Lo conocí en enero de 1971, días antes de la creación del Frente Amplio. Una reunión en su casa para la creación de un grupo asesor. Estábamos Alberto Methol, Germán Wettstein, Pedro Seré, Samuel Lichtenzstejn, Esteban Campal que después se retiró, el coronel Zufriategui y yo, Alberto Couriel. Tuve de entrada una muy buena opinión, porque le pregunté sobre la participación social en los procesos democráticos, cuando ya teníamos las experiencias del Chile de Allende y del Perú de Velazco Alvarado.
Me contestó con muy alto nivel y creo que me dejó satisfecho. El grupo asesor precisaba un periodista y buscamos a Eduardo Galeano y a Guillermo Chiflet. Ellos no podían y nos sugirieron a Julio Rosiello que se integró al equipo. El grupo asesor se reunía con Seregni, en su casa, todos los lunes a las 21 horas. Las reuniones eran una fiesta.
No se faltaba, no se suspendían y eran un aprendizaje para todos. Se mostraba una gran capacidad de Seregni para recibir ideas, para mostrar sus conocimientos y sobre todo para conducir y mantener el grupo. Junto con Seregni elaboramos muchos discursos, y mantengo en la memoria especialmente el primero, que fue el del 26 de marzo de 1971, y las largas charlas para el discurso del 29 de abril de 1972. El primero era una prueba de fuego.
El segundo era en un momento muy difícil, era el de cambios para la paz y paz para los cambios. Los leía magistralmente, como uno muy aburrido sobre las primeras 30 medidas del FA, cosechando permanentes aplausos. Sus discursos tenían total independencia de los distintos sectores políticos. Bajaba línea a partir de sus convicciones e incluso arriesgaba posiciones que después tenía que defender en la interna del FA. Fue una de las experiencias más ricas de mi vida.
Seregni tenía fuerte personalidad. Era profundamente democrático y sostenía que uno de los motivos de la fundación y creación del Frente Amplio eran para salvar la democracia. Sus principios democráticos ya los había demostrado en la sucesión por la muerte de Gestido, donde primaron sus principios en defensa de la Constitución y la ley.
Era un defensor de la democracia política, pero también de la expansión de los derechos civiles, políticos y sociales de los ciudadanos. Era un estadista, un estratega con amplia formación histórica, con una concepción global del mundo. Cualquier nueva idea la integraba a su totalidad. Venía del viejo batllismo, renovador, innovador con énfasis en la justicia social. Estaba llamado a conjugar libertad y justicia, uno de los mayores desafíos de la democracia y de la política.
Era un hombre abierto al diálogo, un negociador permanente con capacidad para buscar distintos ámbitos para dialogar, negociar, acordar. Me acuerdo en la Comisión de Economía de la Conapro, él creía que iba a ser muy difícil acordar. Cuando yo le comuniqué que habíamos llegado a un acuerdo, me abrasaba y me besaba, de tanta alegría que tenía. Había logrado una profunda cultura de gobierno, por el realismo, por la viabilidad de las propuestas, por su formación e incluso por su experiencia en los altos cargos militares. Enfrentaba la demagogia política.
En una oportunidad, le comenté la necesidad de otorgar aumentos de salarios. Ah, no no, me dijo. Entonces le expliqué que el aumento de los salarios reales significaba una mayor demanda interna y aumento del consumo privado. Que este aumento significaba la posibilidad de incrementos de la producción, lo que generaba mayores empleos y mayores ingresos.
Que estos nuevos ingresos significaban nuevos aumentos de la demanda interna y para la mayor producción se requerirían aumentos de inversión, continuando el circuito ascendente. Ah, me dijo. Eso es otra cosa. Tenía entereza y dignidad. Nunca hablaba ni se quejaba de las condiciones inhumanas durante su prisión.
Sus primeros discursos los leía. Un día, en un acto en Pérez Castellano y Sarandí, empezó a hablar sin papeles. Estábamos junto a Zufriategui, y yo sufría. Me acordé de ese momento cuando le escuché su último discurso en 2004 en el Paraninfo de la Universidad cuando, sin papeles en la mano, dictó una extraordinaria conferencia, por sus contenidos, por sus conocimientos, por la extraordinaria experiencia que había adquirido, por sus convicciones, por el equilibrio entre la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad.
Estuve ligado a Seregni desde enero de 1971 hasta fines de 1988. Siempre recuerdo que en setiembre de 1973 la Universidad organizó un ciclo de charlas con propuestas sobre la realidad nacional. Era el Programa Nacional (Prona) y me correspondió dar la última charla cerrando el ciclo. Fue un éxito total.
Yo miraba al público, entre el que, por supuesto, estaban todas las autoridades universitarias, pero sentía que me faltaba alguien. Me faltaba Seregni, como si fuera una especie de padre adoptivo, que en esos momentos estaba preso. Ese fue el estilo de mi relación personal.
Pero también hay diferencias de padres e hijos, sobre todo si el padre es un poquito fuerte y el hijo relativamente rebelde. Yo era presidente de la comisión de programa del FA y mantenía mis convicciones y mi independencia. Me retiré manteniendo mis principios. Pero también empecé una nueva carrera, directamente como político, como parlamentario en la que cumplí 25 años de tareas.
Seregni rebasó fronteras. Fue un hombre del Frente Amplio, del Uruguay y muy apreciado y considerado en el plano internacional. La historia recogerá su vida, su personalidad, su coraje, pero uno siente que es de los personajes que necesariamente se vuelven paradigmáticos.
Fue el hombre de la resistencia, como el preso más emblemático de la dictadura, pero también el hombre de la construcción, de armar acuerdos y una de las grandes personalidades del Uruguay contemporáneo. Gracias Seregni por lo que yo recibí, gracias por el Frente Amplio, gracias por el sistema político uruguayo, gracias por la democracia nacional y mundial, gracias por compartir la amistad con un gran estadista.
Por Alberto Couriel
Economista y ex senador
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