Ignorar lo que pasó a los angoleños en los 70 en
el nombre de una disciplina de izquierda y de la
unidad, es una traición peligrosa
En Angola, en 1977 a dos años de la independencia, un enfrentamiento interno en el Frente de Liberación se saldó con miles de asesinados, un hecho que ha permanecido casi ignorado. Lara Pawson es una periodista inglesa que fue a trabajar a Angola ilusionada con aportar a la causa, cuando descubrió esta historia. En 2014 escribió En el nombre del pueblo: la masacre olvidada de Angola. Aquí reproducimos un artículo publicado el 5 de mayo de 2014 en The Guardian , que es a la vez una referencia de estos hechos el relato de una desilusión, la lucha por no caer en el cinismo y una reflexión sobre la izquierda y su relación con la verdad: “Para la mayoría, la política siempre fue mucho más que la mera batalla contra la derecha.” Creemos de interés reproducirlo cuando hoy hay desilusionados y defensores de que hay que sacrificar todo en la lucha contra la derecha. (Jaime Secco, traductor)
*******
A lo largo de los siglos, europeos de varios pelos intentaron concretar sus fantasías en África. Yo debiera saber eso, porque soy una de ellos. No es que haya tenido impulsos de conquistar, convertir, comercial y esclavizar, o ser paternalista, dominar y discriminar. Pero cuando partí para África, a fines del verano de 1998, yo era una más de los muchos que habían aspirado a contribuir con un proyecto socialista en ese continente.

Estaba convencida de que, en su base, el gobernante Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA) era un movimiento socialista radical que encarnaba el heroísmo de la liberación africana. Me habían inspirado los escritos de Basil Davidson y otros marxistas británicos que no me dejaron dudas sobre la integridad del MPLA bajo Agostinho Neto, el primer presidente de Angola independiente. A diferencia de sus rivales respaldados por la CIA, el Frente Nacional para la Liberación de Angola y la Unión por la Total Independencia de Angola (Unita), esta última que se alió con el régimen de minoría blanca de África del Sur durante casi dos décadas, yo creía que el MPLA había luchado por la libertad de todos los angoleños, sin importar su origen étnico, lugar de origen o color de piel.
Dicho eso, también sabía que luego de la caída del muro de Berlín el MPLA había realizado un giro político de 180 grados. Al abandonar el marxismo leninismo, había adoptado una economía de mercado que pronto lo transformó en un capitalismo de una rosca corrupta. El poder del Estado de partido único, que sobrevivía desde 1975 hasta las defectuosas elecciones de 1992, estaba concentrado ahora en el presidente José Eduardo dos Santos. Pese a ello, como muchos en la izquierda, mi odio se concentraba tanto en Unita que me fue fácil ver al MPLA como poco más que una víctima de la Guerra Fría y la política exterior de los EE.UU.
Cuando llegué a Luanda, yacía tiempo que el MPLA era -y sigue siendo- integrante de la Internacional Socialista, una organización que dice luchar por “políticas progresistas en un mundo más justo”. Recuerdo mi placer al escuchar a políticos y otros integrantes de la elite urbana llamarse camarada unos a otros. Incluso la retórica partidaria resultaba notablemente similar a la de los años revolucionarios de los 70. Pero, a pocos meses de desempeñar mi nuevo trabajo, cuando finalmente irrumpió la llamada ‘cuarta guerra’, ya no pude ocultarme lo enceguecedoramente obvio: si lo que buscaba era encontrar políticos revolucionarios, había llegado 20 años tarde.
De hecho, esto también era errado. Comencé a descubrir que la idea del apogeo del MPLA en los 70 estaba mal informada. Un colega angoleño me contó sobre el 27 de mayo de 1977, el día en que una fracción del MPLA se levantó contra la dirección y la luna de miel de la revolución se desmoronó. Algunos lo llamaron intento de golpe de Estado, pero mi colega insistió en que fue una demostración que se encontró con una brutal sobre reacción.
Cualquiera sea la versión que usted crea, ese día seis importantes integrantes del MPLA fueron asesinados por los partidarios del levantamiento. En respuesta, el presidente Neto, el politburó y los medios de comunicación estatales realizaron muchas declaraciones inflamadas que excitaron a una venganza extraordinaria. En las semanas y meses que siguieron, miles de personas -posiblemente decenas de miles- fueron asesinadas. Algunas de las ejecuciones fueron supervisadas por tropas cubanas enviadas a Angola por Fidel Castro para repeler una invasión Sud Africana.

Para mi este conocimiento fue profundamente perturbador. Puso cabeza abajo todo lo que creía saber; especialmente cuando comencé a entender que la purga de 1977 cimentó la cultura del miedo que ha moldeado a una generación. ¿Cómo -pre preguntaba- un acontecimiento tan terrible pudo haber permanecido tan poco conocido fuera de Angola?
La pregunta comenzó a obsesionarme. Vuelta a Londres varios años después, comencé a buscar en mi biblioteca referencias de lo que los angoleños llaman el vinte e sete (el 27). Hallé alguna frase extraña aquí y allí. En un libro, unos pocos párrafos. Pero lo que me giraba en la cabeza era cómo tantos observadores de Angola de izquierda, intelectuales que admiraba, todos habían hecho la vista gorda a miles de asesinatos. Era como si su compromiso con el partido fuera tan profundo que, al final, escuchaban sólo las voces de sus líderes y desoían las voces de abajo.
Muchas veces me sentí tironeada entre mis creencias socialistas y mi búsqueda de la verdad. En cierto momento, estaba tan desalucinada con la política revolucionaria que estuve cerca de abandonar todo. Pero las palabras de un viejo amigo, un hombre que fue preso y torturado por al MPLA en los 70, me mantuvo. “No podemos tener miedo”, dijo. “Debemos escribir lo que vemos y lo que sentimos. No te preocupes por lo que la gente va a decir… hazlo.”
El dilema de decir la verdad o quedarse callado no es nuevo. La izquierda europea tiene una historia de acatar la línea del partido en brega por libertad, igualdad y justicia: se le llama disciplina y unidad. En este punto, la Guerra Civil Española es una referencia obvia, ejemplificada por la narración Homenaje a Cataluña de George Orwell, sobre su experiencia personal con los comunistas españoles. No olvidemos que Víctor González, el editor de Orwell, se negó a imprimirlo “por creer, como creía mucha gente de izquierda, que todo debía ser sacrificado para preservar el frente común contra el surgimiento del fascismo”. A lo largo del último siglo, lo “sacrificado” va desde las millones de víctimas de la brutalidad de Stalin, pasando por los escritores cubanos cansados de dictadura a camaradas mujeres en los partidos obreros socialistas reclamando justicia por reclamos de abuso sexual.
Sé que habrá gente que insistirá, como el filósofo francés Pilles Deleuze, que “los argumentos que provienen de la experiencia personal privilegiada son argumentos malos y reaccionarios”. Pero al considerar el caso de Angola y el historial de brutalidad del MPLA, me parece que privilegiar la teoría ideológica sobre las experiencias vívidas de la gente, que casi siempre son contradictorias, complicadas y borrosas, es mucho más peligroso. Lo que sobre Angola olvidamos muchos de nosotros en la izquierda, es que, para la mayoría, la política siempre fue mucho más que la mera batalla contra la derecha.
Por Lara Pawson
Fuente:Publicado en la sección de Opinión de The Guardian el 5 de mayo de 2014.
Lara Pauson. Foto usada en la promoción de In the Name of the People: Angola’s Forgotten Massacre.
Foto Portada: Soldados del Frente Popular para la Liberación de Angola en diciembre de 1975. Foto: Popperfoto/UPH.
La ONDA digital Nº 828 (Síganos en Twitter y facebook)
(Síganos en Twitter y Facebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA
Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.
Otros artículos del mismo autor: