¿Por qué el gobierno no incide?

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Lo confieso. En la clandestinidad no imaginé esta circunstancia de tener que explicarle a Carlos María Domínguez, que el FA hace bien en no intervenir en la competencia entre dos grupos productivos nacionales, salvo si pudiera hacerlo para evitar que se beneficie de esa disputa alguna corporación ligada a las finanzas buitres y a la guerra (como temo, pese a desmentidos post mortem de sondeos de costos, puede ocurrir en la televisación de nuestro fútbol). No porque no creyera entonces que los ejes están más o menos donde creo ahora, sino porque era una perspectiva demasiado optimista.

Ni qué decir cuando entre esos empresarios integrados, quieran o no, en el mismo bloque histórico –y de poder– de nuestra democracia, brillan dos generaciones de referentes de la Selección celeste, surgidos del riñón del pueblo (Diego Lugano, Diego Godín, Nelson Gutiérrez, Enzo Francescoli).

El Frente Amplio tiene una teoría de la revolución uruguaya. Aunque a veces no le guste, la tiene. A la hora de resumir hechos políticos tuvo pensadores muy potentes que permearon los poros del Frente y de joselo PAGINAlas fuerzas sociales motoras de los cambios, con la dirección de sus devenires innovadores. Esa teoría no es indiferente a los matices y distingue perfectamente una oligarquía entreguista enroscada con el Imperialismo y una gran burguesía nacional conciliadora o consciente de tener su bolsillo en Uruguay, a la que se debe sumar al bloque del Uruguay Productivo (consigna basada en esa teoría).

Es absolutamente cierto que la riqueza en el fútbol la generan los futbolistas y tienen derecho a llevarse lo que les corresponde.  También es verdad que ciertas relaciones de producción traban el desarrollo de las fuerzas productivas, pero (exceptuando el dumping) no son las ganancias de la cementera Charrúa –aunque podría ser de una cooperativa de sus trabajadores–, ni las de Tenfield –que podrían ser corporativas de la Mutual, un suponer, o de alguna asociación civil de futbolistas–, las que traban el desarrollo. No sé cuánto ganan esas empresas, pero invierten en producción en un contexto financiero regional que nos afecta, marcado por el 1125 por ciento de ganancia anual del financista Paul Singer, según denunció la oposición argentina. Cooperativa, corporativa, empresarial, clientelista o el que sea, cualquier desarrollo productivo choca con esa muralla financiera. Lo demuestra la ausencia de la inversión esperada por Macri. ¿Qué puede esperar rescatar un inversor productivo de un gobierno comprometido a pagarle a Singer y que no recauda? Cualquiera que llegue ahora llega demasiado tarde al saqueo.

Hablando de muralla: Trump ha “exigido” a China “que se abra a los bancos”. Echó por tierra, desmoronó, años de trabajo y miles de millones de dólares destinados a ocultar en “Occidente” la verdadera causa del crecimiento chino.

China creció de a dos cifras durante quince años, sobre una base importante de acumulación anterior y  ahora, a ese crecimiento acumulado le agrega de a 6,5 %, anual que es una riqueza incalculable, pero no lo hizo porque son muchos, porque siempre fueron muchos. Eran más de 500 millones antes de la revolución, cuando bajo la opresión de los imperialismos “occidentales” y el japonés, su pueblo se ahogaba en despojos del opio en la miseria. La República Popular China es dueña de sus bancos y de su tierra entera e hizo un acertado diagnóstico de cuáles eran las contradicciones que determinaban el aislamiento de su enemigo principal. El endeudamiento con Wall Street de las multinacionales que operan y transfieren tecnología en China, sólo es superado por el del Estado USA. El endeudamiento del Estado chino es el menor del mundo y sus reservas monetarias las mayores. El camino es la recompensa: la Gran Marcha ni hablemos.

En el Frente tenemos menos radicales polémicas, a falta de mayor poder popular. Hace algún tiempo discutí con un compañero de una comisión económica del PIT-CNT sobre el clientelismo estatal, sobre el caso puntual de Buquebús y él estaba totalmente en contra de esa relación. Yo siempre estuve a favor de que el Estado generase sociedades y competencias controladas con capitales que adquirieran compromiso nacional por el interés de sus actividades, siempre que éstas sean ambientalmente sostenibles –no sólo porque objetivamente les interesara en lo económico y es bueno tenerlas con nosotros, sino porque es mejor aún que no estén junto al enemigo–, pero reconocí y reconozco, que no es lo mismo hacer negocio por tener un buen acuerdo con el gobierno y fondos para inversión, que haber tenido que pelearla contra todos los poderes fácticos como hicieron los vietnamitas (la comparación vale para la cementera con el multimedia).

¿Qué podría hacer el gobierno del FA para que El País –paradigma por excelencia del oficialismo de la dictadura fascista, así como de la actual oposición que el propio FA financió en su peor momento– no le pegue por ambos lados en su relato de esa competencia?

Acaso asumir la consecuencia de ir de una vez a por los medios. Porque es cierto que se los puede tener y no alcanzar luego los contenidos que produzcan sentido común; sobre todo porque de camino se asumen compromisos que, ya se sabe, dependen de correlaciones de fuerzas, pero también lo es que, sin los medios, llega  un momento en que escarbadientes no puede contra misiles.

Pablo Iglesias, el líder de Podemos en España, contestaba en una entrevista a Orencio Osuna: “Fíjate que el ejemplo italiano me entusiasma, a mí me gusta mucho la lectura que hace Perry Anderson de un “gramscianismo” discutible del PCI. Anderson, como buen marxista, dice que el marxismo del PCI en su lectura de Gramsci a través de Benedetto Croce les convierte en unos idealistas que les hace pensar que se puede ganar trabajando exclusivamente en el ámbito de la ideología. Y dice, a propósito de lo que estamos hablando, una cosa que es conmovedora, dice que el PCI estaba convencido de que era el dueño de la cultura en Italia.

Allí se habían repartido el poder después de la Guerra Mundial. Después de errores tras errores del PCI, de confiar permanentemente en la democracia cristiana, de ser víctima de la traición De Gasperi, de cómo les traicionan todos y aunque el poder político lo tuviera la DC, la cultura estaba en manos de los comunistas y cualquier intelectual de prestigio italiano o había estado o había tenido algún tipo de vinculación con el partido. Los mejores cineastas, los mejores literatos, la influencia en la escuela, incluso en la magistratura estaban con ellos y el PCI estaba convencido que la cultura era suya. Y, de pronto, aparece un tipejo que se llama Silvio Berlusconi, que está apoyado por Betino Craxi, que no podía comparar sus apoyos sociales a los de la DC, en un contexto en que la cultura audiovisual procedente de los EEUU es hegemónica, y resulta que en cuestión de unos pocos años, la realidad del éxito político en Italia se llama Forza Italia, que es un partido que demuestra que el país ha cambiado y que de esa tradición de los valores vinculados al comunismo queda muy poquito. La prueba es que vemos nada más y nada menos que al partido de Togliatti, Berlinguer convertido, primero, en algo que se llama el Olivo y finalmente en una cosa que se llama Demócratas y que no está ni siquiera en la internacional socialista, que encabeza un señor que se llama Matteo Renzi que es la definición de la nada política”.

La teoría del Frente Amplio tampoco valdrá gran cosa –como finalmente la de Togliatti o la de Berlinguer–, si el resumen lo hace la oposición, que hoy son los medios.

En seguridad o en educación no hay un tercero que reciba los palos a la vez que resuelva la perspectiva peor del problema, pero en el fútbol Tenfield le resolvió primero al gobierno colorado y después al del Frente, haciendo de chivo expiatorio hasta que últimamente El País encontró la grieta para hacer de la política del fútbol un pequeño festín contra el gobierno.
(continúa)

Por José Luis González Olascuaga
Periodista y escritor uruguayo

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