La luz al final del túnel

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Las personas que nacimos antes de la Revolución, que en el mejor de los casos peinamos canas (cuando queda algo por peinar) tenemos una relación compleja con este evento. Las hay que la odian y las que la aman. En las generaciones siguientes, hay también ese componente binario, pero se agregan personas que no se enteran de lo que significó para la nuestra, ni de lo que significa para el mundo en el que sobreviven. ¿Una pena? Mejor: una carencia nuestra y un triunfo de la ideología banalizante.
 
Me motiva comenzar esta reflexión la hipótesis de, ¿qué pasaría si en un de repente histórico la Revolución no estuviera más ahí?
 
Cabría a más sesudos analistas la digresión sobre las causas. Pero yo quise pensar en las consecuencias. Las políticas, también. Pero ahora me importan las emocionales.
 
Toda nuestra vida, todas nuestras vidas han estado signadas por su existencia.
 
Aquellas personas que por avatar político o económico han tenido la oportunidad de ir a conocerla han vuelto contando opiniones disfrazadas de vivencias tan diversas como sus portadores, dependiendo de la época (la histórica, no la del año (aunque también)) , las expectativas con las que fueron y el avatar de las vivencias que les tocaron.
 
Las épocas históricas pueden ser divididas de muchas maneras pero en mi percepción pueden verse como la primera época desde la toma del poder hasta la caída de la URSS (eso puede ser subdividido en unas cuantas partes), la segunda época signada por el periodo especial (durante el cual Cuba se convirtió en una isla, la única isla habitada en un mundo vacío, sin otros recursos que los que hubiera a mano) y la actual que empieza después del período especial y llamaremos turística (con su mini período especial producto de la pandemia).
 
Las expectativas siempre están atadas a la interna emocional de la persona.
 
Y el avatar me gusta asociarlo a una parábola.
 
Si una hematófaga mosquita, quiere picar a una cebra para chupar su alimento, volará hacia el animal viendo desde lejos un animal vagamente gris al principio, una especie de código de barras después, una sucesión de gruesos trazos blancos y negros a medida que esté más cerca y por fin, dependiendo de donde apunte, a una pista de aterrizaje totalmente blanca o totalmente negra. Nunca gris.
 
¿Porqué ir a Cuba? Antes y ahora. Bueno, ahí entra lo de las épocas.
 
En la primera época a casi nadie se le ocurría que ir a Cuba podía ser un evento turístico. Ni siquiera y especialmente, a los cubanos.
 
Se iba a Cuba a un congreso o a un curso político o sindical, como refugiado de las diversas dictaduras, como voluntario a la cosecha de la caña, la naranja o lo que hiciera falta, a recibir entrenamiento militar. Algún europeo o canadiense alternativo y curioso, iba a ver como era eso de llevar adelante una experiencia revolucionaria en las narices del poderoso imperio. También llegaban asesores de los países de los soviets que iban a explicarle a los cubanos como se hacía la revolución.
 
Ir durante el período especial, eso sí que era un dislate (ahí fue mi primer visita). Pero en esa época fue que Cuba después de mucha discusión y sabiendo a lo que se exponía, se abrió al turismo y sus consecuencias. O sea, la tercera época.
 
Por lo que sé, las expectativas de los que fueron en la primera época se vieron en general colmadas. Las personas que fueron a tener entrenamiento militar aprendieron a armar y desarmar su fusil, las que fueron a los cursos se formaron, las que fueron voluntarias a las cosechas cosecharon, las que fueron a congresos y conferencias discutieron y volvieron con opiniones más firmes o más conflictuadas, pero nunca iguales a las que llevaban.
 
En la segunda época, llegaron, llegamos, personas incautas, despistadas que no logramos constituirnos en categoría turistas ni en categoría de visitantes político/militar/sindical/congresistas. Pero volvieron, volvimos, con la convicción de que en nuestros países jamás de los jamases sobreviviríamos a una situación así, por falta de todo, pero en especial por falta de convicción, de firmeza.
 
Ya después en la época turística, las catervas de visitantes han venido yendo a la Isla por todos los motivos de la primera época, pero además a ver.
 
Un ver, que abarca desde si es cierto que el comunismo no es tan malo como se dice hasta ver(ificar) que es cierto que el comunismo es peor de lo que se dice.
 
Un ver de gente progre acomodada, la uisquierda como le gusta decir a los chilenos, que van a Cuba al Floridita a sacarse la foto con Hemingway y al Tropicana a ver plumas y culos, hasta recorrer las playas paradisíacas de los cayos, alojándose en hoteles españoles con mayoría accionaria cubana.
 
Un ver de pequeño burguesía con ideas avanzadas que recicla los alimentos en su casa y cuida el agua y el medio ambiente y va a pagar 10 CUCS para alojarse en casa de cubanos (con o sin permiso del gobierno) y así “convivir” con la realidad cubana, tomándose una guagua o un almendròn para ir a conocer la catedral sumergida en su baño de tejas y regatear el precio de un puro robado de la fábrica de puros intentando pagar con pesos cubanos porque era más barato.
 
Esas personas volvían, vuelven, a sus países cada una con su mirada propia. Y las conclusiones a las que llegan pasan por un complicado filtro de prejuicios ideológicos, de extracciones de clase y del avatar de la cebra: les tocó picar en la parte blanca o en la parte negra. No siendo ni la una ni la otra mala fortuna, sino experiencias disímiles y muchas veces opuestas.
 
Pero retomando la hipótesis inicial, ¿qué pasaría si a todas las personas para quienes la Revolución significa algo, les quitasen la existencia de ese algo?
 
Para quienes hemos sentido y recalco lo del sentimiento, cada día de nuestras vidas la presencia tangible de la Revolución Cubana como símbolo de que hay otras maneras posibles de relacionarnos con nuestros semejantes, sería una inmensa tristeza.
 
Sería, como dice la metáfora, la sensación de que la lucecita al final del túnel es en realidad un tren que se nos viene encima.
 
Ese vacío se me hizo patente cuando murió Fidel y mis hijos me llamaron para darme el pésame como si se me hubiera muerto un pariente cercano. Yo lloré, claro . Todavía lloro.
 
Cualquier paso atrás, cuando cayeron los rayos sobre los tanques de combustible, cuando pasó un ciclón y murió alguien o se rompió algo, cuando a mi entender (pero sin estar ahí) meten la pata, todo lo que le pase a la Isla lo siento, lo sentimos como propio.
 
Ellos no saben.
 
Los cubanos no saben que tan profundo sentimos las personas que sentimos así. Saben que hay miles de actividades de solidaridad, las ayudas que llegan, los actos, las manifestaciones, el respeto. El enorme respeto y la admiración por ese pueblo sufrido, aguerrido. “Que tiemble la injusticia”.
 
Pero no saben el derrumbe interno que sería para cada una de nosotras, quienes vivimos con ese faro guiando nuestras vidas, que la Revolución no estuviera ahí para decirnos que es posible.
 
Con los errores, que los hubo y muchos.
 
Con Fidel peleando para que no saliera Fresa y Chocolate. Y sin embargo salió.
 
Con los poetas homosexuales y revolucionarios suicidándose porque no los dejaban ser. Crimen perverso, inútil, inconsciente, de inmadurez social y humana, no sólo de la revolución sino del mundo.
 
Con todas las ineficiencias, los rumbos equivocados, los machismos aún rampantes, las cuadradeces.
 
Pero claro, con el diario del lunes todas somos Nostradamus. Todas lo hubiéramos hecho mejor. ¿De verdad? Exigimos a las personas de Cuba, que sean perfectas, preclaras, inmaculadas. ¿Y si hacemos nuestra propia Revolución y vemos donde metemos la pata en lugar de pontificar sobre las demás? Hay, sobre la Revolución cubana, filas de gente dispuestas a tirar la primera, la segunda, innúmeras piedras. La gente de Cuba es gente, seres humanos nada más. Nada menos. Aunque a la luz de la historia parezcan gigantes. Gente peleando, reinventándose.
 
Con todo lo que significa armar el rompecabezas del futuro con las manos atadas, bloqueadas y sin manual.
 
Sin otra imagen del cuadro final o los cuadros intermedios de ese rompecabezas, al que una mezcla de suposiciones colegiadas que a fuerza de ser producto de necesarios consensos y mayorías, de contradicciones entre el ayer, el hoy y el mañana termina siendo un producto transitorio, feo, que a nadie le gusta, pero es el posible en esas circunstancias.
 
Con el imperio trabajando todos y cada uno de los días en su contra. Con los inmensos recursos de usa puestos para inventar palos en las ruedas, cancros para los cítricos, bombas submarinas, pestes porcinas, cegueras inducidas. Con las mentiras, las verdades a medias de los medios, los miedos usados ad infinitum, las radios Martí, los hermanos al rescate. Los mecagoenloquedigalaonu.
 
A pesar de todo Cuba va. Pero es acosada y bloqueada y vuelta a bloquear.
 
Y se nos pasan los días, se nos pasa la vida y lo más positivo que hacemos para evitar que ese símbolo se vaya por el sumidero es ir cada tanto (obviamente los que pueden, los que podemos) a aportar unas pocas, insignificantes divisas o hacer cansadas y pequeñas actividades financieras para aportar unos tubos de dentífrico, unos blumers o unos medicamentos para esto o aquello, que nos dijo una amiga cubana que están haciendo falta en la Isla.
 
Pero ¿que más podemos hacer?
 
Luchar contra el bloqueo. Por los cubanos. Por Cuba. Por la Revolución. Contra la prepotencia. Contra la injusticia. Pero también porque no nos quiten la esperanza.
 
Entonces, algún desquiciado apologista de la acción directa (que no yo) propondría:
 
. rodear con gente las embajadas usa en todo latinoamerica, en el mundo
 
. cortarles los suministros de agua, de energía, de comunicaciones, de alimentos
 
. funar, escrachar, a sus funcionarios, hacerles la vida imposible en donde vivan.
 
. no venderles nada.
 
. someterlos al desprecio, al vacío, al ostracismo.
 
. hacer extensivo esto a cualquier ciudadano estadounidense que ande por ahí, aunque sea buena gente, a lo mejor se da cuenta y se suma.
 
Como siempre, esto no pasará.
 
En el mejor de los casos se juntarían 4 locos en la puerta de una embajada hasta que los cagaran a palos, los metieran presos, perdieran el trabajo por hacer ineficientes tonterías y todo lo demás.
 
Como siempre. Como cuando se llamó a la gente a no tomar coca cola porque cada una era una bala más para Vietnam. Y miren lo bien que le va (a coca cola).
 
Pero también le va bien a Vietnam. Ellos pudieron vencerlos.
 
Alguien pedirá una conclusión.
Sáquela.  

Por Gustavo Negro

 

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