A lo largo de la historia, el progreso tecnológico ha generado enormes niveles de riqueza pero también grandes disrupciones. Por ejemplo, la industria del acero de Estados Unidos sufrió una importante transformación en los años 60 cuando las miniplantas siderúrgicas causaron el cierre de las plantas integradas de gran tamaño, destruyendo la base económica de ciudades como Pittsburgh, Pennsylvania y Youngstown, Ohio. Sin embargo, aumentaron notablemente la productividad y se crearon nuevos tipos de empleo en otras zonas.
La historia del acero estadounidense ilustra una lección importante acerca de lo que el economista Joseph Schumpeter llamara la “destrucción creativa”: el crecimiento económico de largo plazo implica no sólo el aumento de la producción en las industrias actuales, sino también cambios en los patrones de empleo.
Podemos observar un fenómeno similar en la revolución de la tecnología de la información y las comunicaciones (TIC) que vivimos en la actualidad, que ha afectado a la mayoría de las áreas de trabajo modernas, incluso las que no directamente relacionadas con la programación de ordenadores o la ingeniería de software. Las tecnologías informáticas han creado prósperos negocios (incluso parques empresariales) y, al mismo tiempo, ha convertido en superfluos a ciertos tipos de trabajadores y causado el declive de las ciudades con mayor trayectoria industrial.
Sin embargo, ciudades como Detroit, Lille o Leeds no han sufrido una reducción de su producción manufacturera que, por el contrario, ha aumentado en ellas en la última década. Su declive se explica directamente por no haber podido atraer otros tipos de puestos de trabajo. En gran medida se trata de un error de política: en vez de tratar de aferrarse al pasado apuntalando sectores industriales obsoletos, las autoridades deberían centrarse en timonear la transición a nuevas formas de empleo, para lo que se debe entender mejor las tecnologías emergentes y en qué se diferencian de aquellas a las que reemplazan.
Una característica importante de las tecnologías tempranas de la Revolución Industrial fue que sustituyeron a artesanos relativamente hábiles en lo que hacían, lo que a su vez elevó la demanda de obreros sin formación. De manera similar, la línea de producción de Henry Ford para fabricar automóviles (iniciada en 1913) se diseñó específicamente para que los trabajadores no cualificados operaran maquinaria, haciendo posible que la compañía produjera su popular Modelo T, el primer automóvil que los estadounidenses de clase media se pudieron permitir.
De hecho, gran parte de la historia del desarrollo industrial a lo largo del último siglo se puede interpretar en términos de competencia entre una fuerza de trabajo cada vez más formada y una nueva tecnología que podría prescindir de sus habilidades. Ya hemos visto el efecto, no en menor lugar en la industria automotriz, de los robots que podían llevar a cabo tareas que antes hacían miles de trabajadores de líneas de producción con ingresos medios.
En el futuro nos esperan más cambios en el lugar de trabajo. Si bien la historia nos aconseja ser cautos a la hora de predecir las consecuencias de los avances tecnológicos, ya tenemos una idea razonable de lo que podrán hacer los ordenadores próximamente, porque las tecnologías ya están aquí. Por ejemplo, ya sabemos que una amplia gama de profesiones especializadas se puede simplificar con la ayuda del análisis de grandes cantidades de datos (“big data”) y sofisticados algoritmos.
Un ejemplo de este proceso que se cita con frecuencia es la plataforma Symantec Clearwell e Discovery, que usa el análisis lingüístico para identificar conceptos generales en documentos, pudiendo analizar y clasificar más de 570.000 documentos en apenas dos días. Clearwell está transformando la profesión legal al hacer uso de ordenadores para ayudar en la investigación previa a los juicios y hacer tareas que normalmente llevan a cabo los asistentes jurídicos, e incluso los abogados especialistas en contratos o patentes.
De la misma manera, las mejoras en la tecnología de sensores harán que pronto se automaticen completamente muchas de las tareas de logística y transporte. Y no es descabellado imaginar que un día el uso de coches que se conducen a sí mismos, como el que ha presentado Google hace poco, convierta en innecesarios a los conductores de buses y taxis. Incluso es posible que las ocupaciones sin necesidad de altas cualificaciones, como el servicio doméstico, no escapen a la automatización. Por ejemplo, la demanda de robots para uso personal y del hogar ya está aumentando en cerca de un 20% al año.
Puede que, una vez más, los mercados laborales entren en una nueva etapa de turbulencia tecnológica y aumento de la desigualdad de los ingresos, lo que subraya una pregunta más amplia: ¿en qué áreas se crearán los nuevos tipos de trabajo? Ya hay señales de lo que depara el futuro. Los avances tecnológicos están generando demanda de arquitectos y analistas de grandes cantidades de datos, especialistas de servicio en la nube, desarrolladores de software y profesionales de mercadeo digital, ocupaciones que apenas existían hace cinco años.
Finlandia ofrece valiosas lecciones sobre la manera en que las ciudades y los países deberían adaptarse a estos cambios. Su economía se vio afectada inicialmente por el hecho de que Nokia, su mayor empresa, no pudo adaptarse a las tecnologías de los teléfonos inteligentes. No obstante, varias compañías finlandesas de creación reciente han desarrollado nuevos proyectos basados en este tipo de plataformas. De hecho, para 2011 los ex-empleados de Nokia habían creado 220 de estas empresas y muchos de ellos forman parte de Rovio, que ha vendido más de 12 millones de copias de “Angry Birds”, su videojuego para teléfonos inteligentes.
Esta transformación no es ninguna coincidencia. La fuerte inversión de Finlandia en educación ha creado una fuerza de trabajo adaptable y resistente. Al invertir en habilidades transferibles no limitadas a sectores o empresas específicas ni susceptibles a la informatización, el país está dando un ejemplo de cómo adaptarse al cambio tecnológico.
A pesar de la difusión de tecnologías que se basan en el procesamiento de grandes cantidades de datos, los estudios sugieren que la fuerza de trabajo seguirá teniendo una ventaja comparativa en términos de inteligencia social y creatividad. En consecuencia, las estrategias de desarrollo de los gobiernos deberían centrarse en mejorar estas habilidades de modo que complementen las tecnologías informáticas en lugar de competir con ellas.
Por Carl Benedikt Frey
project-syndicate.org
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
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