¡Suerte Señor Presidente!

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El próximo 10 de diciembre tendrá la posibilidad de convertirse en un hito relevante en la vida de los argentinos.

Asumirá un nuevo Presidente la más alta magistratura del país, hecho que ocurre cada cuatro años. No obstante, en esta oportunidad muchos desean (deseamos) que ésta no sea una reiteración de lo ya experimentado.

Desean (deseamos) que este hecho pueda suponer la posibilidad de viabilizar la salida de un estado casi terminal de la realidad económico-político-social e institucional del país, asolado por décadas de destrucción en sus diversos aspectos, nutridas por relatos populistas que encubrían la degradación de la vida de los sufridos habitantes de este bendito país.

Desean (deseamos) que la asunción del nuevo mandatario implique el efectivo fin de una era. Que no suponga ser solo un intervalo de luz democrática, como ha ocurrido en escasos períodos, tras los cuales, por errores propios y condicionamientos ajenos, se hizo posible el retorno populista.

La situación nacional actual, orillando en procesos ya límite, ha llevado a la actual mayoría democrática a votar masivamente por el cambio, expresando su ambición de un país simplemente normal, institucionalmente predecible, donde la aspiración básica fuera vivir en paz, desprovista de la angustia del día a día, lejos de la hostilidad del uno contra el otro (nosotros o ellos), teñida por la característica dogmática de un relato falaz, y con la permanente necesidad de crear un enemigo.

Para lograr ese cambio, se hace necesario que el nuevo Presidente pueda lograrlo.

El primer paso, casi inverosímil, ya fue dado, con el triunfo masivo del 19 de noviembre último.

Cabe ahora emprender el camino de la reconstrucción para el cual harán falta revoluciones en distintos ámbitos:

En lo institucional, haciendo respetar la ley, lejos de la prepotencia de los violentos. El futuro Presidente ha dicho “Dentro de la ley todo. Fuera de ella, nada”. Es necesario que se cumpla. Encuadrados en los marcos legales, pero con toda la energía para defender a la población que desea vivir en paz y sin violencia.

En lo económico, generando las condiciones para que el imprescindible capital privado se anime a invertir, a partir de condiciones legislativas que lo inspiren, en el terreno jurídico, impositivo, laboral, y de relacionamiento con el resto del mundo.

En lo político, para que la gran cantidad de legisladores, intendentes, gobernadores de distintas extracciones partidarias, puedan converger, a partir de civilizados diálogos, en los caminos de la reconstrucción nacional, facilitando a las autoridades entrantes las designaciones que disponga, lejos de los egoísmos sectarios y personales.

En lo social, recreando el concepto del mérito como valor, privilegiando el trabajo, el esfuerzo y la capacitación individual.

En lo laboral, transformando un sistema legislativo que en la actualidad declamativamente dice proteger al más débil, pero que con su actual maraña legal genera para las empresas, y especialmente a las Pyme, un peligroso azar frente al hecho de contratar empleados y obreros, desalentando así la posibilidad de generar más y mejores empleos.

En el Estado, reedificando una burocracia mínima, sólida, capacitada, que cumpla con sus funciones y no se constituya en receptáculo de favores políticos a través de generación de inútiles y redundantes cargos públicos.

En lo educativo, para que el sistema pueda liberarse de la tenebrosa manipulación sindical, que ha determinado que nuestros jóvenes de las últimas décadas tengan una capacitación pobre, politizada y alejada de los parámetros que marca el actual estado de la humanidad.

En lo judicial, para que el sistema de Justicia, sea el instrumento que pueda velar con sus fallos, la posibilidad de esas transformaciones.

Para muchos argentinos, esta circunstancia de recambio político podría ser casi su última oportunidad de contemplar una Argentina encaminada a ser un país predecible, lejos de los dogmas, mentiras, enfrentamientos, violencia y atropellos.

Algunos por su edad (los mayores) y otros (los más jóvenes) porque la perpetuación de un país quebrado, no solo por las desgracias económicas (inflación, pobreza, desocupación) y la carencia de oportunidades de futuro, a muchos los obliga a pensar, en una lamentable emigración.

Quiera el destino que el milagro se produzca, y las nuevas autoridades puedan encaminar el cumplimiento del sueño.

Que así sea.

Por Pablo Broder

*Economista. Presidente honorario de la Fundación Grameen Argentina.

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