Barbas, que no bardas

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Estábamos de lo más bien, conociendo un puñado pequeño pero reiterativo de refranes, que nuestros maestros nos afirmaban que eran la esencia de la sabiduría popular. Nosotros no podíamos creer que ella no diera mejores frutos, pero estábamos bien. Y, como veremos, estábamos en lo correcto.

Entonces, vino alguien y nos ilustró que el refrán de las barbas en remojo era incorrecto; que debió decirse: bardas. Uno sospechó que estaba bardeando (cantando como un bardo, payando). Pero pronto el mundo pareció llenarse de filólogos que podían no saber mucho de otras cosas, pero alardeaban de sus conocimientos sobre bardas. Que podían conjugar mal todos los verbos, pero no soportaban que se repitiera un refrán equivocado. Es que esas pedanterías son irresistibles. Y ese es el problema que nos ocupa: lo irresistible. Peor aún, el sentimiento de virtuosa superioridad con que se espeta la novedad, que tendría la prosapia y la autoridad que le confiere el provenir del medioevo.

180-x-212-jaimeEstá claro que alcanza con alejarse si al vecino se le prende la barba; cosa que debía ocurrir con cierta frecuencia cuando se cocinaba a fuego de leña y había que acercarse a soplar. Así que el refrán es un refrán, no un consejo práctico. Pero es irresistible que venga uno y te diga que en realidad era una perfecta recomendación y que eso lo explica todo. Que la palabra bardas ha sido hallada al fin y que es no sé qué cosa que puede tomar fuego, quizá un montón de paja; hay diversas versiones. Porque lo que importa es lo irresistible, no el significado mismo de esa palabra. Lo que importa es que lo explica todo.

Cuando con días de diferencia el semanario Búsqueda y el periodista Esteban Valenti utilizaron la palabra bardas en sus refranes -a diferencia de Caras y Caretas que habla de barbas en tapa-, me sentí obligado a reaccionar, porque quien calla otorga.

En un glosario de español medieval de F. González Ollé no encontré la palabra barda. Ni el proverbio en su forma “correcta” entre los refranes del Marqués de Santillana. Así que tuve que ir a Wikipedia y al diccionario de la Academia, que me ilustran que nada de paja. Barda es una protección de los caballos de combate o es un cerco de setos. Quedémonos con la segunda acepción, porque además tienen origen distinto. A falta de alambrado, la gente cercaba sus campos con espinas. Aprendí que la palabra no es un arcaísmo; se sigue usando con el sentido extendido de seto, muro o tapia; por eso no estaba en un diccionario de arcaísmos. Ahora, seamos sinceros, si arde la medianera de tu vecino, mojá la tuya porque es precisamente la que está prendida fuego; por eso se llama medianera. O sea que la pedantería no aclara nada.

Lo que molesta
Molesta la idea misma de que si hubiera una versión original esa sería la correcta y la que estaríamos obligados a repetir cuando estamos de buen humor y entre amigos. ¿No verdad que suena estúpido? El dicho es el que terminó siendo tras el rodar de los siglos. Es un refrán, justamente porque es conocido por más o menos todo el mundo en su forma exacta y sirve para sintetizar opinión ante una variedad de situaciones. No para cambiar de tema y terminar hablando de las ventajas de los muros de bloques.

Pero además, el refrán, como toda poesía, dispara imágenes y connotaciones que en sí son disfrutables; aún en su tediosa repetición. Las bardas ardiendo serán un problema económicamente más importante que chamuscarse unos pelos de la cara, pero no disparan nada. Por ejemplo, un catedrático de psicología pudo decir con ingenio a principios de los 90: “Si ves las barbas de Marx arder, pon las de Freud en remojo.” Obviamente la enredadera no hubiera hecho ninguna gracia, ni invitado a cuestionar doctrinas.

Parte del atractivo del cambio, entonces, no proviene de la mayor utilidad económica de las bardas frente a las barbas, sino del aura de antigüedad. Rafael Sánchez Ferlosio dedicó airadas páginas a la tontería que lo más antiguo, lo primordial, tiene algún valor mayor que lo que vino después o siquiera que es más “auténtico”. ¿Es mejor Nacional si se comprueba que es decano? ¿Mejor en qué? Hay antigüedades y cosas viejas. Y el valor de los refranes es precisamente su lenta maduración.

El refrán original
Entonces, a riesgo de combatir pedantería con pedantería, veamos que dicen las versiones más antiguas del refrán. En 1726 la Academia Real editó su primer diccionario que, en la entrada correspondiente a barba, incluye una frase en latín: “Barbam propinqui radere, heus, cum videris, prabe lavandos barbula prudens pilos”. Cuando veas afeitar las barbas de tu vecino, ten la prudencia de poner la tuya a remojar, se traduce en Castellano.org. Suena a suficientemente viejo, ¿no?

Y, además, revela que efectivamente había algo que no ajustaba; era pelar, no arder. Se ve que afeitar al prójimo era una forma popular y patotera de botijearlo. Aunque la nueva explicación por lo antiguo no explica qué ventaja tiene tener la barba mojada. Quizá las tijeras de antes no tuvieran mucho filo para cortar pelo mojado, o doliera menos, o es mejor ponerse trapos con agua caliente antes de que te pasen la navaja.

El artículo de ese blog del casatellano cita ejemplos desde el siglo XV: el Arcipreste de Talavera (1398-1470): “Quando la barva de tu vezino vieres pelar, pon la tuya de rremojo.” Y más ejemplos de 1549, 1687, 1611, 1765, etc. Siempre con “pelar” en lugar de “arder” hasta 1876. En ningún lado se registra ningún ejemplo con “barda”, lo que califican como “una moda -porque no se trata más que de una moda-.”

Entonces, derrotado el argumento filológico, puede cambiarse al opuesto: ¿A quién molesta que queramos innovar el refrán con una nueva moda? A nadie. Lo que molesta es el tono de superioridad de quienes saben más que “la sabiduría popular”.

Refranes eran los de antes
Cuando empecé esta nota iba a dar por buena la versión de la antigüedad de la barda. Lo que me importa es que eso no es un índice de que esa versión fuera “más correcta”, y mucho menos, obligatoria.

No quisiera ahora provocar una nueva moda de corrección filológica que milite agresivamente para reintroducir el verbo pelar al refrán. Más bien, ahora que tuvo dos publicaciones en una semana, creo que la moda va a seguir sin que a nadie le importe la verdad histórica ni la sabiduría popular ni nada.

Para esa tribu irreductible, es que quería aportar. Si la versión “correcta” de los refranes es la más antigua, unos minutos de repaso de los Refranes que dicen las viejas tras el fuego del marqués de Santillana (1398-1458) me ofrece un buen puñado de refranes “verdaderos” para expurgar de los añadidos espurios de los siglos, que tengo a bien regalar para que nos corrijan. Hay mucho que limpiar, pulir y dar esplendor en nuestra lengua, y las academias duermen:

* A mengua de pan, buenas son las tortas. (No es lo mismo que la falta total.)

* A mengua de carne, buenos son los pollos con tocino. (Una variante, ¿están permitidas las variantes?)

* A mal fecho, ruego e pecho. (En el trajinar se perdió el ruego.)

* Buey suelto, bien se lame. (Esté solo o no.)

* Cantarillo que muchas veçes va a la fuente, ó dexa el asa o la fuente. (Un ejemplo de cómo los siglos mejoran los dichos.)

* Cria el cuervo y sacarte ha el ojo. (Basta con uno.)

* Con esos polvos se fiçieron esos lodos. (Es más correcto; los polvos son solo meteria prima, no traen nada.)

* ¿De dónde quebró esta astilla? D’este mal madero. (Ahora se entiende; si se soltó la astilla no es buen palo. Hoy, equivocados, lo decimos como un elogio a los padres.)

* Dime con quien andavas e decirte é qué falavas. (Más modesto, no promete un psicoanálisis, pero hay compañías monotemáticas.)

* Dió Dios favas a quien non tiene quixadas. (Habas, no pan; al pan basta con babearlo lo suficiente.)

* Eso me da odrero que barbero; que todo es tresquilar. (Tanto da jabón como hilo negro…)

* El perro del hortelano, nin come las verças nin las dexa comer. (No come las verduras ni las deja comer a los ladrones; al amo sí. Pero no rima.)

* En casa del ferrero, cochillo mangorrero. (De hierro mal trabajado, no de madera.)

* El corcobado non ve su corcoba sinon la agena. (Menos exagerado que la viga.)

* Fallado ha Sancho el su roçín. (Lo encontró. Y es otro Sancho, anterior al Quijote.)

* Gato maullador, nunca buen caçador. (Y no perro.)

* Ládreme el perro, é non me muerda. (Una aspiración. Quizá se confundió con el del gato.)

* Más vale páxaro en mano que buitre volando. (Y, sí; si al menos fuera halcón.)

* Más vale quien Dios ayuda que quien mucho madruga. (Cambia totalmente el sentido: no te revientes, rezá.)

* Muchos son los amigos e pocos los escogidos. (Este ya es casi herético.)

* Maravillose la muerte de la degollada. (La muerte.)

* Mal de muchos, goço es. (Gozo, nada de tonto.)

* Non veo mayor dolor que muchas manos en un tajador. (Tabla de picar, no plato.)

* Non cabemos al fuego é parió mi suegra. (La abuela es una mejora, pero lo del fuego es mucho más sugestivo que el simple “pocos”.)

* Obras son querencias. (No sé antes, pero ahora la querencia es el lugar del ruedo al que el toro siempre vuelve. O sea, sería que la obra asienta; no da amor.)

* Por el dinero bayla el perro. (El mono, por amor al arte.)

* Peor es lo roto que lo descosido.

* Pierde el asno los dientes, é non las mientes.

* Quien burla al burlador cient días gana de perdón.

* Si la locura fuese dolores, en cada casa darían voçes.

* Tornatvos á vuestro mester: que çapatero soliades ser. (Zapatero a tus zapatos.)

* Ve do vaz: como vieres asy faz.

En fin, son cientos; borramos algunos que habíamos copiado. Hay suficiente material para que los puristas se entretengan corrigiendo al mundo, que ha vivido equivocado.

Y los refranes más interesantes del marqués son los que no sobrevivieron a los siglos, como “Sabetlo coles: que espinacas hay en olla.” Para terminar esta nota, uno que puede hacer referencia al inventor de la teoría de las bardas: “Pensar no es saber”.

Por Jaime Secco
Periodista uruguayo

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