“Cabrini”: La solidaridad como apostolado

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La fe, la solidaridad, la sensibilidad social, la lucha por la justicia y el desafío permanente a la discriminación son las cinco vertientes argumentales que propone “Cabrini”, el removedor film biográfico del controvertido realizador mexicano Alejandro Monteverde, que recrea el coraje, la dignidad y las dramáticas vicisitudes de una santa que hizo de su vida un auténtico apostolado.

En efecto, la monja italiana Francesca Javiera Cabrini, quien fue canonizada, es recordada como fundadora de las Misiones del Sagrado Corazón y, en ese contexto, fue responsable de la apertura de múltiples orfanatos, escuelas y hospitales destinados a la atención de los pobres.

En tal sentido, es valorada particularmente como una referente para los inmigrantes italianos que llegaron a los Estados Unidos a partir del siglo XIX, a quienes dedicó su vida y su trabajo solidario, pese a su extrema fragilidad de salud.

En ese marco, combatió con singular ahínco y sin claudicar nunca contra la injusta miseria de las clases sumergidas y se erigió en una figura señera para los marginados, a quienes ofreció “un imperio de esperanza”, lo cual aparentemente era una suerte de romántica utopía. Sin embargo, lo logró concretar y su obra fue continuada por sus epígonos.

En efecto, Cabrini fue un auténtico ejemplo de pleno ejercicio del mandato cristiano, que privilegió la solidaridad y lo espiritual sobre lo material y sobre otros intereses personales y grupales.

Esta película, que fue dirigida por el mismo cineasta y por el equipo de producción el controvertido filme “Sonidos de libertad”, se diferencia claramente de su predecesora por su abordaje frontal y poco apegado al discurso complaciente.

Como se recordará, esa película, que cosechó récords de taquilla, narra la historia real de un policía que se dedicó a perseguir corruptores de menores y traficantes de niños y adolescentes latinoamericanos contra las propias reglas del sistema, pecaba de un mensaje excesivamente maniqueista, que no admitía matices. En efecto, en esa historia los buenos eran casi santos y los malos auténticos demonios, lo que contradice las reglas elementales de la lógica y soslaya las singularidades de la condición humana.

En ese contexto, aunque su mensaje también era cristiano, su planteo era demasiado lineal y no contempla los contextos.

En cambio, “Cabrini” es una biografía que, en lo sustantivo, se ajusta a la historia de esta abnegada mujer, que para la consecución de su sueño de amparar a los pobres, debió desafiar al poder político e incluso al religioso.

El personaje protagónico de este relato es encarnado por la estupenda actriz italiana Christiana Dell’Anna, que asume su rol con la pasión y la intensidad dramática requeridas, como si realmente se tratara de esta monja que ingresó en la historia.

Naturalmente, el relato se retrotrae a sus orígenes en un convento de la Italia rural, donde esta madre con mayúscula comenzó una obra solidaria que inicialmente se limitó al ámbito local.

Allí, pese a las patologías pulmonares crónicas que la condicionaron desde niña, comenzó a erigir un prestigio que se fue expandiendo rápidamente a todo su país.

Sin embargo, como era una mujer obstinada y corajuda no claudicó en su pretensión de llegar al Vaticano, a los efectos de presentar su proyecto de expansión global de la fe cristiana.

Por supuestos, aunque sus iniciales gestiones resultaron infructuosas, igualmente se trasladó a Roma y exigió ser recibida por el Papa Leo XIII (Giancarlo Gianini). Sin embargo, las jerarquías eclesiásticas más allegadas al pontífice inicialmente le negaron ese privilegio, particularmente porque se trataba de una mujer.

Ese es el primer obstáculo que debió vencer la religiosa, quien jamás decayó en su aspiración de mantener una entrevista con la máxima autoridad de la Iglesia Católica Apostólica Romana.

El postergado encuentro de esta mujer con un papa que se manifestó inicialmente proclive a recibirla y a escucharla, fue la primera batalla que ganó la abnegada monja. Empero, su Santidad desestimó apoyarla en su propósito de instalar una misión en la India y, en cambio, le propuso que viajara y se radicara en Nueva York, donde los inmigrantes italianos pobres estaban padeciendo toda suerte de atropellos.

En ese contexto, allí marchó junto a otras monjas integrantes de su congregación, encontrando un panorama realmente desolador, que ya se anticipa al comienzo del relato, cuando un niño italiano acude a un hospital con su madre agonizante. Allí, es rechazado, expulsado y separada de ella, quien fallece por a consecuencia del hambre y de la omisión de asistencia.

Esta primera secuencia, que es naturalmente dramática, constituye un contundente testimonio de la segregación, el desprecio y la xenofobia de los norteamericanos, que consideraban a los inmigrantes pobres como personas de segunda categoría. Incluso, los trataban peor a los animales.

Si esta primera escena es elocuente por su crudeza, más dramático es aun el recibimiento que se dispensa a las monjas conducidas por la corajuda Frances Cabrini, que inicialmente no tienen siquiera un techo bajo el cual pernoctar, hasta que Vittoria (Romana Maggiora Vergano), una castigada meretriz, resuelve ampararla en un prostíbulo. Esa ruinosa casa donde hombres inmorales explotan despiadadamente a las mujeres que se dedican al ejercicio del meretricio para no morir del hambre, es el primer lugar donde se amparan las religiosas, hasta que son expulsadas con inusitada violencia y siguen vegetando hasta encontrar dónde instalarse.

En esas circunstancias, el segundo escollo que deben salvar las monjas lideradas por Francesca es la resistencia del arzobispo local Michael Corrigan (David Morse) local a recibirlas y apoyarlas, pese a que la misión era un mandato del propio sumo pontífice. Empero, la porfiada monja logró convencerlo, aunque el lugar que se le asignó era un paraje desolado, que hasta carecía de agua.

En esas condiciones de extrema precariedad, que hubieran hecho claudicar a cualquier mujer o a cualquier hombre, la valiente Francesca Cabrini inició su trabajo evangelizador abriendo su primer orfanato para niños abandonados.

Más allá que en lo personal confieso que no soy una persona de fe, si tengo una profunda admiración por quienes se aferran a sus creencias para trabajar por la redención de los que nada tienen, sin pedir nada a cambio excepto la pública felicidad.

Esta mujer, que fue un personaje real, permite valorar hasta qué punto la pasión es capaz de movilizar y sensibilizar a las personas, aun a aquellas que no creen en nada, máxime si se trata de una mujer enferma que, pese a las patologías que padecía desde niña, jamás se dejó derrotar por la adversidad.

Esta valiosa película plantea más de un ángulo de reflexión, que en pleno siglo XXI, conserva plena vigencia. Uno de los temas de análisis es el drama de la inmigración, que golpea contemporáneamente a millones de personas procedentes de países periféricos- la mayoría de ellos pobres- quienes emigran con destino a naciones altamente desarrolladas buscando en ellas la felicidad que les ha sido negada desde su nacimiento.

Esos desclasados deben afrontar el rechazo y el odio étnico de poblaciones radicalizadas, cuya tirria contra los extranjeros se canaliza a través de partidos políticos de ultraderecha, que, en muchos casos, recuerdan a la alienación nazi fascista que asoló a Europa en la primera mitad del siglo pasado.

Al igual que Jesús de Nazareth, que, según narran las sagradas escrituras era un hombre extremadamente solidario más allá de sus creencias y de si era realmente el hijo de Dios como lo proclamaba, esta monja ejemplar profesó una militancia de amor a sus semejantes, desafiando el odio y la discriminación e incluso abriendo una ventana a la inclusión de las mujeres condenadas por el sistema por sus vidas presuntamente licenciosas, cuando acoge en el seno de su congregación a una prostituta.

Como el profeta judío, que soportó la persecución de los propios hebreos y del imperio romano que otrora gobernó Judea con el autoritarismo propio de los poderes hegemónicos y hasta fue asesinado y crucificado, también esta religiosa padeció toda suerte de actos de violencia.

Uno de los personajes más potentes de este relato es el racista alcalde Gold (John Lithgow), el brazo político de los grupos más poderosos de la ciudad, que combate con denuedo a una mujer que denuncia la injusticia social y no pacta con el poder. Incluso, el jerarca le demuestra a la mujer todo su machismo cuando afirma, con relación a sus cualidades de liderazgo y valentía, que hubiera sido un gran hombre.

Aquí aflora la veta patriarcal de una sociedad otrora cerrada a cal y canto, que bastante más de un siglo después, conserva algunos de sus característicos rasgos de intransigencia y misoginia.

Ni la pobreza ni los problemas de salud que se agravan a medida que transcurre el relato, ni la represión lograron doblegar a esta mujer paradigmática, quien, sin renunciar a su fe, rompió los esquemas y los prejuicios de una época signada por la violencia y la discriminación y las más abyectas miserias humanas.

Esta monja fue canonizada por la Iglesia Católica, lo cual es una suerte de ironía, ya que esta institución, que se arroga la representación mayoritaria de los valores cristianos aunque existen otras organizaciones análogas que también se atribuyen esta condición, profesa una suerte de exacerbada intemperancia hacia, por ejemplo, los adúlteros, los homosexuales y las lesbianas, quienes también tienen derecho a creer y tener fe, sin por ello renunciar a la libertad de una opción sexual diferente.

Incluso, paradójicamente, esa iglesia que condena a quienes no viven acorde a sus rígidos dogmas, ampara en su seno prácticas aberrantes y deleznables, como las de los curas pedófilos.

Desde este punto de vida, este película resulta sumamente ilustrativa, en tanto reconstruye la azarosa vida de una mujer que sí abrazó los valores del cristianismo autentico, que poco o nada tienen que ver con la hipocresía de quienes concurren todos los días a una iglesia, comulgan y hasta se confiesan y, en su vidas cotidianas, cultivan el egoísmo, la acumulación y la mezquindad de la peor laya. Un ejemplo muy cercano a nosotros es la clase política uruguaya, particularmente de la derecha gobernante, muchos de cuyos miembros se rasgan las vestiduras invocando a Dios y hasta pronunciando “emotivos” mensajes en las celebraciones católicas, mientras 350.000 uruguayos viven en condiciones infrahumanas, muchos de ellos en situación de calle.

En ese sentido, “Cabrini” es una propuesta cinematográfica de plausibles quilates dramáticos y hondo contenido emotivo, que excede al mero mensaje religioso, en tanto aborda temas universales que nos debieran comprometer a todos como sociedad, como la solidaridad, la igualdad, la justicia social y la tolerancia.

El relato, que posee, más allá de su despojada austeridad, una ajustada ambientación de época, reivindica también el papel de la mujer en la iglesia, casi siempre deliberadamente soterrado por una centenaria institución que, en más de un sentido, sigue rigiéndose con los mismos códigos imperantes en la oscurantista Edad Media y negándose a transitar instancias superadoras que le permitan recuperar adhesiones y ser más democrática.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

FICHA TÉCNICA

Cabrini. Italia- Estados Unidos 2023. Dirección: Alejandro Monteverdi. Guión: Alejandro Monteverdi y Rod Barr. Música: Gene Black. Fotografía: Gorka Gómez Andreu. Reparto: Cristiana Dell’Anna., John Lithgow, David Morse, Jeremy Bobb,
Patch Darragh, Federico Castelluccio, Katherine Boecher y

Sean Cullen.

 

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