Agnus Deaton recibió este mes el llamado premio Nóbel de Economía. Esta columna fue publicada por Proyect Syndicate en setiembre de 2013 y reeditada esta semana. Es un buen ejemplo de su postura económica, con elementos clásicos, keynesianos e institucionalistas. En esos años, algunas iniciativas filantrópicas, que habían comenzado a enviar remesas directamente a familias de África, despertaban interés académico. Aquí fundamenta que la ayuda a los estados los debilita y debilita a toda su sociedad. Deaton tenía poca fe en la ayuda al desarrollo y ponía como ejemplo que China e India había podido crecer con relativamente poca ayuda. Brasil, Uruguay y otros países habían ya implementado exitosas políticas de transferencia directa a las familias, que en países centrales estaban siendo restringidas. Deaton, nacido en Escocia, es profesor de economía y asuntos internacionales en la Universidad de Princeton, premio Nobel de Economía 2015. (Traducción de Jaime Secco)
Angus Deaton- “ En Escocia fui llevado a pensar a los policías como aliados con los que contar para pedirles ayuda si la precisaba. Imaginen mi sorpresa cuando en mi primera visita a los Estados Unidos a los 19 años, recibí un chorro de obscenidades de un policía de Nueva York que estaba dirigiendo el tránsito en Times Square, al que le había preguntado por la sucursal de correos más cercana. En mi confusión termine insertando los documentos urgentes de mi empleador en un contenedor de basura que a mi me pareció muy parecido a un buzón.
Los europeos tienen un sentimiento más positivo sobre sus gobiernos que los estadounidenses, para quienes los fracasos y la impopularidad de sus políticos federales, estaduales y locales son un lugar común. Empero, los varios gobiernos de los EEUU cobran impuestos y, en retorno, proveen servicios sin los que nadie podría vivir su vida.
Los estadounidenses, como muchos ciudadanos de países ricos, toman como natural el sistema legal y regulatorio, las escuelas públicas, la atención de salud y la seguridad social para los ancianos; caminos, defensa y diplomacia, y fuertes inversiones públicas en investigación, particularmente en medicina. Ciertamente no todos esos servicios son tan buenos como podrían ni son estimados de igual manera por todos; pero la gente en general paga sus impuestos y, si el modo en que se gasta el dinero ofende a alguien, surge un agitado debate público, y las elecciones periódicas permiten a la gente cambiar las prioridades.
Todo esto es tan evidente que no precisa decirse, al menos a quienes viven en países ricos con gobiernos efectivos. Pero no es el caso para la mayor parte de la población del mundo.
En buena parte de los estados de África y Asia, los estados carecen de capacidad para recaudar impuestos o brindar servicios. El contacto entre gobierno y gobernados -imperfecto en los países ricos- a menudo falta por completo en países pobres. El policía de Nueva York fue poco más que maleducado (y ocupado en brindar un servicio. En muchos países del mundo la Policía oprime a la gente que se supone que debe proteger, extorsionándolos por dinero o persiguiéndolos por encargo de clientes poderosos.
Incluso en países de renta media, como India, en las escuelas públicas y los centros sanitarios hay absentismo masivo no castigado. Los donantes privados le dan a la gente lo que (ellos creen) que quieren: inyecciones, sueros intravenosos y antibióticos- pero el Estado no los regula y el personal suele carecer por completo de calificación.
Por todo el mundo en desarrollo, los niños mueren porque nacieron en el lugar equivocado; no de enfermedades exóticas incurables, sino de males infantiles comunes a los que hace un siglo que sabemos cómo tratar. Sin un estado capas de brindar atención rutinaria a madres y niños, estas criaturas seguirán muriendo.
De manera similar, sin capacidad, regulación y control gubernamental, los negocios no funcionan apropiadamente y por lo tanto tienen dificultades para operar. Sin el funcionamiento apropiado de cortes civiles no hay garantías de que los empresarios innovadores puedan reclamar la recompensa para sus ideas.
La ausencia de capacidad estatal -es decir, de los servicios y la protección que en los países ricos se da como un hecho- es una de las principales causas de la pobreza y las privaciones en el mundo. Sin un estado efectivo que funcione con participación de ciudadanos activos, hay pocas posibilidades de que existe el crecimiento que se precisa para abolir la pobreza global.
Desgraciadamente, los países ricos actualmente están empeorando las cosas. La ayuda extranjera -transferencias de países ricos a pobres- tiene buena parte de la responsabilidad, particularmente en materia de salud, por la vida de gente que de otra manera estaría muerta. Pero la ayuda extranjera también mina las capacidades de los estados locales.
Esto es más evidente en países -sobre todo en África- donde los gobiernos reciben la ayuda directamente y el flujo es grande en relación a los recursos nacionales (a menudo más de la mitad del total). Esos gobierno no precisan contacto con sus ciudadanos, ni parlamento, ni sistema de recaudación de impuestos. Si deben rendir cuentas a alguien es a los donantes; pero incluso esto falla en la práctica, porque los donantes están presionados por sus propios ciudadanos (que apropiadamente quieren ayudar a los pobres) y precisan tanto desembolsar el dinero como los gobiernos de los países pobres recibirlo. Si no más.
¿Qué pasa si salteamos a los gobiernos dando la ayuda directamente a los pobres? Ciertamente, el efecto inmediato es probable que sea mejor, especialmente en países donde muy poca de la ayuda de gobierno a gobierno llega a los pobres. Y se precisaría una cantidad increíblemente pequeña de dinero -aproximadamente 15 centavos de dólar por habitante adultos de los países ricos- para sacar a todo el mundo de debajo de la línea de indigencia de un dólar por día.
Con todo, no es una solución. La gente obre precisa gobierno para llevar una vida mejor. Sacar al gobierno de en medio puede mejorar las cosas a corto plazo, pero dejaría sin resolver el problema subyacente. La ayuda socava lo que la gente más precisa: un gobierno efectivo que trabaje con ellos para hoy y para mañana.
Una cosa que podemos hacer es agitación para que nuestros propios gobiernos dejen de hacer esas cosas que hacen más difícil que los países pobres dejen de ser pobres. Recucir la ayuda es una, pero también lo es limitar el tráfico de armas, mejorar las políticas de subsidios comerciales, proveer asesoramiento técnico que no esté relacionado con la ayuda y desarrollar mejores medicamentos para las enfermedades que no afectan a la gente rica. No podemos ayudar a los pobres debilitando aún más sus ya débiles gobiernos”.
Por Angus Deaton
Nacido en Escocia, premio Nobel de Economía 2015.
Fuente: Proyect Syndicate
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