Cuando el horror y el dolor estremecen ante una tragedia con desenlace catastrófico como la acontecida el pasado jueves se plantea el compromiso de expresarse sobre las cuestiones que demanda la causa de los niños, su defensa, su protección, su cuidado. Es una obligación social, un compromiso que convoca a los profesionales y que debe cumplirse al margen de cualquier intento de obtener notoriedad, exposición mediática o reconocimiento a favor de la conmoción que generan dramas demoledores. Sin embargo, en lo que se dice a continuación no hay nada nuevo, nada concluyente, nada condenatorio, nada exculpatorio, nada definitivo. No se trata de juzgar sino de comprender.
El crepitar de los medios de comunicación, la multiplicación de declaraciones, de comentarios y de opiniones que saturan la redes sociales y el espectro electrónico en general nos indica que existen demasiados mitos y creencias que deben ser expuestos porque seguirán afectando nuestra comprensión de estos fenómenos cuando la conmoción actual se haya apaciguado, cuando los duelos se hayan resuelto, cuando el terror se haya olvidado, cuando las reflexiones se hayan olvidado, en fin cuando el abuso infantil vuelva a ser nuevamente ignorado, negado, ahogado.
1) Existe una sola forma de abuso: la violencia desatada o violencia física – No es verdad. El abuso físico, la violación, la tortura, el asesinato suelen ser la culminación de un proceso, generalmente prolongado y ominoso. La gama de pervertidos y pedófilos capaces de atacar a los más débiles, a los niños, a las mujeres, a los discapacitados, es muy grande y por definición resistente a los perfiles que elaboran algunos profesionales que pretenden ser los descubridores del agua tibia.
Es más, los más peligrosos son los “seductores”, individuos generalmente jóvenes o de mediana edad pero de esos que sus vecinos y conocidos califican invariablemente como “bueno, amable, servicial, incapaz de matar una mosca” y desde luego carentes de antecedentes penales.
El vecino del pedófilo que asesinó al niño Felipe aseguró ante las cámaras – antes de descubrirse el crimen – que el entrenador “aparecería con el niño porque lo quería mucho y era incapaz de hacerle daño”. La explicación de esta ceguera fenomenal radica en una incomprensión de las características de la violencia y sobretodo de la violencia siempre presente en los casos de abuso infantil. Se asocia violencia con la ira y los impulsos brutales y episódicos, con el contacto físico, lo cual permite que la violencia psicológica sea ignorada o menospreciada cuando no justificada.
2) La violencia psicológica: omnipresente y desconocida – La violencia psicológica es una agresión que se lleva a cabo sin que se produzca contacto físico entre las personas. Por ende puede encontrarase en todos los ámbitos (en la familia, en las relaciones de pareja, en el trabajo, en la escuela, en el deporte, etc.).
La violencia psicológica es una forma de presión que tiene lugar en el marco de una relación de poder de gran asimetría, es decir donde el violento impone a otro u otros determinadas acciones, influye sobre sus vínculos, inculca creencias y trastorna sus afectos. Generalmente se traduce en frases descalificadoras que intentan desmerecer y descalificar a otro individuo para adquirir un control total sobre la víctima (por ejemplo, el pedófilo intenta descalificar a los padres, en este caso a la madre del niño para ganar su lealtad incondicional y someterlo) o, por el contrario, en una actitud de dominio que se presenta como cariñosa, protectora, gratificante y complaciente.
La violencia psicológica es difícil de probar porque se desarrolla en un marco de ambigüedad y muchas veces encubierta en una “relación especial”, de amor, de amistad. En el caso de los niños que son víctimas de abuso la violencia psicológica es aún más ominosa porque el perpetrador explota vulnerabilidades propias de la infancia (socialización incompleta) y vulnerabilidades específicas (abandono paterno o materno, penuria afectiva y/o económica, situaciones de desprotección extrema: niños perdidos, catástrofes naturales, discapacidades, etc).
A diferencia de lo que sucede cuando se registra un maltrato físico y patente, la violencia psicológica se desarrolla de modo velado y puede tener lugar en cualquier ámbito sin perjuicio de lo cual y sobre todo en el caso de la violencia contra los niños y jóvenes existen escenarios más frecuentes, precisamente aquellos en donde el contacto físico, la cercanía de los cuerpos, es mayor (por ejemplo en instituciones deportivas, religiosas, educativas, recreativas y en el entorno familiar).
En el caso de los pervertidos, pornógrafos y pedófilos que pescan a sus víctimas a través de Internet la violencia psicológica, la seducción, precede a la violencia física que supone más que el contacto de los cuerpos: la exposición de las imágenes.
La violencia psicológica es, por fin, más común, más discreta, más ignorada, más justificada y está más naturalizada entre nosotros que la violencia física. Véase si no que la AFA intenta defender a Lionel Messi de la sanción que le aplicaron por insultar al árbitro demostrando que “la concha de tu madre” no es un agravio sino una común expresión cariñosa rioplatense.
Hechos como el que acaba de culminar en Villa Serrana deben servir para estar alerta ante las manifestaciones de violencia psicológica aunque más no sea porque, en cualquier ámbito de la vida, la violencia psicológica precede en la enorme mayoría de los casos a la violencia física.
3) Los antecedentes de los pedófilos son siempre evidentes – Esto no es verdad. En realidad un número importante de pedófilos y de quienes los han amparado o los amparan no registran antecedentes penales o de inconductas o episodios anteriores. En distintos medios, inclusive en la judicatura, en las autoridades eclesiales y en determinados organismos jurisdiccionales, existe una especie de lenidad, cuando no de franca negación, acerca de los alcances y la gravedad del abuso infantil y en particular de la pedofilia.
Es sorprendente y ejemplar el caso relativamente reciente del juez que entendió en la violación incestuosa de un padre hacia su hija, que no fue condenado porque “la violación no había provocado escándalo público”, y que condujo a que el violador exculpado violara a los pocos años a su nieto, que era su hijo, y terminara suicidándose al ser descubierto. Hasta donde se sabe ese juez sigue su carrera ascendente tan campante. Algo parecido sucede con los obispos, cardenales y Papas que han encubierto a los curas fornicadores y pedófilos tan frecuentes en la Iglesia Católica. O los dirigentes de clubes que han albergado pedófilos y ponen púdica distancia de episodios descubiertos.
En sentido estricto no se trata de que no existan antecedentes sino que estos han sido ignorados, menospreciados o negados porque la pedofilia marca a las víctimas que difícilmente se atreven a denunciar a los perpetradores, ya sea por temor o por haber sido seducidas, de modo que los actos delictivos, las aberraciones, las tentativas, las insinuaciones frustradas, no trascienden o son borradas de la memoria colectiva por acción de los victimarios o de sus protectores.
4) Los abusadores han sido abusados – Independientemente de la dudosa calidad metodológica de investigaciones que aseguran que en los antecedentes de un abusador condenado figuran,en todos los casos, abusos sufridos en la infancia hay que decir que esta afirmación es, en la mejor de las alternativas, una verdad a medias. En otras palabras se ha demostrado que no todas las víctimas de abuso infantil se transforman, a su vez, en abusadores.
Las distintas formas de violencia, psicológica y/o física, son sin duda episodios traumáticos de entidad, muy difíciles de superar (o aún imposibles de superar). Sin embargo no constituyen un estigma que condicione necesariamente a la víctima de hoy para transformarse en el victimario de mañana. La interpretación conductista y organicista de los traumatismos menosprecia y desconoce aspectos más profundos y al mismo tiempo de significación social de las acciones humanas. Es simplista sostener que quien ha sido violado tiene una enorme propensión a transformarse en violador. En realidad, depredadores sexuales perversos y recientes, como el arquitecto colombiano perteneciente a una adinerada familia de Bogotá, no habrían sufrido violencia física en su niñez y juventud aunque si posiblemente violencia psicológica. Sucede que el determinismo conductual tiende a equiparar abuso con violencia física exclusivamente lo cual, como se ha dicho, es una forma de menospreciar la violencia psicológica, las asimetrías de dominio y sumisión, el poder ejercido sobre los más débiles.
En este punto, como en el anterior, la prevención no puede basarse en los antecedentes formales sino en las actitudes concretas. La madre del niño asesinado manifestó que ella, como policía, “había investigado los antecedentes del entrenador” que se había apoderado de su hijo pero que “no los tenía”. En realidad lo que si tuvo ante sus ojos fue una apropiación indebida del afecto que contó, en el mejor de los casos, con una ceguera ingenua de su parte.
5) Vidas ejemplares y ámbitos inmunes – No existen ámbitos inmunes al abuso infantil, a la pedofilia y a la violencia psicológica. El perpetrador, un jardinero de 32 años y de buen pasar, sin vínculos de pareja conocidos (de cualquier naturaleza), vivía en una vivienda independiente vecina a la de su madre, era antiguo practicante de artes marciales y amante del excursionismo en las serranías, se desempeñaba como entrenador aficionado de baby fútbol en un modesto club de Maldonado (en la categoría de 9 años) desde hace casi una década. Hasta aquí ha de parecerse a decenas y tal vez cientos de personas con similares intereses y ocupaciones.
No es sorprendente que en sus declaraciones a los medios y sobre todo en las redes sociales (al amparo de la impunidad e irresponsabilidad propias de las mismas) se produzcan manifestaciones enfrentadas, desde quienes obcecadamente atribuyen las muertes “a un tercero” porque el entrenador era bueno e “incapaz de causar daño” hasta quienes culpan al victimario, a la madre y al padre biológico.
En verdad los pedófilos o quienes potencialmente pueden desarrollar un desorden de ese tipo tienden a aproximarse a instituciones o sitios de concentración infantil, donde la proximidad física y sobre todo emotiva es importante. En torno a estas instituciones o sitios pueden encontrarse en los alrededores desde los pervertidos que espían a los niños para masturbarse, hasta potenciales depredadores que secuestran o dementes como el que recientemente ingresó a un liceo armado de una escopeta. Esta es una fauna omnipresente aunque no ostensible.
Sin embargo, hay también pedófilos más o menos contenidos que se incorporan a las instituciones. En el caso de las escuelas y de muchas instituciones deportivas existe un encuadramiento basado en equipos de docentes o entrenadores cuya conducta y proximidad con los niños, incluso la gestualidad y el contacto físico, suelen tener cierto grado de control colectivo. También hay instituciones donde ese marco organizativo no existe o es más débil y en esos casos la acción de los pedófilos se ve facilitada. Esa facilitación no consiste necesariamente en el contacto impropio, tocamientos o contemplaciones que puedan tener lugar en la misma institución sino en la posibilidad de desarrollar una relación, entre el pedófilo y los niños o niñas y especialmente el niño o la niña, que va más allá del lapso de participación institucional. Relaciones de amistad de gran familiaridad que inevitablemente conducen a un estrechamiento que facilita la acción de los pedófilos seductores.
Es esta relación íntima, disfrazada de paterno-filial, la que se dio en este caso con una responsabilidad inocultable o inexcusable de la madre y el padre del niño finalmente asesinado. El entrenador no solamente solía organizar “hamburgueseadas” para los niños en su casa sino que se llevaba al niño de paseo en autos que alquilaba al efecto, a pesar de tener su propio vehículo, se fotografiaba permanentemente abrazado con él, se presentaba como su padre y participaba en las reuniones que convocaba la escuela, viajaba al exterior por muchos días con el niño (los padres habían firmado una autorización para que saliera con él del país).
En fin, el entrenador había usurpado la paternidad del niño favorecido seguramente por la ausencia de un padre abandónico, la vulnerabilidad de una madre soltera (vulnerabilidad que incluye un desapego aparentemente producto del exceso de trabajo) y una ceguera considerable acerca de las verdaderas intenciones de las imposiciones y las dádivas monetarias del pedófilo. Otro elemento coadyuvante es el de la gratificación prometida: el entrenador iba a conducir al niño al éxito deportivo, a la fama y la gloria de los futbolistas más destacados. Esta promesa explícita es capaz de cegar a los padres que ven en el fútbol un camino de ascenso social y glorificación (en algunos casos casi el único camino) con una inversión de competitividad exagerada y de entrega o lealtad al líder que puede ser manipulada en forma perversa, como aquí seguramente sucedió.
Cuando hace un siglo o más, la Iglesia Católica ofrecía a los novicios un camino de acceso a una vida espiritual superior y una ubicación social segura, respetable y útil a la comunidad, esa promesa podía ser manipulada y de hecho lo era en unos pocos casos para producir un número importante de relaciones pedófilas en los seminarios sacerdotales. Ahora que las vocaciones sacerdotales han caído en flecha, parecería que los pedófilos solamente pueden dirigirse a los monaguillos o a los cada vez menos niños que acceden a la catequesis. Hipotéticamente la promesa de la gloria futbolística parece haber reemplazado en el repertorio de los pervertidos a la promesa eclesial.
Por otra parte, cierta sexualización del entorno que afecta crecientemente a los preadolescentes y adolescentes en su exposición en las redes sociales parece evidencia de la falta de vigilancia y prevención por parte de los adultos. Por ejemplo, el niño asesinado tiene una hermana de doce años que, en su propia página, se presenta maquillada, en posturas y vestimentas sugestivas claramente sexualizadas (más de 300 corresponsales de edades indeterminadas pero en su enorme mayoría adultos retribuyen las imágenes con los términos “linda”, “ricura”, “bombón”, etc.).
Naturalmente no se trata de censurar esas actitudes de una preadolescente sino de advertir la falta de una intervención materna que evite ese tipo de exposición sexualizada que, como se sabe, puede conducir a distintas formas de chantaje, engaño y seducción por parte de pedófilos y tratantes activos en las redes.
Como la estrecha relación entre el niño y el entrenador llevaba más de dos años y la madre había notado cambios (el menor se mostraba huraño y se distanciaba de ella, se comía las uñas, etc.) lo llevó a la psicóloga y recibió un informe de la profesional, quien habría detectado anomalías en la relación y propuesto que el entrenador no estuviera a solas con el niño. La madre citó al sujeto en la cantina del club de baby fútbol, el miércoles por la tarde, y se limitó a comunicarle su prohibición de que continuara sus contactos en razón de la recomendación de la psicóloga.
Increíblemente la madre no tomó otras acciones que hubieran sido fundamentales para prevenir el desastre. La escuela no fue avisada de esta situación y el ultimatum materno provocó el desencadenamiento catastrófico. En menos de 24 horas el pedófilo alquiló un auto, pasó a media tarde por la escuela, retiró al niño antes de la salida aduciendo que se aproximaba una tormenta y la maestra lo permitió vistos los antecedentes que se venían registrando habitualmente por parte de quien se presentaba como “padre” del menor. Pocas horas después se produjo el desenlace fatal.
Ante los hechos conocidos hay quien dice “yo jamás le confiaría un hijo a un desconocido” o “yo solamente confío a mis hijos a familiares muy cercanos”. Sin embargo, el perpetrador no era un desconocido; había seducido al niño y había indicios de que su relación estaba fuertemente sexualizada. Si durante la misma o en el sangriento episodio final se produjo la violación del niño o no, es irrelevante. Por otra parte, en los casos de pedofilia sucede que los abusadores, con mucha frecuencia, se encuentran en el entorno más cercano: padrastros, padres, abuelos, tíos, primos hermanos, más o menos en ese orden de incidencia.
6) Los niños nunca mienten – A mediados de los 90, los Estados Unidos vivieron una fiebre de denuncias sobre abusos sexuales que se basaban en recuerdos de violaciones, abortos forzados y otras hechos terroríficos que habían aflorado de la memoria profunda de las víctimas con ayuda de ciertos psicoterapeutas, consejeros familiares o pastores de ciertas congregaciones religiosas. Las víctimas no recordaban los hechos pero algunos terapeutas sospechaban que síntomas como la depresión, fobias y el miedo a la oscuridad, desórdenes alimentarios como la bulimia y la anorexia y otros, se debían a que los pacientes (adultos jóvenes) habían sido abusados en la infancia. Se pusieron de moda unas pseudoterapias empleando hipnosis, psicofármacos e interpretación de sueños y conductas. Estas “evocaciones” no deben confundirse con las rememoraciones espontáneas que sufren algunas víctimas reales.
Una profesional experimentada, por lo general una psicóloga o psicólogo, es capaz de determinar la presencia de indicios de abuso como en realidad sucedió en este caso pero hay que comprender que se trata de instancias de gran complejidad. Los niños no mienten pero pueden ser manipulados de modo que un interrogatorio conducido sin la idoneidad necesaria puede no desvelar lo que está sufriendo un pequeño o lanzar a los investigadores por una senda errónea.
Los “recuerdos evocados” o “memorias recuperadas” que en la última década del siglo pasado hicieron furor en los Estados Unidos no tuvieron andamiento en nuestro medio. Finalmente, en Norteamérica los terapeutas fueron llevados a los tribunales por sus pacientes, condenados por mala práctica y expulsados de las asociaciones profesionales. Algunos se salvaron gracias a pactar indemnizaciones millonarias con los denunciantes. Este recurso también ha sido muy usado por los pedófilos millonarios, como el finado Michael Jackson, que se salvó de la cárcel pagándole abultadas sumas a los padres de sus víctimas.
7) Ajenidad de la vulnerabilidad y el abuso: la causa de los niños – La idea de que los casos de abuso infantil “le pueden suceder a cualquiera” o por el contrario “que son versiones exageradas o deformadas de la amistad entre un adulto y un niño” tienen un origen común: el drama del abuso infantil “atañe a otros”, en otros sitios, a otras personas. Es una negación de la responsabilidad que aunque recaiga fundamentalmente sobre los padres es común a toda la sociedad y en particular a las comunidades o al entorno en que viven los niños. Como ya se dijo el riesgo no radica en el carlanco, “el viejo de la bolsa” u otros personajes de fantasía. No anida en cualquier relación o en cualquier circunstancia y esto obliga a toda la comunidad a reflexionar sobre la vulnerabilidad de los niños, sobre la necesidad de protegerlos sin sobreprotegerlos lo cual entraña la necesidad de guiarles para desarrollar y encauzar su autonomía, su libertad y su valor.
Los niños timoratos, carentes de afecto genuino (independientemente de su pertenencia a un hogar monoparental, de las penurias de la vida familiar o de su salud o sus capacidades) son vulnerables ante el abuso, ante la violencia familiar y ante las complejidades de un mundo inextricable incluso para los adultos. No en vano la crianza de los hijos y en general el trato con los niños propios y ajenos (puesto que nos debemos a todos los niños por lo que trasciende a la maternidad o la paternidad) es la función más difícil y que puede encarar un ser humano. Se trata de la obra más comprometida y prometedora, el desafío más cargado de incógnitas, de misterios, de desencantos y también de las más profundas satisfacciones. No hay academia, ni curso, ni obra o doctrina alguna que pueda sustituir el compromiso vital que nos une a la niñez, a todos los niños.
Por el Lic. Fernando Britos V.
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