¿Por qué Trump aceptó el dinero de Venezuela?

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Hay cierta ironía en la reciente noticia de que Venezuela donó medio millón de dólares para la ceremonia inaugural de la presidencia de Donald Trump, a través de la empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA). Venezuela, por si hace falta decirlo, es un impagador serial de deudas: en los últimos dos siglos fue uno de los países que más veces cayó en cesación de pagos.

Hace poco, el despótico gobierno socialista de Venezuela estaba tan desesperado por evitar otro default (que sería el undécimo del país desde su independencia) que hipotecó sus activos industriales más preciados (entre ellos la ) arefinería Citgo en Estados Unidos cambio de préstamos de Rusia y China. (La marca Citgo es especialmente famosa en mi ciudad, Boston, donde el icónico cartel de la empresa ya es un hito urbano en los alrededores de Fenway Park, donde juega el equipo de béisbol Red Sox.)

No está muy claro por qué el presidente venezolano Nicolás Maduro está tan desesperado por evitar un impago de la deuda externa que está dispuesto a hambrear a su propio pueblo, más o menos como hizo el dictador rumano Nicolae Ceauşescu en los ochenta. Con una escasez tan grave de alimentos y medicamentos básicos, es casi seguro que si el autócrata llega a ser depuesto, habrá imágenes de horror espeluznantemente familiares.

Describir la tragedia venezolana como un ejemplo de lo que sucede cuando un país cae en manos de populistas de izquierda sería demasiado simplista. Los gobiernos de derecha de los ochenta y los noventa también fueron corruptos; y si bien aumentaron el producto nacional, la distribución del ingreso era una de las más desiguales del mundo. Pero es verdad que el espectáculo patético que está dando Venezuela es en gran medida resultado de dos décadas de desgobierno de izquierda.

Hubo un tiempo en que un aporte como el de Venezuela a Trump hubiera sido una insignificancia dentro de un presupuesto de ayuda mucho mayor. Con el presidente anterior, el carismático Hugo Chávez, Venezuela repartió ganancias petroleras a diestra y siniestra, sobre todo para apoyar a otros gobiernos populistas antiestadounidenses en la región. Incluso financió el consumo de gasóleo de algunos hogares de bajos ingresos en Estados Unidos, mediante un programa que se hizo famoso por los anuncios en televisión del exlegislador estadounidense Joseph Kennedy en 2006.

Eran otros tiempos, cuando el alto y creciente precio del petróleo ayudaba a mantener los ingresos de Venezuela, incluso mientras el desmanejo económico provocaba una caída acelerada de la producción petrolera. No olvidemos que Venezuela nunca fue ni remotamente tan rica como Estados Unidos, así que su presupuesto de ayuda era como dar a los pobres quitando a los no tan pobres.

Ahora, con la drástica caída del precio del petróleo que hubo tras la muerte de Chávez por cáncer en 2013, su sucesor (un viejo burócrata del partido de gobierno que de carisma no tiene nada) se ve obligado a arreglárselas sin contar con unos ingresos tan fáciles. Y aunque Chávez también era un autócrata, es probable que ganara las elecciones a las que se presentó.

La elección de Maduro en 2013, en cambio, fue un resultado muy reñido que muchos cuestionan; para empezar, la oposición casi no recibió espacio en televisión, aunque entusiasmados académicos estadounidenses insistieron en que Maduro ganó limpiamente. Es comprensible que estudiosos de tendencia izquierdista vean con buenos ojos algunas de las políticas redistributivas y educativas del gobierno socialista, como hizo el premio Nobel Joseph Stiglitz en una visita a Caracas, la capital del país, en 2007. Pero la facilidad con que la izquierda desestima el desmantelamiento de las instituciones democráticas en Venezuela recuerda más bien la relación de los economistas de derecha de la escuela de Chicago con las dictaduras latinoamericanas en los setenta.

Hoy, la economía venezolana es un desastre total, con un enorme sufrimiento humano derivado de la caída a pique del crecimiento y la casi hiperinflación. En estas circunstancias, uno esperaría ver un golpe de Estado militar a la manera tradicional latinoamericana. Que eso no ocurra en Venezuela no es porque sus instituciones democráticas sean fuertes, sino porque el gobierno dio al ejército vía libre para manejar el negocio del narcotráfico, lo que volvió a muchos generales y oficiales extremadamente ricos y capaces de comprar la lealtad de sus subordinados clave.

Lo que nos lleva otra vez al absurdo espectáculo de un país económicamente desesperado que ayuda a financiar los festejos inaugurales de Trump. Como Joseph Kennedy, la organización de Trump puede decir que si Venezuela quiere gastar su dinero en ayudar a sus vecinos del norte mucho más ricos, ¿quiénes son ellos para decir que no?
Bueno, en ambos casos, Estados Unidos debería haber dicho “no”: por más transparente que sea la donación, el simbolismo implícito en que un país rico acepte dinero de un vecino pobre donde millones de personas sufren es muy poco atractivo. Y es particularmente absurdo que justo cuando la política estadounidense hacia México aumenta en gran medida la posibilidad de ver allí a un personaje antiamericano del estilo de Chávez convertido en presidente, funcionarios estadounidenses den publicidad positiva a un gobierno que es el vivo retrato de la gestión desastrosa.

El predecesor de Trump, Barack Obama, tuvo una postura de principios en la relación de Estados Unidos con Venezuela, y buscó frenar su conducta descarriada con sanciones, una política que contó con amplio apoyo de los dos grandes partidos estadounidenses. El gobierno de Trump debe mantener esa línea, especialmente ahora que el abaratamiento del petróleo debilitó al gobierno venezolano. En vez de agredir a América latina, Estados Unidos debe mostrarle que puede ser un amigo leal y con principios, que no se dejará influir por dádivas corruptas de ningún tipo.

Por Kenneth Rogoff
Profesor de Economía de la Universidad de Harvard

Fuente: project syndicate org
Traducción: Esteban Flamini

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