Israel: colonialismo, genocidio e inestabilidad global

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Desde hace meses dos conflictos armados son noticia a nivel mundial: el avance de la colonización israelí sobre territorio palestino a partir del atentado de Hamás en octubre 2023 y el enfrentamiento entre Rusia y Occidente a partir de la invasión de la primera a Ucrania en febrero 2022.  Pero en ambos casos todo viene de mucho más atrás.  Quizás se podría afirmar que lo nuevo es la ostentosa impunidad con que opera Israel y que desafía cualquier narrativa de legitimación de sus acciones. Tomando entonces este caso, en lo que sigue se intentará darle algo de contexto y trascender el escándalo diario.

Un desafío inicial de escribir sobre el tema del título es llamar la atención sobre la magnitud de lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza. La utilización del término genocidio para caracterizar ello no es ninguna metáfora. En este caso hay aniquilación coordinada y planificada de un grupo humano. Otra cosa es lo que pueda entenderse a partir de los grandes medios de comunicación. Como en tantos temas siempre están los “operadores de la duda” encargados de relativizar lo que las evidencias indican que no es posible relativizar.  Estos operadores son lo que promueven confusiones interesadas como –en este caso-  que cualquier crítica a Israel se convierta automáticamente en un “ataque antisemita”. 

Cuando se habla de genocidio, siempre aparece el antecedente del holocausto nazi y la carnicería realizada contra los judíos y otros grupos. Muchos menos recuerdan que Alemania ya había puesto en práctica esta “técnica” de exterminio masivo con los Herero en África. Se estima que en 1904 se masacraron entre 34 mil y 75 mil Herero y Namaquas por las tropas alemanas en lo que era la África Alemana del Sudoeste. La historia muestra que la colonización suele implicar masacres colectivas. En el siglo XX se dieron otros genocidios  además del citado: los armenios por los turcos (imperio Otomano) a partir de 1915, el de los mayas en Guatemala desde la década del sesenta con apoyo norteamericano y se podría seguir. Pero es preciso volver al caso que nos ocupa.  

Las cifras ya son escandalosas (comienzos de abril): entre la Franja de Gaza y Cisjordania se están superando ya los 33 mil asesinados y se está en un entorno de 80 mil heridos.  Pero si hablar de genocidio es aceptado, luego está el tema de que la idea no se naturalice como algo “abstracto que ocurre allá lejos y sobre lo que no podemos hacer nada” por decirlo rápidamente de alguna forma.  Que el tema no parece tener efectos sustantivos en América Latina -más allá de las previsibles genuflexiones diplomáticas hacia Israel de gobiernos como los de Argentina y Uruguay, haga lo que haga ese país- no puede hacer olvidar que cualquier proyecto alternativo de sociedad tiene siempre una escala global a observar.  No es sólo eso, pero también es eso.

Al escribir esto, no puedo dejar de recordar los artículos del periodista inglés Robert Fisk (fallecido en 2020), un profundo conocedor de Oriente Medio. Muchos de sus artículos aún forman parte de mi archivo digital, de modo que recurriendo al mismo, llego a uno escrito a comienzos del 2009 en The Independent[1]. Se me excusará por transcribir esta larga cita pero se verá que es necesaria.

Fisk comenzaba de esta forma: “Así pues, una vez más Israel ha abierto las puertas del infierno a los palestinos. Cuarenta refugiados civiles muertos en una escuela de las Naciones Unidas, más otros tres en otra. No está mal para una sola noche de trabajo en Gaza del ejército que cree en la «pureza de las armas». Pero, ¿por qué deberíamos sorprendernos?.

¿Acaso hemos olvidado a los 17.500 muertos -casi todos los civiles, la mayoría de ellos niños y mujeres- que dejó en 1982 la invasión israelí del Líbano? ¿O los 1700 civiles palestinos muertos en la masacre de Sabra-Chatila? ¿O la masacre de Qana (Canaán) de 1996, en la que los israelíes mataron a 106 civiles libaneses, más de la mitad de ellos niños, refugiados en una base de Naciones Unidas? ¿O la masacre de los refugiados de Marwahin a los que en 2006 los israelíes ordenaron salir de sus hogares para acto seguido asesinarlos a tiros desde un helicóptero artillado? ¿O los 1000 muertos de ese mismo año 2006 durante los bombardeos e invasión del Líbano, casi todos ellos civiles?.

Lo realmente asombroso es que tantos líderes occidentales, tantos presidentes y primeros ministros y, mucho me temo, tantos editores y periodistas, hayan dado por bueno el viejo bulo de que los israelíes ponen mucho cuidado en evitar víctimas civiles”.  Dejemos por aquí a Fisk, para volver a la actualidad (aunque como se ve esta columna tiene elementos de una actualidad asombrosa) y considerar una cuestión central para el análisis: reduciendo todo el inicio a un evento, como fue el ataque de Hamás a Israel, es seguro que no vamos a entender nada.  

Y eso que Fisk no se remonta en ese artículo a 1967 con la ocupación de territorios árabes por Israel. Pero también se podría ir más atrás aún con la creación del propio Estado de Israel a partir de lo que los palestinos llaman nabka (catástrofe) por su desplazamiento masivo y forzado ante la expropiación de tierras. Lo cual tampoco se entendería mucho sin los intereses británicos y los del banquero Lionel Walter Rothschild, representante del movimiento sionista en tiempos de la Primera Guerra Mundial, de crear un Estado que luego fue Israel.

Pero aún tomando 1967, sería imposible sintetizar aquí las formas de ocupación territorial y los enfrentamientos (hay libros enteros de autores de origen judío sobre esto) que luego llevan a apelar a métodos terroristas. De paso habría que decir, que el impulso que adquirió Hamás no puede explicarse sin el propio apoyo encubierto de Israel cuando intentaba debilitar la Organización para la Liberación de Palestina. Un método conocido y empleado en otras partes, por ejemplo por Estados Unidos cuando procuraba eliminar alternativas de izquierda.   

Y esto lleva a un segundo y último punto que es preciso tener en cuenta que es la complejidad de actores y la transición global o sistémica actual. Marcar la complejidad de actores es importante porque la idea de dos bandos en pugna es otra forma de simplificación que se agrega a la de ver eventos aislados y no un proceso sociohistórico. Por supuesto además de toda la propia complejidad territorial local, existen allí intereses globales geoconómicos y geopolíticos y –aunque es una obviedad mencionarlo- un protagonismo central de los intereses de Estados Unidos.

Esto implica a la vez tener en cuenta muchos actores estatales y también privados que –negocios mediante- financian el lobby israelí, por ejemplo el que realiza la American Israel Public Affairs Committee,  sin entrar a hablar de otros grupos de ultraderecha.  Y tampoco la complejidad de actores se termina en esto. De hecho, lo que los ataques huitíes (grupo de origen en Yemen) transmitieron con sus ataques a embarcaciones en el mar Rojo, no es solamente solidaridad con los palestinos sino que se trata de un conflicto global que puede escalar mucho más.

Y eso es precisamente: además del todo el problema humanitario, es un conflicto bélico que potencialmente puede desbordarse mucho más y generar una inestabilidad global enorme.  Una inestabilidad propia de una fase de transición global o sistémica en la que Estados Unidos tiende a perder la hegemonía global y por tanto control de lo que antes le era más fácil controlar (un proceso que ya tiene más de veinte años y que no significa que deje de ser una potencia dominante) en relación a China que está procurando tomar ese lugar a largo plazo. Esa es una posibilidad, ni más ni menos. En una fase de transición sistémica, de cambios de hegemonías globales como ya ocurrió con las anteriores de Holanda e Inglaterra (aquí es preciso recordar a autores que han trabajado esto como Giovanni Arrighi), todo se vuelve más complicado, más caótico, más imprevisible. De hecho, existen hoy innumerables conflictos armados no visibles públicamente más allá de éste y el de Rusia – Ucrania/Occidente.

La gran pregunta es entonces si lo que dio resultado hasta ahora en relación al eje Estados Unidos – Israel puede seguir funcionando sin mayores cambios en cuanto a incondicionalidades.  Porque la asistencia a Israel nunca estuvo en duda más allá de declaraciones coyunturales que miran más bien electorados y apoyos sociales potenciales. Además siempre pueden surgir nuevos actores ansistémicos aunque hoy ello no sea visible.  Por no hablar de efectos imprevisibles de lo que queda marcado en la memoria colectiva, incluyendo en niños, de sufrir ejércitos de ocupación. Por no hablar de otras reacciones del mundo musulmán.

Al menos hay dos elementos que han ocurrido recientemente que pueden considerarse indicadores de que algo puede estar cambiando aunque no sabemos aún la potencia que tienen: uno es el de las movilizaciones sociales en Israel contra el actual gobierno, si bien teniendo en cuenta que también se sustentan en el poco empeño puesto en negociar el rescate de rehenes de Hamás. El otro es que la ONU está teniendo un papel más activo y cuestionador ante la visible impunidad internacional con que actúa Israel. Ante ambos aspectos, sacar de escena al primer ministro Netanyahu puede ser una posibilidad que habilite a actores internos y externos a empeñarse más en eso. Pero de ser así, ¿de verdad alguien puede pensar que el mantenimiento del actual proyecto colonial sionista puede tener futuro sin reacciones permanentes aquí y allá? ¿De vedad alguien puede creer que mantener el esquema de apartheid y despojo puede generar estabilidad en la zona y favorecer a largo plazo los propios intereses de Estados Unidos en esta transición sistémica?.

7 de abril 2024.

Alfredo Falero
* Dr. en Sociología.

 

[1] Fuente: http://www.independent.co.uk/opinion/commentators/fisk/robert-fisk-why-do-they-hate-the-west-so-much-we-will-ask-1230046.html

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