Gorbachov en 1991 selló el fin de la Unión Soviética, cayó la bandera roja del Kremlin

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Hace 25 años, el mundo miraba atemorizado a Moscú. El 19 de agosto de 1991, militares y miembros del servicio secreto protagonizaron un golpe de Estado en la Unión Soviética. Los tanques tomaron las calles de la capital. El presidente soviético, Mijail Gorbachov, estaba bajo arresto domiliciario en la península de Crimea.

Sus reformas parecían erráticas y la renovación de la anquilosada superpotencia comunista que prometían la «glasnost» (apertura) y «perestroika» (reestructuración) sufrió un brutal frenazo.

Pero en la Unión Soviética sí había cambiado algo. El mundo podía ver cómo cientos de miles de ciudadanos salían a las calles de Moscú y Leningrado (actualmente de nuevo San Petersburgo). Se manifestaban para defender sus nuevas libertades.

El presidente ruso que acababa de ser elegido, Boris Yeltsin, dio un discurso incendiario subido a un tanque ante la sede parlamentaria. Al tercer día se desmoronó el golpe y los conspiradores huyeron. Gorbachov regresó.
Mijail Gorbachov

Pero lo que entonces pareció que era un avance de Rusia hacia la democracia, ahora, con el paso de los años no parece tan claro. La torpeza de los golpistas ayudó sobre todo a Yeltsin a imponerse a su rival Gorbachov. Y los conspiradores no hicieron más que adelantar la caída del imperio soviético, lo que en realidad ellos querían impedir. El 24 de agosto de 1991 se separa Ucrania, la segunda mayor república.

Y tan sólo unos pocos meses más, hasta fines de 1991, estuvo ondeando la bandera roja sobre el Kremlin. La Unión Soviética se desmoronaba, lo que, en opinión del actual presidente ruso, Vladimir Putin, fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX.

Final de juego
«En marzo de 1991 se convocó un referendum y el 78% de los votantes optó por el “sí” a la continuidad de la Unión Soviética. 
El 12 de junio de 1991, Boris Yeltsin fue elegido para el recién creado puesto de presidente de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia con el 57% de los votos.

Sin embargo, la crisis separatista y nacionalista se acentuó con la salida de varias repúblicas de la Unión; la crisis económica y social se profundizó y el 18 de agosto de 1991 se produjo un intento de golpe de Estado liderado por un grupo de altos funcionarios del PCUS y del gobierno. Fracasó muy rápidamente al no contar con apoyo popular ni del conjunto de los aparatos. Yeltsin emerge como la figura política fundamental que encabezó desde el Parlamento la resistencia logrando imponer sus puntos de vista. Entre otras medidas, se ilegalizó al PCUS. El 25 de diciembre de 1991 dejó de existir la URSS y renunció definitivamente Gorbachov cerrando así el ciclo de la revolución rusa iniciada en 1917″. Por Eduardo Vaz  /// Leer más aquí

En una encuesta del centro Levada, en Moscú, realizada el año pasado, el 41 por ciento de los rusos considera que el golpe fue un trágico acontecimiento para el país. Tan sólo uno de cada diez estima que fue una victoria para la democracia.

«Se tendrían que haber emprendido reformas mucho antes y constituir un Estado realmente federal», señala ahora, con la distancia que dan los años, el político liberal Grigori Yavalinski.

El politico reformista quiso ayudar a Gorbachov en 1990 a liberar la economía planificada con su programa de 500 días. Pero le frenaron. ¿Y qué opina hoy del golpe? «Fue una secesión dentro de la elite de Gorbachov», señala en declaraciones a dpa.

Efectivamente, el premio Nobel Gorbachov oscilaba en 1991 entre las reformas en el Partido Comunista de la Unión Soviética y los defensores de una línea ortodoxa.

El 20 de agosto de ese año se iba a firmar un nuevo Tratado de la Unión por el que se otorgarían más libertades a las repúblicas, lo que para los conspiradores en el «comité del Estado para el Estado de Excepción», fue una señal para iniciar el golpe.

El entonces jefe del servicio secreto, Vladimir Kriuchkov, está considerado como el «cerebro» del golpe, mientras que los ministros de Defensa, Dmitri Yasov, y el de Interior, Boris Pugo, estaban entre los golpistas.

Pero a estos poderosos políticos les faltó determinación. Negociaron con su rival Gorbachov, pero no desactivaron a Yeltsin. Al vicepresidente Guennadi Yanayev se le vio cómo le temblaban las manos durante un conferencia de prensa.

A los golpistas les faltó una estrategia clara, concluyó el periodista alemán e historiador especializado en el este de Europa Ignaz Lozo. «El comité estaba dividido sobre si se tenía que emplear la fuerza», comenta a dpa.

En 1991 apenas habían pasado dos años del pacífico fin de los regímenes comunistas en Polonia, en la antigua República Democrática Alemana, Checoslovaquia y otras naciones, pero seguía fresco en el recuerdo el baño de sangre de estudiantes en la plaza de Tiananmen en Pekín, en 1989.

Y la tensión en Moscú se palpaba en el aire. Pero el ministro de Defensa Yasov se negó a dar la orden de disparar. Murieron tres manifestantes cuando intentaron detener un tanque que sólo estaba haciendo una ronda de patrulla. «Un trágico malentendido», señaló el historiador Lozo.

Gorbachov se recompuso rápidamente tras la intentona golpista pero perdió su poder. Unos días después del golpe vio cómo era humillado por Yeltsin, que con una firma prohibía temporalmente el Partido Comunista ruso.

Para las repúblicas soviéticas, el golpe fallido fue la señal definitiva para separarse de Moscú. Ahora, un cuarto de siglo después apenas unos pocos han podido alcanzar aquellos anhelos de libertad y bienestar. Pero las naciones bálticas de Estonia, Letonia y Lituania han entrado en la Unión Europea y la OTAN.

Los países del Cáucaso y Asia Central, sin embargo, se han quedado por debajo de sus posibilidades debido a la corrupción, mandatarios autoritarios y las guerras.

Con Putin al mando, Rusia ha intentado reconquistar la antigua influencia sobre sus vecinos ejerciendo presión y, si es preciso, utilizando la fuerza.

 

Por Friedemann Kohler (dpa)

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