Mientras se producen decenas de muertes en el Mediterráneo, algunos países cierran sus fronteras y otros acogen a los menos posibles como si los refugiados fueran mercancía. En España numerosos ayuntamientos, organizaciones no gubernamentales e instituciones cívicas tienen acondicionados espacios de acogida, pero el gobierno pone trabas para la llegada del cupo de refugiados al que se comprometió.
Algunos dirigentes europeos afirman que la llegada de inmigrantes y refugiados, las personas más vulnerables, “ponen en riesgo el bienestar de sus ciudadanos”.
El Mediterráneo, un mar donde convivieron culturas, religiones, civilizaciones, hoy se ha convertido en foso de separación entre el Norte y el Sur, espacio de exclusión, xenofobia, islamofobia, racismo… y fosa común de gentes que huyen del hambre y de la miseria, del terror, de fanatismos religiosos que matan en nombre de Dios; personas víctimas de dictaduras, gobiernos militares y corruptos, guerras civiles con armas fabricadas en el norte rico que matan en el sur pobre.
Son considerados producto de la “cultura del descarte”, como ha denunciado el Papa Francisco, desechos sobrantes, resultado de la globalización de la indiferencia, que nos incapacita para ser compasivos, fruto de un capitalismo sin entrañas, que niega a los pobres el derecho a la vida. Sus muertes son “lamentadas”, pero no sentidas por los poderes políticos y económicos europeos sin entrañas de misericordia y compasión, que les cierran las fronteras, considerándolos bárbaros que no deben entrar al mundo civilizado, pero los bárbaros somos nosotros con ellos.
Podían haberse evitado tantos miles de muertes obligando a los gobiernos a cumplir los protocolos internacionales de acogida de las personas refugiadas; abriendo rutas seguras que impidan a los refugiados caer en las redes de las mafias; y apoyando a las organizaciones humanitarias que trabajan sobre el terreno; así como con políticas de apoyo al desarrollo en los países de origen, no vendiendo armas ni apoyando gobiernos corruptos en los países de origen.
Las sociedades surgidas a partir del mediterráneo comparten una triple herencia: la fe monoteísta hebrea, cristiana y musulmana. Pues tienen la misma cuna. Las tres poseen un patrimonio cultural y un parentesco espiritual comunes. En las tres religiones, el pecado mayor contra la fe es la idolatría. Los tres monoteísmos son de carácter ético, expresado en la justicia y el derecho, hacer el bien y evitar el mal, reconocer sus derechos a los oprimidos, hacer justicia a los huérfanos y abogar por las viudas.
Jesús anuncia el Reino de Dios como Buena Noticia para los pobres y mala para los ricos, la inclusión de las mujeres en igualdad de condiciones que los hombres y con el mismo protagonismo; en la incorporación de los paganos a su proyecto; en la curación de los enfermos como signo de liberación integral; en la acogida de pecadores y prostitutas, antes excluidos de la comunidad. La práctica de la hospitalidad se encuentra en el centro de la predicación y de la vida de Jesús y en su movimiento. Acoge y acepta ser acogido. Su práctica es evidente en las personas que recibe, escucha, cura y alimenta; y su enseñanza se refleja en la parábola del Samaritano y en el discurso del Juicio Final
Para Mahoma Dios se manifiesta practicando la hospitalidad para con los extranjeros, protegiendo a los huérfanos y viudas. En el Islam la limosna es un precepto para ejercer con los pobres y necesitados, liberar a los esclavos, así como del agobio por deudas. La Declaración Islámica Universal de los Derechos Humanos, reconoce el derecho de asilo: Toda persona perseguida u oprimida tiene el derecho de buscar refugio y asilo, sea cual fuere su raza, su religión, su color o su sexo.
Entre los valores que fomenta la ética de las tres religiones están la hospitalidad, el diálogo, la libertad religiosa, la libertad de conciencia; la paz, la acogida, hospitalidad, la solidaridad con las personas más vulnerables, el diálogo, la libertad religiosa, de conciencia; equilibrio entre fe y razón e incluso prioridad de la razón sobre la creencia; una fe crítica, que comporta acoger al prójimo, vecino, compañero, amigo pero también al desconocido, extranjero y al inmigrante, acogido con hospitalidad como hermano o hermana.
El Mediterráneo tiene que volver a ser un mar de hospitalidad e integración, no de exclusión por razones de género, cultura, etnia, economía o religión.
Las tres religiones tienen que comprometerse con una ética liberadora y renunciar a dogmatismo y fanatismo, respetar el libre pensamiento desde una educación liberadora, renunciar a actitudes colonizadoras que generen conciencias oprimidas. Hospitalidad con los migrantes. Justicia, fraternidad y equidad; más allá de caridades, que no van a la raíz de los problemas, quedándose en asistencialismo y beneficencia.
El respeto al pluralismo y el diálogo intercultural para favorecer la inclusión y crear una sociedad ejemplo de convivencia dentro del reconocimiento de las diferencias.
Por Juan José Tamayo
Profesor Universidad Carlos III
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