Es la Institucionalidad, Luis

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En el bar de Luis, Julio María no se sorprendió, una banda de coimeros en la barra se instaló. No dice que el dueño permitió y las banquetas acomodó.

Ese bar antes era la vida, el encuentro y la alegría. Era el corazón de Pedro, María, Juan y José, mujeres y niñas.

Todos y todas compartían, es claro, inconvenientes también subsistían.

El barrio cedió. Con Luis la firma del bar cambió pero nada mejoró y oscureció. La transparencia se perdía, las ventanas siempre estaban cerradas, vidrios sucios y con cortinas. Mucho humo y olor a frito.

Luis nunca trabajó. Las responsabilidades lo sorprendieron. Estuvo siempre con poca visión solo preocupado por la recaudación. A Alejandro, referente de la banda, alas le concedió, de charlatán a capanga del bar como en un tubo ascendió. La mafia en el barrio instaló.

Sea todo por el bien del recaudador. En perro fiel, obediente y vestido de traje, dijo “Sí Señor”, su nuca a Luis prestó. Luis en líder se convirtió.

Qué triste es Julio María, justificarse siempre así, con perfumes livianos para cerebros distraídos. Siempre subestimó. Él de bares sabía porque con las razias mucho conocía, así también del barrio aprendía y requisaba los secretos de cualquier vecino y vecina.

Julio María viejo lobo, dueño de otros bares, las luces nunca lo caracterizaron, al barrio mucho mal siempre le causó.

Luis aprendió muy mal, ya sin su postre pan de azúcar, al barrio afectó. Solo ofrece ñoquis y bizcochos vigilantes.

Sus empleados por las azoteas y puertas traseras escapan y abandonan el bar como en cuevas de drogas entre renuncias por mentiras, falta de ética, complicidades e imputaciones. Luis dice que su staff lo renueva por éxito. Pero ni la doña de la esquina, ella siempre tan confianzuda, igual, no se lo cree:

¡Mijo no mienta y no me asuste!, reclama la señora mirando fijo al bar.

Luis a los clientes no les ofrece leer La Diaria ni ver TV Ciudad, prefiere la Biblia y El País sobre el mostrador, tampoco permite comentar noticias de periodistas del diario El Observador.

Cuando hay noticias de policiales en la televisión sube al máximo el volumen de la radio para escuchar las propagandas que él permite hacer sentir. Lo tratan de poco libertario, nene cocorito y egoísta. Hasta desanima ir a saludarlo.

Qué oscuro es el bar de Luis, de mal en peor, pero Julio María insiste que es feliz, según él, así es como se debe vivir.

El barrio, en búsqueda de la vida, ya consiguió pinturas, herramientas, manos compañeras y suma voluntades, además materiales. Así en la vereda del frente, en un nuevo próximo bar, en fachada opuesta al bar de Luis, vuelven a soñar con el corazón y la ilusión, bailes y sonrisas, con anhelo de un salario después de trabajar que les permitan ser feliz para cada uno y sus familias.

Dicen que Alejandro y Luis no se hablan, no se dan la espalda por miedo a la traición, se soltaron la mano, solo pelean por un salvavidas inflable, el único adorno en el bar de Luis.

Ellos por la mandíbula de tiburón en la pared del sótano no se preocupan porque con la de ambos ya alcanza.

¡Qué oscuro y no trasparente está el bar de Luis!, en la esquina dice el mensaje de la pancarta.

Decimos. Qué tristeza. Cuánta razón.

Por Andrés Legnani

 

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