Aquellos que pensaban que el orientalismo estaba muerto en el mundo global del siglo XXI cometieron un gran error. Las suposiciones orientalistas básicas que Edward Said analizó hace más de cuarenta años son visibles en todas partes.
Todos nuestros estadistas han ido de peregrinación a Tel Aviv para asegurar a Benjamin Netanyahu su apoyo incondicional a Israel. No hay debate, nos dicen, cuando la moralidad y la civilización están en juego. Incluso ahora que estas suposiciones tradicionales han sido profundamente sacudidas en la opinión pública occidental por el espectáculo diario de la hambruna y la masacre de niños, combinan sus súplicas a favor de la moderación y el humanitarismo con la reafirmación de la condición de Israel como una víctima que debe defenderse.
Nadie menciona nunca el derecho de los palestinos a defenderse de una agresión que ha durado décadas. Mientras que Israel obstruye cualquier entrega terrestre de asistencia humanitaria y médica, los gobiernos occidentales (con pocas excepciones) continúan apoyando inquebablemente un poder genocida, tanto financiera como militarmente.
Después del 7 de octubre, el umbral de tolerancia ha aumentado en gran medida, y no se cuenta ya el número de niños muertos bajo las bombas. Hamas mató a 1.200 israelíes, incluidos ochocientos civiles; Tzahal, el ejército israelí, ha matado al menos a treinta y tres mil palestinos hasta la fecha, incluidos no más de cinco mil combatientes de Hamas.
Todo está planeado: la destrucción de carreteras, escuelas, universidades, hospitales, museos, monumentos e incluso cementerios borrados por excavadoras; los cortes de agua, la electricidad, el gas, el combustible, Internet; la denegación del acceso de las personas desplazadas a alimentos y medicamentos; la evacuación de más de 1,5 millones de los 2,3 millones de personas que viven en Gaza al sur de la franja, donde vuelven a ser bombardeadas; enfermedades y epidemias. Incapaz de erradicar a Hamas, Tzahal comenzó la eliminación de la intelectualidad palestina: académicos, médicos, técnicos, periodistas, intelectuales y poetas.
La Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas, uno de los productos del orden internacional occidental, emitió una advertencia de que la población palestina de Gaza está siendo sometida a una masacre organizada e implacable, esta siendo desarraigada y privada de las condiciones más básicas de supervivencia. La guerra israelí en Gaza está asumiendo características de genocidio. El orientalismo, sin embargo, es más fuerte que el legado jurídico de la Ilustración.
Bastión de Europa
Cuando nació el orientalismo, los judíos formaban parte de Occidente como invitados desagradecidos, excluidos, humillados y despreciados, generalmente empujados a los márgenes. Incluso los judíos más destacados y poderosos fueron estigmatizados y considerados como arribistas vulgares. Los judíos encarnaron la conciencia crítica europea.
Hoy en día, han cruzado la «línea de color» y se han convertido en parte de la llamada civilización judeocristiana, amada y adoptada por aquellos que una vez los despreciaron y los persiguieron. En Europa, la lucha contra el antisemitismo se ha convertido en la bandera detrás de la cual se unen todos los movimientos postfascistas y de extrema derecha, listos para luchar contra la «barbaria islámica» incluso antes de que se hayan despojado de sus viejos prejuicios antisemitas.
En 1896, el padre espiritual de Israel, Theodor Herzl, publicó el texto fundador del sionismo, El Estado de los Judíos, en el que definió ese futuro estado como «un bastión de Europa contra Asia, un centinela de la civilización contra la barbarie». En 2024, los términos de la pregunta permanecen sustancialmente sin cambios, pero Netanyahu es mucho más respetado y ampliamente escuchado de lo que Herzl lo era hace más de un siglo. Herzl rogó por la ayuda de algunas potencias europeas; Netanyahu no tiene miedo de parecer arrogante y desagradecido ante ellas.
Israel ha estado violando el derecho internacional durante décadas, y hoy está perpetrando un genocidio en Gaza con armas proporcionadas por los Estados Unidos y varios países europeos. Estas potencias occidentales podrían detener la guerra en unos días, pero no pueden negar su apoyo a un gobierno corrupto y de extrema derecha de criminales de guerra porque este gobierno es parte de ellos, por lo que se limitan a recomendaciones y súplicas de moderación.
Todos los principales medios de comunicación occidentales han respaldado sin reservas una narrativa sionista que celebra descaradamente la historia de algunos e ignora o niega la de otros. En Europa y los Estados Unidos, como señaló Said una vez, Israel nunca es tratado como un estado, sino más bien como «una idea o talismán de algún tipo», internalizado para legitimar los peores abusos en nombre de altos principios morales.
Décadas de ocupación militar, acoso y violencia aparecen así como la autodefensa de un estado amenazado, y la resistencia palestina como una manifestación de odio antisemita. Reinterpretada desde una perspectiva orientalista, la historia judía se desarrolla como un largo martirio que espera una redención bien merecida, y los palestinos se convierten en un pueblo sin historia.
Razón de estado
Los estudiantes propalestinos son presentados como antisemitas rabiosos por gran parte de los principales medios de comunicación. En varias universidades estadounidenses, han sido incluidos en la lista negra o amenazados con sanciones debido a su participación en manifestaciones contra el genocidio de Gaza. En Alemania e Italia, las manifestaciones han sido brutalmente reprimidas, mientras que el primer ministro francés Gabriel Attal anunció medidas severas contra los activistas propalestinas.
La memoria del Holocausto se celebra ritualmente como una religión civil en la Unión Europea, y la defensa de Israel se ha convertido, como Angela Merkel y Olaf Scholz han afirmado repetidamente, en la «Staatsraison» de la República Federal de Alemania (RG). Hoy en día, Alemania invoca este recuerdo para justificar la masacre de palestinos en Gaza. Después del 7 de octubre, el país está impregnado de una atmósfera de caza de brujas contra cualquier forma de solidaridad con Palestina.
Sin embargo, Alemania es solo la expresión paroxismal de una tendencia más amplia. Esto explica por qué, especialmente en los Estados Unidos, muchos judíos han levantado la voz para decir «no en mi nombre».
Las referencias a la «razón de estado» son curiosas y reveladoras como una admisión implícita de ambigüedad moral y política. Como cualquier erudito de la teoría política sabe, este concepto recuerda a uno de los lados oscuros y ocultos del poder político. Por lo general, identificado con el pensamiento de Nicolás Maquiavelo, incluso si el término en sí mismo no aparece en sus escritos, la razón de estado significa la transgresión de la ley en nombre de los imperativos superiores de la seguridad del estado.
Invocando la razón de estado, son los servicios secretos de los estados que han abolido la pena de muerte los que planean la ejecución de terroristas y otras personas que amenazan su orden social y político. Desde Maquiavelo hasta Friedrich Meinecke y Paul Wolfowitz, la razón de estado alude a un «estado de excepción», el lado inmoral de un estado que transgrede sus propias leyes. Detrás de la razón de estado no está la democracia, sino Guantánamo.
Por lo tanto, cuando la República Fedreal de Alemania respalda a Israel invocando su Staatsraison, admite implícitamente la inmoralidad de su política. Hoy en día, el apoyo incondicional de Alemania a Israel compromete la cultura democrática, la pedagogía y la memoria que se habían construido a lo largo de varias décadas, y particularmente después del Historikerstreit a mediados de la década de 1980.
Esta política arroja una sombra oscura sobre el Memorial del Holocausto que se encuentra en el corazón de Berlín, que ya no aparece como la expresión de una conciencia histórica atormentada y las virtudes del recuerdo, sino más bien como un símbolo imponente de hipocresía.
La sanción de la justicia
En 1921, el historiador francés Marc Bloch escribió un interesante ensayo sobre la propagación de noticias falsas en tiempos de guerra. Observó cómo, al comienzo de la Primera Guerra Mundial, justo después de la invasión de la neutral Bélgica, los periódicos alemanes publicaron innumerables informes sobre atrocidades increíbles. «Una noticia falsa siempre nace de representaciones colectivas anteriores a su nacimiento», escribió Bloch, sacando la siguiente conclusión: «La noticia falsa es el espejo donde ‘la conciencia colectiva’ contempla sus propias características».
Al leer los periódicos occidentales después del ataque de Hamas del 7 de octubre, los historiadores tuvieron una curiosa sensación de déjà vu. Esta vez, sin embargo, las mitologías antisemitas más antiguas se movilizaron de repente contra los palestinos. Bloch hizo hincapié en que las noticias falsas y las leyendas siempre habían «llenado la vida de la humanidad». Muchos historiadores de la inquisición y el antisemitismo han descrito cuidadosamente el papel desempeñado por el mito del «asesinato ritual» desde la Edad Media hasta la Rusia zarista tardía. El rumor de que los judíos estaban matando a niños cristianos para usar su sangre con fines rituales se difundía ampliamente antes de llevar a cabo un pogrom.
Después del 7 de octubre, la mayoría de los medios de comunicación occidentales, incluidos muchos periódicos prestigiosos y supuestamente serios, publicaron noticias sobre mujeres embarazadas abiertas en canal y niños decapitados o arrojados a hornos por los combatientes de Hamas. Estos inventos difundidos por el ejército israelí fueron aceptados inmediatamente como evidencia, tanto Joe Biden como Antony Blinken los repitieron en sus discursos, mientras que su refutación solo fue susurrada en los márgenes unas semanas después. Los mitos son performativos, como observó Bloch: «En el momento en que un error se convierte en la causa del derramamiento de sangre, se establece irrevocablemente como verdad».
Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos combatientes comunistas de la Resistencia que habían sido deportados a los campos nazis negaban la existencia de los gulags soviéticos. Habían interiorizado profundamente un poderoso silogismo: la URSS es un país socialista, el socialismo significa libertad, por lo tanto, los campos de concentración no pueden existir allí y deben ser un producto de la propaganda estadounidense.
Una negación similar está muy extendida hoy en día entre las personas convencidas de que Israel, un país que resucitó de las cenizas del Holocausto, no puede perpetrar un genocidio. A sus ojos, Israel es una auténtica democracia y la ocupación de los territorios palestinos es una protección necesaria contra una amenaza vital. Los creyentes crean sus propias verdades, verdades que no perturban su fe. Los verdaderos creyentes sionistas no difieren mucho de los verdaderos creyentes estalinistas.
Los medios de comunicación occidentales reconfortan estos prejuicios difundiendo mentiras. El orientalismo es el caldo de cultivo de mitos, negaciones y noticias falsas. Invirtiendo la realidad, se ha elaborado una narrativa paradójica que transforma a Israel de opresor en víctima. Según esta narrativa, Hamas quiere destruir a Israel, el antisionismo es antisemitismo y niega el derecho de Israel a existir, y el anticolonialismo finalmente ha revelado su matriz antioccidental, fundamentalista y antisemita.
La lucha contra el antisemitismo será cada vez más difícil después de que haya sido tan ostentosamente malinterpretada, desfigurada, armada y trivializada. Sí, existe el riesgo de trivializar el Holocausto en sí: una guerra genocida librada en nombre del recuerdo del Holocausto solo puede ofender y desacreditar esa memoria en sí. La memoria de la Shoah como una «religión civil», la sacralización ritualizada de los derechos humanos, el antirracismo y la democracia, perderá todas sus virtudes pedagógicas.
En el pasado, esta «religión civil» ha servido como paradigma para construir la memoria de otros crímenes y genocidios, desde las dictaduras militares en América Latina hasta el Holodomor en Ucrania, hasta el genocidio tutsi en Ruanda. Si este recuerdo se identificara con la Estrella de David usada por un ejército que lleva a cabo un genocidio, las consecuencias serían devastadoras.
Durante décadas, la memoria del Holocausto ha sido una fuerza impulsora del antirracismo y el anticolonialismo, utilizado para luchar contra todas las formas de desigualdad, exclusión y discriminación. Si este paradigma conmemorativo fuera desnaturalizado, entraríamos en un mundo donde todo es equivalente y las palabras han perdido su valor. Nuestra concepción de la democracia, que no es solo un sistema de leyes, sino también una cultura, una memoria y un legado histórico, se debilitaría. El antisemitismo, que históricamente está en declive, experimentaría un resurgimiento espectacular.
La fuerza de la desesperación
El ataque de Hamas del 7 de octubre fue atroz y traumático. Estaba destinado a ser así, y nada lo justifica. Pero debe interpretarse y no simplemente deplorarse, aún menos matizado y rodeado de un aura de atrocidad diabólica.
Hay un viejo debate sobre la dialéctica entre el objetivo y los medios. Si el objetivo es la liberación de un pueblo oprimido, hay medios que son incompatibles con tal objetivo: la libertad no armoniza con la muerte de civiles. Sin embargo, estos medios incongruentes y despreciables se utilizaron en el curso de una lucha legítima contra una ocupación ilegal, inhumana e inaceptable.
El 7 de octubre fue el resultado extremo de décadas de ocupación, colonización, opresión, humillación y acoso diario. Todas las protestas pacíficas han sido suprimidas en sangre, los Acuerdos de Oslo siempre han sido saboteados por Israel, y la Autoridad Palestina, totalmente impotente, actúa en Cisjordania como la policía de la Tzahal. Israel se estaba preparando para «negociar la paz» con los estados árabes a espaldas de los palestinos, y sus líderes reconocieron abiertamente el objetivo de expandir aún más las colonias en Cisjordania.
De repente, Hamas volvió a poner todo en juego. Su ataque reveló la vulnerabilidad de Israel, que podría ser atacado dentro de sus propias fronteras. A través de Hamas, los palestinos han parecido capaces de atacar y no solo de sufrir. La violencia palestina tiene la fuerza de la desesperación. No se trata de compartir esa desesperación, sino que es necesario entender sus raíces.
Hasta la fecha, por el contrario, cualquier esfuerzo por entenderlo ha sido eclipsado por una condena absoluta e inquebrantable que se convirtió rápidamente en un pretexto para legitimar una guerra contra civiles palestinos mucho más letal que el ataque de Hamas. Esto explica la popularidad y el apoyo a Hamas, que ciertamente no se reduce a su autoridad coercitiva, particularmente entre los jóvenes palestinos de Cisjordania.
El asesinato y las heridas de civiles fue perjudicial para la causa palestina. Sin embargo, la ineludible reprobación de estos medios de acción no pone en duda la legitimidad de la resistencia palestina a la ocupación israelí, una resistencia que implica el recurso a las armas. El terrorismo ha sido con frecuencia el arma de los pobres en las guerras asimétricas. Hamas corresponde bien con la definición clásica de «partisano»: un luchador irregular con una fuerte motivación ideológica, arraigado en un territorio y una población que los protege.
El ejército israelí toma prisioneros, incluidos adolescentes y familiares de combatientes cuya detención administrativa puede durar meses o años, mientras que Hamas solo puede tomar rehenes. Hamas lanza cohetes, mientras que Israel inflige «daño colateral» durante sus operaciones militares. Su terrorismo es simplemente un contrapunto al terrorismo de estado israelí. Si el terrorismo siempre es inaceptable, el de los oprimidos suele ser engendrado por el de su opresor, lo que es mucho peor.
Jean Améry escribió que, cuando fue torturado como luchador de la Resistencia por los nazis en la fortaleza de Breendonck, deseaba dar «forma social concreta a su dignidad golpeando una cara humana», la cara de su opresor. Una de las tareas más difíciles, observó en 1969, consistía en transformar la violencia estéril y vengativa en violencia liberadora y revolucionaria. Sus argumentos, que reflexionan sobre la obra de Frantz Fanon, merecen una larga cita:
La libertad y la dignidad deben lograrse a modo de violencia, para ser libertad y dignidad. De nuevo: ¿por qué? No tengo miedo de presentar aquí el concepto intocable y abyecto de venganza, que Fanon evita. La violencia vengativa, en contradicción con la violencia opresiva, crea igualdad en la negatividad: en el sufrimiento. La violencia represiva es una negación de la igualdad y, por lo tanto, del hombre. La violencia revolucionaria es eminentemente humana. Sé que es difícil acostumbrarse al pensamiento, pero es importante considerarlo al menos en el espacio no vinculante de la especulación. Para extender la metáfora de Fanon: los oprimidos, los colonizados, el recluso del campo de concentración, tal vez incluso el esclavo asalariado latinoamericano, debe ser capaz de ver los pies del opresor para poder convertirse en un ser humano y, por el contrario, para que el opresor, que no es humano en este papel, también se convierta en uno.
Del río al mar
El 7 de octubre y la guerra de Gaza sellaron el fracaso de los Acuerdos de Oslo. Lejos de sentar las bases para una paz duradera basada en la coexistencia de dos estados soberanos, estos acuerdos fueron saboteados inmediatamente por Israel, convirtiéndose en la premisa para colonizar Cisjordania, anexar Jerusalén Oriental y aislar a una Autoridad Palestina corrupta y desacreditada.
El fracaso de los Acuerdos de Oslo marca la desaparición del proyecto de dos estados. Todavía vagamente contemplado por europeos y estadounidenses, sin consultar a ningún representante palestino, para una reevaluación de la región después de la guerra, hoy en día esto significa esencialmente uno o dos bantustanes palestinos bajo control militar israelí. La hipótesis de dos estados se ha vuelto imposible, aunque en las circunstancias de la guerra genocida en Gaza, un estado binacional tampoco es difícilmente imaginable.
Hace veinte años, Edward Said pensó que un estado binacional y secular capaz de garantizar a sus ciudadanos judíos y palestinos la completa igualdad de derechos era el único camino posible hacia la paz. Este es el significado del eslogan reclamado hoy por millones de manifestantes en todo el mundo (incluidos un gran número de judíos), «Del río al mar, Palestina será libre», aunque la mayoría de los principales medios de comunicación persisten en considerarlo antisemita.
Por supuesto, el futuro de Israel-Palestina debe ser decidido por la gente que vive allí. Sin embargo, la autodeterminación no debe evitar algunas lecciones históricas. Hoy en día, una solución de dos estados solo podría funcionar a través de un proceso de purgas territoriales interétnicas. Esta sería una solución irracional en una tierra compartida por el mismo número de judíos y palestinos.
Incluso suponiendo la creación de Palestina como un estado auténticamente soberano, lo cual es muy improbable, esto no sería satisfactorio a largo plazo. Un estado sionista junto a uno islámico sería una regresión histórica que no podría proporcionar un hogar para ningún diálogo o intercambio entre culturas, idiomas y creencias. Como nos dice la historia del siglo XX de Europa Central y los Balcanes, esta perspectiva resultaría en una tragedia.
Por lo tanto, muchos ven como la única solución un estado binacional en el que judíos y palestinos coexistirían sobre bases iguales. Hoy en día, esta opción parece impracticable, pero si pensamos a largo plazo, parece lógica y coherente. En 1945, la idea de construir una Unión Europea reuniendo a Alemania, Francia, Italia, Bélgica y los Países Bajos parecía extraña e ingenua. La historia está llena de prejuicios que son abandonados y retrospectivamente parecen estúpidos. A veces las tragedias sirven para abrir nuevas perspectivas.
Hace veinte años, Said preguntó con preocupación «¿dónde están los equivalentes israelíes de Nadine Gordimer, Andre Brink, Athol Fugard, de los escritores blancos de Sudáfrica que hablaron inequívoca e inequívocamente contra los males del apartheid?» Este silencio es igualmente ensordecedor hoy en día, roto por unas pocas voces aisladas. Pero la situación ha cambiado profundamente. Israel se ha revelado a sí mismo como vulnerable y, sobre todo, a través de su furia destructiva, desprovisto de cualquier legitimidad moral.
La causa palestina se ha convertido en una bandera del Sur Global y de grandes franjas de la opinión pública, especialmente de los jóvenes, tanto en Europa como en los Estados Unidos. Lo que está en juego hoy en día no es la existencia de Israel, sino la supervivencia del pueblo palestino. Si la guerra de Gaza termina en un segundo Nakba, es la legitimidad de Israel la que se verá comprometida permanentemente. En este caso, ni las armas estadounidenses, ni los medios de comunicación occidentales, ni la Staatsraison alemán, ni la memoria tergiversada y vilipendiada del Holocausto podrán redimirlo.
Enzo Traverso
Historiador, profesor de la Universidad de Cornell y autor, entre otros, de Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria (Fondo de Cultura Económica, 2018).
Fuente: https://jacobin.com/2024/04/gaza-genocide-holocaust-memory-democracy
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