Jorge Furtado es el cineasta brasileño más premiado de la actualidad. Sus primeros trabajos fueron en la TV, como asistente de producción. Ha escrito guiones para cortometrajes y ficción tales como Benjamim de Monique Gardenberg, Doña Cristina perdió la memoria de Ana Luiza Azevedo o Tolerancia de Carlos Gerbase. Con «Esta no es tu vida», que resume en dieciséis minutos la biografía de una ama de casa de Porto Alegre, Furtado obtuvo el primer premio del Festival de Clermont-Ferrand, en Francia, que es considerado el Cannes de los cortos. Conquistó varios premios en su país, entre otros por el trabajo; El hombre que copiaba (2003).
Si alguien me dijese, en 2004 – cuando el primer gobierno de Lula sufría la oposición feroz de todos los medios de comunicación brasileños y tenía poco o nada para mostrar en resultados – que en diez años la segunda vuelta de las elecciones presidenciales seria disputada entre de los ex-ministras del gobierno Lula, una por el Partido de los Trabajadores y otra por el Partido Socialista Brasileño, yo diría a mi supuesto interlocutor que su fe en la democracia era un conmovedor delirio. La probable ausencia, por primera vez en segunda vuelta de las elecciones presidenciales, de candidatos de la derecha auténtica, del PSDB, del DEM y del PTB, es otra buena noticia que nos brinda la democracia. Es de imaginarse que, gane quien gane, muchos de los derrotados volverán corriendo a los cómodos brazos del nuevo gobierno, esta es la mala noticia.
Tengo familiares y buenos amigos que van a votar por Marina y también por Aécio. Yo voy a votar a Dilma. Creo que fue Todorov quien dijo (más o menos así) que la democracia nos junta para que resolvamos cual es la mejor manera de separarnos. No soy ni nunca fui afiliado a ningún partido, voté por varios, tengo amigos en algunos. En este que es el mayor período democrático de nuestra historia (25 años, siete elecciones consecutivas), Brasil no paró de mejorar y no hay nada que indique que va a parar de mejorar ahora.
Voté por Lula, desde siempre hasta ayudar a elegirlo en 2002, con el presentimiento que un gobierno popular, el primero en 502 años, tal vez pudiese enfrentar con más vigor el gran problema brasileño: la desigualdad social. Pensé que, tal vez, sustituyendo la idea que la torta primero debe crecer para después ser dividida por la idea de incentivar el crecimiento del país con mejor distribución de harina, huevos, manteca, cocinas, casas con luz eléctrica, empleos y vacantes en las escuelas y en las universidades, finalmente podríamos comenzar a librarnos de nuestra cruel y petrificada división entre la casa grande y los cuartos de los esclavos. Mi presentimiento era correcto. La desigualdad brasileña sigue siendo grande y cruel pero está, por fin, disminuyendo.
Voto, incluso, primero contra la desigualdad social, que aún es el mayor problema del país, uno de los más injustos del planeta, en pocos lugares existe una diferencia tan grande entre pobres y ricos. La elite brasileña (sí, existe, esta ahí), fundada y perpetuada en la esclavitud, lucha para mantener sus privilegios a cualquier precio. Ellos son dueños de los bancos, de las grandes constructoras, fábricas y empresas, de las televisoras, radios, diarios y portales de Internet y defienden ferozmente su agradable posición. La única manera de enfrentar su enorme poder es con el voto.
Voto contra el poder creciente del capital sobre las políticas públicas. Quien vive de rentas piensa siempre más en el centro de la meta de la inflación y menos en los niveles de empleo, más en la tasa de los intereses y menos en el poder adquisitivo de los salarios. El poder del capital especulativo, rentista, es gigante, vive en la casa de los miles de millones de dólares. Voto contra, muy en contra, de la autonomía del Banco Central, que le quita al gobernante, electo por nuestro voto, el poder de guiar el desarrollo según criterios sociales, protegiendo al país del ataque de especuladores y garantizando renta y empleos, y entrega este poder al tal mentado mercado, hereditario y electo por sí mismo, siempre predador y celoso en garantizar su parte antes de lamentar los daños sociales causados por sus lucros. (Ver España, Grecia, EE.UU., Finlandia, etc.)
Voto contra someter los criterios de uso de nuestros recursos naturales no renovables, como el petróleo, al interés de grandes empresas extranjeras. El petróleo brasileño y su destino es el gran tema no mencionado en las campañas electorales. Los ataques contra la Petrobras, que se producen invariablemente en vísperas de cada elección, responden a intereses de las grandes empresas petroleras, especialmente las estadounidenses, que quieren la vuelta del viejo y buen sistema de concesiones en la explotación de los campos de petróleo, sistema que, según la opinión de ellas, debería ser extensivo a las reservas del pre-sal. Garantizar que el uso de la riqueza proveniente de la explotación de nuestros recursos no renovables tenga criterios sociales, definidos por gobernantes electos, me parece una idea excelente a la cual el país no debería renunciar.
Voto contra el poder creciente de las religiones sobre la vida civil. Respeto completamente la fe y la religión de cada uno, me gustan muchos aspectos de varias religiones, sé del importante trabajo social de varias iglesias, pero no acepto el uso de argumentos o criterios religiosos en la administración pública. Incluso para los que profesan alguna fe religiosa, la división entre los poderes de la tierra y del cielo debería ser clara. Dice la Biblia, en el Eclesiástico, XV, 14: “Dios creó al hombre y le entregó el poder de su propia decisión”. (Esta es la versión griega, la versión latina habla “de su propia inclinación” o “su propio juicio”.) Erasmo hace una buena síntesis de esta idea: “Dios creó el libre albedrío”. Él, si nos creó a su imagen y semejanza y creó también los árboles, cabría imaginar que, creadores como él, crearíamos el serrucho, y con él sillas, mesas y casas, e incluso, ¡quiera Dios!, la ciencia que nos permita usar con sabiduría los recursos naturales y vivir bien, con salud. El poder creciente de las iglesias, con sus televisoras y bancadas en el congreso, debe ser contenido por un estado laico.
Voto contra el preconcepto contra los homosexuales. El estado no tiene nada que ver con el deseo de los individuos. Nadie (seriamente) está hablando que el sacramento religioso del casamiento, en cualquier iglesia, deba ser definido por políticas públicas, pero los derechos y deberes sociales deben ser iguales para todos, punto. Los prejuiciosos y mistificadores, que venden la cura gay o proclaman su lucrativa intolerancia contra los homosexuales, deben ser combatidos sin vacilación o mensajes dudosos.
Voto contra la criminalización del aborto. La hipocresía brasileña concede a las hijas de la elite el derecho al aborto asistido por buenos médicos, en buenas condiciones de higiene, y deja para las hijas de los pobres los métodos crueles y el riesgo de vida, miles de chicas pobres mueren por abortos clandestinos todos los años. La mujer debe tener derecho sobre su cuerpo, independientemente de voluntades del estado o de dogmas religiosos.
Voto contra el oscurantismo que impide avances científicos. Hay quien se compadece con los embriones que serán tirados a la basura de las clínicas de fertilización e ignora el sufrimiento de miles de seres humanos, portadores de enfermedades graves como la atrofia muscular, la diabetes, la esclerosis, el infarto, el Alzheimer, el mal de Parkinson y muchas otras, cuya esperanza de cura o mejor calidad de vida está en proceso de investigación con las células madre.
Voto contra palabras vacías. Nuestra era de los medios de comunicación transformó la oralidad en un valor en sí mismo, olvidando que existen canallas articulados y bien hablados y personas de bien y muy competentes que son de poca conversa, o incluso, mudas. Tzvetan Todorov: “La democracia está constantemente amenazada por la demagogia, el buen orador puede obtener la convicción (y el voto) de la mayoría, en detrimento de un consejero más razonable, pero menos elocuente”. (1) Hay quien habla de todo y también su opositor, dependiendo del público escucha a quien se pretende agradar, está el que memoriza frases hechas repetibles en cualquier ocasión, está aquel que no dice nada. Prefiero juzgar a los gobernantes y aspirantes a cargos públicos menos por sus palabras y más por sus actos, sus compromisos y su capacidad de trabajo en equipo, nadie gobierna solo.
Voto contra los salvadores de la patria. Por lo menos en dos ocasiones, Brasil apostó a candidatos de sí mismos, afiliados a partidos pequeños, sin base parlamentaria, campeando olas en una repentina notoriedad inflada por los medios de comunicación y alimentada por el discurso “contra la política”, prometiendo barrer la corrupción y a los “zorros viejos”. En el primer caso, la aventura personalista de Jânio Quadros terminó en un golpe militar y en una dictadura que duró 25 años. En el segundo, la aventura personalista de Fernando Collor, sin respaldo parlamentario y pasada la euforia inicial, terminó en un impeachment, mucho antes del final de su mandato.
Voto a Dilma y contra todo esto que todavía está ahí: la desigualdad social, el poder creciente del capital, la codicia sobre nuestros recursos naturales, el preconcepto contra los homosexuales, la criminalización del aborto, el oscurantismo que impide avances científicos, la criminalización de la política, las palabras vacías, los salvadores de la patria. Con la derecha auténtica fuera del juego podemos, sin grandes riesgos de volver al pasado, debatir el mejor camino para seguir avanzando.
Por el cineasta Jorge Furtado
La ONDA digital Nº 688 (Síganos en Twitter y facebook)
(Síganos en Twitter y Facebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA
Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.
Otros artículos del mismo autor: