Quién controla el amor…¿Salir con alguien en la era del algoritmo?

Tiempo de lectura: 7 minutos

 
Un trabajo de Evelina Johansson Wilén, Maria Wemrell y Lena Gunnarsson para la Revista Jacobin 

Las aplicaciones de citas transformaron la intimidad en un mercado de frustración. Alimentan el conflicto entre géneros mientras extraen valor de manera implacable de nuestros deseos más íntimos.

Quién controla el amor: los hombres, las mujeres o el capital? A primera vista, la pregunta suena absurda. Se supone que el amor, en la era moderna, es una de las experiencias más personales, ajena a la política o a la economía. Sin embargo, en la era de las aplicaciones de citas, se convirtió en uno de los principales campos de batalla de la vida contemporánea.

En todo el mundo, una proporción cada vez mayor de personas encuentra online a sus parejas sexuales y románticas. En Suecia, donde vivimos, los números son llamativos: un tercio de quienes tienen entre quince y treinta y cuatro años hoy sale con gente a través de aplicaciones, y casi la mitad afirma haber usado internet para buscar pareja. Encuentros que antes tenían lugar en el trabajo, en círculos de amistad o en bares del barrio ahora se trasladaron a escenarios digitales. No obstante, lo que podría parecer una ampliación de las posibilidades del romance coincidió con un aumento de la soltería, tanto en términos absolutos como en proporción de la población. Mientras algunas personas abrazan la soltería como una elección positiva, otras la viven como una soledad no deseada, incapaces de encontrar la intimidad que anhelan.

Estas frustraciones no quedaron en el ámbito privado. Se politizaron y alimentaron una nueva polarización entre los sexos. En un polo están los «incels», hombres que se definen como célibes involuntarios y están convencidos de ser los perdedores de un mercado sexual en el que, supuestamente, las mujeres detentan el poder. Los incels forman parte de la llamada «manosfera», marcada por el antifeminismo y la misoginia, que en algunos casos desborda en violencia letal. En el otro polo están mujeres que perdieron por completo la fe en las relaciones heterosexuales, retomando planteos del feminismo radical según los cuales la intimidad con los hombres está inevitablemente estructurada por la dominación y la objetivación. En 2019, el escritor Asa Seresin describió este giro hacia el desencanto como «heteropesimismo», un concepto que desde entonces se expandió desde blogs académicos hasta revistas de estilo de vida.

Ambas posiciones siguen siendo minoritarias, pero muchos hombres y mujeres expresan sentimientos similares. Esto pone de relieve la fuerza política explosiva de las necesidades insatisfechas de sexo e intimidad. La soltería, vista así, no es solo una condición individual sino el reflejo de tensiones sociales más profundas. La pregunta es por qué estas tensiones adoptan la forma de conflictos de género destructivos. ¿No podrían articularse de otro modo, quizá incluso de maneras con potencial progresivo?

El amor bajo el capitalismo- Desde hace tiempo, las feministas marxistas sostienen que el capitalismo moldea las condiciones del amor. Las formas de la intimidad, las expectativas que depositamos en ella y el trabajo que implica no pueden entenderse al margen del desarrollo capitalista. En particular, la teoría de la reproducción social subrayó la forma en que los ideales dominantes del amor sirvieron para ocultar el trabajo doméstico, realizado en su mayoría por mujeres, que sostiene a la sociedad. Cuando el trabajo de cuidado se presenta como una expresión pura del amor, fuera de todo contexto político, se lo privatiza, se lo despolitiza y se lo retira del terreno de la lucha colectiva.
Pero no solo se transforman el significado del amor o las dinámicas dentro de las relaciones. La dificultad que muchas personas experimentan hoy para conocer parejas debe entenderse en relación con la expansión del capitalismo a cada vez más dimensiones de la vida. Incluso nuestra búsqueda del amor quedó colonizada. Como argumentan el filósofo italiano Sandro Mezzadra y el teórico social australiano Brett Neilson, el capitalismo contemporáneo extrae cada vez más valor de los bienes comunes y de las comunidades sociales. El capitalismo digital obtiene ganancias de nuestras interacciones sociales en plataformas. Los «me gusta», los comentarios y los compartidos se monetizan, se venden como datos o se aprovechan para ingresos publicitarios. Las aplicaciones de citas son uno de los ejemplos más claros de esta dinámica.

Muchas personas llegan a las apps de citas con un sueño: encontrar el amor, a menudo imaginado como una relación estable, monógama y de largo plazo. Aplicaciones como Tinder o Hinge venden precisamente ese sueño. Sin embargo, cuando el anhelo de amor de las personas se encuentra con el interés de las plataformas por maximizar ganancias, el resultado parece condenado a la frustración.

Aunque existe poca información dura sobre el diseño algorítmico de las plataformas de citas, la rentabilidad de las empresas que las gestionan depende de mantener a los usuarios enganchados. Hay un interés estructural en no cumplir plenamente la promesa de encontrar pareja. Cuanto más desesperadamente buscan amor las personas, más rentables se vuelven para las plataformas. Algunas investigaciones sugieren que bajar la calidad de los «matches» o privilegiar a ciertos usuarios «populares» puede prolongar el proceso de búsqueda. Funciones como el deslizamiento infinito, las estructuras adictivas de recompensa y los muros de pago refuerzan un uso compulsivo más que conexiones significativas. Si las aplicaciones fueran realmente eficaces, si ofrecieran de manera consistente relaciones duraderas, socavarían sus propias fuentes de ingresos. El amor se convierte así en la mercancía más íntima: algo que se promete pero rara vez se entrega, que se posterga sin fin pero se comercializa sin descanso.

El desplazamiento del conflicto –Las contradicciones entre lo que las personas buscan —amor, intimidad, estabilidad— y lo que las apps ofrecen con facilidad —opciones infinitas, recompensas inmediatas, interrupciones constantes— parecen hechas a medida para la crítica. Sin embargo, el conflicto político e ideológico central en torno a las citas hoy no enfrenta al capital con el amor, sino a los hombres con las mujeres.

En nuestra investigación sobre la soltería y la castidad involuntaria, vemos cómo las plataformas de citas se convirtieron en escenarios donde viejos conflictos de género se reeditan bajo nuevas formas. Los hombres suelen interpretar sus dificultades en las apps como una prueba de la hipocresía feminista, afirmando que el relato del poder masculino y la falta de poder femenino ya no se sostiene. La narrativa de la marginación masculina en la era de las citas digitales no se limita a los incels: reaparece en sectores más amplios de la población masculina. En entrevistas, muchos hombres solteros de larga data se describen como impotentes, con mujeres que detentan la iniciativa. Los datos de encuestas de nuestro proyecto muestran que algunos hombres —de distintas edades, solteros y en pareja— creen que los hombres son los perdedores de la sociedad contemporánea, especialmente en lo que respecta al amor y al sexo.

¿Es esto cierto? Sí y no- Está bien documentado que los hombres dirigen mucha más atención a las mujeres en las aplicaciones de citas que a la inversa. En parte, esto refleja una cuestión demográfica: suele haber más hombres que mujeres en las plataformas. Pero también refleja patrones tradicionales del cortejo heterosexual, que el diseño de las apps tiende a amplificar. Los hombres deslizan de manera más amplia, a menudo de forma indiscriminada. Las mujeres son más selectivas y terminan ocupando el rol de guardianas. En ese sentido, las mujeres pueden parecer las «ganadoras» de las citas en línea, con más opciones y mayor poder de negociación.

Pero el panorama es más complejo. Las propias mujeres suelen rechazar esta idea y señalan las cargas y los riesgos que conlleva ser el blanco de una atención masculina masiva. Para muchas, resulta prácticamente imposible procesar el volumen de mensajes y coincidencias. Algunas mujeres que entrevistamos describieron las citas en línea como emocionalmente agotadoras, incluso hasta el punto del burnout. Lo que los hombres interpretan como un privilegio femenino puede verse con la misma facilidad como una externalización, por parte de los hombres, del trabajo de selección hacia las mujeres. Son ellas quienes deben hacer el trabajo de ordenar, filtrar y evaluar, algo que implica no solo costos emocionales sino también riesgos reales. Porque la atención masculina no es simplemente halagadora: también puede ser amenazante. Un rechazo suele provocar hostilidad, insultos o incluso amenazas. Las mujeres que navegan las citas en línea gastan enormes cantidades de energía gestionando el riesgo de acoso y violencia.

Así, mientras las experiencias masculinas de rechazo e invisibilidad son reales, las experiencias femeninas de sobrecarga, hostilidad y peligro no lo son menos. Ninguna de las dos partes está verdaderamente «ganando». Ambas quedan atrapadas en estructuras de frustración y asimetría, moldeadas por normas patriarcales e intensificadas por el capitalismo digital.

El amor como mercancía, el conflicto como subproducto- Aunque muchas personas encuentran pareja a través de las aplicaciones de citas, los mecanismos algorítmicos de las apps también desempeñan un papel clave al mantener a grandes sectores de usuarios en un estado persistente de frustración. Al hacerlo, alimentan no solo la acumulación de capital sino también la intensificación del conflicto de género.
Tanto hombres como mujeres recurren a las apps en busca de conexión. Pero en lugar de nuevas relaciones sexuales o incluso de una cercanía básica, a menudo se topan con desconfianza. Los hombres se perciben como marginados, mientras que las mujeres se sienten sobrecargadas y en peligro. El trabajo emocional que implica moverse en este terreno recae de manera desproporcionada sobre las mujeres, que deben gestionar tanto la atención no deseada como la agresión masculina. Cuanto más fallan las apps en cumplir sus promesas, más se acumula la frustración, y más probable es que se dirija lateralmente, hacia el otro sexo, en lugar de hacia arriba, hacia el capital.

Esta es una de las paradojas del amor bajo el capitalismo. Nuestros deseos más íntimos —el anhelo de cercanía, de reconocimiento, de pareja— se convirtieron en combustible de un sistema que prospera gracias a la frustración. El capitalismo digital extrae valor de nuestras interacciones sociales y, en el caso de las aplicaciones de citas, el resultado es un círculo vicioso: cuanto más difícil se vuelve la intimidad, más dependemos de las apps; cuanto más dependemos de las apps, más frustrados quedamos. Muchas de las personas que entrevistamos dijeron que querían dejar las aplicaciones, pero no veían alternativas viables para encontrar pareja. Las apps de citas no solo transformaron la forma en que nos conocemos, sino también la manera en que experimentamos el rechazo, el deseo y la vulnerabilidad. Convirtieron la intimidad en un campo donde los conflictos de género se amplifican, pero donde el verdadero vencedor es el capital.

Y así, la pregunta vuelve: ¿quién controla el amor? Dejarlo en manos del capital, que promete satisfacerlo mientras prospera a partir de la frustración de nuestro anhelo amoroso, parece una mala idea. Pero si reconocemos al amor como algo por lo que vale la pena luchar, podemos empezar a imaginar alternativas, donde la intimidad no se explote con fines de lucro y donde nuestra necesidad de amor y cuidado no se use como un arma contra nosotros.

 

 

 

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