El exilio económico y político, el crudo desarraigo, la violencia genocida de la guerra y la xenofobia desaforada son los cuatro ejes temáticos vertebrales que desarrolla “El último pub”, el nuevo largometraje del longevo pero siempre prolífico y agudo realizador británico Ken Loach, quien, a los 88 años de edad, sigue analizando la realidad política y social del presente con su habitual agudeza y sentido crítico.
Este laureado cineasta, de reconocida ideología comunista, se ha transformado en una suerte de pulga en la oreja del sistema, cuyos estragos ha cuestionado recurrentemente en su ya extensa filmografía. Esa circunstancia lo ha posicionado como un creador osado, rebelde e irreverente, lo cual lo ha expuesto a ácidas críticas de los conservadores.
Heredero de la tradición del denominado Free Cinema Europeo, nacida en la década del cincuenta durante la primera fase de la posguerra, Loach ha destacado por su estilo incisivo e implacable, que retrata, sin ambages, las miserias de un sistema capitalista fuertemente industrializado y de un modelo que no derrama la riqueza creada por la clase trabajadora y reservada únicamente para las elites sociales. En efecto, la recuperación de los estragos provocado por la Segunda Guerra Mundial no fue pareja para toda la sociedad y ello se reflejó precisamente en esta corriente artística, que nació en 1956, a partir del manifiesto de los denominados “jóvenes airados” y se prolongó naturalmente durante la crítica década del sesenta, fuertemente marcada por la Guerra Fría y por la contienda entre dos bloque hegemónicos nacidos del vientre de la devastadora conflagración, que enfrentó, en el pasado, a Estados Unidos y sus aliados occidentales contra la Unión Soviética y los países comunistas que quedaron bajo su égida. Naturalmente, esa enconada pugna ideológica y militar se expandió también a nuestra América Latina.
En ese contexto, el Free Cinema se caracterizaba y aun se caracteriza por su frontal realismo y se originaba en lo cotidiano, como desafío a la gran fábrica de sueños apócrifos de Hollywood, que transmitía una visión edulcorada de la sociedad y ocultaba deliberadamente los problemas de la gente, con el cometido de vender su modelo a nivel planetario.
Fue precisamente en el seno de esta corriente contestataria que nació la propuesta independiente de Ken Loach, que jamás estuvo atada a eventuales compromisos con los grandes estudios para los cuales el cine siempre fue un mero pasatiempo y no un espejo retrovisor del pasado ni un espejo del presente.
Tributario de esta tradición, que privilegia lo artístico sobre el gran espectáculo meramente pasatista, este célebre y no menos laureado maestro británico que ha brillado con luz propia en los festivales cinematográficos europeos, ha desarrolla una extensa carrera plagada de grandes hitos artísticos.
Sin dudas, uno de los grandes núcleos inspiradores del cine de Loach nació en el auge del neoliberalismo económico impulsado por la primera ministra conservadora Margaret Thatcher, quien aplicó severas políticas de ajuste.
En efecto, la denominada “Dama de hierro”, que gobernó a Gran Bretaña entre 1979 y 1990 y es recordada por haber enviado una flota de guerra al atlántico sur que derrotó al ejército argentino ocupante de las Islas Malvinas en 1982, fue una rigurosa ejecutora de las recetas impartidas por el Fondo Monetario Internacional y otros organismos multilaterales de crédito, privatizando empresas estatales a mansalva, rebajando impuestos a los ricos y reduciendo drásticamente el gasto social. Las consecuencias de esta suerte de darwinismo social fueron el contundente aumento del desempleo y la pobreza y la virtual destrucción del Estado de bienestar.
Es en ese marco que comienza a fermental el cine de Loach, que conoció dos grandes hitos en 1995 y 1996, con las formidables “Tierra y libertad” y “la canción de Carla”, que vertebraron un punto de inflexión en su cine comprometido, destinado a removedor conciencias en una sociedad pacata y radicalmente conservadora. En tal sentido, en su producción siempre estuvo presente la defensa de los derechos de la clase obrera y la denuncia de la desigualdad.
Aunque su trayectoria comenzó hace ya más de medio siglo, su cine no perdió vigor ni musculatura en el tercer milenio, con títulos sin dudas inolvidables como “Pan y rosas” (2000), “La cuadrilla” (2001), “Felices dieciséis” (2002), “Sólo un beso” (2004), “El viento que acaricia el prado” (2006) y “En un mundo libre” (2007).
“El cine es un instrumento para agitar todo tipo de temáticas. Y dentro de esa amplitud, los guionistas y los directores tienen la obligación de seguir hurgando en las heridas que no han cicatrizado o que se han cerrado mal”, afirmó Loach, en un reportaje publicado en el diario La Voz de Galicia.
Esta reflexión expresa claramente su pensamiento y su compromiso. El cineasta británico, si la biología lo ayuda, seguirá otorgándole voz a los que no tienen voz y denunciando las disfuncionalidades del homo sapiens, expresadas en la pobreza, la injusticia social y las guerras, entre otros tantos dramas y rémoras recurrentes.
En “El último pub”, su nueva y tal vez última película, el célebre realizador pone su foco sobre nada menos que el tema del exilio, en este caso originado en la violencia imperante en el país de origen de los exiliados.
La historia, que aparentemente es de ficción pero retrata realidades bien contemporáneas, narra la peripecia de un grupo de sirios, que huyen de la dictadura y de la violencia fratricida de una guerra que no parece tener fin, ya que las hostilidades entre facciones antagónicas comenzaron en 2011.
El conflicto se inició con masivas manifestaciones que sacudieron a la capital Damasco, en el marco de la denominada “Primavera árabe”, que no deparó los resultados esperados ni la democratización de las autocracias islámicas.
En ese contexto, el dictador Háfez al-Ássad lanzó una violenta ofensiva represiva destinada a sofocar las manifestaciones, cuyo trágico saldo fue de centenares de muertos. La violencia estatal fue respondida por milicianos opositores armados, lo cual devino en una guerra abierta.
A partir de 2014, ingresó a escena otro actor militar: el Estado Islámico (ISIS) y, en 2017, se sumaron a las acciones armadas facciones kurdas y, en 2016, intervino militarmente Turquía.
Colateralmente, participaron Rusia, en apoyo a la dictadura y Estados Unidos, que ha brindado ayuda a los grupos insurgentes, con el propósito de derribar al hombre fuerte de Siria.
Trece años después, las hostilidades siguen pese a algunos acuerdos puntuales entre las potencias, con la participación de Turquía. Por ahora, según estimaciones de la ONU, el dramático saldo de esta guerra son casi 400.000 muertos, casi siete millones de desplazados y más de cinco millones de exiliados.
Es precisamente ese tema crucial el que desarrolla Ken Loach en esta historia, que está ambientada en Inglaterra pero bien podría estar ambientada en cualquier otro país europeo e, incluso, hasta latinoamericano.
El relato transcurre en un pequeño pueblo olvidado, que se está vaciando aceleradamente, luego de conocer tiempos mejores, durante el auge de la minería, que aun hoy representa para el país un ingreso, por concepto de producción y exportaciones, estimado en casi 50.000 millones de libras esterlinas anuales. Sin embargo, en ese lugar los yacimientos casi se han agotado, lo cual devino en una migración masiva hacia otras regiones de las Islas Británicas.
A este espacio vaciado y tal vez hasta olvidado, llega un pequeño contingente de sirios itinerantes, que huyen de la guerra y la violencia, aunque algunos familiares quedaron en su país de origen combatiendo en este interminable conflicto fratricida, seguramente por una causa de antemano perdida.
Como en otras naciones europeas, la reacción casi inmediata de los lugareños es el rechazo a los extraños, algo habitual en un continente anegado de refugiados, donde abundan, además, los partidos políticos de ultraderecha que alientan la xenofobia.
Este fenómeno, que es una auténtica plaga, sucede habitualmente con los exiliados africanos y asiáticos, que huyen de sus países de origen en algunos casos del hambre y en otros de la violencia.
El protagonista de esta película es TJ (Dave Turner), el propietario del bar o pub que da nombre a este largometraje. En ese lugar, se congregan cotidianamente decenas de vecinos, porque es el único espacio que ofrece una oportunidad de sano esparcimiento y socialización.
Incluso, las propias paredes del comercio inmortalizan la memoria del auge de la minería, que otrora les dio trabajo. Obviamente, todo es pasado. Sólo quedan los recuerdos y las fotos que dan testimonio de un tiempo histórico que ya fue. Hoy, todo parece ser una mixtura entre la cansina rutina y la decadencia.
En efecto, en este pequeño poblado, que agoniza y se consume día a día, nunca pasa nada trascendente, ya que sus habitantes parecen moverse por inercia y no aspiran a nada más que a lo que tienen. En realidad, se tienen a sí mismo.
Sin embargo, el sentido de pertenencia de la gente transforma al lugar en una comunidad cerrada y nada hospitalaria, al punto que la llegada de este grupo de sirios refugiados se transforma en un problema. ¿Por qué? Porque no los quieren o porque sospechan que el arribo de estos extraños les deparará infortunios.
En ese marco, la siria Yara (Ebla Mari) entabla un vínculo de amistad con el dueño del pub, que, contrariamente a lo que sucede con sus vecinos, es un hombre muy comunicativo y solidario.
En esas circunstancias, el irracional odio hacia los refugiados, que son tan perdedores como los habitantes de ese lugar olvidado por el sistema, deviene también es una suerte de aversión contra el protagonista, que es quien los acoge.
Estas personas, que son víctimas de un espiral de violencia no deseada en su país de origen y ahora son también rechazados en su nación de adopción, viven con indisimulable angustia, pendientes de lo que sucede en Siria y de la suerte o mala suerte de familiares que quedaron atrapados por la pesadilla de la guerra.
Por supuesto, están experimentando un duelo por los muertos pero también por la ausencia y la nostalgia, muy similar al que experimentaban los exiliados uruguayos durante la dictadura que asoló a Uruguay en doce años de espanto.
Para un uruguayo que vivió esta experiencia resultaría fácil identificarse con los personajes de esta película, con la diferencia que nuestros compatriotas fueron acogidos en Europa con empatía y sentido solidario y estos sirios son radicalmente rechazados, por el inexplicable estereotipo de que proceden de Oriente Medio y son considerados personas peligrosas. Aunque naturalmente se trata de una falacia y un prejuicio, la realidad es que el fenómeno de la segregación hacia los inmigrantes que llegan desde una región conflictiva al mundo desarrollado es moneda corriente.
Las imágenes en blanco y negro del comienzo del relato, que testimonia el azaroso viaje de los migrantes presuntamente rumbo a la libertad, fueron tomadas por la mujer con una cámara que le regaló su padre. Esta sucesión de retratos de una tragedia es alternada con voces y con los insultos que recibieron y naturalmente siguen recibiendo estos desdichados.
Aunque tiene un epílogo esperanzador y cargado de intenso humanismo, esta es, como ha sido habitual en el cine de Ken Loach, otra historia de personas frustradas y maltratadas. Este calificativo incluye no sólo a los inmigrantes sino también a los lugareños, con un pasado de explotación en la industria minera, pero también de trabajo remunerado. Sin mucho esfuerzo, este desolado lugar puede ser extrapolado a algunos pueblos de ratas del interior profundo de nuestro Uruguay, que también es un país vacío y con bajísima densidad demográfica, donde reina el latifundio y la acumulación capitalista del agronegocio.
“El último pub” es un nuevo testimonio de la sensibilidad de un maestro mayor del cine social, que ha sabido retratar, con frontalidad y valentía, en algunos casos no exenta de crudeza, las vicisitudes de seres humanos marginados por la pobreza y el abandono y, en este caso concreto, por el exilio y la violencia. Aunque es muy factible que esta sea su última entrega, que seguramente no quedará registrada en la memoria de los cinéfilos como uno de sus títulos más destacados, igualmente constituye un testimonio de un fenómeno que está sucediendo actualmente en muchas regiones del planeta y de la barbarie del ser humano, transformado, a menudo, en carcelero o en verdugo.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
El último pub. (The old Oak) Reino Unido, Francia, 2023. Dirección: Ken Loach. Guión: Ken Loachy Paul Laverty. Fotografía: Robbie Ryan. Música: George Fenton. Producción: Sixteen Films , Why Not Productions. Reparto: Dave Turner, Ebla Mari, Debbie Honeywood, Andy Dawson yTrevor Fox.
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