La radical decadencia de un actor dramático aquejado por el acelerado envejecimiento y las compulsiones suicidas, es el disparador temático de “Un nuevo despertar”, el último film del laureado realizador norteamericano Barry Levinson.
Salvando las diferencias, esta película puede perfectamente extrapolarse a la estupenda y multipremiada “Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia”, del iconoclasta cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu, que también narra la peripecia de un actor en la fase terminal de su carrera.
No obstante, la radical diferencia entre ambas es que mientras la película del director azteca es una suerte de bofetada al conformismo y un ácido alegato contra el mercantilismo de la industria del espectáculo, la propuesta de Levinson no se adentra en los sinuosos territorios de la crítica.
En “Un nuevo despertar”, el cuasi excluyente protagonismo corresponde a Simon Axler (Al Pacino), un añoso actor cinematográfico y teatral que afronta el traumático epílogo de su trayectoria profesional.
Como en la mayoría de los casos, esa decadencia -huérfana de convocatoria para participar en producciones cinematográficas de gran porte- se procesa sobre las tablas de un teatro, donde precisamente nació la pasión por la actuación.
Por supuesto, ese retorno a las fuentes tiene una impronta shakespeareana, acorde a la tragedia interior que vive el veterano intérprete por el final de su exitosa carrera.
Esa metáfora está presente en los recurrentes soliloquios de la declinante estrella, quien reflexiona permanentemente sobre su pasado, pero también en torno a la relación entre la persona y el personaje y los roles que deben asumirse en la vida cotidiana para adaptarse al entorno y a la sociedad.
El colapso emocional devenido de tanta presión se registra precisamente durante una representación nada menos que de “Macbeth”, cuando Simon Axler se desvanece aparatosamente sobre el escenario. Por supuesto, el público cree inocentemente que se trata de una puesta en escena, ignorando el trasfondo realmente dramático de la situación.
De algún modo, el traslado del convaleciente enfermo a través de los pasillos del nosocomio, emula a una de las tantas escenas de la formidable “El show debe seguir” (1979), del emblemático Bob Fosse, que recrea también el traumático periplo del director de una célebre compañía de baile rumbo al infierno de la degradación y la muerte.
En el segundo acto de este drama, el protagonista permanece internado en un psiquiátrico, donde comparte sus experiencias con una mujer alienada que tiene la intención de asesinar a su marido, quien abusó sexualmente de su hija.
Mientras transcurre la recuperación y en el decurso de todo el relato, el protagonista acude a permanentes sesiones de terapia con su psiquiatra vía Skype, lo cual corrobora la ruptura de la tradicional y ciertamente deseada cercanía de la relación médico paciente.
Esos monólogos, apenas interrumpidos por breves reflexiones del terapeuta, dan cuenta de la amargura que contamina el espíritu de este ser solitario, abandonado y realmente desencantado.
Empero, el tercer acto de esta auténtica esta puesta teatral filmada, es la irrupción de Louise Trenner (Kyra Sedgwick), una joven lesbiana, quien de adolescente estaba perdidamente enamorada del otrora célebre actor. Es, además, hija de una actriz que fue amante del desvalido Simon.
La relación con esta mujer, que ciertamente tiene mucho de patológico, permitirá al protagonista emerger de su abismo y plantearse regresar al trabajo, participando en alguna publicidad denigrante o retornando a las tablas.
El resto de la historia está pautada por la aparición de otros personajes extraños que inundan la intimidad del dueño de casa, pero que nada aportan a su recuperación.
“Un nuevo despertar” es un drama realmente desgarrador, que se plantea objetivos bastante más ambiciosas de los que en definitiva concreta, por las indudables debilidades de su libreto y su escaso vuelo cinematográfico.
Sin dudas, el gran atractivo de esta película es la formidable actuación del gran Al Pacino, quien, pese a sus desmesuradas pulsiones histriónicas, corrobora que su talento se mantiene intacto.
Es, ante todo, una metáfora sobre el descaecimiento del propio Pacino, quien lucha denodadamente por preservar su prestigio y dilatar una carrera artística brillante, interpretando a menudo papeles que para nada son compatibles con su reconocida estatura actoral.
El testimonio de ello es este film de tono menor, que tampoco está en sintonía con la trayectoria de un cineasta tan conceptuado como Barry Levinson.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
La ONDA digital N.º 730 (Síganos en Twitter y facebook)
(Síganos en Twitter y Facebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA
Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.
Otros artículos del mismo autor: