La obra de Gabriel Orozco es perfectamente consecuente con sus limitaciones, su repetitivo repertorio utiliza lo más elemental que tiene al alcance, el tema de su obra es el mínimo esfuerzo. La especialización de las tiendas Oxxo es vender en cada esquina la comida chatarra que enferma de diabetes y obesidad a la población de México. La especialización de Orozco es tratar de ser simpático con objetitos e ideas sin complicaciones, su última ocurrencia es fusionarse con los productos de la tienda Oxxo, haciendo botanas y refrescos conceptuales. Comida chatarra readymade, sin valor nutricional, es el soporte perfecto para un arte chatarra readymade sin valor intelectual y estético.
Kusama puso sus bolitas en tiendas Louis Vuitton, Hirst en botas Manolo Blahnik, Orozco pone las suyas en bolsas de donas y junk food. Cada artista se pega en donde su fama y su cotización le permiten.
El concepto de la obra de Orozco y el de Oxxo tienen metas de a dos por uno: selección elemental de comida y obras procesadas de fácil consumo. Las papas fritas, pasteles empacados, refrescos, son fórmulas “secretas” de ingredientes químicos, diseñados para un consumo antojadizo que pasivamente se deja manipular por la publicidad; la “fórmula secreta” de la obra de Orozco es ser un eterno mingitorio firmado, de ingredientes retóricos, diseñada para coleccionistas que se dejan engañar por la manipulación publicitaria de los golosos teóricos, museos y galeristas.
La comida basura ha pervertido a la alimentación de la misma forma en que el arte VIP, como el de Orozco, ha pervertido el pensamiento artístico, los falsos argumentos de los nutriólogos que la industria compra para defenderse, son como los de académicos que divulgan al arte VIP. También coinciden en que la oferta del artista y de la tienda persigue al impulso irracional: nadie necesita refrescos o burritos prefabricados, ni pegatinas azules y rojas; es igual de ocioso comer un alimento artificial creyendo que eso nutre y comprar pegatinas creyendo que eso es arte.
Las diferencias son: la comida basura está atiborrada de conservadores para durar años sin descomponerse, es cara y se vende masivamente; las obras de Orozco caducan dentro de la galería y su impacto en el mercado es marginal, vende poco y no se cotiza entre los «famosos» del arte VIP internacional. El mercado de junk food satisface a sus clientes con azúcar, grasa y sal, sus logotipos de colores están más logrados que los circulitos “artísticos” que no mejoran el empaque. A nivel readymade la bolsa de papas-mingitorio es un producto más trabajado que la firma que lo hace “arte”.
Al mimetizarse con esta franquicia y sus marcas muy bien posicionadas, Orozco evoca el sueño imposible de ser conocido y adictivo en el mundo del arte como son esos productos basura en la población. Orozco dimensiona su obra voluntariamente, él mismo clasifica, define y compara su trabajo con productos sin calidad, que lucran con la ignorancia y la salud de las personas. Nos dice que su obra es desechable, inflada como una bolsa de papas fritas, dañina para el arte.
Por Avelina Lésper
Crítica de Arte arte contemporáneo
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