Las apuestas han crecido. Si el año pasado Rusia mantuvo una estabilidad envidiable en medio de la pandemia de la Covid, el pasado 23 de enero estallaron protestas en Moscú, “las mayores demostraciones en décadas” según los partidarios del opositor Alexei Navalni.
Navalni había vuelto de Berlín, donde estuvo cinco meses bajo tratamiento médico. Había sido enviado a Alemania después de que, durante un vuelo de cuatro horas entre la ciudad de Tomsky, en el centro del país, a Moscú, el 20 de agosto pasado, se sintiera mal. El avión se desvió a Omsk, a poco más de una hora de vuelo, donde Navalni fue internado y sometido a un coma inducido. En estado grave, se sospechaba de un envenenamiento.
Empezó entonces una movilización mundial. Alemania ofreció recibirlo y atenderlo. Con autorización del gobierno ruso, envió dos días después un avión que lo trasladó al hospital universitario Charité, en Berlín, uno de los más modernos de Europa.
El 7 de septiembre Navalni salía del coma inducido, pero ya estaba instalado el debate sobre la naturaleza de su problema. La canciller Angela Merkel lo visitó. Dos semanas después abandonaba el hospital.
Inglaterra se sumó al debate. Las primeras informaciones hablaban de envenenamiento con el agente nervioso Novichok. El canciller Dominic Raab afirmó que era “completamente inaceptable que se haya usado una arma química prohibida” para tratar de matar a Novalni y exigía a Rusia llevar a cabo una completa y transparente investigación. Merkel afirmó que había “evidencia inequívoca” de que Navalni había sido envenenado con un “agente nervioso de la era soviética”.
El “caso Navalni” empezaba a transformarse en elemento clave del escenario internacional, en particular de las relaciones de Europa occidental con Rusia. A la que luego se sumaría Estados Unidos.
En el centro de todo estaban las presiones para hacer naufragar el Nord Stream 2, un gaseoducto que vinculará Europa (y, sobre todo, Alemania) al suministro de gas ruso, un proyecto al que la Casa Blanca de Trump se opuso con energía. La empresa suiza Allseas, fabricante de la tubería, decidió abandonar el proyecto ante la amenaza de sanciones norteamericanas.
Se trata de un gaseoducto de unos 1.220 km, que parte en la bahía de Narva, en la costa soviética, con el norte de Alemania, por el fondo del mar Báltico.
“Luego del envenenamiento de Novalni necesitamos una fuerte respuesta europea”, dijo Norbert Röttgen, presidente del Comité de Relaciones Internacionales del Bundestag, el parlamento alemán, miembro de la conservadora CSU, aliada de Merkel. La Unión Europea debe parar la construcción del Nord Strem 2, afirmó. Era la misma tesis expresada por los verdes alemanes en el parlamento.
El proyecto había sido aprobado en 2005 por el entonces canciller socialdemócrata alemán Gerhard Schröder y faltaban poco más de 150 km para terminar su construcción. Su eventual cancelación es una decisión complicada para Alemania, que necesita garantizar el suministro del gas y no tiene otra oferta más segura, ni más barata, que la rusa.
¿Un Guaidó ruso?
Como la mayor parte de los modernos políticos rusos –dijo Alexey Sakhnin, un opositor ruso miembro del “Frente de Izquierda” en un artículo publicado en la pagina Jacobin el pasado 31 de enero– la visión del mundo de Navalni se formó bajo la completa influencia de la derecha, de la ideología liberal de mercado. En el 2000 se unió al partido liberal Yabloko”. Por aquellos años, “era un clásico neoliberal, apoyando un régimen de poco gasto público, de privatizaciones radicales, de reducción de las garantías sociales, ‘gobierno pequeño’ y total libertad para los negocios”.
Al final de los 90’s, se había declarado nacionalista y participó en las marchas de la ultraderecha rusa contra la inmigración ilegal. Y luego –sigue Sakhnin– encontró un nicho que lo hizo un héroe “más allá de la subcultura de la extrema derecha radical: se transformó en el principal líder de la lucha contra la corrupción”.
Imposible olvidar aquí la sugerencia de Samantha Power, la exembajadora de Estados Unidos en Naciones Unidos y directora senior del Consejo de Seguridad Nacional en la administración Obama, a la que ya hicimos referencia la semana pasada. Se trata de su artículo The can-do power, publicado en la revista Foreign Affairs de enero-febrero, en el que sugiere a la administración Biden retomar la iniciativa internacional en tres áreas: la distribución de vacunas contra la Covid; la oferta de mayores oportunidades para estudiantes extranjeros en Estados Unidos; y darle un alto perfil a la lucha contra la corrupción, tanto en el país como en el extranjero.
Aplicado en América Latina, el esquema “anticorrupción” ha servido de base para aupar al poder grupos conservadores alineados con los intereses norteamericanos. ¿Por qué no intentarlo en Rusia?
Entonces surgió una película donde Navalni denunciaba los lujos del presidente Vladimir Putin, al que acusaba de ser dueño de un palacio de más de mil millones de dólares.
La película fue mostrada el 20 de enero y, en una semana, tenía más de 100 millones de visitas.
¿Quién le puede estar suministrando materiales exclusivos, sobre la vida de la élite del país?, se pregunta Sakhnin. –No importa si tienen alguna base real; tienen un impacto real, alimentando desconfianzas y divisiones en la cumbre del poder, aseguró.
En septiembre próximo, recuerda Sakhnin, habrá elecciones parlamentarias en Rusia. Y los resultados serán importantes para decidir quien mantiene el control político del país.
Borrell vs Lavrov
Hoy es domingo 14, “Día de la Amistad”. El Guardian nos informa que “cerca de 300 mujeres” hicieron una cadena en la calle Arbat de Moscú, con una temperatura de 13 grados bajo cero, sujetando una cinta blanca en apoyo a la esposa de Navalni. Otras cien se habrían reunido en San Petersburgo. La esposa de Navalni, Julia, está en Alemania desde hace cuatro días. No se trata de asilo. Voló desde Moscú y el equipo de Navalni ha indicado de que se trata de una ausencia temporaria. Tampoco se informó sobre las razones o los objetivos del viaje.
Solo una semana antes, el 5 de febrero, el alto representante de la Unión Europea (UE) para Política Exterior, el socialista español Josep Borrell, había visitado Moscú. Se reunió con el canciller Serguei Lavrov y con representantes de la “sociedad civil” rusa, sin precisar con quienes.
«Por supuesto hemos estado hablando del caso Navalni y de las personas detenidas en las manifestaciones y le he trasladado al ministro Lavrov nuestra profunda preocupación y le he reiterado nuestro llamamiento a una investigación imparcial de su envenenamiento», dijo Borrell en una rueda de prensa conjunta con su colega ruso, citado por la agencia alemana DW.
El de Borrell fue un viaje preparatorio para los debates en el seno de la UE. En marzo se llevará a cabo una reunión del Consejo Europeo, cuando los líderes de la UE estudiarán cómo afrontar la futura relación con Rusia. Están en la agenda la situación en Bielorrusia, donde la UE también apoya una oposición que trata de derrocar al presidente Alexander Lukashenko, con una participación beligerante de los estados bálticos; en Ucrania, donde apoyó el golpe que depuso al presidente Víktor Yanukovich en 2014, y ahora con la esperanza de transformar el apoyo a Navalni en una alternativo política a Vladimir Putin. ¡Un Guaidó europeo!
Este fue el primer viaje a Rusia en cuatro años de un responsable de la política exterior de la UE. Navalni acababa de ser condenado a tres años y medio de prisión por un caso de fraude.
Borrell había dicho a Lavrov que las relaciones bilaterales estaban en un «punto bajo» por el envenenamiento y el encarcelamiento de Navalni, pero defendió la conveniencia de su viaje, señalando que deberían encontrar espacios para trabajar juntos y desarrollar la confianza mutua.
Lavrov había dicho a Borrell que Rusia estaba lista para responder a cualquier pregunta que quisiera plantearle. «Intentaremos no defraudarlo», afirmó, señalando que «el mayor problema que enfrentaban era “la falta de normalidad en las relaciones entre Rusia y la UE, dos grandes actores del espacio eurasiático». “Estamos construyendo nuestra vida partiendo del hecho de que la Unión Europea es un socio poco confiable, al menos en esta etapa”, señaló.
Lavrov reiteró la posición rusa, que pone en tela de juicio el envenenamiento de Novalni, los resultados de la investigación de científicos alemanes y critica lo que estima como “dobles estándares” usados por los medios occidentales en la cobertura del caso.
Aseguró que ni Alemania, ni Francia, ni Suecia, ni la Organización para la Prohibición de Armas Químicas “han proporcionado evidencia alguna del envenenamiento de Navalni”, pese a las demandas rusas.
“La reacción internacional ante el arresto del ‘bloguero’ representa un intento de desviar la atención de la profunda crisis en la que se encuentra el modelo liberal”, afirmó.
El portavoz de la Presidencia rusa, Dmitri Peskov, declaró que el Kremlin no planea hacerle caso a las declaraciones de los gobiernos extranjeros sobre Navalni.
Borrell reconoció que ningún país del bloque europeo ha presentado propuestas de sanciones a Rusia por este caso, y afirmó que lo seguirán discutiendo en el Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores, en marzo.
El fin de la humanidad
La visión rusa de la realidad internacional fue tratada por el presidente Putin en una intervención on line, en el Foro Económico Mundial de Davos, el pasado 28 de enero.
El discurso de Putin en la reunión introductoria de la “Agenda 2021”, en Davos, ya se está comparando con su discurso en Munich en 2007, en opinión del analista ruso Rostislav Ishchenko.
Hay algo en común entre los dos discursos, asegura. Ambos son tan completos y de tan amplio alcance como el discurso “Hermanos y hermanas” del presidente ruso Josep Stalin, el 3 de julio de 1941, en plena guerra, y el otro, “Al gran pueblo ruso”, al final de esa guerra, en 1945.
“El discurso de Munich de 2007 mostró a Rusia que aceptaba plenamente el desafío que le presentaba ‘Occidente’. Los rusos no atacaron: nos atacaron. Ofrecemos paz, pero el enemigo eligió la guerra. Los rusos no capitularán. Los rusos ganarán la guerra. Sugerimos, antes de que sea demasiado tarde, que todos regresen a la sensatez y pongan fin a la agresión”, fue el mensaje de Putin.
Si ese discurso fue la evidencia de que Rusia estaba entrando en una nueva Guerra Patriótica (como los rusos llaman la II Guerra Mundial) –dice Ishchenko– el discurso de Putin en Davos, en su opinión, resume los resultados de esta guerra.
Amigo del fundador y presidente del Foro, el alemán Klaus Schwab, Putin comenzó su discursos recordando los muchos encuentros con Schwab.
La pandemia exacerbó los desequilibrios acumulados en el mundo y pese a que la situación no tiene paralelos en la historia, “algunos especialistas comparan la situación actual con la que el mundo vivió en los años 30”. Y yo respeto esa opinión, agregó Putin.
“Las instituciones internacionales están cada vez más debilitadas, los conflictos regionales se multiplican y el sistema de seguridad global se ha deteriorado”, afirmó.
Se refirió a la decisión de Trump de no prorrogar el Nuevo Tratado para la Reducción de Armas Estratégicas (START), que Biden finalmente prorrogó ante la inminencia de su vencimiento.
La incapacidad para encontrar soluciones sustantivas a esos problemas nos llevó, en el siglo XX, a la catástrofe de la II Guerra Mundial. Hoy –recordó Putin– un conflicto de esa naturaleza sería el fin de la humanidad.
Pasando una rápida revista por la naturaleza del crecimiento económico de las últimas décadas, Putin destacó los datos que indican una creciente polarización social, particularmente en los países desarrollados.
“De acuerdo con el Banco Mundial, en 2000 3,6 millones de personas subsistían en los Estados Unidos con una renta inferior a los 5,5 dólares diarios. En 2016 ese número aumentó hasta los 5,6 millones de personas. Mientras, por otra parte, la globalización condujo a un aumento significativo de los ingresos de las grandes empresas multinacionales, sobre todo norteamericanas y europeas”, resultado de una política “frecuentemente vulgar y dogmática”, basada en el “Consenso de Washington”.
Los efectos económicos de la pandemia han sido devastadores, afirmó. En julio pasado, el mercado de trabajo había perdido unos 500 millones de empleos, aunque parte de esos empleos se recuperaron; las pérdidas de salarios alcanzaron los 3,5 millones de millones de dólares; mientras la deuda pública y privada se acercaba a 200% del PIB global.
Putin insistió en la importancia de “evaluar honestamente la situación y concentrarse en problemas globales reales, no en problemas artificiales o en falsos problemas, en remover los desequilibrios críticos para toda la comunidad internacional”.
Obviamente “se terminó la época de los intentos de construir un orden mundial centralizado y unipolar”, aseguró.
Por Gilberto Lopes
Escritor y politólogo, desde Costa Rica para La ONDA digital (gclopes1948@gmail.com)
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