Weiwei es el títere de la estrategia, con un plus: le da al público progre y bien pensante la oportunidad de solidarizarse con una causa fácil y socialmente aceptada de la que todos los países son cómplices.
El desproporcionado homenaje a sí mismo en la exhibición antológica de Ai Weiwei en la Royal Academy de Londres, es un catálogo de la industria manufacturera de China. Inaugura una nueva disciplina: el ego-arte, es un ego-artista VIP, su único tema, objetivo y discurso es él. Weiwei es el prototipo de artista VIP que no hace sus obras “las piensa”, las cédulas con descaro hacen énfasis en las “habilidades técnicas y cuidado con el que están realizadas” “el artista trabaja estrechamente con los artesanos”, es un Jeff Koons politizado.
Los objetos carecen del más mínimo rasgo autoral, depende de lo que la industria produce, por ejemplo, el tallado en madera o en mármol, en lugar de mandar hacer un lavamanos pide una cámara de video y le adjudica su panfleto en el que la causa política es él mismo. No es un activista de los Derechos Humanos, es un activista de Ai Weiwei, de su privilegio a no pagar impuestos, a construir su estudio en un terreno agrícola y tomar el aljibe de agua de la zona para hacerlo un estanque decorativo y falsear historias para sus objetos.
China es la fábrica de casi todo lo que consumimos y sin embargo, Weiwei es limitado: decenas de cosas de mármol, montones de marcos, mapas, porcelana, ensambles con muebles y bicicletas, son pocas ideas que se replican varias veces. 150 toneladas de varillas de hierro que se supone son restos del terremoto de Sichuan en mayo del 2008 y denuncian la mala calidad en la construcción de escuelas del gobierno, dice que las compró clandestinamente, las llevo a su taller y ahí las enderezaron a mano. La capacidad discursiva del ego-artista está a la altura de la docilidad del público, el proceso normal de comprar y reciclar en una sociedad híper industrializada lo vuelve clandestino y político, inventa una provenance imposible de comprobar que apuntala su propaganda pro-weiwei.
Las coincidencias denuncian algo fundamental: que Weiwei es un “perseguido político” y “víctima oficial” que cuenta con patrocinadores muy ricos y poderosos que le financian el estratosférico costo de estas obras y de esta exposición, desde hacer cada objeto, hasta llevarlos a Londres y montarlos al mismo tiempo que la visita del primer mandatario chino a Inglaterra para provocar una controversia artificial. Los columnistas de todos periódicos en consenso odiaron al gobierno chino y amaron al ego-artista, exigieron rechazar los negocios con China porque violaba los Derechos Humanos ¿Para quién trabaja este ego-artista? ¿Quién lo patrocina? La tienda del museo vendía decenas de suvenires diseñados por él, dedicados al culto a su personalidad que ni Warhol o el Papa tienen, muñequitos, paraguas con su cara, bolsas, decenas de objetos con sus slogans.
Obsesionado con ser el símbolo que sustituya la figura de Mao, utiliza las estrategias de propaganda del régimen que él critica y las recicla en su publicidad. La exposición es una oda a la hipócrita guerra fría que mantiene el capitalismo con China: por un lado pagan ONG’s para que la ataquen y por otro lado es el principal beneficiado de las injustas condiciones laborales chinas que han permitido acabar con las industrias nacionales, le ruegan para que invierta capital en sus países y le entregan el desarrollo de infraestructuras. Weiwei es el títere de la estrategia, con un plus: le da al público progre y bien pensante la oportunidad de solidarizarse con una causa fácil y socialmente aceptada de la que todos los países son cómplices.
Por Avelina Lésper
Crítica e investigadora de arte
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