No es un libro más de historias de privados de libertad, es un intento logrado de mirar desde otra perspectiva -mucho más inclusiva- la situación de los que un día rompieron las reglas de convivencia y debieron purgar una sanción. Ese precio social que hay que saldar para poder recuperar la porción de libertad perdida por el delito cometido. Un precio vil para algunos -principalmente algunas víctimas- que no recuperarán nunca lo perdido; pero un precio que debe ser útil para recomponer el daño y devolver un ciudadano donde antes hubo un delincuente…
La lectura viene acompañada -casi de modo inevitable- del timbre de voz tan particular del autor. Es imposible no imaginarse cada párrafo escrito, sin la voz inconfundible del periodista de tantas historias policiales. Por eso -quizás- la lectura se hace más amena y se parece casi a un relato hablado de quien tiene esa forma tan particular de decir lo que vio en las cárceles uruguayas.
Para quien tiene la mirada interna de lo que se hizo y hace en materia penitenciaria, por momentos -confieso- espero algún dato que se aproxime a la realidad actual, pero enseguida comprendo que este libro es una foto (o varias), de los diferentes momentos que le tocó vivir a quien hace gala de ese acopio en forma de libro.
Tiene la humildad suficiente para pedirle la impresión de quienes le acompañaron en sus periplos por las cárceles uruguayas, ese infierno que describió Manfred Nowack, y que significó un punto de partida para la refundación del sistema.
Aureliano encuentra la forma de contar la historia desde el lugar del periodista que no abusa del morbo, ni de la miserable realidad de aquel sistema superado. No necesita de ello porque detrás de cada historia está el mensaje que busca ser ejemplo para otros. Ahí está una buena dosis de riqueza y generosidad de una obra que nos deja historias de miseria humana, de abandono, de malas gestiones carcelarias, pero también de esperanza y reconstrucción.
Todavía tengo presente la primera reunión que mantuvimos con su equipo al inicio de nuestra gestión. Eran tiempos de comenzar un derrotero que nos llevaría a encontrarnos muchas veces, y a desencontrarnos otras.
En lo que a cárceles refiere, todavía tengo presente el momento en que el ministro Bonomi dio la orden de cerrar “Las latas”, (vestigio de la más infame de las realidades que dejaron años de abandono y desidia), junto con la invitación que le hicimos, para registrar ese momento. No podría explicarles la sensación que me dejó escuchar la voz de Nano cuando recibió la autorización. Nunca me podría explicar -en ese momento de inicio de gestión mucho menos- cómo alguien podía sentir satisfacción (hasta un dejo de felicidad), por asistir a registrar un rincón donde se juntaba la peor de las realidades carcelarias que tuvo que afrontar esta administración. Pero valió la pena, porque había que registrar esa vergüenza para tomar conciencia de no permitir que se repita nunca más.
Anteriormente se había dado el cierre de Cabildo, cárcel de mujeres, cuyo riesgo de derrumbe ponía en peligro la integridad de las internas. Realidad que cambió notoriamente con el traslado a las instalaciones del ex Musto y ex CNR, donde se alojan actualmente.
Las historias de Karina y Leo, son solo ejemplos de esa mirada que faltaba en el relato, y que agradecen quienes están del otro lado, mirando con recelo a quienes llevarán su cruz de ser ex-convictos. De ellos y de nosotros, depende que no vuelvan, por eso es necesario construir oportunidades.
Sin duda que faltarán muchas miradas -aunque ahora se incorporan estas que Nano acerca- para poder comprender un poco más la realidad del sistema. Un sistema que comenzó a cambiar y que Folle describe en algunos aspectos, como la incorporación de los Operadores Penitenciarios o la reconstrucción de cárceles por los propios internos.
La administración Bonomi debió enfrentar duros escollos en la realidad penitenciaria. De arranque casi, doce internos mueren atrapados en un incendio en la cárcel de Rocha; luego la historia de los motines, que llevaron a la destrucción de los módulos 4 y 5 de Santiago Vázquez junto al motín de la cárcel de mujeres. Situaciones que parecían marcar el fondo de un pozo que parecía no tener fondo.
Salir de ese pozo parecía un imposible. En alguna parte lo deja entrever el propio Folle, aunque su relato no tiene por objetivo hablar de una gestión sino de historias de vida, de gente que algún día saldrá en libertad.
Aureliano Folle es un fiel testigo del antes y el hoy, su mirada es válida y necesaria para tener presente que la cárcel es parte de la seguridad pública, porque de allí deben salir ciudadanos rehabilitados, gente que el país necesita para seguir creciendo. Gente que hace falta en un país de baja natalidad, que no puede darse el lujo de perder una porción importante de su juventud entre rejas. Su libro viene en un momento de cierre de una gestión que puso énfasis inequívocos en la mejora del sistema carcelario y hoy es ejemplo para el mundo.
Miradas que debieran compartir algunos líderes que siguen manejando discursos anacrónicos e inexactos de una realidad que hoy es diametralmente distinta. Pero eso es parte del mezquino juego de la política, que no reconoce logros, y menos si son tiempos electorales.
“La otra mirada” vino para quedarse, porque ya se anuncian más miradas por parte del autor.
Miradas como estas dicen mucho y se hacen necesarias… hasta imprescindibles.
el hombre caminó hasta el portón,
allí lo esperaba el perro…
El Perro Gil
Columnista uruguayo
La ONDA digital Nº 674
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