Las devastadoras consecuencias sociales de la crisis del capitalismo central, con su consecuente correlato de precarización e inestabilidad laboral constituyen el inquietante tema vertebral de “Dos días, una noche”, la coproducción franco- ítalo -belga de los revulsivos realizadores hermanos Jean Pierre y Luc Dardenne.
La película hurga en las miserias habitualmente ocultas de un perverso sistema económico que reduce a las personas a la condición de meros recursos humanos.
En efecto, en la concepción filosófica del capitalismo salvaje, los trabajadores somos, según la circunstancia, engranajes útiles, funcionales o bien desechables.
Tal es la situación de Sandra (la siempre sensible y talentosa Marion Cotillard), una obrera de una pequeña fábrica de paneles solares quien, tras padecer una aguda depresión, se dispone a reintegrarse al desempeño de sus tareas.
Empero, como durante su ausencia los otros dieciséis operarios lograron cubrir la producción mediante horas extra, su trabajo ha dejado de ser necesario.
En tal circunstancia, la joven, quien se siente con fuerza física y entereza emocional para regresar a su puesto, afronta el dramático fantasma del desempleo. Su salario es vital para pagar el costo de la casa que ocupa con su familia.
Como en nuestro país y en el resto del mundo capitalista, también en Bélgica, donde se desarrolla la historia, el pretexto es la competitividad.
Obviamente, en la voz de los insensibles empresarios los “villanos” son los países orientales, que producen a más bajo costo y tornan imposible sostener la industria.
Empero, tal vez lo estrategia más maquiavélica es enfrentar entre sí a los propios trabajadores, quienes deberán resolver, en una segunda votación secreta, si aceptan cobrar una jugosa prima por productividad o bien salvar el empleo de su compañera renunciando al beneficio.
Este es el complejo y no menos removedor disparador temático de esta propuesta cinematográfica, que tiene la conocida impronta iconoclasta de los hermanos Dardenne, cuyo cine siempre hurga en las inequidades de la periferia del sistema.
En ese contexto, “Dos días y una noche”- un título claramente marcado por la temporalidad- recrea la odisea de la obrera damnificada en su intento de persuadir a sus compañeros que voten a favor de ella.
En ese periplo, que insumirá todo un fin de semana, la mujer cuenta con el incondicional apoyo de su esposo Manu (Fabrizio Rongione), quien aporta al hogar un menguado salario trabajando en una casa de comidas.
Por supuesto, el drama se potencia aun más por la presencia de dos pequeños hijos, quienes, sin saberlo, se transforman en víctimas propiciatorias de las disputas entre los adultos.
La película corrobora la descarnada inmoralidad de un sistema capitalista absolutamente descarriado, que no duda en chantajear a los trabajadores para obtener sus espurios propósitos.
Tan o más despiadado que el propietario de la planta es el capataz, quien presiona y amenaza permanentemente a sus obreros para que voten la cesantía de su compañera, capitalizando naturalmente sus necesidades.
Ese es el precisamente el mayor obstáculo que afronta la protagonista, quien recibe escasas respuestas positivas a su ruego, muchas negativas y hasta meros desplantes originados por la culpa.
Ese cuadro de situación, apenas mitigado por la abundante ingestión de psicofármacos, sume a la joven en un agudo abismo de depresión con pronóstico de suicidio.
Ciento cincuenta años después, aflora contemporánea la renovada vigencia de la teoría marxista de la alienación en el ámbito laboral, que fustiga ácidamente la barbarie capitalista de considerar al trabajador como mera mano de obra susceptible de generar producción y, por ende, plusvalía.
Por supuesto, ello corrobora que las ideologías no están agotadas, como lo proclamó el teórico neoliberal norteamericano de origen japonés Francis Fukuyama, en su obra referente “El fin de la historia y el último hombre”. Lo que realmente está agotado es el capitalismo, en su versión más salvaje.
Una de las virtudes de esta película es que no emite juicios de valor para evaluar conductas en situaciones límite, en un discurso que reflexiona sobre el individualismo, la solidaridad, la dignidad y la insensibilidad de un sistema económico y social en fase terminal.
“Dos días, una noche”- un film que destaca por su sobriedad- interpreta cabalmente las disfuncionalidades de un presente signado por la incertidumbre, en el cual conviven la lucha por la supervivencia del proletariado industrial con la más desembozada inmoralidad del modelo concentrador hegemónico.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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