuficiencia alimentaria del país porque al no depender de la importación de alimentos, se hacia posible concentrarse en la obtención e importación de insumos imprescindibles para la producción bélica (el hierro de Suecia, el tungsteno y el mercurio de España, el petróleo rumano, etc.).

No resulta extraño que se imputara a las dietas inadecuadas la aparición de cáncer porque, a principios del siglo XX era común la creencia de que casi todas las enfermedades humanas se relacionaban con los alimentos. Las teorías dietéticas de la carcinogénesis se veían reforzadas por el hecho de que el tracto digestivo era el sistema corporal que sufría más afecciones. Esto fue así, no solamente en Alemania sino en muchos países del mundo, antes de que el crecimiento explosivo del tabaquismo llevara al cáncer de pulmón al primer lugar entre los causantes de muerte.

En las primeras décadas del siglo XX nadie sabía con certeza porque el cáncer de estómago tenía una incidencia tan notable y tampoco se pudo determinar porque las tasas de morbimortalidad por cáncer de estómago se desplomaron después de la Segunda Guerra Mundial. En la Alemania de fines del siglo XX, las tasas de mortalidad por cáncer de estómago, ajustadas por edad, se remontan a la cuarta parte de lo que eran en 1920 y 1930. Este parece ser un fenómeno mundial. Incluso en Japón, el cáncer de estómago era la principal causa de muerte hasta la década de 1990, cuando a resultas del aumento exponencial del consumo de cigarrillos hizo que el cáncer de pulmón pasara al primer lugar.

Volviendo a la Alemania de antes de la Segunda Guerra Mundial, es posible establecer que el incremento en la incidencia del cáncer de estómago se debiese a la mala calidad de los alimentos. Las carnes, vegetales y granos de la época solían ser muy salados, fermentados, a veces putrefactos, y contaminados con mohos, hongos, bacterias y otros potenciales cancerígenos. Hay que recordar que las aflatoxinas, potentes cancerígenas presentes en granos y nueces, recién fueron identificadas en 1960 [iii].

Los alimentos eran adulterados con colorantes, preservantes y anilinas. El verde brillante del sulfato de cobre había sido prohibido en 1887 pero fue rehabilitado en 1928 para competir con los vegetales importados desde Francia. El regaliz negro u orozuz, por ejemplo, solía ser coloreado con hollín. Es presumible que muchos de esos aditivos estuvieran en el origen de los cánceres de estómago.

A los jerarcas de la salud pública en el Tercer Reich les preocupaba menos la salud de los individuos que el vigor de la raza (la comunidad racial, Volksgemeinschaft). Las políticas alimentarias de los nazis no solamente procuraban prevenir las enfermedades sino que se suponía que elevaban la aptitud física de los alemanes en otros sentidos. Entendido esto es posible comprender la fascinación de los nazis por los

Fernando Britos V.

alimentos energéticos y los mejoradores del desempeño. Las investigaciones sobre estos productos alcanzaron su punto más alto durante la guerra cuando se intentaba incrementar al máximo la eficiencia tanto en los frentes de combate como en las fábricas. En esos momentos también se hicieron esfuerzos para producir sustitutos dietéticos de los alimentos que escaseaban.

La aproximación a lo natural, el incremento del desempeño laboral y los sustitutos alimenticios baratos, fueron factores que jugaron un papel en las reformas alimentarias introducidas por los nazis. Algunas de sus medidas fueron exitosas, por ejemplo la promoción del pan integral y las sidras dulces (de manzana o pera) de bajo contenido alcohólico. Otras no funcionaron, por ejemplo la campaña para reducir el consumo de bebidas alcohólicas.

La militarización de la economía primero y la guerra después actuaron en contra. Los hábitos alimenticios cambiaron durante el Tercer Reich pero la calidad de los alimentos decayó, la cantidad disminuyó y muchas veces no solamente no favoreció la salud y el bienestar de la población sino que representaron un perjuicio mortal para las personas consideradas inferiores o no merecedoras de alimentos.

Estos nazis promotores de la dieta natural

 Un tema común en la retórica nazi sobre alimentación era el de la necesidad de volver a una dieta más natural, desprovista de colorantes, conservantes  y preservantes, bajos en grasas y con buena proporción de fibra. Los estimulantes como el café, el alcohol y el tabaco debían ser evitados o, en todo caso, empleados con moderación.

Erwin Liek (1878-1935) el médico fundador de la revista Hippokrates (que coqueteaba con la homeopatía), había desarrollado esas recomendaciones en dos influyentes obras sobre el cáncer, ya en 1932 y 1934. Los dirigentes nazis hicieron suyas sus propuestas en el sentido que el cáncer era el resultado de una alimentación inadecuada. La dieta humana se había vuelto artificial; los alimentos eran cocinados excesivamente con lo que se destruían vitaminas y nutrientes valiosos; las personas consumían demasiada sal y proteínas prescindiendo de vitaminas y hormonas. El ritmo frenético de la vida moderna hacía que las personas optasen por abrir una lata en lugar de preparar alimentos frescos. También era lamentable la sobremedicación, el consumo innecesario de medicamentos (sinnlose Medikamentenscheluckerei).

Franz G. M. Wirz

Hacia 1942, el médico dermatólogo alemán Franz G. M. Wirz integraba la Comisión de Salud Pública del Partido Nacionalsocialista y fue uno de los continuadores de Liek, en el sentido de criticar “la dirección antinatural” que se había adoptado en la nutrición germana. En un libro de 1938, el nazi Wirz sostenía que la dieta alemana había sufrido un dramático deterioro en los cien años anteriores. A principios del siglo XIX, decía, los alemanes consumían, anualmente y por cabeza, 14 kilos de carne y 250 kilos de granos. Para mediados de la década de 1930, ingerían 56 kilos de carne y 86 de granos, por año.

Este cambio de lo que llamaba “alimentos potentes” (Betriebsstoffen) hacia alimentos estructurales altos en calorías (Aufbaustoffen) se había producido junto con un aumento enorme en el consumo de grasas y azúcares. El consumo de grasas había crecido un 25% entre 1912 y 1936 (hasta los 103 gramos por día) y el consumo de azúcar había pasado de 4 a 24 kilos por habitante en el último siglo.

Las consecuencias, según Wirz, habían sido no solamente un aumento en las caries dentales (que él creía inexistentes 4.000 años antes) sino un incremento en las enfermedades nerviosas, la infertilidad, los desórdenes digestivos (incluyendo los tumores) y las enfermedades cardíacas y cardiovasculares. Se lamentaba Wirz de que el 17% de los reclutas del ejército no eran aptos para el servicio militar debido a problemas dentales que según él podían derivar en cáncer. [iv]

Sin embargo, la dietética naturalista de los nazis también estaba matizada por la idea que los alimentos naturales eran económicamente eficientes. El pan blanco, por ejemplo, era inferior al pan integral por dos razones: primero porque el pan blanco se consideraba una invención de la Revolución Francesa y en segundo lugar porque debía ser blanqueado y por lo tanto era “químico” y de producción más costosa. Consumir leche descremada como sugería Wirz permitía disponer de más mantequilla y quesos.

El objetivo de reducir el consumo de carnes, azúcares y grasas en Alemania no solamente estaba pensado para mejorar la salud sino para arrojar beneficios económicos, la Nahrungsfreiheit, la libertad nutricional, que se planteaba eliminar la dependencia de la importación de alimentos y aún más: al generar saldos exportables. Por ejemplo, calculaban que si conseguían que el consumo anual de carne per capita se redujese de 56 a 30 o 35 kilos, Alemania podría convertirse en exportador y aumentar las divisas imprescindibles para los insumos industriales que requería la producción de armamentos. En suma, los alimentos saludables eran económicamente beneficiosos pero por otro lado, la militarización acelerada de Alemania amenazaba con deteriorar el suministro de alimentos.[v]

Además, el racismo y el militarismo ingredientes esenciales del nazismo, estaban detrás y por lo común por encima de las buenas intenciones en materia de nutrición, de bienestar humano y animal y tantos otros aspectos aparentemente contradictorios del Tercer Reich.

PARTE 4 de «Duro de entender» /
En estas ideas los nazis no estuvieron solos. El médico y psiquiatra italiano Cesare Lombroso – considerado el padre de la criminología biológica positivista – sostenía desde el siglo XIX que los judíos de Verona eran dos veces más propensos al cáncer que los cristianos de la ciudad [ii]. Muchos médicos estadounidenses consideraban que los negros eran relativamente inmunes al cáncer, aunque después se supo que esa idea se basaba en un registro desprolijo e incompleto de la morbilidad de los afrodescendientes.
 
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Carne versus vegetales

 A principios del siglo XX, las teorías acerca de los orígenes del cáncer a menudo esgrimían el argumento que se trataba de una enfermedad causada no por gérmenes específicos o por agentes químicos sino por algún tipo de mal funcionamiento corporal: el cáncer favorecido por una dieta inadecuada o el estrés. La teoría era que cualquier cosa que debilitara al organismo podía favorecer la aparición del cáncer.

En aquellas épocas, en la medida en que los investigadores no habían conseguido identificar a un “germen cancerígeno” que había sido su gran esperanza, tomaron fuerza las concepciones que señalaban que no existía una causa única para el cáncer. Los oncólogos alemanes, con Liek a la cabeza, desafiaban la teoría de Virchow [vi] – acerca del cáncer como producto de una “irritación celular localizada” – y apuntaban a una enfermedad constitucional del organismo en su conjunto (allgemeine Krankheit) de múltiples causas (genéticas, dietéticas, tensionales y muchas más).

Quienes suscribían esta teoría de la disfunción generalizada, tendían a favorecer una dieta baja en grasas, azúcares y proteínas y elevada en frutas y fibras. Coincidían con muchos de los artículos de orientación homeopática de la revista Hippokrates . El cáncer era notorio y muy temido porque afectaba a las personas bien alimentadas y aparentemente saludables. Por eso se promovían dietas con ayunos periódicos y otras formas de limitar la ingesta como forma de prevenir el cáncer. Para estos partidarios de la teoría dietética, la carne era la principal culpable o sospechosa como cancerígena.

Para los nazis, el rechazo al consumo de carne se apoyaba en el hecho de que algunos de los dirigentes más destacados, especialmente Hitler y Himmler se oponían a consumir carne, sin perjuicio de lo cual la preocupación por evitar el carnivorismo era un tema popular en la literatura naturista desde mucho antes del nazismo.

Durante la República de Weimar (1919-1933) se desarrolló un movimiento de “reforma del modo de vivir” (Lebensreform) que reclamaba la moderación en la dieta y promovía la “dieta natural”. El elemento novedoso que introdujo el nazismo en este movimiento fue la idea que la “vida natural” era esencial para aumentar la fortaleza militar de la población: el ascetismo de los fuertes guerreros. A mediados de la década de 1930, un manual de la Juventud Hitleriana, titulado “La salud por medio de la alimentación apropiada”, incluía un capítulo completo bajo el título “ demasiada carne te puede enfermar”. Además promovía a la soja como un sustituto y el consumo de pan integral. A los jóvenes lectores se les advertía que la alimentación no era un asunto privado y que los niños del Reich tenían el deber de ser saludables para llegar a ser ciudadanos y soldados sanos y fuertes.

Sin embargo, llegar a la conclusión acerca del caracter bueno o malo de la carne no era asunto sencillo porque el vegetarianismo estaba involucrado con muchas tendencias y creencias políticas, desde las preferencias del mismísimo Hitler hasta la crítica a la pereza y la glotonería. Ciertas teorías sobre la personalidad atribuían la agresividad al consumo de carne. Había economistas que consideraban que la producción de carne era ineficiente porque la crianza del ganado demandaba cantidad de productos agrícolas. También hubo una oposición a la vivisección, al sacrificio de animales, por parte del régimen. En agosto de 1933 el Reichsmarschall Goering anunció el fin de la experimentación con animales y amenazó a quienes creían que podían tratar a los animales como propiedades inanimadas con enviarlos a campos de concentración. Los dirigentes nazis eran fervientes animalistas y conservacionistas [vii].

La polémica entre carnívoros y vegetarianos se prolongó durante décadas y no viene al caso reproducir su detalle. Desde luego que la cuestión iba más allá de las causas del cáncer. Las cuestiones relativas a la carne llegaron a participar de las teorías sobre el origen de los seres humanos. El odontólogo y antropólogo Paul Adloff (1870-1944), de Koenigsberg, sostuvo en 1938 y en 1940, que el vegetarianismo no era la dieta original de los humanos (según parece Hitler lo creía pero Adloff no lo sabía). Para estos investigadores no existía una dieta natural original y los humanos eran omnívoros desde el punto de vista de la anatomía.

Los detractores de la carne aducían razones económicas. El ya citado Wirz decía que importantes extensiones que se dedicaban a la ganadería se sustraían a la agricultura y que la alimentación de los animales requería grandes cantidades de granos (advertía que se requerían unas 90.000 calorías de granos para producir 9.300 calorías de cerdo. En el Plan Cuatrienal de Goering (1936-1940) se calificaba como traidores a los granjeros que alimentaban el ganado con granos que, en cambio, podían emplearse para hacer pan.

Las campañas contra el consumo de carne también debían considerarse como parte de la campaña contra los excesos del consumismo. La carne era un lujo que como la crema batida o las bananas debían ser dejadas de lado como parte del sacrificio individual que los alemanes debían hacer por su nación. El Deutsches Ärzteblatt, el principal periódico médico de Alemania, decía que la persona que en su avaricia come, o más bien engulle, más carne y grasas que las que necesita para mantener su salud y su capacidad de trabajo, roba a otros camaradas raciales esos alimentos, es un disoluto y un traidor a su tierra y a su país (citaba como ejemplo que los franceses no comían sino la mitad de la manteca que los alemanes y que, en París, estaba prohibido servir manteca junto con queso mientras que, en Alemania, era una práctica corriente).

Después de los primeros años de la guerra esta introdujo cambios forzosos en la dieta de los alemanes y la dirigencia nazi empezó a preocuparse más porque el suministro de carne fuera demasiado escaso que por demasiado abundante.

La dieta de Hitler

 El interés acerca de los hábitos alimenticios de Hitler puede arrojar alguna luz sobre ciertas características del nazismo, entre otras cosas porque la propaganda había hecho del Führer, su ascetismo y sus manías, una especie de modelo vital. Existe evidencia detallada de la cotidianeidad de Hitler, entre otras cosas porque sus numerosos sirvientes y acólitos la registraron. El Führer era predominantemente vegetariano aunque de vez en cuando se permitía un plato de carne. Por ejemplo, le gustaban unas croquetas de hígado (Leberknödel) siempre que se las preparara su fotógrafo y amigo Heinrich Hoffmann (1885-1957). Hitler manifestaba abiertamente su disgusto con los carnívoros y se refería al caldo de carne como “te de cadáver”.

El Führer era predominantemente vegetariano

Según parece abandonó definitivamente el consumo de carne en 1931 y varios de sus biógrafos lo atribuyen a la influencia del músico Wagner sobre el Führer. Precisamente Richard Wagner había señalado en 1881 que la raza humana estaba contaminada e impura debido a las mezclas raciales y al consumo de carne animal. El músico promovía una estrecha camaradería entre los vegetarianos, los animalistas y los partidarios de la templanza para salvar al pueblo alemán de la agresión de los judíos.

Algunos autores sostienen que el Hitler preocupado por el bienestar animal y por evitar el consumo de carne era más bien una imagen construida por la propaganda para presentarle como una persona sensible y bondadosa. También se ha sostenido que Hitler se hizo vegetariano debido a sus problemas digestivos. Él por su parte decía que la dieta vegetariana había reforzado su salud y su energía. Sostenía que durante sus largos discursos transpiraba copiosamente y perdía por eso entre 2 y 3 kilos de peso, mientras que después de dejar la carne de lado su sudoración se había reducido a un mínimo.

En la biografía definitiva de Hitler que produjo Ian Kershaw, el historiador británico califica el vegetarianismo del Führer como extraño e informal y da cuenta de las afecciones digestivas que sufría, especialmente a partir de 1936 y los tratamientos medicamentosos a que se sometía. También da cuenta de que Hitler pensaba que en tiempos de guerra no se debía atacar a fondo el problema de la nutrición popular pero que, después del triunfo, se proponía eliminar los mataderos, desalentar el consumo de carne e impulsar fuertemente el consumo de vegetales.

En todo caso, Hitler no era el único vegetariano en la cúpula nazi. Heinrich Himmler, el Reichsführer SS, era un gran partidario de la medicina naturista, creía que los pueblos del Este eran más sanos y tenían el cólon más largo debido a su dieta vegetariana. También él sufría de espasmos y dolores estomacales que relacionaba con la posibilidad de un cáncer (su padre había muerto de cáncer de estómago). El jefe supremo de las SS consideraba que una dieta balanceada era esencial para la salud, rechazaba la medición de calorías como índice de valor nutricional y destacaba el valor de las vitaminas, los minerales y las fibras. Por lo general se abstenía del alcohol y el tabaco aunque, a veces, se fumaba un cigarro de hoja o se tomaba una copa de vino tinto.

Himmler detestaba la obesidad. Junto con su jefe del servicio de seguridad (Sicherheitsdienst, SD), Reinhard Heydrich, llevó a cabo una campaña para combatir la obesidad y el sobrepeso entre los miembros de las SS. El Reichsführer dispuso que los miembros de las Waffen SS no debían fumar ni tomar alcohol y debían seguir una dieta vegetariana. No se sabe que éxito pueden haber tenido estas disposiciones. Por otra parte, las SS se hicieron con el control de la totalidad de las estaciones termales de Alemania y Himmler estableció que en los cuarteles de las SS y en los campos de concentración debían cultivarse herbarios para suministrar hierbas medicinales.

Otro comensal exigente era Rudolf Hess, el lugarteniente y sucesor de Hitler quien le había dictado Mein Kampf en 1923. Hess era aficionado a la herboristería y a la homeopatía. Solía llevarse una vianda con su propia comida cuando iba a reuniones en la Cancillería del Reich porque alegaba que debía contener determinados ingredientes biodinámicos.

No todos los jerarcas nazis eran tan puntillosos con la dieta. El Ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, que era un figurín en cuanto a la vestimenta (se dice que en su guardarropa tenía más de cien uniformes distintos) era descuidado con la comida. Se decía que no había alimentos tan escasos y tan malos como en casa de los Goebbels. En su mesa se servían porciones ínfimas de arenque y papas hervidas y quienes eran invitados solían comer antes en un restaurante porque sabían que el ministro les serviría según la cartilla de racionamiento.

En un régimen como el nazismo, obsesionado con la salud, la pureza corporal y la potencia de su líder omnipotente y celoso de su imagen, no solamente los hábitos y predilecciones de Hitler sino su propio cuerpo adquirían una insólita importancia simbólica. El Führer personificaba el alemán ideal aunque tomado en sentido literal mostraba muchas contradicciones. Un chiste común en tiempos del Tercer Reich era que el alemán ideal debía ser rubio como Hitler, esbelto como Goering y masculino como Goebbels.

La campaña contra el alcohol

 El antialcoholismo en Alemania era un movimiento de vieja data. La Asociación Alemana de Antialcoholismo fue fundada en 1883 y por esa época empezó a publicarse Auf der Wacht (En guardia) un periódico que alertaba sobre los peligros del alcoholismo y también sobre el tabaquismo [viii]. Sin embargo, el movimiento nunca llegó a ser tan fuerte como en los Estados Unidos donde la prohibición total, la Ley Seca, imperó desde 1919 a 1933. De todos modos, cuando Hitler llegó a ser Canciller (el 31/1/1933) la organización antialcóholica tenía 19 regionales y 254 asociaciones locales además de 16 agrupaciones femeninas de las cuales la de Berlín tenía más de mil integrantes.

El apoyo al movimiento de templanza y abstinencia se extendía a todo el espectro político y estaba bien organizado. En Austria, por ejemplo, la principal organización antialcohólica era la Arbeiter Abstinentenbund (Liga de Trabajadores por la Abstinencia) una organización socialista que se decía era organizativamente más sólida que el mismo Partido Socialdemócrata Austríaco. El antialcoholismo había sido acompañando por la organización naturista Wandervogel, por las fraternidades estudiantiles católicas y por las iglesias protestantes.

La Liga de Estudiantes Nacionalsocialistas fundada en 1926 había proscrito las borracheras rituales en las fraternidades estudiantiles y Hitler en esa época advertía que los estudiantes del futuro no serían juzgados por su capacidad para beber cerveza sino por su capacidad para mantenerse sobrios. De hecho, es imposible comprender el vigor del movimiento antialcohólico en Alemania en la década de 1930 sin tener en cuenta que muchos de los dirigentes nazis eran viejos promotores de la abstinencia y la templanza.

Heinrich Himmler sostenía que el alcohol era el más traicionero de los venenos que enfrentaba la humanidad. Él mismo, siendo estudiante, había conseguido ser eximido de beber en la fraternidad que integraba. En 1926, Adolf Hitler, en un artículo del Voelkischer Beobachter se quejaba de que los pueblos y en particular el pueblo alemán había perdido más gente a causa del alcohol que la que había caído en las guerras y predecía que el pueblo que consiguiese liberarse de ese veneno sería capaz de dominar a otras partes del mundo incapaces de dar ese paso.

Los partidarios de la templanza y la abstención, que como vimos eran un amplio espectro en Alemania y Austria, vieron el ascenso de Hitler al poder como la oportunidad para un futuro brillante. “Nosotros los alemanes nos encontramos ante un importante punto de viraje: nuevos hombres están conformando el destino de la patria, nuevas leyes están siendo creadas, nuevas medidas están siendo aplicadas, nuevas fuerzas han despertado. La lucha afecta a todo lo que ha sido y es sucio”. Así lo proclamaba en mayo de 1933, Auf der Wacht, el principal órgano del movimiento antialcohólico alemán. La nazificación del movimiento fue casi inmediata, poco después los judíos fueron excluidos y se estableció una nueva organización “libre de judíos” (judenrein).

En 1935, las autoridades nazis se lamentaban de que los alemanes gastaban  tres mil millones de Reichsmarks por año en alcohol, una suma suficiente para comprar miles de autos u otros bienes valiosos. Ese mismo año, en la reunión anual de la Asociación Alemana Antialcoholismo, el Dr. Werner Hüttig, miembro de la Oficina de Políticas Raciales reclamó que se llevase a cabo una decidida campaña contra el abuso de alcohol en las Juventudes Hitlerianas, las escuelas y los lugares de trabajo. Los dirigentes de la Juventud Hitleriana señalaban que el alcoholismo conspiraba contra la capacidad combativa de los jóvenes y recordaban que el Führer había dicho que el futuro de Alemania no dependía de los bebedores sino de los combatientes.

Ya desde principios del año 1933, el Primero de Mayo se había transformado en el Día del Trabajo Nacional y fue declarado como jornada libre de alcohol. El consumo de alcohol fue prohibido en clubes y en los campos de entrenamiento de los atletas olímpicos. El 1º de noviembre de 1933 se emitió una ordenanza que prohibía la propaganda “contraria a la voluntad del pueblo alemán” y se entendía por tal los avisos de productos alcohólicos dirigidos a los jóvenes o en los que se emplearan figuras juveniles o infantiles.

En 1939, se prohibió por ley cualquier sugerencia acerca de las propiedades saludables de las bebidas alcohólicas y cualquier alusión a las propiedades digestivas, de estimulación del apetito y de presuntas virtudes nutritivas o higiénicas de las bebidas. Tampoco se permitía en la publicidad el respaldo brindado por autoridades médicas. Cualquiera que violara esas prohibiciones (comprendidos editores, impresores y publicistas) estaban expuestos a fuertes multas y penas de prisión.

Los accidentes de tránsito eran motivo de preocupación de las autoridades nazis. Al alcohol se atribuía el papel más importante en los accidentes automovilísticos que, a mediados de la década de 1930, eran más de 250.000 por año y que resultaban en más de diez mil muertes en el mismo periodo. Estimaban que las dos terceras partes de los accidentes se debían a la ebriedad de los conductores. En 1937, Himmler en persona envió una carta circular a cada uno de 1.700.000 conductores registrados en Alemania advirtiéndoles acerca de los peligros de beber y conducir.

La campaña antialcohólica se extendió a los lugares de trabajo y Robert Ley, el dirigente del Frente Alemán del Trabajo (Deutsche Arbeitfront) procuró, en 1940, reemplazar el beber cerveza en el ámbito laboral por el consumo de té (Teeaktion) para lo cual envió 120 toneladas de té negro en paquetes a todas las fábricas cuyos obreros laboraban en ambientes con temperaturas superiores a 28 grados centígrados (porque se sabía que el alcohol puede tener serias consecuencias en ambientes calurosos). El proyecto de Ley según parece fue exitoso aunque su promotor era un ebrio consuetudinario.

Otra intensa campaña se desarrolló para promover el consumo de jugos de fruta, cidras y cervezas sin alcohol, bebidas vegetales y aguas minerales. La importante revista trimestral Gärungslose Früchteverwertung (Frutos sin fermentación), que se editaba desde principios del siglo XX, describía nuevos métodos de producción de bebidas sin alcohol y los diarios y revistas nazis los promovían vigorosamente.

También se desarrollaron programas específicos para evitar que los niños consumieran bebidas alcohólicas. En 1936 se reforzó la prohibición de 1933 respecto a la publicidad estableciendo un etiquetado obligatorio (Jugendwert) que indicaba que bebidas eran aptas para los niños. A propósito, la Coca Cola, que ya se producía en Alemania desde principios de la década de 1930 y había llegado a vender 5 millones de botellas por año, fue declarada inapropiada para el consumo infantil.

Los jugos de fruta, que habían alcanzado a 16 millones de litros en 1930, se multiplicaron por cinco en 1937 y los precios bajaron considerablemente. La tendencia se mantuvo en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Las cervecerías empezaron a desplazar su negocio hacia las bebidas no alcohólicas y en 1936, ya la cuarta parte de todas las aguas minerales eran distribuidas por las empresas cerveceras. El comienzo de la guerra en 1939 trajo restricciones acerca de donde podía conseguirse una bebida alcohólica (por ejemplo, su venta fue prohibida en las tabernas).

La esterilización forzosa también formó parte de las campañas contra el alcoholismo. Los promotores de la “higiene racial” sostenían que el alcoholismo afectaba genéticamente. En 1903, en un Congreso de Combate al Alcoholismo que se celebró en Bremen, el psiquiatra Ernst Rüdin [ix] propuso la esterilización de los alcohólicos incurables. Su propuesta fue rechazada pero 30 años después, el 14 de julio de 1933, triunfó con la promulgación de la Ley para la prevención de la descendencia de las personas con enfermedades hereditarias  (Gesetz zur Verhütung erbkranken Nachwuchses), también conocida como Ley de Esterilización Forzosa. Rüdin fue el principal responsable de esa ley que le costó la vida a unos 350.000 o 400.000 ciudadanos alemanes. Miles de alcohólicos fueron esterilizados. Los registros levantados entre 1934 y 1937 demuestran que entre el 5 y el 6% de los hombres sometidos a vasectomía habían sido seleccionados por haber recibido tratamiento por alcoholismo. Por otra parte muchos borrachos consuetudinarios habían sido recluidos en los campos de concentración desde 1934.

Un balancete del antialcoholismo nazi demuestra que las campañas no habrían influido mucho en las tendencias a la bebida en Alemania. Algunos de los descensos en el consumo alcohólico fueron simples efectos de la gran crisis económica de 1929. El consumo de cerveza, que había alcanzado a 86 litros por persona en 1929, cayó a 59 litros en 1936, cifra que era más o menos la mitad del consumo registrado en 1913. Lo mismo sucedió con las bebidas destiladas cuyo consumo descendió de 2,8 litros por persona en 1913 a 0,6 litros en 1933. La crisis de principios de la década de 1930, que produjo 6 millones de desocupados, hacía que el consumo de alcohol fuera un lujo inalcanzable.

A los dirigentes nazis les preocupaba que el alcohol y el tabaco eran un drenaje importante de los recursos de una economía que se concentraba en su preparación para la guerra. El ministro prusiano de Salud Pública señalaba, en 1937, que los alemanes gastaban 3.500 millones de Reichsmarks en alcohol y 2.300 millones en tabaco. Esos guarismos siguieron en aumento y en 1940, un nutricionista nazi sostenía que sus conciudadanos gastaban más en alcohol que en cualquier otro producto con la excepción del pan y la carne.

El fracaso de la campaña antialcohólica tenía otras razones. Una de ellas era  la impositiva porque el consumo de alcohol aportaba 840 millones de marcos en impuestos, en 1937, y no era cuestión de exagerar con el abstencionismo. Otra de las razones era que la bebida siempre fue una forma conveniente de ahogar penas y remordimientos. Pero sobretodo, en la medida en que se profundizaron y se extendieron las características esencialmente criminales del nazismo, el consumo de alcohol se multiplicó. Fue el premio y el anestésico para los perpetradores.

Los escuadrones de la muerte, los Einsatzgruppen, y las tropas de la Wehrmacht, en un principio, solían fusilar a hombres, mujeres y niños inermes cara a cara. Esto les acarreaba problemas a los soldados y se compensaba con generosas raciones de bebidas alcohólicas. Muchos de estos procedimientos eran emprendidos por la tropa y los oficiales ya borrachos. El perfeccionamiento de los actos genocidas llevó a masificar los fusilamientos y al desarrollo de dispositivos para gasear y al montaje de los campos de exterminio donde los miembros de las SS seleccionaban y supervisaban la matanza pero habían dejado de fusilar cara a cara.

Lic. Fernando Britos V.

 

[i] La alimentación fue uno de los principales problemas de la guerra. El racionamiento de los alimentos para la tropa y para la población empezó a darse durante la Primera Guerra Mundial. Antes de esta las campañas militares eran de duración relativamente corta y se luchaba en primavera y verano. Después de 1914 aparecieron las raciones y el racionamiento (fue la época de oro del corned beef que se producía en el Anglo de Fray Bentos). Las cocinas suministraban alimento al frente cuando la situación era relativamente calmada: pan, jamón, queso, verduras y te en el caso de los ingleses; papas, verduras, galletas, chocolate y café en el caso de los alemanes. Para animar a los soldados también suministraban tabaco y pequeñas cantidades de bebidas alcohólicas: vino a los franceses, ron a los ingleses y licor a los alemanes.

En la retaguardia alemana la dieta era similar pero los insumos eran escasos para la enorme mayoría de la población. En Inglaterra las cartillas de racionamiento recién se aplicaron a los civiles a fines de 1918 pero en Alemania proliferaban los alimentos adulterados y los precios de las papas y las carnes auténticas se fueron a las nubes. En las trincheras primero y después entre los trabajadores, la falta de higiene y de vestimentas adecuadas, junto con la escasez de alimentos provocaron enfermedades, proliferación de piojos, sarna, gripe, enfermedades venéreas, tifus. En todos los ejércitos un 10% de los efectivos eran baja por enfermedad.

[ii]Tu cuerpo pertenece a la nación, tu cuerpo pertenece al Führer; tienes el deber de ser saludable; el alimento no es un asunto privado (consignas especialmente dirigidas a la juventud,  reiteradas por la propaganda nazi durante el Tercer Reich).

[iii] Permanentemente aparecen problemas en el mundo asociados a las aflatoxinas: el interés por ésta se produjo luego de la muerte repentina de cien mil pavos alimentados con maníes infectados con aflatoxina, en Escocia. Actualmente se conocen unos 20 compuestos químicamente similares, de elevada toxícidad y carcinogenicidad. Las aflatoxinas fueron descubiertas en 1960 por un grupo de investigación británico. Su nombre procede de la toxina del Aspergillus flavus y fue propuesto en 1962 por sus descubridores. Son de gran importancia en la industria de cereales, semillas, nueces de árboles y frutos deshidratados, ya que pueden ser contaminados por hongos toxigénicos, con formación de micotoxinas según las condiciones de almacenamiento. Su potencial de toxicidad es muy elevado, pueden provocar la muerte de cualquier ser vivo que consuma algún cereal infectado con alguna de las toxinas conocidas.

[iv]En 1942, Wirz  calificó al vegetarianismo nacido en Inglaterra a mediados del siglo XIX como “el primer intento histórico de lucha práctica contra la violencia ejercida por la economía a la alimentación natural”. Y es que Wirz consideraba un desatino el

hecho de que desde aproximadamente 1840 empezara a dominar lo que llamó “dirección económica de la alimentación”, pues alimentar de un modo natural al hombre o a todo un pueblo, le parecía “difícilmente compatible con el objetivo de todo negocio lucrativo referido en este caso a la producción y al comercio de los alimentos, como si se tratara de la venta de medias, tabaco u objetos de metal”.

[v]En materia nutricional hay varios factores a tomar en cuenta, por ejemplo el saqueo (no solo de alimentos) que sufrieron todos los países ocupados, el mercado negro y el contrabando, las políticas de deliberado hambreamiento (la eliminación por hambre practicada contra millones de personas, especialmente en el Este), las raciones miserables que se entregaban en los campos de concentración y las hambrunas a resultas de sitios y bloqueos producidos por la Wehrmacht (solamente durante el sitio de Leningrado 632.000 personas murieron de hambre y 17.000 como víctimas de los bombardeos).

VI Rudolf Ludwig Karl Virchow (1821-1902) fue un médico, patólogo, político, antropólogo y biólogo alemán considerado el “padre de la patología moderna» porque su trabajo ayudó a refutar la antigua creencia de los humores. También es considerado uno de los fundadores de la medicina social y fue pionero del concepto moderno del proceso patológico al presentar su teoría celular, en la que explicaba los efectos de las enfermedades en los órganos y tejidos del cuerpo, señalando que las enfermedades no surgen en los órganos o tejidos en general, sino de forma primaria en células individuales.

[vi] teoría de Virchow

[vii]  En la Alemania nazi hubo un apoyo generalizado al bienestar animal (Tierschutz im nationalsozialistischen Deutschland). Hitler, Goering, Himmler y otros capitostes nazis eran animalistas, defensores de los derechos de los animales y de la conservación de la fauna. Muchos nazis fueron ecologistas y la protección de las especies y el bienestar animal  fueron asuntos importantes en el Tercer Reich. Himmler intentó prohibir la caza y Goering fue animalista. Las leyes actuales de Alemania en materia de  bienestar animal fueron inicialmente introducidas por los nazis. A finales del siglo XIX la vivisección y la matanza ritual por parte de los matarifes judíos eran las principales preocupaciones del movimiento alemán por el bienestar animal. Los nazis adoptaron estas preocupaciones como parte de su plataforma política. En 1927, un representante nazi en el Reichstag reclamó medidas contra de la crueldad animal y la carnicería shojet. En 1931, el partido nazi (en ese entonces una minoría en el Reichstag) propuso la prohibición de la vivisección. Para 1933, después que Hitler llegó a ser Canciller, los nazis promovieron inmediatamente normas de bienestar animal. El 21 de abril de 1933, el parlamento comenzó a regular el sacrificio de animales y aprobó una ley sobre la matanza; ningún animal iba a ser sacrificado sin anestesia. El 16 de agosto de 1933 Goering anunció el fin de la «insoportable tortura y sufrimiento en experimentos con animales» y dijo que quienes «todavía piensan que pueden continuar tratando a los animales como propiedad sin alma» serían enviados a los campos de concentración.

[viii]Una de las modalidades más exitosas de la práctica higiénica en el Uruguay

     fueron los movimientos o ligas de templanza. En1914, Montevideo vivió la creación de estas ligas a iniciativa de la Liga Uruguaya contra la Tuberculosis, usando como método más eficaz la divulgación de los males que acarreaba la ingesta de alcohol. El objetivo de las Ligas era la lucha contra el alcoholismo a través de proyectos directos y este accionar también impulsó cambios culturales. Las prácticas higiénicas operaban sobre una compleja red de actores, donde los principales fueron los médicos, abogados y pedagogos. Estos fueron los pilares sobre los cuales se organizaron diversas entidades dedicadas a combatir los peligros sociales del consumo de alcohol, mediante la sensibilización de la población, fundamentalmente mujeres y niños. El ala femenina de la Liga Nacional Contra el Alcoholismo hizo pública la Memoria correspondiente al año 1916, donde se concluía que: “En Uruguay, (…) el alcoholismo existe bajo todas sus formas (…) [y], desde todo punto de vista social, significa la regresión al estado de barbarie durante el cual prevalecían las voracidades de los bajos instintos sobre las disciplinas de la templanza”(El Lazo Blanco, 1917, nº 1). Estas organizaciones tuvieron sus propios voceros, como la revista Higiene y Salud .

[ix] Rüdin se afilió al nacionalsocialismo en 1937. En 1939, cuando cumplió 65 años, fue condecorado por Hitler en persona que lo calificó como el pionero en materia de “higiene racial”. En 1944 recibió la condecoración del Aguila Nazi (Adlerschild des Deutschen Reiches) y Hitler dijo que era quien marcaba el camino de la higiene hereditaria. En 1942,  hablando sobre eutanasia, Rüdin se refirió a la importancia de eliminar a los niños que eran claramente de inferior calidad. Apoyó financieramente investigaciones clínicas que implicaban la muerte de niños. En 1945 dijo que él solamente había desarrollado trabajo científico y que odiaba a los nazis, que solamente había sentido rumores acerca de la eliminación de enfermos. Sin embargo, ya en esa época se sabía que era de los más crueles impulsores de los crímenes nazis y muchos lo consideraban peor que Mengele y que Brandt (este último condenado a muerte y ahorcado en Nuremberg). Rüdin solo recibió una multa de 500 marcos y estuvo unos meses en prisión domiciliaria.

 

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