En estos días en prensa hubo dos noticias importantes. Una, refiere al tema de los impuestos en el Presupuesto que Astori no defendió porque, según él, salen de un acuerdo entre intendentes y su recaudación será utilizada en reparación de caminos y cuestiones municipales en general. Dos, refiere a la conformación del grupo evangélico, que avanza en su autonomía política.
El primer tema no es nuevo. Hace años que hay como dos lógicas divergentes. Por un lado, los intendentes pidiendo y usando más recursos presupuestales. Por el otro lado, las autoridades partidarias centrales, por llamarlas de algún modo, que preferirían disminuir la carga impositiva tanto nacional como departamental. Quizá el primer encontronazo evidente fue el de la patente única, arreglada entre intendentes y el presidente Mujica, que dejó en off side todo el discurso de bajar impuestos.
Dejo planteado el problema político y electoral. Para ganar la interna, el candidato que sea precisa del apoyo de intendentes que gobiernan 12 departamentos y son los jefes de aparatos partidarios relevantes en regiones llenas de blancos. Pero para diferenciarse del Frente Amplio, no se puede caer en la misma práctica política que el gobierno nacional de aumentar la carga impositiva y tener más Estado ineficiente. La solución a esta contradicción está en la mejora de calidad de los gobiernos departamentales. Es un tema vastísimo que nadie se atreve a tocar, no vaya a ser que alguno se moleste y deje de apoyar y entonces… se pierda la interna. En ese círculo vicioso estamos. Todos quietitos. Entonces, el final de la historia es un nivel de intendentes que termina participando de la lógica de mayores impuestos, y que contradice todo el discurso bonito nacional. En la recta final de campaña, como ya pasó en 2014 por ejemplo, sale información de que las intendencias que mayores contrataciones hacen en función de distintos criterios son las blancas, y listo el pollo: se melló la legitimidad del discurso renovador.
El segundo tema es un poco más nuevo entre nosotros. La crónica de El País narra que unos diez días atrás, en el centro cristiano del Cordón, distintos representantes políticos de esa creencia, todos electos o afines al Partido Nacional, se comprometieron a respetar la Constitución y las leyes “siempre y cuando no contradigan la palabra de Dios”. Aseguraron que acatarán “los dictados” de sus consciencias “informados por la Palabra de Dios, por encima de toda lealtad personal o partidaria”, y dijeron que la “base” y el “fundamento” para su actividad será el Evangelio.
La lista de El País expresa que los políticos evangélicos blancos, identificados y convocados a la ceremonia de bendición, fueron los siguientes: Deybis Rey, edil suplente de Durazno; Gabriel García, edil suplente de Montevideo; Mabel Olivera, edil suplente de Montevideo; Fernando Silva, edil suplente de Soriano; Lilián González, edila suplente de Canelones; Emanuel Borges, edil titular de Soriano; Cristina Ruffo, edila titular de Montevideo; Grisel Pereira, diputada suplente de Montevideo; Betiana Britos, diputada suplente de Canelones; Paula Dos Santos, directora de Proyecto Educativo Terciario de la Intendencia de Cerro Largo; Benjamín Irazábal, diputado de Durazno; Álvaro Dastugue, diputado de Montevideo; y Gerardo Amarilla, diputado de Rivera.
Dejo planteado el problema político y electoral. Un partido un poco cortado de las realidades populares en el mundo urbano y enfrentando un aparato cultural y político fenomenal como es el de la izquierda, puede verse tentado de recibir apoyos de fenómenos sociales nuevos que ganan en legitimidad y pueden traducirse en votos. En el Partido Nacional no hay inconveniente alguno de que sus dirigentes crean o descrean en lo que quieran desde el punto de vista religioso. Pero el problema es que no se puede ir afirmando una especie de grupo aparte que contradiga el principio político moderno básico que los blancos resumen con claridad desde Oribe: Defensores de las Leyes. Las leyes hechas por los hombres. Es decir, la separación de lo religioso de lo político. Si los blancos van a ceder, por la tentación de hacerse de votos a través de legitimidades sociales – religiosas novedosas y distintas, en principios políticos tan elementales, llegará un día en que esa bancada cristiana termine por dictar su ley política: por la fuerza de su movilización o por el miedo a su partida hacia otros sectores políticos. De vuelta, el problema es que para ganar la interna se precisa de apoyos, y en el cálculo electoral final muchos prefieren tener a estos consigo y no con el rival.
Conociendo el paño, no va a pasar nada con ninguno de los dos temas. Nadie se va a poner a discutir estos asuntos ni va a generar ningún debate que pueda ofender a tal o cual. O sea: se hará lo de siempre, que es nada. Pero hacen mal. Porque el primer tema desacredita el discurso del Partido de modernidad, y el segundo, desacredita su esencia liberal.
Fuente: lademocracia info
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