El debate sobre la unidad popular, con sus diferentes formas y nombres, es una señal de identidad de la izquierda tanto o más común que la fiscalidad progresiva, el busto de Marx o los acordes de la internacional. Si en Uruguay este debate no es tan central como en otros países es en virtud de la excepcionalidad del Frente Amplio como partido (casi) hegemónico dentro del campo. Tras la aparición de Podemos en el escenario político, este debate ha centrado la atención de la izquierda española. En los últimos meses, el tema ha atraído más y más atención, a medida que se acercan las elecciones generales de diciembre. Todo parece indicar que finalmente no habrá un frente de unidad popular por parte de las fuerzas políticas que se sitúan a la izquierda del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). En este artículo intentaré dar unas claves para entender por qué.
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Hace un año y medio – solo un año y medio – el bipartidismo español gozaba de buena salud. Desde los primeros años ochenta, la política española estuvo dominada por el PSOE y el Partido Popular (PP). Cuando un escándalo o una crisis hacían saltar los fusibles que sostenían a un partido en el poder, los votantes se volvían hacia el otro hasta que los fusibles volvieran a saltar. Izquierda Unida (IU), el lema electoral creado en torno al Partido Comunista de España, ha sido un espectador privilegiado de esta historia, siendo siempre la tercera fuerza política y siempre excluido de la posibilidad de formar gobierno.
No hay nada particularmente original en esta configuración. La secuencia bicéfala del bipartidismo es el estándar en muchos países europeos, en Estados Unidos y en unos cuántos países latinoamericanos. Ante la andanada de casos de corrupción y el desgaste político de gestionar un país en crisis que ha afectado al PP en estos cuatro años, podría darse un nuevo paso en la secuencia encarnado en una victoria del PSOE. Aunque esto todavía puede suceder, la aparición de Podemos como un cuarto actor político parece haber cambiado el juego.
Podemos fue creado en enero del 2014 como una plataforma para las elecciones al parlamento europeo. Recuerdo que en los días de la fundación algunos entusiastas decían que era posible obtener un parlamentario europeo, que la indignación con la situación política en España era suficientemente grande para ser optimistas. Llegaron las elecciones y Podemos obtuvo cinco diputados, un resultado que sorprendió a sus propios militantes. En los meses siguientes, Podemos consiguió generar un discurso convincente y sencillo que redundó en un ascenso sorprendente en todas las encuestas de opinión. También empezó a tejer una estructura de militantes por todo el país. En enero del 2015, varias encuestas daban a Podemos como primera fuerza política en intención de voto. Solo había pasado un año desde la fundación del partido.
El ascenso de Podemos amenazó al bipartidismo pero, sobre todo, señaló las debilidades crónicas de Izquierda Unida. IU y el PCE habían fracasado una y otra vez en el esfuerzo de ser una tercera opción real de gobierno. En cambio, este nuevo partido parecía tener un éxito arrollador y se perfilaba como primera fuerza política, en parte a costa de la misma base electoral. Más aún, si las encuestas iban bien rumbeadas, Podemos podía llegar a ganar solo.
¿Ahora confluir?
Con el paso de los meses, el apoyo electoral de Podemos empezó a menguar. Aunque es posible establecer algunas causas de este declive no puede considerarse del todo sorprendente. Quizás lo inusual fuera el auge más que la caída. Mientras esto sucedía, Podemos participaba en las candidaturas municipales que hoy gobiernan en algunas de las principales capitales de provincia españolas (Madrid, Barcelona, Valencia, etc.) en lo que han sido sus logros electorales más contundentes. Pero de cara a las generales de diciembre los vientos habían cambiando. Las encuestas de junio volvían a dar a Podemos como tercera fuerza con alrededor del 20% de los votos. Huelga decir que con ese guarismo, Podemos ya no puede ganar.
Es en el contexto de este desinfle electoral y tras la confluencia política en las elecciones municipales que apareció como central el debate sobre la unidad popular. Un símbolo inequívoco de este debate fue la aparición de Ahora en Común, un proyecto de plataforma política que involucra a parte de IU, Equo (partido de centro izquierda de corte ecologista) y varias figuras individuales de la izquierda, algunas de ellas de Podemos. Desde la dirigencia de este partido la propuesta fue recibida con una mezcla de suspicacia y desdén. El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, se ha cansado de repetir que no se plegará a esta plataforma y todo parece indicar que seguirá en esa posición hasta las elecciones de diciembre.
El argumento obvio a favor de la confluencia política tiene mucho que ver con la aritmética electoral española. En virtud del sistema D’Hont de asignación de escaños en el parlamento, hay un doble dividendo de obtener muchos votos. Los partidos más votados tienen una representación parlamentaria más que proporcional. Un partido con un 5% de votos típicamente obtendrá menos de un 5% de los escaños, otro que obtuviera el 50% obtendrá más de la mitad. En este sentido, una plataforma electoral que consiguiera sumar los votos de Podemos, IU y Equo podría obtener más escaños que la suma de las siglas por separado. Además, es indudable que las posiciones ideológicas de estos partidos están muy próximas.
Si este tipo de confluencias pueden tener ventajas electorales hipotéticas y ya han mostrado éxitos a nivel municipal, ¿por qué Podemos se ha negado de seguir este camino?
Una primera respuesta tiene que ver con la identidad que el partido de Iglesias ha intentado construir. Podemos no se presenta como un partido de izquierdas y a menudo sus figuras más destacadas reniegan de esta etiqueta. El argumento, en paráfrasis, es que no será la izquierda ni la derecha sino la gente la que traiga el cambio al país. Si bien este argumento parece de una inocencia que roza el absurdo, tiene un origen razonado. Los dirigentes de Podemos parecen creer que la masa de votantes que se identifica con la izquierda (la izquierda sociológica, si se quiere) no es un caladero de votos suficientemente grande para ganar las elecciones. Además, está al menos en parte ocupado por el partido socialista. En estas condiciones – según se argumenta – es imposible ganar unas elecciones desde la bandera identitaria de la izquierda. Esto podría ser una de las muchas explicaciones del estancamiento electoral en el que ha estado sumida IU desde hace décadas. Ante esta circunstancia, un partido que quiera ganar debe ser necesariamente transversal y abarcar a votantes que no se identifiquen con la izquierda.
Si bien en origen parece naif, el argumento tiene sentido. La victoria del Frente Amplio en 2004 no fue la consecuencia de que los uruguayos se hicieran de izquierdas de golpe. Parte de lo que sucedió fue que personas que no se identifican con esa etiqueta dieron su voto y su confianza al FA.
Sin embargo, hay dos problemas fundamentales con esa estrategia de indefinición en el eje izquierda-derecha. La primera es que no acaba de ser creíble. La dirigencia de Podemos es obviamente de izquierdas, lo diga o no. Varios de los principales cuadros han colaborado con gobiernos latinoamericanos bolivarianos. Todas las propuestas que yo conozco; mejora de servicios sociales, rescate de personas con dificultades sanitarias y económicas, jornada de 35 horas, fiscalidad progresiva, son típicas de la izquierda europea. Hasta la estética general del partido, a pesar de su frescura, nos sugiere esta posición. Podemos puede elegir no decirse a sí mismo como partido de izquierda de la misma manera en que yo puedo decir que no soy economista o usted puede decir que no tiene ojos para leer estas palabras. Pero Podemos es de izquierda, yo soy economista y usted tiene ojos, digamos lo que digamos. Hay una distancia entre lo que es y lo que se dice y en este caso la distancia se nota.
Otro problema de esta indefinición tiene que ver con la aparición de Ciudadanos. Este partido, originado en Cataluña años antes de la aparición de Podemos, es hoy la fuerza de recambio de centro-derecha. El partido también ha elegido la indefinición explícita pero tanto las corbatas y el maquillaje de sus dirigentes como las propuestas de liberalismo social de su programa lo sitúan claramente en ese lugar político. La aparición en primera línea de Ciudadanos limita la capacidad de Podemos para ser un partido verdaderamente transversal. Su caladero de votos seguirá estando escorado a la izquierda, le pese a quien le pese.
Queda entonces una pregunta: Si la estrategia de indefinición no acaba de funcionar, ¿por qué no corregir el camino y embarcarse en la convocatoria de confluencia política expresada en Ahora en Común? En primer lugar, el que funcione o no esta estrategia se verá en diciembre. Quizás a pesar del reciente desinfle electoral Podemos pueda enderezarse en las encuestas y conseguir algo parecido a una victoria (táctica, al menos). Por otro lado, no es tan fácil para el partido desdecirse de su línea política en apenas unos meses. Lo que se dice es una apuesta pero también un compromiso y abrazarse a IU y otros partidos de la izquierda puede ser un giro demasiado grande en demasiado poco tiempo.
Por supuesto, esto no se trata solo de una cuestión de elaboración discursiva y estratégica. Cualquier confluencia tendría necesariamente que involucrar un reordenamiento de listas, con sus ganadores y sus perdedores. Si bien creo que hay cierto consenso tácito en que Pablo Iglesias sería el candidato a presidente de una hipotética candidatura de unidad, no es eso lo único que se define en las elecciones. El resultado de una confluencia en el contexto de la ley electoral española pasa necesariamente por la elaboración de una lista en las cuales habría que encajar a los cuadros de Podemos con los de la estructura más tradicional de IU y, posiblemente, otras figuras independientes. Si bien no creo que esto sea imposible de hacer, se trataría de un proceso que lleva tiempo y quedan menos de cuatro meses para las elecciones. Juntar listas a los ponchazos puede ser posible, pero es posible que genere más heridas que ventajas.
La unidad se construye con derrotas
En las elecciones nacionales de 1966 en Uruguay, Colorados y blancos sumaron alrededor del 90% de los sufragios, en un ejemplo del bipartidismo secular que había gobernado el país hasta entonces. Los lemas suscritos por los partidos comunista y socialista, no llegaron a sumar el 7% de los votos. Fue al calor de esta derrota que se constituyó el Frente Amplio en 1971 junto con “disidentes” de los partidos tradicionales. Décadas más tarde, fue ante las sucesivas derrotas en Montevideo que colorados y blancos formaron la concertación para intentar desbancar al Frente Amplio de la intendencia capitalina.
La unión no garantiza el éxito. Si bien el Frente Amplio mejoró sustancialmente los resultados que habían obtenido sus piezas unos años antes, la concertación ni siquiera logró ese magro objetivo. Ninguno de los dos estuvo cerca de ganar sus elecciones “fundacionales”. Pero es a la luz de dos tipos de derrotas muy distintas que se asumió el proceso necesario de “sufrimiento” institucional y de sacrificio identitario que llevó a la confluencia política. Quizás lo mismo suceda en España con Podemos y los demás jugadores de la izquierda. No parece que vaya a haber confluencia antes de las elecciones, ya casi no hay tiempo y las posiciones al respecto ya son muy firmes. Pero el mundo no acaba en diciembre. Será en función de los resultados de estas elecciones que se interprete el nuevo contexto político. Quizás entonces vuelva el tiempo de pensar alianzas.
Por el Economista Felipe Carozzi (Desde España para La ONDA digital)
Doctorado en curso del Centro de Estudios Monetarios y Financieros de Madrid. Profesor asistente en London School del Reino Unido.
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