Andrés Alsina
La estrategia de Trump hacia América Latina parece consistir en avanzar en los lineamientos de la doctrina Monroe mediante recursos que no impliquen poner ‘bota en tierra’ pero que indiquen que está a punto de hacerlo. Vietnam sigue siendo una pesadilla, así que pase medio siglo. Pero a las armas no sólo las carga Trump sino el mismo diablo, según se sabe.
El punto elegido es Venezuela, por donde efectivamente pasa droga hacia EEUU, como transita por otros lugares del continente. Sus razones habrá tenido Trump para no incluír a Cuba en su despotrique, y sólo podemos especular al respecto,
Como se sabe, esa estrategia incluye un formidable despliegue de poder militar en el Caribe, con mucho más efecto psicológico que práctico para una agresión que no sea a todo fuego, el asesinato desde el aire de una veintena de lanchas y sus –dicen– 80 tripulantes, decretar el cierre del espacio aéreo de Venezuela –lo que afectó el tránsito comercial y no muestra más síntoimas de existencia–, anunciar acciones de la CIA en territorio venezolano y, sin desmedro de otras verbalizaciones agresivas, ponerle precio a la cabeza del presidente Nicolás Maduro.
La reafirmación de la doctrina Monroe (1823) de América para los americanos fue para disputarle el mercado del continente a los europeos. Luego, sirvió como marco ideológico para justificar la expansión estadounidense en el hemisferio, donde hoy tiene 20 bases militares propias y acceso libre a otras 56. Y tomó su nombre de su renovación por el presidente Theodore Roosevelt (1901-9) como política del “Big Stick” o Gran Garrote, hasta el fin de la Guerra Fría. Ahora Trump, al que los gélidos hechos de este mundo lo llevan a presidir un país que ya no es la única gran potencia del mundo, vuelve su vista hacia el que quiere seguir considerando su patio trasero.
La reacción del resto del continente tuvo su catalizador en la reunión de CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) que se hizo el mes pasado en Santa Marta, Colombia. El documento final definió como “zona de paz” las aguas del Caribe, y el texto evitó cualquier mención a Estados Unidos. Argentina evitó firmarlo –no fuera a equivocarse–, Brasil y Colombia fracasaron en su propuesta de promover una “zona de seguridad marítima” en el Caribe, y México apoyó, aunque solo envió a su canciller, Juan Ramón de la Fuente. Tampoco firmaron Ecuador, Paraguay, El Salvador, Costa Rica y Trinidad y Tobago, este último crucial para el despliegue militar estadounidense contra Caracas.
Había que ver la imagen todo sonrisas de la primera ministra Kamla Persad-Bissessar con la perspectiva de que EEUU usara el aeropuerto Internacional ANR Robinson, de la isla de Tobago. Allí se han desplegado hace tiempo ya efectivos estadounidenses instalando un radar y apoyo en infraestructura como la pista y accesos. Un verdadero portaviones. Pero bueno, otra vez será, y por eso será que ella no votó. Buen indicio de que la amenaza es sólo verbal.
La posición más afectada ante la situación es la de Brasil. El gobierno de Lula rompió con el chavismo ante el fraude electoral de 2024, con lo que le es difícil reconocer su legitimidad en caso de querer defenderlo. Pero tiene una frontera de 2.200 kilómetrtos con Venezuela, con lo que eso implica en materia de integración.
Lula dijo la semana pasada, en la reunión del G-20, estar “muy preocupado” ante el despliegue militar en el Caribe . El presidente brasileño ofreció sus buenos oficios para mediar ante Trump y rebajar la presión contra el régimen chavista, pero el republicano ignoró la oferta. “Una guerra ahora no tiene ningún sentido, dijo Lula. No repitamos el error de la guerra Rusia-Ucrania. Basta un tiro para empezar una guerra, pero nadie sabe cómo acaba”, avisó. Es que Lula conoce al diablo.
Una ofensiva militar lo abocaría a “un escenario de pesadilla”, según Pedro Brites, de la Fundación Getúlio Vargas. En el plano diplomático, el Gobierno de Lula se encontraría en una posición realmente incómoda. “Porque Brasil no está en condiciones de colocarse públicamente con uno de los bandos”. Lula no apoyaría a Maduro, explicó Brites el jueves en un seminario organizado por la FGV, pero el brasileño tampoco defendería un ataque militar sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU. De manera que “va a tener que asumir una postura de neutralidad, pedir paz”.
Según señala correctamente El País, la intervención de una potencia extranjera también debilita el papel de Brasil como líder regional. La coyuntura es endiablada para Brasilia porque está en medio de unas delicadas negociaciones con Trump para que retire el tarifazo arancelario, que por ahora solo ha aliviado. Lula necesitará de sus mejores dotes de equilibrista para gestionar un conflicto que bien puede derivar en una crisis de refugiados y de generar inestabilidad en toda la región fronteriza. También podría contaminar la campaña para las elecciones de 2026, ya que la idea de Trump de que el narcotráfico es terrorismo al que combatir con medios militares cala en el discurso de la derecha con la que se medirá Lula.
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