La victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton, tal como el suceso del nacionalismo de derecha británico en oportunidad de la votación del Brexit, sorprendió a la absoluta mayoría de los analistas. Sin ser un analista profesional, acompañé atentamente las dos campañas, y también fui sorprendido. Pero, en el caso de Trump, mi sorpresa fue menor.
Y lo fue porque la lectura de los medios de comunicación americanos, y también la atención que di a las evaluaciones más a la izquierda, estampadas en los medios de comunicación de menor porte, me permitieron intuir, dos o tres semanas antes del 8 de noviembre, que el ‘establishment’ demócrata y la izquierda independiente se encontraban inmersos en un manifiesto estado de angustia.
Leí ese cuadro de incertidumbres – los recurrentes apelativos a todos los argumentos posibles con vista a movilizar a los electores demócratas y a los indecisos a comparecer a las urnas e impedir el ascenso del horror que se perfilaba -, como síntoma de que la llegada de Hillary Clinton a la Casa Blanca, en la etapa final de la carrera presidencial, pudiera estar tal vez amenazada, a despecho de los resultados alentadores de la casi totalidad de los sondeos de opinión.
Los argumentos esgrimidos contra la barbarie que es Trump en el plano interno, muy certeros, precisos, esclarecedores. Pero, en paralelo a esa bien fundada argumentación, también se recurría a un género de discurso emparentado con variantes del macartismo, los defensores de la candidata al final derrotada jugando cada vez más frecuentemente, con fundamentación muy frágil, la carta del peligro rojo que, en su límite, condenaba el candidato republicano como aliado consciente, instrumento útil o cómplice desvergonzado de Putin. La articulación del enemigo interno – el bárbaro – con el externo – el ‘moscovita’ -, caracterizó la retórica demócrata, en sí misma, revelando la dificultad de llevar a Hillary Clinton al poder. Esa anacrónica recreación de la Guerra Fría la interpreté como un recurso algo desesperado, síntoma del enflaquecimiento de la candidatura. Pese a lo cual, e incluso teniendo en cuenta el avance de Trump en el final del juego, creía que Clinton ganaría por poco.
La derrota de la candidata demócrata es aun mayor que el monumental fracaso do partido. Primordialmente, registra el naufragio del ‘establishment’ neoliberal (suma de demócratas y republi-canos) ante las fuerzas que él mismo creó desde por lo menos los años 80 del siglo pasado. El ciclo neoliberal inaugurado por Reagan fue reforzado, variantes distintas de un mismo modelo siendo adoptadas por los Bush y por Clinton. Obama, en ese movimiento que con Hillary llega a su término, más continuidad que cambio, y por ello frustración grande del arco entero de los inicialmente esperanzados. Obama y Carter, a final, vidas paralelas.
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“A vitória de Donald Trump sobre Hillary Clinton, tal como o sucesso do nacionalismo de direita britânico quando da votação do Brexit, surpreendeu a absoluta maioria dos analistas. Sem ser um analista profissional, acompanhei atentamente as duas campanhas, e também fui surpreendido.
Mas, no caso de Trump, minha surpresa foi menor. Isso porque a leitura da mídia americana, e também a atenção que dei às avaliações mais à esquerda, estampadas na ‘imprensa nanica’ dos Estados Unidos, permitiram-me intuir, duas ou três semanas antes do 8 de novembro, que o ‘establishment’ democrata e a esquerda independente se encontravam imersos em manifesto estado de angústia”.
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Si la derrota de Clinton fuera apenas la del ‘establishment’, daría para festejar. Pero no lo es. El éxito de Trump significa sobre todo la derrota de las mujeres, de los negros, de los latinoamerica-nos que se ganan la vida en los EUA, de los musulmanes, de las minorías de orientación sexual, de la izquierda en general y de todo lo que de alguna manera se puede llamar, pensando en la Ilustración, ‘the liberal tradition in America’. Claro, ‘liberal’ en el sentido americano, significado forjado por intelectuales críticos, una cierta izquierda basada en una específica visión de democracia (Dewey) y sociedad (New Deal).
A la victoria de Trump hay que añadirle la continuidad de la hegemonía republicana en el Congre-so. Aun así, a contramano de la lectura meramente empírica e inmediatista, el presidente electo no tendrá una vida fácil, dado que una parte de su partido, los que realmente son el núcleo de la élite republicana, el ‘establishment’ del ‘establishment’, no la masa de los descontentos ciudadanos que votaron por él, continuará arisca al ‘líder’ al menos por un año más.
Del lado de los electores demócratas, el momento más difícil llegó como una avasalladora sorpresa. En ese escenario, es difícil decir si el ‘rumbo Sanders’, la alternativa de izquierda, perdedora en el seno del partido, se fortalecerá o no durante los próximos años. Pero el experimento «clintoniano», el del marido y el de la esposa, y toda la estrategia que la pareja impulsó durante décadas, está claramente agotado por un buen tiempo. En ese contexto, el ascenso de Trump a la presidencia es un cataclismo en la cima de la pirámide social, y también una catástrofe inimaginable hasta dos meses atrás, inclusive para los líderes de los partidos tradicionales. La derrota de Hillary Clin-ton afecta tanto a las bases como al círculo dirigente de ambos partidos hegemónicos, y complica aun más el funcionamiento de los circuitos de poder en Washington. Un nuevo ciclo comienza.
En el registro del progreso que es barbarie, el país, a partir del día 8 de noviembre, ciertamente aun menos civilizado, aunque se sepa que los EUA civilizados pasaron a ser, hace mucho tiempo, desde por lo menos el inicio de la guerra infinita al terror, una mera figura retórica. En esa metamorfosis regresiva, cuya génesis se sitúa en los años 80, lo mítico de la excepcionalidad viene siendo gradualmente abandonado; la corrosión social se expande; y la violencia externa se multi-plica. Los resultados electorales apenas confirman, en la superficie de la política partidaria, lo que fue destruido, o debilitado tal vez irreversiblemente, en lo más profundo de la sociabilidad, en las bases de la vida en común, de lo social y a lo económico y a lo cultural, a lo largo de dos genera-ciones.
Los derrotados de ahora se ven en esa situación porque durante cerca de cuarenta años no presta-ron atención al desarrollo de una forma subterránea y siempre negada de declive, cambio a señalar tanto en lo interno (la desigualdad creciente, el racismo fortalecido) cuanto en la cara externa, los EUA perdiéndose en la ‘hubris’ del ejercicio del poder al intentar modelar unilateralmente el mundo de la geopolítica y de la geoeconomía. De ahí los transes sucesivos, desde Afganistán hasta Siria, pasando por Libia, Irak, Yemen, Egipto, Ucrania y demás. En ambos planos, el interno y el externo, esa obra es responsabilidad conjunta de los sucesivos gobiernos republicanos y demócratas, desde Reagan hasta Obama. Ahora, y por el futuro previsible, tanto para los que viven en los EUA como para nosotros, es navegar con ojos desarmados porque la bruma es densa; y el mar, agitado.
La elección de Trump es el cambio de rumbo más importante que los personificados por Kennedy y Reagan. Sólo tiene parangón, tal vez, con lo operado por Roosevelt y el New Deal, aunque lo que Trump inaugura tenga signo opuesto al experimento que condujo al estado de bienestar social. Vivimos el comienzo de tiempos oscuros. Conflictos aumentados en lo interno de la república. Imprevisibilidad aun mayor en la imperial proyección externa. El mundo encaminándose hacia un catastrófico desequilibrio.
El viraje de Roosevelt, una especie de ‘aggiornamento’ americano; el de Trump, un tipo de dinámica reaccionaria que tuvo en los blancos pobres, los de las ciudades, los del campo, los de la agricultura, de la industria y de los servicios, un conjunto de trabajadores burlados que fungieron como brazo operacional. Catarsis gigantesca que encontró en la extrema derecha, desde el Ku Klux Klan a los neoconservadores, de la derecha republicana a la que va mucho más allá en sus taras, sus principales ideólogos y sus más entusiastas activistas.
En especial y como siempre, para la concreción de esa victoria de lo que hay de peor en la clase dirigente contribuyó decisivamente una parte del grupo de multibillonarios que la Suprema Corte consagró como los grandes financiadores electorales, y, completando el escenario, la bien aceitada interacción entre política, ideología, economía y movilización popular, la incesante ´manufactura del consenso´ por los bien financiados y pertrechados medios de comunicación derechistas. El ascenso irresistible de Trump, cumplimiento de la mano que financia. La sorprendente victoria, construcción estratégica de los que cotidianamente diseminan las pasiones ancladas en el resentimiento. En la bodega de la victoria, parte significativa de las clases desheredadas.
En términos históricos, en el tiempo de la larga duración que se cuenta por generaciones, la presente escisión política, ideológica, económica y cultural sólo tiene precedente en los EUA de la segunda mitad del siglo XIX. Resulta de la erosión y fragmentación sociales maximizadas por la experiencia de la vida cotidiana bajo la égida del neoliberalismo. Esa es, a mi modo de ver, la di-mensión profunda que condujo al encantamiento de una parte significativa de las clases populares con Trump. Esa es la corriente profunda que debilitó en mucho a la clase media, hoy internamente polarizada. Esa es, a fin de cuentas, la dimensión inamovible que en buena parte explica la ´sorprendente´ victoria de Trump. Como la derrota de la propuesta de Hillary deja al ‘establishment’ sin horizonte estratégico, y como la victoria de Trump crea aun mayores incertidumbres e indeterminaciones en el seno de la élite dirigente, las tensiones internas deben aumentar en los años venideros, esparciéndose por todo el cuerpo social. Su límite y sus riesgos escapan, en este momento, a cualquier intento de cálculo.
El resultado de las elecciones tal vez esté apuntando para al menos dos fenómenos entrelazados. La dimensión republicana, el lado interno de los EUA, se encuentra peligrosamente debilitada. El cuerpo social está ostensiblemente fraccionado; sus partes constitutivas, irremediablemente contrapuestas. Por eso mismo, en la otra punta, la de la proyección imperial, el uso externo del poder y de la violencia tiende por algún tiempo a quedar en un compás de espera. Las dos caras que forman la República Imperial parecen estar deteriorándose, aunque lentamente. O, tal vez, ya no tan lentamente.
En el caso de que las ideas manejadas por Trump durante la campaña electoral se concreten, incluso parcialmente, quién sabe si de esa operacionalización resulte, para sorpresa de muchos, alguna autocontención geopolítica inicial ante Rusia y China. Ese escenario especulativo tiene en cuenta que el 8 de noviembre significó también, de modo indirecto, el enflaquecimiento del arsenal de ideas manejado por el «establishment’ en el ámbito estratégico de la política externa. Esa evaluación también registra que las pasiones despertadas por la campaña presidencial, encarnadas sobre todo en Trump, Hillary y Sanders, suscitaron nuevos problemas teóricos y prácticos para el ejercicio, en bases previsibles, del papel hegemónico que los EUA asumieron desde el final de la dé-cada de los 80 del siglo pasado. Así, a la evidente desorientación interna puede venir a sumarse, al menos en el corto plazo, algún constreñimiento para la proyección externa de la ‘hubris’ imperial.
Trump en el poder, ¿confirmación de lo que tantos analistas ven como un nuevo capítulo del largo ‘declive americano’?
Tadeu Valadares
Embajador del Brasil, jubilado.
Traducido por Héctor Valle
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