Hay un Director en el medio que presenta cada número y cada número amenaza ser mejor que el otro. Se suceden uno a uno, en un ritmo que parece el adecuado para entretener (un rato nada más) a los espectadores que, de tales, tienen todo menos la expectativa. Es que los números son conocidos, están repetidos al punto de haber sido parte de otras tiendas (mayores o menores, pero tiendas al fin), para recalar en este otro nuevo circo que promete más de lo mismo. El Director se mueve como un gerente, administra los recursos, compra a sus artistas, hace del equilibrio una disciplina inútil que cede ante el poder que le da el dinero.
El hombrecito se esfuerza por concentrar la atención del público pero la misma es efímera y dura lo que dura el anuncio, ese que termina siendo el acto anunciado. Una extraña sensación de autobombo invade la arena central de aquella carpa y el apagado aplauso se diluye rápidamente, como si fuera una tanda comercial. “Esto es el circo hijo”, intenta explicar un padre a un hijo que no levanta la vista y sigue cazando pokemones…
Bienvenido al show
Era un hombre de trabajo, que se hizo desde abajo, como todos ¿vió? Con la diferencia que supo moverse bien, al punto que hoy ocupa el centro de la pista. Al principio lo presentaron como una solución que podría derrotar al Circo Cooperativo del barrio y como no sabían mucho de cooperativas pensaron que bastaba con inventar una aunque no fuera más que una pantalla.
Como era un tipo de recursos, exitoso comerciante, le propusieron ser el director del Nuevo Circo y aceptó encantado. Su estatura física se vió agigantada por la que le dieron mediáticamente con esa nueva investidura que lo vistió de gala para ser el presentador oficial del circo que surgía.
Como la carpa de los socios fundadores estaba muy cascoteada, se compró una nueva, plata le sobraba a cuenta de otras cuentas que nunca quedarían claras si estaban pagas o no, cosa que poco le importaba. Lo llevaron en andas, le pusieron el traje, y, aunque se olvidaron de darle un discurso, se hizo uno propio.
“Le falta ideología para ser un circo de verdad” – repitieron muchos.
“Le sobra plata para comprar un circo de verdad”– reconocieron otros.
Y así fue armando la grilla de un espectáculo circense que recién empieza, aunque -justo es reconocerlo- tiene escenas y actores repetidos.
Hoy está montado, sin haber comenzado ninguna función ya cuenta con varios artistas contratados que fue comprando a circos de la competencia.
«¿Y los animales papá?» – preguntó el hijo.
«No te preocupes que esos van a ir llegando solos» – contestó el padre muy seguro. Tan seguro que el hijo hizo como que lo entendió y siguió buscando pokemones…Tiene traje, galera, una carpa y varios payasos… me tiene convencido por completo: es un circo.
el hombre buscó a la trapecista,
el perro, a la mujer barbuda…
Por Julio Fernando Gil Díaz
“El Perro Gil”
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